Comentarios: ‘Protestantismo y formación del Estado en Oaxaca después de la Revolución mexicana’ (1)
El 25 de julio tuvo lugar, en Tlaxiaco, Oaxaca, la presentación del libro. Su autora, Kathleen M. McIntyre, tuvo la generosidad de invitarme para ser uno de los comentaristas.
10 DE AGOSTO DE 2025 · 09:00

El 25 de julio tuvo lugar, en Tlaxiaco, Oaxaca, la presentación del libro Protestantismo y formación del Estado en Oaxaca después de la Revolución. Su autora, Kathleen M. McIntyre, tuvo la generosidad de invitarme para ser uno de los comentaristas, junto con el doctor Juan Julián Caballero. Lo que a continuación reproduzco sirvió de base para mi participación en el acto mencionado.
I
Es un libro sobre presencia y desarrollo del protestantismo en Oaxaca, aunque las interrogantes y reflexiones planteadas son pertinentes en otras geografías. Kathleen M. McIntyre, en el volumen titulado Protestantism and State Formation in Postrevolutionary Oaxaca (University of New Mexico Press, 2019), cuya traducción al español ha sido publicada por el Instituto de Investigaciones en Humanidades de la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y Casa Unida de Publicaciones, estudia el desarrollo del cristianismo evangélico en las comunidades indígenas oaxaqueñas. Dicho asentamiento ha conllevado, al igual que en otros lugares donde la población es mayoritariamente descendiente de culturas precolombinas, distintas respuestas por parte de quienes se identifican con la creencia religiosa tradicional y dominante.
En la introducción de la obra su autora expone tanto criterios metodológicos como el camino que debió recorrer para apropiarse cognitivamente de la realidad sociorreligiosa a investigar. Desde los párrafos iniciales contrasta las visiones de quienes llegaban a territorio de Oaxaca para evangelizar a los que llamaban indios, y la percepción de un sector creciente que consideraba disruptores de la identidad a los misioneros y conversos por alterar la unidad de los pueblos y regiones. Lo mismo ha sucedido en la vasta geografía de Amerindia, con distinta intensidad, al mismo tiempo que es en territorios predominantemente habitados por indígenas donde tiene lugar fuerte movilidad religiosa a favor de las distintas expresiones del cristianismo evangélico.
¿Los llamados usos y costumbres son resultado de la dominación colonial española o, más bien, preservan líneas de continuidad con las comunidades existentes antes de la llegada de los conquistadores? En el abordaje explicativo y, para tener un terreno común con quienes leemos su libro, Kathleen M. McIntyre define a los usos y costumbres como “un conjunto de normas colectivas sobre las que comunidades indígenas oaxaqueñas basan su autogobierno. Por ejemplo, las comunidades que siguen usos y costumbres pueden elegir a líderes locales a mano alzada en una asamblea, no mediante procesos electorales en las urnas” (p. 26). La polémica sobre la idoneidad de una y otra forma se intensificó en México a raíz del levantamiento en Chiapas del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (enero de 1994). Aunque en otras regiones del país con poblaciones indígenas el tema es debatido y parte de la realidad cotidiana, en Oaxaca y Chiapas adquiere mayor relevancia dado que son entidades en las que por decisiones en asambleas se han reportado más casos de hostilidad hacia los colectivos protestantes.
El objetivo de la obra que comentamos es dilucidar las interacciones en Oaxaca entre indígenas protestantes, misioneros extranjeros, la Iglesia católica y sus autoridades, y las instituciones resultantes de la Revolución mexicana. En cierto sentido Oaxaca adquiere relevancia para estudiar lo anterior porque, con ciertas variantes en distintos periodos, es la entidad de la República mexicana que incluso con cifras de 2023 reportaba el mayor porcentaje de población que se consideraba indígena: Oaxaca, 26.3 %; Yucatán, 24.3 %; Chiapas, 22.4 %; Guerrero, 13.5 % y Quintana Roo, 12.9 por ciento. Los porcentajes citados corresponden, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, “a la población de 3 años y más, hablante de lengua indígena y que se autorreconoce como indígena”.[1] Los números son aún mayores si se incluyen en ellos a quienes se identifican como indígenas pero no hablan una lengua indígena.
