‘De Regno Christi’, obra fundamental de Martín Bucero
Villacañas aterriza las ideas y situaciones acumuladas para hallar en el horizonte desplegado por Calvino y sus colaboradores los puntos climáticos que hicieron de éste la consumación de la gran transformación que representó la Reforma como un todo plural.
01 DE AGOSTO DE 2025 · 10:23

Encontramos en él a un hombre de muchos estratos mentales y temporales y por él, de forma acelerada, el teólogo se convierte en reformado a través de una aguda y sagaz mente afilada por la crítica humanista. Sin embargo, nadie como él impulso el proceso de confesionalización. Su alma está demasiado cerca de la Biblia como para no pensar siempre en los elegidos y, desde luego, considera las Sagradas Escrituras como un punto de referencia absoluto, un faro completo para la totalidad de los aspectos de la vida del hombre en la tierra.[1]
J.L.V.
La “Introducción” de La revolución práctica de Calvino, tercer volumen de Imperio, Reforma y Modernidad, de José Luis Villacañas,[2] es un formidable documento que ubica impecablemente las coordenadas en las que se mueve su exhaustivo análisis de la importancia de la tradición reformada-calvinista. La forma extraordinariamente ágil y didáctica con que se mueve entre los parámetros políticos, ideológicos, religiosos y teológicos que dieron pie al surgimiento y consolidación de esta revolución permite apreciar panorámicamente el conjunto de elementos que le dieron cuerpo. Basado en la sólida exposición de los dos primeros volúmenes, Villacañas aterriza las ideas y situaciones acumuladas para hallar en el horizonte desplegado por Calvino y sus colaboradores los puntos climáticos que hicieron de éste la consumación de la gran transformación que representó la Reforma como un todo plural. Su visión geopolítica y cultural le permite mostrar en grandes trazos la influencia del movimiento en cuestión y asomarse con claridad a la manera en que el reformador francés afianzó lo que podía haber derivado en una dolorosa derrota y en un gran retroceso para lo conseguido desde finales de 1517 en Alemania.
Cuando acomete la intención de resumir la proyección e internacionalización de la tradición reformada lo consigue plenamente: “El clero reformado magisterial, crecientemente normalizado por la labor cada vez más conservadora de las universidades, se había convertido en una ingente elite de educadores al servicio de la estabilidad del nuevo orden. […] Fue su inicial insignificancia lo que salvó al calvinismo, pues nadie supo prever su naturaleza explosiva” (pp. 22-27-28). Y cuando especifica los lugares claves de esa expansión e influencia mediante la identificación precisa de los elementos en juego, su perspicacia y capacidad de análisis destacan aún más
En todos estos frentes [Francia, Italia, Países Bajos, el Palatinado, Inglaterra, Escocia, Austria, Hungría…], Ginebra se convirtió en el centro de una red europea de predicadores que, férreamente entrenados por Calvino y sus instituciones pastorales, extrajeron las consecuencias de sus formulaciones sobre la construcción eclesial y sobre una política cristiana en medio de luchas implacables. [...] Ginebra generó su propia internacional revolucionaria que alteró de forma fulminante la monarquía francesa, y luego erosionó lentamente la reforma luterana en el imperio, en los Países Bajos y en Inglaterra. […] Fue la reforma calvinista la que mantuvo a la constelación moderna en estado de efervescencia, de agitación, impidiendo que se estabilizara y cerrara (p. 28).
Previamente a estas líneas, Villacañas hace un paseo geográfico por la Confesión Belga (1561), el Catecismo de Heidelberg (1963), los exiliados ingleses y los demás países mencionados. Para él, “la sistematización previa lograda por Calvino se proyectaba en la década de los 1560, preparando los ánimos para una batalla cuyo primer elemento era la definición precisa de las posiciones religiosas” (Ídem, énfasis agregado). Más adelante, habla aún más claramente de las virtudes que abonaron al crecimiento de esta vertiente protestante: “Un pequeño grupo de cristianos, firmemente anclados en el único soporte de la experiencia de su fe y su conciencia de elegidos, se enfrentó a todos los poderes regios ansiosos de elevarse a absolutos. […] Dotado de unos principios básicos, eficaces y profundos, el calvinismo internacional que venía de Ginebra presionó a todos los actores de la segunda mitad del siglo XVI y sus masas urbanas, que se hicieron visibles con sus oficios religiosos al aire libre con miles de fieles y con sus violentas rebeliones iconoclastas, mostrando algo nuevo en el mundo, la disciplina más profunda en medio de la rebelión más intensa” (pp. 32, 33).
