Cesarea de Filipo: primer llamado misionero antes de la misión (5)
Quinto artículo de la serie "Recuperando algunos de los pasajes clave sobre misiones".
BARCELONA · 15 DE DICIEMBRE DE 2024 · 09:20
Antes de llegar a Pentecostés y antes de ascender a los cielos el Señor ya había dicho claramente “…hasta los confines de la tierra” (Hch 1:8) y “…a todas las naciones” (Mt 28:19). Pero incluso mucho antes de lanzar el desafío de la Gran Comisión, cuando decidió empezar a declararles a los Doce que le era necesario al Hijo del Hombre padecer, morir y resucitar al tercer día (Mt 16:21), Jesús se llevó a los suyos de retiro especial a Cesarea de Filipo (Mt 16:13), para allí comunicarles las prioridades que definirían tras su partida la misión de sus seguidores. Tuvo con ellos la primera conferencia misionera.
¿Dónde estaba Cesarea de Filipo? Fuera del área habitual de su ministerio y fuera de las regiones habitadas por los judíos en Judea y Galilea. Incluso fuera de Samaria, donde estaban aquellos descendientes de los israelitas que permanecieron en esas tierras durante el exilio babilónico y donde se habían mezclado con los gentiles. ¡Cesarea de Filipo, ciudad del norte más allá de Galilea y en la región de Iturea era el extranjero para los judíos! ¿Por qué Jesús se los llevó al extranjero para hablarles de la “iglesia”? ¿Y qué entendía Él por “iglesia”?
Allí hizo su famosa declaración tras la confesión de Pedro: “Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates en la tierra, será atado en los cielos; y lo que desates en la tierra, será desatado en los cielos” (Mt 16:18-19). Declaración que nos ha tenido debatiendo durante siglos si Pedro fue o no declarado aquí Papa, o si, por el contrario, la roca sobre la que se edificaría la iglesia –entendida como institución– consistía en la confesión petrina de que Jesús es el Cristo, que las generaciones subsiguientes reiterarían... ¿Pero hablaba Jesús de una institución, de templos y jerarquías, o de la vocación que definiría e impulsaría al movimiento de sus seguidores? Por lo pronto, aun en el supuesto de que con la expresión “sobre esta roca” Jesús se refiriese a Pedro, y por ello lo aceptáramos a él como “el príncipe de los Apóstoles” (aunque éste sea un título reservado a Jesucristo en el NT, usado exclusivamente para Él por el propio Pedro en 1Pe 5:4), lo que de ningún modo se puede extraer del texto es que haya una “sucesión” de “rocas”. No se habla aquí ni en ningún otro lugar del NT de una cadena de sucesores de “la cátedra de Pedro”, ni siquiera se insinúa.
Pero volviendo a nuestro tema, no debemos olvidar dónde se encontraba Jesús cuando pronunció estas palabras: a las puertas de Cesarea de Filipo, frente a la roca que corona la ciudad, lugar conocido hoy como Banias (Reserva Natural y fuente del Arroyo Hermón, los llamados Altos del Golán) y donde en esa descomunal roca se halla una gruta entonces conocida como “Puerta del Hades” (foto abajo). Así que cuando Jesús dijo “sobre ESTA roca”, enfrente tenía una roca muy concreta, y seguramente la señalaba con el dedo (como cuando decimos “¿me puedo sentar en ESTA silla?”). No hablaba de una “roca” ficticia y que deberíamos interpretar como el fundamento jerárquico de una Iglesia centralizada, sino que mostrando la “roca” que tenían frente a sus narices. Más que el fundamento doctrinal u organizacional en el que se apoyaría la iglesia, quizás Jesús quiso hacer referencia a que el ámbito donde se desenvolvería la asociación de los suyos sería como esa roca: una mole, un escollo, un gran obstáculo a salvar, por ser el sustrato donde se enclavan “las puertas del Hades”.[1] En tal caso, la roca representa el marco social, cultural o religioso que da soporte a la condición de muerte espiritual de la humanidad. Es allí donde su iglesia debía hacer mella. Evidentemente Jesús usaba el nombre de la caverna y las características geológicas del lugar como analogía de lo que sería la vocación, la misión y las luchas de la iglesia (como quiera que se la entienda). Es decir, señalaba qué metas y qué dificultades tendrían que enfrentar Sus seguidores y por tanto dónde tendrían que concentrar sus esfuerzos.