Es interesante que Yucatán, Guerrero y Quintana Roo (segundo, cuarto y quinto lugar respectivamente con mayor porcentaje de población indígena) hayan tenido históricamente, si se les compara con Oaxaca y Chiapas, considerablemente menos casos de persecuciones contra los conversos al protestantismo. Por otra parte, desde el Censo General de Población de 1990 Chiapas ocupa el primer lugar del país en porcentaje de población evangélica/protestante. Igualmente el mismo Censo reportó que varios municipios chiapanecos preponderantemente indígenas tenían 30 por ciento, o más, de protestantes/evangélicos. Números sin parangón en cualquier otra zona de México (https://www.jornada.com.mx/2011/03/23/opinion/024a1pol).[2] Los datos exhiben que el proceso de cambio en el campo religioso tiene diversas aristas y las actitudes de los sujetos tienen matices que complejizan su estudio para los interesado(a)s en el tema.
Aunque Oaxaca no está entre los primeros cinco estados con mayor porcentaje de protestantes/evangélicos, sí tiene crecimiento de tal confesión religiosa mayor que la media nacional y ello es un elemento a tener en cuenta dado que pese a concentrar casos de intolerancia religiosa, por otra parte, el avance de los considerados “advenedizos” por los tradicionalistas no se debe únicamente a la resistencia de los creyentes en la defensa de sus derechos sino también a la consolidación de espacios de tolerancia por parte de mujeres y hombres que reconocen la validez de la diversificación religiosa.
Oaxaca era, hasta 1970, una de las entidades del país con mayor proporción de católicos, los cuales representaban el 97 por ciento y los evangélicos 1.5%. En 1980 estos últimos representaron 4.4 por ciento de la población, en 1990 crecieron a 7.3 y en el 2000 alcanzaron casi 9 por ciento.[3] La misma fuente consigna que de los 570 municipios de Oaxaca en el año dos mil solamente cuatro no tenían población evangélica/protestante. El Censo del 2020 consignó que Oaxaca tenía 15.8 por ciento de población protestante/evangélica, mientras la media nacional fue de “11.2 por ciento. Hay entidades en que el número casi se triplica, como en Chiapas, que reporta tener 32 por ciento. Le siguen Tabasco (27 por ciento), Campeche (24), Quintana Roo (21) y Tamaulipas (17)”.[4
La investigación de Kathleen M. McIntyre está enfocada “primordialmente en el protestantismo en Oaxaca y su impacto sobre las identidades indígenas” (p. 33). Hace bien la autora en hablar de identidades y no de identidad, porque son múltiples las expresiones identitarias entre la población originaria de México. También es un acierto que en su investigación haya procurado ejercer una mirada multidimensional, por lo cual tienen cabida en el estudio múltiples voces. Esto es importante dada la inclinación en el mundo académico a basarse en prejuicios para explicar la “anomalía” de los indígenas protestantes al elegir una identidad alternativa que es juzgada como ilegítima y/o “insuficientemente indígena”.
A contracorriente de enfoques esencialistas, que construyen la noción de continuidades identitarias cuasi inmutables, el estudio que nos ocupa afirma que las identidades indígenas son dinámicas. El ritmo del dinamismo puede ser menos intenso que en zonas urbanas, pero existe, no por imposiciones exógenas sino debido a las negociaciones cognitivas que desde siempre los pueblos indígenas han desarrollado con su entorno.
II
La obra de Kathleen M. McIntyre refiere los orígenes del cristianismo evangélico en territorio oaxaqueño, orígenes en los cuales, apunto, debe prestarse atención a las evidencias que señalan esfuerzos endógenos anteriores a la llegada de los misioneros extranjeros.
“El protestantismo oaxaqueño remonta sus orígenes hasta el hijo más famoso del estado, Benito Juárez. Proveniente del poblado zapoteco de Guelatao, en la Sierra Norte de Oaxaca, sin saber leer y escribir ni hablar español hasta que se fue a vivir a la ciudad de Oaxaca” (p. 39), comenta la autora, Juárez escaló de abogado a ser gobernador y, más tarde, presidente de la nación. ¿En qué sentido Benito Juárez tiene relación con el asentamiento del protestantismo en Oaxaca? La tiene porque, firme defensor de la separación Iglesia-Estado, él se involucró con los liberales que dieron la lid por el fin del dominio de la Iglesia católica sobre el Estado mexicano para garantizar legalmente la libertad de creencias. Con las Leyes de Reforma que debilitaron el poder de la institución católica romana, que van de la Ley de Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos (12 de junio de 1859), a la Ley sobre la Libertad de Cultos (4 de diciembre de 1860), Juárez hizo posible legalmente la emergencia y práctica pública de creencias religiosas distintas de la tradicionalmente dominante. Garantizar legalmente no debe confundirse con directamente haber iniciado los núcleos protestantes. Éstos tuvieron diversos comienzos, una de cuyas modalidades fue la de los esfuerzos de misioneros extranjeros, pero no la única. Tanto para el país, como para Oaxaca, Juárez dio cobertura legal a un proceso en desarrollo, el de la consolidación de confesiones religiosas distintas al catolicismo romano.
