El día de Pentecostés y su significado

Después de considerar todo aquello que creemos que significa el día de Pentecostés, cabe destacar la universalidad del suceso en sí.

11 DE JUNIO DE 2025 · 18:45

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@breebuddy">Bree Anne</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Bree Anne, Unsplash CC0.

El día 8 de junio pasado se celebró en la mayoría de muchas denominaciones del pueblo cristiano el recuerdo de la fiesta de Pentecostés con todo cuanto significó para el pueblo de Dios, la Iglesia.

La fiesta que, aunque pudiera haber un consenso general sobre el significado de lo esencial de la misma, tal y como aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles, quizás ciertos aspectos no han sido valorados debidamente.

En este sentido pareciera que cada cual ha visto en ese hecho histórico de la Revelación de Dios aquello que servía a sus fines teológicos/doctrinales o denominacionales, enfatizando sólo una parte de todo cuanto significa.

 

1.- La venida del Espíritu Santo: Hecho histórico dentro de los planes salvíficos de Dios

En principio, Pentecostés significa cincuenta. Era el quincuagésimo día después de la Pascua judía con la cual finalizaba la fiesta de las siete semanas, con la fiesta de los Tabernáculos y la presentación de la primera cosecha, en reconocimiento y agradecimiento a Dios por haberlos sacado de la esclavitud de Egipto, conducido a través del desierto e introducido en la Tierra Prometida.

Con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés sobre los discípulos de Jesús, a los cincuenta días de la Pascua –coincidente esta en el plan de Dios, con la muerte de Jesús- se marcaba el principio de una nueva era o dispensación. Por tanto Pentecostés fue un hecho histórico de la categoría de los grandes hechos dentro de los planes de la Salvación de Dios.

Si la resurrección de Jesucristo confirmó el valor expiatorio y redentor de la muerte del Señor Jesús, la venida del Espíritu Santo el día de Pentecostés confirmaría, además, el hecho de que su exaltación a los cielos no fue una “experiencia mística” de los apóstoles, sino un hecho histórico de la misma categoría que su muerte y su resurrección.

 

2.- La venida del Espíritu Santo: Cumplimiento de “la promesa del Padre”

Asimismo, la venida del Espíritu Santo en Pentecostés era el cumplimiento de “la promesa” anunciada por el profeta Joel en el A. Testamento y proclamada de antemano, repetidamente, por Juan el Bautista y el Señor Jesús (Joel 2.28.32; Hch.1.4-5; Hch.2.16-21,38-39). Así lo constató el apóstol Pedro en su mensaje ese día (Hch2.33).

Esa “promesa”, se recibiría cuando el Espíritu viniera “sobre” ellos (Luc.24.49; Hch.1.8). Entonces serían “bautizados con el Espíritu Santo” (Hch.1.5), lo cual se tradujo en que “fueron llenos del Espíritu” (Hech.2.4) y en haber “recibido el Espíritu”, puesto que en palabras del Apóstol Pedro… “Dios lo ha dado a los que le obedecen” (Hch.5.32).

Esto también nos retrotrae al largo discurso de Jesús recogido por el apóstol Juan en la última cena, donde el Señor habla de la venida del Espíritu Santo a los discípulos para estar “con” y “en” ellos “para siempre”, con propósitos didácticos, de testimonio y de guía en su vida y ministerio. (J.14.15-17, 26; 15.26-27; Hch.1.8; 16.13-15).

Todo eso, además de la realidad de la vida que a modo de “ríos de agua viva” brotarían del interior de los creyentes (J.7.37-39).

 

3.- La venida del Espíritu Santo: Cumplimiento y aplicación del Nuevo Pacto en los nuevos creyentes

Pero la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, también fue el hecho histórico que hizo posible la inauguración de la aplicación del Nuevo Pacto en los creyentes.

Nuevo Pacto anunciado por los profetas (Jer.31.31-34; Ezq.36.25-27), sellado por Dios por medio de la muerte y resurrección de Jesús, administrado por un mejor Mediador “y establecido sobre mejores promesas” (Heb.8.6; 8.8-13).

A partir de ahí el perdón de los pecados y la santidad de vida no dependería de guardar las leyes sobre los sacrificios, ni las fiestas religiosas, ni las normas dietéticas sino de una vida “de fe, por fe y para fe”, teniendo como centro la persona y obra de Jesucristo. (Hch.10.42-43; 15.9,11; Rom.1.17; Hb.10.38; Col.2.16).