En este contexto tan exigente, la figura de Martín Bucero (1491-1551), el gran reformador alsaciano establecido en Estrasburgo y posteriormente exiliado en la Gran Bretaña, es rescatada por Villacañas para proyectarla como un sistematizador, acaso el primero con tan notable visión de conjunto, quien desde el extremo occidental de Europa fue capaz de atisbar en su obra teológica, especialmente en De regno Christi (Del reino de Cristo, en latín, 1550; alemán, 1558; francés, mismo año, con el patrocinio de Calvino),[3] dirigida a Eduardo VI, el nuevo perfil político resultado de los cambios reformistas, aunque con un pie anclado en la tradición y el otro en las circunstancias que le correspondió vivir. Desde 1518, cuando conoció a Lutero y Zwinglio personalmente, el reencuentro con el primero (quien lo trató rudamente) en Marburgo en 1529, hasta su trabajo reformador en Estrasburgo y el destierro en Inglaterra, la vida de Bucero se movió en los principales ambientes de cambio religioso. Eso lo retoma Villacañas para mostrar cómo consiguió, en medio de los avatares políticos del país que lo acogió, pergeñar uno de los documentos más sensibles a la impronta política de las ideas reformadoras desde una vertiente irénica (hoy se diría ecuménica), pero también en diálogo profundo con los textos sagrados y la historia bíblica.
Para el autor, la inmensa racionalización teórica del calvinismo tuvo su punto de partida en la obra del hombre excepcional que fue Bucero. Inicialmente tomista, al ser dominico, la valentía de Lutero lo deslumbró y pudo llevar a Estrasburgo (adonde se casó con Wibrandis Rosenblatt) una reforma exitosa que abortó cuando Carlos V tomó la ciudad. Ya en Inglaterra, las polémicas con el obispo Stephen Gardiner, subraya, “ayudaron a perfilar el sentido de la reforma anglicana y su inestabilidad constitutiva, siempre presionada por la radicalidad doctrinal calvinista. Cuando sus discípulos tuvieron que marchar al exilio bajo el reinado de María I, se instalaron en Ginebra y en Fráncfort. Ahí se forjó ese hilo que une Ginebra con las Islas, que iba a ser decisivo para dotar a la revolución de Calvino de una dimensión internacional y europea” (p. 38).
La vastedad de miras con que Villacañas estudia a Bucero puede abrumar a más de un lector/a. Las 65 páginas que le dedica, con el objetivo de centrarse en De regno Christi, constituyen una rigurosa indagación guiada por la lectura minuciosa de esa obra toral. En las 12 primeras (parágrafos 1 y 2) presenta su perfil como el de un reformador parecido a Melanchthon, para luego referirse a su labor en Estrasburgo, que lo marcó para siempre, especialmente por el contacto que debió tener con el anabautismo, tan fortalecido en esa ciudad, aunque en realidad allí convivieron varios grupos más: husitas, espiritualistas, valdenses y otros predicadores. Desde 1523 hasta 1548, un cuarto de siglo exactamente, buscó un sincretismo entre Zwinglio y Lutero en medio de una ardua tarea eclesiástica: “Ni los pastores debían ser también los gobernantes, como en el primero, ni los gobernantes laicos podían ser una desnuda facticidad histórica ajena a los pastores” (p. 44).
En diferentes momentos Villacañas subraya las concesiones a los anabautistas en sus decisiones y en algunos documentos importantes. Bucero creía que “los magistrados seculares tenían misión y un ministerio, pues seguían rigiendo una esfera de acción diferente de la religiosa” p. 44). Por ello ofreció al magistrado civil urbano la posibilidad de intervenir en el estado de excepción del derecho de reforma, “que estaba siendo bloqueado por el papa y el emperador”. “Bucero y los suyos pretendían que el magistrado civil cumpliera con su función ministerial asumiendo esta reforma, que procedía íntegramente de los predicadores, y la impusiera a la totalidad de la ciudad en tanto autoridad civil” (p. 46). La autoridad civil conduciría la reforma para asegurar la paz y la vida urbana. Sobre su eclesiología inicial, advirtió la necesidad de cooperación entre los poderes, más allá de la obra del Espíritu Santo en los fieles creyentes. Pero las circunstancias externas complicaron el proyecto de Bucero que había incorporado algunas demandas anabautistas como el completo autogobierno eclesial moderado en la forma de “iglesia confesante”, esto es, en los aspectos de la vida eclesiástica en los que el Consejo de la ciudad no podía intervenir. De tal forma que luego de la victoria de Carlos V en Mühlberg y la imposición del Ínterin, que toleraba de dientes para afuera el crecimiento protestante, pero imponía los ritos y ceremonias católicas en todo el imperio.