En el volumen que comento es mencionado James Thomson, agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera (SBBE) y del sistema de escuelas lancasterianas, quien arribó al país en abril de 1827. La Biblia que distribuyó fue la traducida por el sacerdote católico Felipe Scío de San Miguel, pero la SBBE la imprimió sin libros deuterocanónicos que algunos llaman apócrifos.
Thomson estuvo en Oaxaca del 24 de mayo al 13 de junio de 1828, hizo labor de difusión bíblica.[5] Se hospedó en casa de uno de los canónigos de la Catedral y tuvo con él varias conversaciones acerca de la Biblia. Otros clérigos de la ciudad expresaron su contrariedad porque las Escrituras distribuidas por Thomson carecían de notas doctrinales y los apócrifos. Pudo diseminar ejemplares de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento, tras lo cual emprendió el regreso a la Ciudad de México. ¿Qué efecto tuvieron en quienes hayan leído los ejemplares distribuidos por Thomson? No lo sabemos, pero como fuere la Biblia quedó en manos de algunos oaxaqueños.
Enrique Marroquín y Alberto Hernández, afirman que “la primera presencia protestante en Oaxaca estuvo a cargo de las iglesias protestantes históricas, cuya actuación se remonta al último tercio del siglo XIX, Destacaron la Iglesia Metodista del Sur, la Iglesia Presbiteriana del Norte y la Iglesia Bautista del Norte. Desde la Ciudad de México, los misioneros bautistas avanzaron hacia Puebla y Oaxaca, donde establecieron estaciones misioneras, clínicas y escuelas”.[6] Por su parte Kathleen M. McIntyre asevera que Manuel Martínez Peña, residente en la ciudad de Oaxaca, dirigía lecturas bíblicas semanales con un grupo conformado por familiares y amigos. Agrega que “buscando tener un espacio más grande y más miembros de su grupo, Martínez Peña fundó la Sociedad Evangélica Oaxaqueña en el verano de 1871” (p. 42).
Los datos que he logrado conjuntar sobre el caso oaxaqueño apuntan hacia que la autora del libro comentado en esta serie está en lo correcto cuando señala que la Sociedad Evangélica de Oaxaqueña ya existía a la llegada de misioneros metodistas. Por lo tanto, no es exacto lo considerado por Enrique Marroquín y Alberto Hernández sobre la que tienen como la primera presencia organizada protestante en la entidad.
En el caso oaxaqueño, como en otras partes del país, los misioneros extranjeros llegaron a fortalecer esfuerzos endógenos ya existentes y que habían logrado consolidar núcleos evangélicos. Fue en estos casos en los cuales el trabajo de los misioneros se articuló con el desarrollado por personajes locales. Recordemos que tanto misioneros de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur como del Norte llegaron a la capital mexicana a principio de 1873. Pormenores de su llegada los ofrezco en algunas de mis investigaciones.[7]
Ambas iglesias resultaron beneficiadas por el trabajo de creyentes evangélicos mexicanos que tenían núcleos organizados en la capital del país desde, por lo menos, 1861. Antecesores de la diversificación religiosa fueron los Padres Constitucionalistas, clérigos católicos que apoyaron la Constitución liberal de 1857 y las Leyes de Reforma juaristas, a la vez que fundaron la Iglesia Católica Apostólica Mexicana, es decir no supeditada a Roma ni a sus autoridades. Uno de ellos, Manuel Aguilar Bermúdez, primero abrió reuniones en su domicilio y después, con la participación de creyentes mexicanos y algunos residentes extranjeros en el país, encabezó la consecución de un lugar en 1864 para tener reuniones de carácter evangélico, localizado en San José del Real número 21 (actualmente la calle se llama Isabel la Católica, en el Centro Histórico de la Ciudad de México).