En los días de Jesús había un templo griego en la entrada de la caverna (ver reconstrucción abajo). Templo dedicado al dios Pan. Ese dios humanoide con cuernos y pezuñas de macho cabrío, sátiro y malévolo de orejas puntiagudas, que cuando tocaba su flauta desataba el pánico entre los mortales (de ahí el origen de la palabra: pán-ico). ¿Por qué Jesús se llevó a los Doce a un centro de adoración pagana para anunciarles la esencia y futuro de su “iglesia”? ¿Por qué se los llevó al “extranjero” y a lo que podríamos catalogar como “tras las líneas del enemigo”? Ese era el último lugar y entorno donde judíos comunes y corrientes como los Doce querrían estar. Es como si se hubiera llevado a judíos ortodoxos de hoy a las Vegas, centro de toda clase de vicios y perversión. No olvidemos que los cultos paganos además estaban entrelazados con prácticas de prostitución, incluso de animalismo… El caso es que, al contrario de lo que sería propio esperar (según el entendimiento tradicional que asume que Jesús hablaba de la institución), Él no se llevó a los Doce frente al templo en Jerusalén, templo también construido sobre una roca. Ni les dijo allá en Jerusalén que edificaría su iglesia sobre esa otra roca, como continuación y desarrollo del templo existente, de la centralidad y el arraigo en la tradición ritual y sacerdotal del Antiguo Pacto, al resguardo de las alas de los querubines del arca de la alianza, símbolo de Su protección. Sino que se los llevó a un lugar donde había un templo pagano, donde los Doce se sentían descolocados, y donde deberían enfrentar una sensación de vulnerabilidad e indefensión frente al paganismo, y en concreto frente al dios Pan, frente a una gruta que evocaba todo el oscurantismo y la “muerte” (el Hades) que atenazaba a ese mundo.
Allí Jesús NO habló de qué modalidad de gobierno usaría la iglesia (más allá de anunciar su autoridad espiritual para “atar” y “desatar” en la tierra y en el cielo), ni de qué tipo de doctrina abrazaría o qué credo profesaría (más allá de confesarlo a él como “el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”), ni de cuál sería su cometido o su praxis (más allá de dar a entender que la iglesia tenía que cargar contra “las puertas del Hades”), ni qué pueblos abarcaría (más allá de anunciar que Pedro usaría “las llaves” para inaugurar “el reino de los cielos”, y así él fue quien incorporó él a los gentiles al predicarle a Cornelio, según Hechos 10 y 11); aspectos que podríamos desarrollar mucho más, pero no es este el tema que nos ocupa. El “Reino de los cielos” –si lo hemos de entender como Cristo lo enseñó– busca la justicia, la humildad, la sinceridad y la misericordia, y no la jerarquía, la pompa, la apariencia y el juicio condenatorio. El caso es que con la elección del lugar Jesús vinculó todas estas facetas que más o menos esbozó sobre la iglesia, con el extranjero, con un área pagana y con los miedos que enfrentarían sus seguidores. Lo único que no es indeterminado del episodio de Jesús en Cesarea de Filipo es el escenario donde tuvo lugar. Así como no es ambigua la lección principal que quiso trasladarles, resaltada precisamente por la pregunta altamente intencional que les hizo: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” “¿Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16:13, 15).
¿Por qué les hizo esta pregunta allí? Porque estaba preparando a los suyos para lo inevitable y necesario: la Cruz, la tumba vacía y el día después. Sobre todo, para el día después. Es decir, para los días en los que Él ya no estaría de cuerpo presente entre ellos. Y por ello quiso transmitirles las dos claves que la iglesia, para actuar como Su iglesia, debería usar, fortalecer y enfatizar de continuo si quiere llevar a cabo su verdadera misión:
- La confesión y/o invocación de Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios Viviente”, y…
- La misión prioritaria para su pueblo (su ekklesia): asaltar “las puertas del Hades”.