“En lugar de asumir una iglesia más pura en su seno, la reformada Estrasburgo tuvo que aceptar de nuevo la presencia de la vieja fe” (p. 53), por lo que en abril de 1548 Bucero marchó a Inglaterra, adonde escribiría De regno Christi y moriría tres años después. Ese “modelo de todo reino mundano” es un auténtico tratado de teología política, como se diría hoy, aderezado con una amplia gama de aseveraciones basadas en los textos sagrados. Resulta paradójico que quien quiso fundar la iglesia de los “confesantes” (quienes confirmaban su fe mediante una declaración pública que equivaldría al bautismo anabautista de creyentes) “ofreciera argumentos a favor del anglicanismo y en contra de los puritanos” (p. 53). La idea de una “iglesia de los elegidos” fue abandonada y Bucero se enfrascó en una larga disquisición (15 capítulos en el Libro I y otros 14 en el II) sobre una monarquía cristiana en cuya cabeza está el Señor. Pero su planteamiento básico fue mucho más allá de lo que podía esperarse de alguien como él: “El poder temporal ya no es un resto profano que en todo caso permanece ajeno a la cristianización de mundo. La idea de Bucero es que ya no puede haber resto profano en la vida del cristiano. No hay reino temporal que permanece en el fondo fuera de la iglesia. Solo hay reino de Dios o reino de Cristo” (p. 56, énfasis agregado). Sin alternativas.
Varias de las puntuales afirmaciones de Villacañas que glosan al reformador tomadas directamente de su obra son dignas de citarse “en cascada”:
…el reino de Dios es el origen y el telos de ambos dominios, que asumen que la dimensión mística que tuvo el concepto de reino en la predicación cristiana ahora adquiere también una dimensión terrenal.
El reino de Cristo se realiza en este mundo y solo su plena mundanización prepara su completa trascendencia. Bucero ha sabido impulsar más allá de lo que parecía empantanado desde el siglo XIII, la cristianización completa del mundo. Su veredicto es que la Iglesia romana no ha sabido desplegar una auténtica realización del cristianismo en el mundo, una mundanización de lo sagrado como camino de perfección (p. 57, énfasis agregado).
El reino de Cristo no tiene especificidad respecto de su estructura formal. No altera ni uno solo de los detalles de todo reino. Al contrario. Los lleva a la perfección, pues su fundamento activo, la persona de Cristo, sobresale por encima de cualquier instancia en sabiduría y virtud.
Ahora es el reino político cristiano el que, sin dejar de ser como cualquier otro reino, y presentando todos sus rasgos mundanos, además conduce a la salvación (p. 58).
Así que el reino de Cristo tiene aspectos externos. No es el reino de la pura interioridad ni tampoco meramente el reino secular. Como si fuera el primero, se dirige como meta a la salvación y se rige por la ley divina; pero como el segundo, interviene en la acción externa que esa ley manda. De este modo, como todo otro reino, tiene una base mundana (p. 62).
Así, tenemos la paradoja: un reino civil solo llega a ser de verdad reino si es reino de Cristo. Sin ese cemento, sin los pactos que impone, la comunidad civil no tiene sobre qué sostenerse ni conoce de verdad el espíritu de las obligaciones (p. 64).
Las derivaciones de esta percepción política de un Estado cristiano son analizadas por Villacañas en los siguientes parágrafos: “Disciplina y confesionalización”: “…confesionalización y disciplina libremente asumida son elementos internamente relacionados y constituyen la señal unívoca de la transformación de un reino profano cualquiera en un reino de Cristo” (p. 69).