 

4.- La venida del Espíritu Santo: La formación del “cuerpo de Cristo”, la Iglesia

El apóstol Pablo añadió algunas cosas más de lo que significa la presencia del Espíritu Santo en los creyentes. De ellas destacamos solo una.

Él dice que “por un mismo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu” (1ªCo.12.13).

Si los creyentes fuimos bautizados por Jesucristo con el Espíritu Santo, el mismo Espíritu nos bautizó introduciéndonos en “un cuerpo” que es la Iglesia de Cristo. (Ef.4.12,16). Así, en Pentecostés la iglesia quedó formada “oficialmente” a todos los efectos.

 

5.- La venida del Espíritu Santo capacitó a la Iglesia para investirla con poder para el cumplimiento de la misión

Por otra parte, es muy evidente que cuando la promesa del Espíritu Santo se cumplió el día de Pentecostés, los discípulos del Señor fueron llenos de poder, conforme a la promesa de Jesús de que tal cosa sucedería. (Lc.24.46-49).

La misión de predicar el Evangelio a todas las naciones y “a cada criatura” (Mc.16.15-18) no hubiera sido posible hacerlo con eficacia divina si no hubieran recibido el Espíritu Santo a tal efecto.

Así lo prometió Jesús varias veces, pero cobran una especial importancia las palabras de Jesús inmediatamente antes de su ascensión a los cielos:

“No os toca a vosotros saber los tiempos y las ocasiones que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y me seréis testigos en Jerusalén, en Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hch.1.6-8).

Esas palabras de Jesús junto con las ya mencionadas en Lucas, 24.49 anunciaban de antemano la necesidad de una investidura de poder de los discípulos por parte del Espíritu Santo.

Basta leer el relato de lo que sucedió el día de Pentecostés y los hechos que tuvieron lugar en toda la historia posterior, para ver que lo que sucedió no pudieron llevarlo a cabo los discípulos de Jesús sin la asistencia del poder del Espíritu Santo.

Pero algo que no hemos de olvidar es que a partir de Pentecostés, el Espíritu Santo vendrá sobre todo creyente verdadero a efectos de cumplir el mismo propósito divino; entre otros, el ser eficaces en el cumplimiento de la misión. (Hch.2.38-39).

 

El valor universal de Pentecostés

Pentecostés es por tanto el comienzo de la nueva dispensación de la manifestación de la gracia de Dios, “pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (J.1.17).

Fueron “la gracia y la verdad” las que hicieron posible llevar a cabo la obra redentora, por la cual todas las cosas serían restauradas a su origen.

De ahí que dicha obra apuntase a “una nueva creación” (2ª Co. 5.17; Ef. 2.10,15; Gá. 6.15); a la restauración de la imagen de Dios en nosotros, seres caídos, para ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo Jesucristo” (Ro.8.28-29).

Ese es el propósito del Nuevo Pacto de Dios en Cristo para con los creyentes en él mismo. Por tanto los creyentes introducidos “por medio la fe a esta gracia” (Rom.5.2) fuimos puestos en una nueva posición respecto de nuestra relación con Dios, por su Espíritu (Ro.8.14-16; Gál.4.6), teniendo libre acceso a Su presencia por medio de Jesucristo (Hb. 4.14-16; Ef. 3.12; 10.19-22).

De ahí que la Palabra de Dios dice que todos hemos sido hechos “real sacerdocio” (1ª P. 1.9; Ap. 1.6); todo lo cual se dio en Pentecostés y que hizo posible que a partir de ahí se cumpliera en todos los creyentes, hombres y mujeres de todas las generaciones. De ahí el valor universal de la venida del Espíritu Santo en aquel día.

 

Pentecostés, el derrumbe de las barreras humanas y el comienzo de una nueva era

1.- “Estaban todos unánime juntos”

¿Quiénes eran esos “todos”? En el capítulo uno, se nos dice que una vez que Jesús ascendió a los cielos, los discípulos del Señor regresaron a Jerusalén, al lugar donde vivían. (Hch.1.12-13).

Desde la ascensión del Señor hasta la venida del Espíritu en Pentecostés, pasarían diez días que los ocuparon “perseverando en oración”, esperando “la promesa del Padre” (Luc.24.49; Hch.1.4-5,14).

Y añade el texto: “y los reunidos eran como ciento veinte, en número” (Hch.1.15) Entre los cuales también había “mujeres” y entre ellas, “la madre de Jesús” (v.14).