La iglesia que visionó Jesús iba a abrirse paso en un mundo hostil y pagano, lejos de toda centralidad y del resguardo de la religión institucional, lejos del templo de Jerusalén y por tanto de todo el amparo espiritual que éste representaba. Incluso fuera del resguardo y de las cuatro paredes que todo templo o local de adoración pudiera proporcionar… Y el único aval, credencial o recurso que llevaría consigo esta iglesia peregrina y móvil es la presencia y autoridad del propio Jesús. Por eso la iglesia (i.e. los que Lo confesamos) debe saber quién es Él, qué autoridad ostenta (cf. Mt 28:18) y cuál es el poder del que nos hace partícipes (cf. Mt 28:19) cuando nos dice “he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). En los lugares incómodos y hostiles, en los campos sin la luz del Evangelio, allí donde los creyentes se sienten más desamparados sólo disponemos de un recurso. ¡Pero menudo recurso! Saber quién es Jesús y conocer experimentalmente su autoridad y poder. Sólo podemos enfrentar semejantes desafíos ¡confiando ÚNICA y plenamente en QUIÉN ES Él e invocando SU NOMBRE!
Una de las cosas que más me llamó la atención al llegar a Estambul fue la cantidad de psiquiatras que se anunciaban en las fachadas de los edificios. ¿Por qué tantos “doctores del espíritu”, como se expresa en turco? (¡sugerente expresión!). La razón era que vivíamos cerca de un psiquiátrico. Nunca antes me había encontrado con tanta gente teniendo ataques de epilepsia por las calles. ¿Qué haces cuando te encuentras con alguien echando espumarajos por la boca y un corro de gente intentando evitar que golpee su cabeza contra el pavimento? No están allí reunidos esperando que llegues tú y les hables del Evangelio. No hay un auditorio especialmente orientado para que los presentes presten atención al predicador, no hay un equipo de alabanza que invoca y evoca la presencia de Dios y que envuelve el ambiente con adoración, no hay micrófonos que magnifiquen la oración elevada, no hay un corro de corazones en una sintonía contagiosa que digan “Amén”. ¿Qué haría Jesús en tal situación? ¡Lo único que tenemos es el Nombre y la autoridad delegada por Jesús para atar y desatar! Siempre que me he acercado y orado “en el nombre de Jesús” (a veces en voz alta, a veces por mis adentros) la persona en cuestión ha vuelto en sí inmediatamente y ha resultado en una oportunidad para glorificarlo: “Es Jesús quien te ha levantado”. Y después de dejarle una tarjeta o una nota con una dirección de contacto me he despedido. Por eso a la hora de penetrar en los territorios del Hades (donde reina la muerte espiritual, física o estructural) Jesús quería que tuviéramos bien claro quién es Él. ¿Tenemos esa convicción?
Cuando el apóstol Tomás llevó el Evangelio a la India ¿qué aparato eclesial lo amparaba y respaldaba? (se dice que llegó hacia el año 52 y fue martirizado cerca de Chennai, en Tamil Nadu, al sur de la India, en el año 72). Por entonces los cristianos en el Imperio Romano apenas eran un par o tres de decenas de miles, y ahora él se aventuraba mucho más allá de todo límite conocido, incluso más allá del Imperio contiguo al de Roma, el Sasánida. Y para ello, ¿se llevó víveres, pertrechos, mapas, dinero, oro, plata… para años? ¿Trabajó por el camino para suplir sus necesidades o fue confiando en la hospitalidad de aquellos que se fuera encontrando en su ruta? (cf. Lc 10:3-7). ¿Viajó con intérpretes y guías del terreno ignoto? ¿Estableció comunidades, y si es así algún tipo de jerarquía de gobierno, o solamente fue predicando y sanando a los enfermos de una forma itinerante, como su Maestro? ¿Habrían llegado hasta esas tierras lejanas las sinagogas? O desprovisto de este recurso tan usado por los otros Apóstoles, de empezar predicando a las comunidades de la diáspora judía y a los prosélitos (i.e. los simpatizantes gentiles), ¿tuvo que presentarse en templos paganos donde le dirían “quién eres tú y de dónde sales”? Lo único que Tomás tenía era el acompañamiento, la presencia de Jesús y quizás un ejemplar prematuro de Mateo[2]. Él se fue confiando, no en estrategias de comunicación de masas, en recursos económicos o de ayuda humanitaria, en metodologías de adoctrinamiento, o en diplomas o credenciales que lo avalaban como autoridad eclesial (aunque no debemos menospreciar ningún recurso). Sino que salió a tamaña aventura con una clara convicción y experiencia de quién es Jesús y sabiendo que Él iría acompañándolo y respaldaría su anuncio con Su autoridad, a medida que él Lo invocaba.