“Subordinación recíproca”: “‘Justo como los reinos del mundo son subordinados al reino de Cristo, así el reino de Cristo está a su propio modo subordinado a los reinos de este mundo’ [RC, 186/11]. Esta tesis es revolucionaria respecto de la omnipotencia de la gracia de Dios. que se cumplan los deberes de los reyes condiciona la eficacia de la Palabra. De ahí que el rey no pueda permanecer como un resto profano. […] Así, la vida en la tierra de Cristo es decisiva para entender en qué sentido hablamos del reino de Cristo. Este reino es de Cristo porque Cristo, con su existencia terrena, fue el modelo de ciudadano” (p. 71, primer énfasis original, segundo agregado).
“El papel del príncipe secular”: “La Reforma, tal como la entiende Bucero, es como una nueva evangelización en la que la administración religiosa y el imperio cooperan. Quien se opone a ella se mueve en la ‘dirección de una horrible sedición’ [RC, 272/88]. De este modo, la Reforma en el caso de Bucero pensó lo que iba a ser el proceso histórico concreto, con todas sus terribles consecuencias concretas. […] La confianza que Bucero funda en el Señor es que tras la actuación de la autoridad ‘se dará un consenso por el Gran Consejo del reino para la completa recepción del reino’ [279/95]” (pp. 92, 93). Bucero se distancia tanto de Maquiavelo como de Hobbes.
Finalmente, “La octava ley: la educación”: “La fundamentación teológica de esta octava ley es el conocido pasaje de 2 Tesalonicenses 3.10-11 que reclama que quien no trabaje que tampoco coma. Quien no trabaja en esta nueva sociedad que se está diseñando teóricamente es el nuevo homo sacer. […] Nadie debía aprovecharse del trabajo ajeno. […] El trabajo creativo restaura la imagen del Dios creador que porta en su seno cada hombre y de este modo se convierte en la clave auténtica de una reforma universal” (p. 97, 98). El trabajo es considerado como una “realidad común a Dios y a la naturaleza, al hombre singular y a la res publica, a la Iglesia y al Estado que está sostenido por el cuerpo místico de ella. […] Escuela del cuerpo y del alma, el trabajo endurece los miembros y habilita para el servicio militar…” (p. 100, énfasis agregado). Sobresale aquí el énfasis otorgado a la formación de las nuevas generaciones como ejercicio de disciplina y de preparación para vivir en la nueva sociedad.
Las propuestas de Bucero en De regno Christi se aplicaron parcialmente en Inglaterra, pero de manera efectiva logrando una adecuada síntesis con otras corrientes reformistas: “…ha disciplinado el pensamiento de la reforma radical intentando mantener la aspiración no sectaria, sino eclesial y universal de la Reforma, ahora canalizada por el sentido judío del reino” (p. 106). “Más allá del equilibrio alcanzado bajo el reinado de Isabel I, las ideas de Bucero en De regno Christi impulsarán la política calvinista y prepararán la síntesis de reforma y parlamento que será característica de los que combatieron a los Estuardo. Un elemento central de la constelación moderna, la dinámica de las ideas reformadas en las Islas, ya había quedado sistematizado para siempre” (Ídem). Inglaterra fue un auténtico laboratorio para aplicar las ideas reformadas como parte de esta revolución práctica.
Notas
[1] José Luis Villacañas, “Introducción”, en Imperio, Reforma y Modernidad. Vol. III. La revolución práctica de Calvino. Madrid, Guillermo Escolar Editor, 2025, p. 42.
[2] Cf. el comentario de Emilio Monjo sobre la obra de Villacañas: “José Luis Villacañas: reflexiones sobre la Reforma”, en Protestante Digital, 18 de mayo de 2019; y “Protestante Digital otorga al catedrático José Luis Villacañas su premio ‘Unamuno, amigo de los protestantes’”, en Actualidad Evangélica, 1 de noviembre de 2020.
[3] Cf. Wilhelm Pauck, ed., Melanchthon and Bucer. Louisville, Westminster John Knox Press, 2006. La primera edición es de 1969. La introducción del editor abarca las pp. 155-173, y la traducción de De regno Christi, anotada críticamente, las pp. 174-394. Villacañas cita directamente la obra en latín, traduce lo necesario y hasta compara las variantes que encontró en la traducción inglesa, principalmente, que le parecen inadecuadas.
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