Por tanto, es del todo lógico pensar que cuando en el capítulo 2, dice: “cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos no se refiere a unos cuantos varones de aquellos ciento veinte, sino a los hombres y mujeres mencionados anteriormente que estuvieron “perseverando en la oración…”

2.- Se rompen las barreras físicas

Todos, hombres y mujeres, estaban “unánimes, juntos”. “Unánimes” -“de un alma”- hace referencia a la unidad de espíritu que tenían (Hch.2.46; 4.24,32) mientras que “juntos” hace referencia a todo el grupo reunido, rompiendo así las barreras físicas (Hch. 1.13-15; 2.1,44). No hemos de olvidar que, tanto en el templo como en las sinagogas había lugares separados para las mujeres.

Se hace difícil creer que eso fuese así en la gran casa donde estaban reunidos el día de Pentecostés. Aquella magna reunión tenía el beneplácito de Dios; Dios le daría el carácter de “oficialidad”, mientras que era eminentemente familiar. Notemos que el lugar donde estaban reunidos era una “casa”, no el templo de Jerusalén. Sobre el templo Jesús ya había proclamado sentencia definitiva de destrucción antes de ser apresado y crucificado (Hch.2.2; Lc.19.41-44).

3.- Se rompe la supuesta superioridad espiritual del hombre sobre la mujer.

3.1.- “Y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos” (Hch. 2.3). Todos, hombres y mujeres, experimentaron la presencia de Dios expresada simbólicamente, pero de forma visible por las “lenguas de fuego asentadas sobre cada uno de ellos” y preparándoles para recibir al Espíritu Santo. (Hch. 2.3).

Dios había inaugurado cada grande época con fuego, tanto en el Tabernáculo en el desierto, como en la del templo de Salomón (Ex.40.34-38; 2ªCró. 7.1-3). Si bien en el Antiguo Testamento el Espíritu Santo venía sobre algunos hombres y mujeres con el propósito de realizar ciertos oficios, ahora Dios anticipó su presencia en los reunidos, sin distinción de sexo, edad o posición social. (Hch.2.17-18).

3.2.- “Y todos fueron llenos del Espíritu Santo” (Hech.2.3-4). Así pues, en el día de Pentecostés vino el Espíritu sobre la primera comunidad. Todos, hombres y mujeres participaron de aquella inauguración de la dispensación del Espíritu y de la gracia.

Algo inaudito cuando consideramos la realidad del Antiguo Testamento y gran parte de la historia de la iglesia cristiana. El Espíritu Santo irrumpió llenando la estancia donde estaban, y todos actuaron bajo su dirección y guía. Todos bajo el Espíritu pudieron sentirse uno en Cristo Jesús y valiosos para Dios y el uno para con el otro.

La intención del Espíritu es que a partir de ahí, ningún varón debería considerarse superior espiritualmente a la mujer. Esa lección quedó en el fondo de las teologías elaboradas por los hombres.

Ellos siempre vieron a la mujer inferior desde todo punto de vista, incluido el punto de vista espiritual. Es de suponer que no solo lo aprendido del Maestro todo el tiempo que estuvo con ellos, sino la realidad de lo que experimentaron el día de Pentecostés cambiaron su forma de pensar con respecto a aquella supuesta “superioridad” del varón sobre la mujer.

Lo mismo cabe decir con respecto a todas aquellas divisiones realizadas por los seres humanos en razón de su posición social o la edad u otra causa de división.

4.- Se rompen las barreras por causa del idioma: “Y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen” (V.4)

Todos, hombres y mujeres participaron de aquel milagro divino de hablar unas lenguas (idiomas) que ellos no habían estudiado (Hch. 2.4, 6, 8, 11).

Pentecostés nos retrotrae a la conocida “Torre de Babel” donde por causa de la soberbia del género humano, la única lengua de los individuos fue confundida y la gente fue esparcida por toda la faz de la tierra, dando lugar a nuevas lenguas/idiomas, que dificultaban la comunicación entre distintos grupos humanos, hasta el día de hoy y que han sido y están siendo causa de división entre los pueblos, llegando a producir grandes y severos conflictos entre ellos.

Por otra parte, el hecho de que en Pentecostés los seguidores de Jesús hablaran lenguas sin haberlas estudiado, pone de manifiesto la intención divina de que los idiomas diferentes que hay, no sean obstáculo para el entendimiento entre las personas.

En Cristo Jesús, tal impedimento es superado por su obra redentora/liberadora, al derribar los muros que más que idiomáticos, están en el propio corazón del ser humano.