Por eso la propuesta de Jesús de lo que según Él debería ser la iglesia, no es una propuesta para una modalidad de organización religiosa, sino que es una propuesta misionera. Es un llamado a la misión antes de la misión (si por “misión” lo que entendemos es sólo lo que empezó a hacerse después de Pentecostés). Porque es una propuesta y un llamado hechos en el extranjero, en un lugar desafiante y totalmente ajeno a la tradición centralista de la religión. Y es un llamado a desbaratar el reinado de la muerte en todas sus manifestaciones. Porque Él vino “…para anular mediante la muerte el poder de aquel que tenía el poder de la muerte, es decir, el diablo, y librar a los que por el temor a la muerte, estaban sujetos a esclavitud durante toda la vida” (Heb 2:14-15). Así, “el Hijo de Dios se manifestó con este propósito: para destruir las obras del diablo” (1Jn 3:8). Él quiere que su iglesia por vocación arremeta contra las puertas del Hades y contra los templos del pánico, picando piedra sobre las “rocas” y los terrenos más duros de todo el mundo. Es decir, quiere que los Suyos enfrenten sus miedos, y así irrumpan en los lugares incómodos, en las zonas limítrofes, en los terrenos hostiles, allí donde los creyentes se sentirán más vulnerables. ¡confiando ÚNICA y plenamente en QUIÉN ES Él! ¡Llegando así hasta los extremos de la tierra! Estos pueden ser tanto los países más cerrados del mundo, como los barrios más peligrosos de nuestra ciudad. Pueden ser los entornos más corruptos, o los foros más opositores al Evangelio. Pueden ser aspectos paganos de nuestras sociedades, o todas las religiones del mundo.
¿Y en qué consiste asaltar las puertas del Hades? En revertir los efectos del pecado y de la muerte ofreciendo a los “muertos espirituales” (a la humanidad entera) el reencuentro con Dios (paliando la separación y juicio causados por el pecado), y proveyendo la curación de la muerte espiritual, emocional o estructural, que son consecuencias de la caída. Consecuencias resultantes bien sea de la malicia, la corrupción y la disolución moral que esclaviza a cada ser humano; bien sea de las disputas, las agresiones o las vejaciones infringidas al hombre por el hombre. Así el objetivo es reparar todos los efectos que la caída ha tenido sobre el espíritu, el alma y el cuerpo (cf. 1Ts 5:23), y sobre todas las familias, colectivos y naciones de la tierra (cf. Gn 12:3; 18:18; 22:18 y similares). Esto es, predicando tanto el Evangelio de la salvación eterna, así como proveyendo para las necesidades anímicas y físicas de un mundo sin la vida auténtica. La vida abundante que da Jesús (cf. Jn 10:10). Que llega incluso a reconciliar a los pueblos entre sí (cf. Ef 3:15-16).
Y esto requiere ir a los lugares o entrar en los círculos donde abundan los “muertos espirituales” y ofrecerles una salida. Entrar por “las puertas” y librar a las almas confinadas dentro de los muros del “Hades”, ofreciéndoles una excarcelación de tal prisión y opresión (sin caer en colonialismos religiosos o prácticas xenófobas, y sin violentar las culturas; por el contrario, ayudando a los colectivos vulnerados a encontrar su dignidad, su paz y el bienestar). Por eso en la imagen que evoca Jesús con sus palabras es la iglesia la que carga contra las puertas del Hades, y no aparece la idea de un infierno con sus poderes que ataca a la iglesia. No dice que el infierno no dañará a la iglesia, sino que el infierno no resistirá ante los embates de la iglesia. Así en las palabras de Jesús no es el Hades el que ataca a la iglesia, sino la iglesia la que ataca al Hades (un ataque que no es en absoluto vejatorio ni violento, sino emancipador y redentor). Es una puesta en práctica a nivel espiritual, emocional y social de la promesa hecha a Abraham: “tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos” (Gn 22:17; 24:60). Y el enemigo como hemos visto son “las obras del diablo” que Cristo vino a desbaratar (cf. 1Jn 3:8). Por tanto, es la iglesia la que debe desplazarse hasta “el Hades”, incluso entrar en “el Hades”, igual que Cristo abandonó los cielos y entró en este mundo perdido, “descendiendo a las profundidades de la tierra”, “predicando a los espíritus encarcelados… y el evangelio a los muertos” (cf. Ef 4:9 con 1Pe 3:19 y 4:6). Es la iglesia la que debe salir al encuentro de los muertos espirituales y no quedarse encerrada entre sus cuatro paredes. Es la iglesia la que debe ir y proclamar, asistir y liberar a las almas y a los colectivos que están atrapados en “el Hades”. Y esto sólo puede hacerlo si la iglesia (i.e. los creyentes) abandona su área de confort y está dispuesta a asumir riesgos y penetrar los círculos más oscuros del orbe humano.
