¿Se cierne la sombra del ‘no-Estado’ sobre Siria?
Tras la caída del régimen de al-Asad, regresan a la memoria casos como los de Libia o Irak, donde la guerra no ha dado lugar a gobiernos estables.
09 DE DICIEMBRE DE 2024 · 17:45
El final del régimen asadista en Siria recoge muchos factores que coinciden en una intersección de fuerzas e intereses a los que, o bien, no merecía la pena defender el statu quo en este momento, o por otro lado, era la oportunidad de acabar con él en trece años de guerra civil.
Tanto la prensa internacional como los analistas se han mostrado sorprendidos por la velocidad con la que los diferentes grupos rebeldes le han arrebatado al régimen la mayoritaria extensión de terreno que controlaba hace apenas dos semanas. Así que, cualquiera se pregunta qué ha ocurrido exactamente. ¿Cómo puede ser que un largo y agravado conflicto interno de trece años haya acabado en tan solo unos días?
Lo cierto es que, como en todos los conflictos armados, existen movimientos pendulares entre las fuerzas enfrentadas. Unos cobran fortaleza en un momento específico, y por razones concretas, y lo aprovechan. Y luego, si no han sido derrotados, les ocurre lo mismo a los otros.
Algunas causas de una caída relámpago
Hace cuatro años, Al-Asad estuvo relativamente cerca de una victoria en la guerra que enfrentaba a su pueblo. Había recibido el apoyo directo de una Rusia que todavía no había emprendido su campaña en Ucrania. Recibía también un importante apoyo de un Hezbolá que todavía no había sido atacado por Israel como consecuencia del conflicto en Gaza. Y también recibía el respaldo de una República Islámica de Irán que tampoco había sufrido todavía desgaste alguno por la guerra en la Franja ni por las protestas masivas de 2021 y 2022.
En 2020, Al-Asad mantenía a los rebeldes a raya con la ayuda de los bombardeos de los cazas rusos. Además, para el 2019, tanto la coalición internacional de países como los rebeldes de las Fuerzas Democráticas de Siria y los kurdos le habían hecho buena parte del trabajo al presidente derrotando todas las posiciones del autoproclamado Estado Islámico en territorio sirio.
Sin embargo, las injerencias internacionales primaron más. A Rusia y a Turquía (que ha apoyado todos estos años a grupos rebeldes en el norte para luchar, sobre todo, contra los kurdos) les convino más un alto el fuego que paralizó la guerra en un lapso con pies de barro.
Cuatro años que la variedad de grupos rebeldes, y especialmente Hayat Tahrir al-Sham, han aprovechado para reforzarse y obtener apoyo con el fin de esperar el momento en el que el gobierno de al-Asad no pudiera defenderse no tampoco recibir ayuda exterior.
¿Y ahora qué?
Mientras el primer ministro Mohammad Ghazi al-Jalali ha asegurado que permanecerá en Siria (todo lo contrario que al-Asad, que se encuentra en Moscú con su familia) y se ha ofrecido para apoyar un proceso de transición, las incógnitas surgen ahora alrededor de qué pasará en el país.
Y es que, la forma en la que organizar y desarrollar un proceso de transición suele ser compleja cuando uno observa el actual mapa de Siria. En el norte, hay dos franjas de territorio que colindan con la frontera turca y que están controladas íntegramente por grupos rebeldes apoyados por Ankara. Por lo que se espera que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, reclame ahora sus ‘trofeos’ de guerra.
Parte de esos ‘trofeos’ pasan por combatir a las milicias kurdas, que controlan prácticamente todo el noreste del país. En el sur hay regiones controladas por otros grupos rebeldes distintos, que estarían estableciendo su control en ciudades importantes, como Deraa, mientras que a Damasco, desde Alepo, ha llegado toda una ‘coalición’ de fuerzas rebeldes de las que Hayat Tahrir al-Sham ha recibido más atención mediática a nivel internacional.
Toda esta variedad de facciones se traduce también en una amalgama de intereses que parecen irreconciliables más allá de ver a la familia al-Asad fuera del poder. Las milicias kurdas se enfocan en la autonomía de su Administración del Norte y Este de Siria, controlando la importante ciudad de Al Raqa. No parce que Turquía vaya a dejar pasar la ocasión de confrontar a los kurdos, en su persecución de los independentistas kurdos del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Esto podría traducirse en un control turco de facto de las zonas donde los rebeldes que apoyaba eran mayoría.
También Israel, que ha mantenido tensiones desde 1967 con siria por los Altos del Golán (anexionados al Estado de Israel desde 1981) podría aprovechar la situación para reforzar su control en el sur de Siria, en la región que limita con su frontera. De hecho, el ejército israelí reconoce que está realizando operaciones en la región de Quneitra e incluso ha pedido a la población civil que permanezca en sus casas.
Y entre los rebeldes que han alcanzado Damasco, también hay una verdadera mezcolanza. Desde facciones que han mantenido su oposición al régimen de al-Asad desde el inicio de la guerra por motivos estrictamente políticos y humanitarios, hasta el grupo de Hayat Tahrir al-Sham, considerado hasta ahora como una organización terrorista por Estados Unidos, Reino Unido y otros países por su anterior vinculación con Al Qaeda, y que parece haber afirmado que tiene el propósito de establecer algún tipo de administración islámica en Siria.
Una diversidad que habrá que ver cómo convive ahora que el objetivo común (derrocar a al-Asad) ha desaparecido. En el imaginario colectivo todavía resuenan muy presentes casos como el de Libia o Irak, donde la incapacidad de formar gobiernos estables después de la Primavera Árabe, en el caso de Trípoli, y de la ocupación de Estados Unidos y del Estado Islámico, ha dado paso a otras guerras o conflictos regionales.
¿Qué pasa con los cristianos en Siria?
Precisamente, la inestabilidad política es algo que suele jugar en contra de la libertad religiosa. En el caso del continente africano, por ejemplo, varios expertos y analistas territoriales han concluido que la oleada de golpes de Estado en la región es caldo de cultivo para el surgimiento de grupos yihadistas.
En el caso de Siria, de las muchas violaciones de los derechos humanos cometidas por los gobiernos al-Asad (de padre o hijo), la de la libertad religiosa no era una de ellas. Para el régimen, la religión no suponía ninguna amenaza siempre que se mantuviera al margen de cuestiones políticas. A esto se le suma la larga tradición histórica del país de la Iglesia Ortodoxa de Antioquía, una de las confesiones cristianas más antiguas en Oriente Medio.
Parece difícil que con la todavía presente influencia de Estados Unidos en el país, donde mantiene 900 militares para ‘garantizar’ la estabilidad en el este ante la presencia de algunos focos yihadistas, vaya a establecerse de inmediato un gobierno de corte islamista. No obstante, la situación permite muchos escenarios posibles y, como ya se ha visto tras 13 años de guerra civil, repetidamente los derechos humanos quedan sometidos a los intereses geoestratégicos.
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