Al respecto, es interesante que Lucas mencionara hasta más de dieciséis naciones representadas entre los testigos de lo ocurrido en el día de Pentecostés. (Hch.2.8-11).

5.- Todos, hombres y mujeres profetizaron, hablando “las maravillas de Dios” (Hch. 2.11)

En principio, nos preguntamos qué eran esas “maravillas de Dios” que todos, hombres y mujeres hablaban por la influencia del Espíritu. Dichas “maravillas” no podrían ser otras que las relacionadas con la persona, obras, muerte, resurrección y exaltación del Señor Jesús.

No tendría sentido que fueran “otras” pues estarían fueran del contexto histórico de la revelación de Dios; y ese contexto era la revelación de Dios en “su Hijo” (Heb.1.1-3; Hch.2.22-24).

Este es un punto importante en relación al tema sobre el papel de la mujer en la iglesia y su relación con el varón.

Dado que todos, hombres y mujeres hablaban/”profetizaban” dichas maravillas de forma pública trascendiendo, además, a gran parte de la sociedad de Jerusalén, nos debe llevar a preguntarnos la razón por la cual, según Pablo… “es indecoroso que una mujer hable en la congregación” “sino estar en silencio” (1ªCo.14.35; 1ªTi.2.11-12,).

Porque al Espíritu Santo no le pareció “indecoroso” que las mujeres hablasen en la congregación formada por el Señor Jesucristo y “oficializada” por el mismo Espíritu el día de Pentecostés. Si se establece como norma que “la mujer guarde silencio en la iglesia”, el mismo Espíritu Santo no puede ir en contra de esa misma norma, supuestamente divina.

Entonces, debemos considerar que lo que escribió el apóstol Pablo tiene su propio contexto y, por tanto, también su propia interpretación y aplicación que ha de distar mucho de la común interpretación que se ha dado a lo largo de los siglos en la mayor parte de las iglesias.

6.- Pentecostés rompió con las barreras por causas sociales, sexistas, de edad, nacionales, etc.

Una vez que la multitud se juntó atraída por el estruendo del sonido “como de un viento recio” y los 120 discípulos hablando “las maravillas de Dios”, Pedro se puso en pie junto con los once apóstoles, (supuestamente en un lugar bien visible por la multitud) y explicó el significado de lo que está ocurriendo. Entonces, echó mano de la profecía de Joel para explicar lo ocurrido:

“Esto es lo dicho por el profeta Joel: En los últimos días, dice Dios, concederé mi Espíritu sobre toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes tendrán revelaciones y vuestros ancianos soñarán cosas extraordinarias. Y sobre mis siervos y sobre mis siervas, otorgaré en aquellos días mi Espíritu, y hablarán inspirados por mí.” (Hech.2.16-18. Los énfasis son míos).

Es evidente que en el día de Pentecostés Dios quiso pasar por alto las divisiones por causas de sexo, edad, clases sociales, idiomáticas, nacionales, etc.

En el día de Pentecostés la presencia del Espíritu Santo en ellos, rompió los moldes tradicionales de su propia cultura, expresión de muchas divisiones a lo largo de los siglos entre hombres y mujeres. Por tanto, unos y otras disfrutaron juntos de los privilegios que habían sido el patrimonio de unos pocos en el régimen antiguo.

Más todavía, esa experiencia de los 120 discípulos del Señor, era única en el tiempo y en el espacio, en el sentido de que fue la inauguración de la nueva era del Espíritu, en la que “toda carne”, es decir todos los miembros de la comunidad cristiana presente y por venir, serían receptores del Espíritu Santo sin importar sexo, edad, o posición social. También serían los medios por los cuales se manifestarían los dones del Espíritu (Ro.12.4-9; 1ªCo. 12; 1ªP.4.10-11).

Lo que hizo el Espíritu Santo el día de Pentecostés trascendió la propia cultura de la época.

Por tanto, Pentecostés estableció los principios generales que se deberían tener en cuenta en la iglesia cuando ésta se reúne para tributar culto a Dios. Al no hacerlo así, se estaría privando a más del cincuenta por ciento de los miembros de la Iglesia de Cristo (que son mujeres) de su privilegio de contribuir al enriquecimiento y la edificación de la misma.