De esta enseñanza de Jesús podemos inferir que la única característica de la iglesia que no puede faltar en una comunidad para que sea iglesia, tal como Él la quería, es la disposición a ir a los extraños. Si no hay púlpito, ni grupo de alabanza, ni escuela dominical, ni... tantas otras cosas, una iglesia puede seguir siendo la comunidad de Jesús si su mayor característica son las misiones. Pero lo que seguro no puede faltar según Él para que ese grupito sean una iglesia es la disposición a ir a tierras a extrañas, a enfrentar sus miedos y a invocar allí Su nombre.
Si queremos ser EK-KLESIA (“los que son llamados fuera”, i.e. ékso-kalei) en toda su amplitud, y no quedarnos como los “llamados adentro” (mésa-kalei), ¡nuestra característica primaria en todos nuestros proyectos, actividades y esfuerzos tiene que ser salir de nuestra área de seguridad grupal, emocional y espiritual! Y alcanzar a las personas, a los colectivos, a los pueblos más distantes y más distintos a nosotros… Debemos pasar de una actividad centralista del reino (i.e. de planteamiento centrípeto) como el que existía en torno al templo de Jerusalén, a buscar la periferia (i.e. a un planteamiento centrífugo), en los márgenes y entre los marginados (sean pobres o sean ricos, sean culturas primitivas o sociedades hiper desarrolladas), allí donde estén las puertas del Hades más alejadas del amparo que gozamos entre el pueblo creyente y alejadas de los países de tradición cristiana. Ofreciendo un modelo de sociedad redimida a través del establecimiento de comunidades nuevas de creyentes que preserven esta misma visión, dinámica y apertura... Todo ello bajo el amparo y la presencia de quién nos dijo en la Gran Comisión: “he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Por eso Jesús nos pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16:15).
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PARA REFLEXIONAR:
- ¿Cuál pudo ser el propósito de Jesús al llevarse a los Doce al “extranjero”, lejos del templo de Jerusalén, en un lugar incómodo, y mostrándoles una roca yerma y apartada, frente a un templo pagano y en una región que desafiaba a sus discípulos, para hablarles allí por primera vez de la iglesia que Él mismo quería edificar tras partir de este mundo?
- ¿A qué se refiere Jesús cuando habla de la “iglesia”; a un tipo de organización o institución, o a la vocación que deberá distinguirla? ¿Qué área del ministerio no puede faltar para que la comunidad sea la iglesia que Jesús esbozó en su retiro de Cesarea de Filipo? Y aprovechando la orografía y nombre del lugar ¿cómo define aquí lo que será su misión?
- ¿Por qué es tan importante confesar a Jesús como “el Cristo, el Hijo del Dios viviente” al considerar los días en que Él ya no estaría entre sus discípulos y la tarea encomendada? Según ello, ¿cuál es el recurso imprescindible para “atar” y “desatar” tanto en la “tierra” como en el “cielo”, sobre todo pensando en lugares sin presencia de cristianos?
Para más información sobre misiones puedes ponerte en contacto con:
https://alianzaevangelica.es/iglesia-y-mision/misiones/
[1] No es este el único lugar donde hay cavernas con ese nombre. En la costa del Mar Negro se encuentra la ciudad de Eğreli (turco) o Heraclion (griego). Precisamente se llama así porque según la mitología griega es allí donde Hércules (Heracles) entró en el inframundo por una gruta del lugar conocida como “la Puerta del Hades”, para luchar contra el Can Cerbero, un perro de tres cabezas. Allí han estado sirviendo varios obreros por décadas tratando de plantar iglesia.
[2] «Panteno… penetró tan lejos como la India, donde se informa que halló el evangelio según Mateo, que había sido entregado antes de su llegada a alguien que tenía el conocimiento del Mesías, a quien Bartolomé, uno de los emisarios, como se dice, había predicado, y les había dejado ese escrito de Mateo en letras hebreas» (Eusebio, His. Ecl. V,10).
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