Como decía el Pastor y biblista Stuart Park, en una cita que traigo a colación:

“El veto a la participación de la mujer en los ministerios de la iglesia, en consecuencia, tiene implicaciones muy serias. Implica que la identidad del hombre y la mujer como imagen y semejanza de Dios no ha sido plenamente restablecida nunca, y que el foro donde la mujer debe sentirse segura –en el seno de la familia de la fe, en la iglesia- es el único lugar donde no debe pronunciar palabra alguna” (Revista Aletheia, Nº 37, 1-2010. P.33).

Lo dicho aquí por el Pastor Stuart Park va en la misma línea del Espíritu en el día de Pentecostés. Por lo cual la conclusión es que todos los creyentes tienen el Espíritu Santo; todos tienen el privilegio de adorar y alabar a Dios y de participar en el culto, sean hombres o mujeres; todos tienen el privilegio y el derecho de hablar la Palabra de Dios a través del testimonio, la enseñanza y la predicación, “según el don recibido” (Ro.124-8).

Tal convicción no es una presunción del que escribe, sino una declaración escritural, anunciada por el profeta Joel, ratificada por el Espíritu Santo y confirmada por el apóstol Pedro, al recordar al profeta mencionado: “En aquellos días… hablarán inspirados por mí” (igual a: “profetizarán” o, “predicarán”)

Eso es lo mismo que diría posteriormente el apóstol Pablo, acerca de que la mujer puede “profetizar” u “orar” en 1ªCor.11.1-4 y, consecuentemente, en 1ªCo. 14.31: “Porque podéis profetizar todos uno por uno, para que todos aprendan y todos sean exhortados”. (Ver también, 1ªP.4.10-11.) resaltando aquí el carácter carismático de las reuniones de iglesia.

Por tanto, decir que la mujer puede profetizar o enseñar en otros contextos a mujeres y a niños, pero no en el contexto de la iglesia reunida va en contra del proceder del mismo Espíritu Santo en el día de Pentecostés, cuando a la vez que se confirmaba la formación de la Iglesia, Dios proveyó los cauces de expresión para todos sus miembros en ese lugar reunidos.

 

Conclusión

Después de considerar todo aquello que creemos que significa el día de Pentecostés cabe destacar la universalidad del suceso en sí: La universalidad del cumplimiento y aplicación del Nuevo Pacto en la Iglesia; la universalidad en relación con la recepción del Espíritu Santo, no estando limitado a unos cuentos hombre y mujeres dentro del pueblo de Dios, sino que sería una realidad en todo el pueblo de Dios, hombres, mujeres, jóvenes y ancianos, etc.

La universalidad de la reconciliación de todos los seres humanos con Dios y entre ellos, sin tener en cuenta aquellas causas de división en razón del idioma, sexo, cultura o posición social; la universalidad en el ejercicio de los dones ministeriales.

Sin olvidar una de las razones poderosas que fue anunciada y prometida por el mismo Señor Jesús, como fue el ser llenos del poder de Dios para el cumplimiento de la misión, como ya anotamos más arriba.

Luego, en relación con lo mencionado sobre “el ejercicio de los dones ministeriales” lo que pudiéramos ver posteriormente en las epístolas que parece contradecir lo afirmado, prohibiendo a las mujeres dicho ejercicio, como es el caso de 1ªCo.14.34; 1ªTi.2.10-15, solo tendría una respuesta posible: Que dichos pasajes hay que interpretarlos teniendo en cuenta su propio contexto, no siempre debidamente considerado; y esto por las razones que sean.

Porque una cosa son las grandes declaraciones y principios de carácter universal, y otra muy diferente, el que dichos principios se pudieran poner en práctica, sin más, en la sociedad de su tiempo (o en cualquier otra sociedad).

Los prejuicios culturales impedirían la aplicación plena de la revelación divina. Sin embargo, los impedimentos culturales fueron, en mucho, transcendidos por el amor que siempre acompañaba la revelación divina en la Iglesia primitiva.

Un ejemplo sería la esclavitud; otro, en gran parte, la relación del hombre con la mujer. Un ejemplo de esto último mencionado fue el caso en el cual a la hora de elegir personas para administrar y repartir las ayudas a la viudas, en Hechos 6.1-6 eligieron a hombres, desestimando a las mujeres que (¡sin duda!) también podían realizar esas tareas. ¡Y en muchos casos, mejor que los hombres!

Pero la cultura de aquel tiempo no permitía que hombres y mujeres aparecieran juntos en tareas públicas. Algo que hoy día se consideraría injusto y, por tanto, no admisible.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - El día de Pentecostés y su significado