El grupo de San José del Real inicialmente tomó el nombre de Sociedad de Amigos Cristianos y más tarde Sociedad Evangélica. En la elección del primer nombre influyó el representante de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera SBBE), John William Butler (cuya actividad inició en el país al menos desde 1861), ya que era cuáquero y a sus correligionarios también se les conoce como Sociedad de los Amigos. En 1864, posiblemente antes, Sóstenes Juárez se unió a la Sociedad Evangélica. En 1866 Aguilar Bermúdez escribe una carta a la SBBE, la cual inicia refiriendo que lucha “en la República mexicana por la fe que una vez fue entregada a los santos”, eco de una cita bíblica localizada en el Nuevo Testamento (Judas 1:3). Notifica que “ha sido necesario combatir con las preocupaciones del fanatismo que ha existido aquí hace más de 300 años y también con la indiferencia religiosa de muchas almas extraviadas”. Agregaba:
Ya hallamos personas que examinan las Escrituras diariamente con espíritu de humildad y devoción; que las estudian bajo la influencia de fervientes oraciones y llenos de fe, que predican la verdad con celo apostólico, que se apropian sus saludables preceptos y se consagran a Cristo nuestro divino Salvador para vivir sólo para él. La buena semilla del Evangelio está cayendo sobre terreno sediento del agua de la gracia, el pan de la vida se toma con avidez por los hambrientos hijos, muchas ovejas descarriadas están oyendo la voz misericordiosa del divino Pastor que las llama; muchas sintiendo la bienhechora influencia de la gracia del Espíritu santo, practican la caridad. Todo esto robustece nuestras esperanzas y, nos hace confiar en que Dios, en su infinita misericordia, está visitando este pueblo para el bien. Orad con nosotros para que nuestro padre celestial se digne bendecir nuestros esfuerzos, nos dé fuerzas en nuestras debilidades y nos llene de su Espíritu para que la obra que se hace en México, sea hecha para honra y alabanza de Cristo nuestro Señor.[8]
De acuerdo con John Wesley Butler, hijo del obispo y misionero que llegó a México en 1873, William Butler (no confundir con el representante de la SBBE, John William), la Iglesia Metodista Episcopal del Norte inició presencia en Oaxaca en 1880 y fue en 1887 cuando comenzó a florecer, al tiempo que cuatro congregaciones solicitaron ayuda porque “estaban luchando por mantener servicios [religiosos]”.[9] Entonces se unió a los metodistas la Sociedad Evangélica fundada por Manuel Martínez Peña. Kathleen M. McIntyre proporciona interesantes datos de reacciones en la prensa oaxaqueña de 1883 y 1884 contra la presencia consolidada de cristianos evangélicos. Tales reacciones, considero, incluían tanto a al núcleo de la Sociedad Evangélica como a los incipientes trabajos metodistas.
Finalmente, por esta ocasión, John Wesley Butler señala que la Sociedad Evangélica de Oaxaca quedó oficialmente constituida el primero de julio de 1871, y que el acto fue resultado de las visitas al grupo realizadas por el cuáquero John William Butler.[10] (p. 130). A su vez, como quedó consignado antes, John William formaba parte de la Sociedad Evangélica liderada en la Ciudad de México por Manuel Aguilar Bermúdez, quien murió en 1867 y ocupa su lugar Sóstenes Juárez. En febrero-marzo de 1873 se unió Sóstenes a los trabajos de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur.
Si bien es cierto que la Sociedad Evangélica asentada en la capital del país tuvo influencia para la creación de su similar en Oaxaca, queda por dirimirse cuándo inició actividades esta última. ¿En julio de 1871, como consignó John Wesley Butler? ¿Acaso varios años antes, como se asegura en otra fuente metodista? De acuerdo a El Abogado Cristiano, la Sociedad Evangélica de Oaxaca habría iniciado actividades en 1862, y la agrupación confirió “poder [a Peña] para bautizar, unir en matrimonio y predicar, comentando algunos pasajes de la Biblia”.[11] Sea en un año o en otro, lo cierto es que la Sociedad Evangélica de Oaxaca fue anterior al arribo de misioneros metodistas nacionales o extranjeros. En 1874, bajo la administración del gobernador José Esperón, el templo católico de la Concepción es cedido a la Sociedad Evangélica, la cual se vinculó a la Iglesia Metodista Episcopal del Sur”. El templo de la Inmaculada Concepción, perteneciente a la Compañía de Jesús, “está situado contra esquina del Zócalo de la ciudad de Oaxaca”, hace notar McIntyre, por lo que resultó clave para la visibilización social del metodismo que buscaba arraigarse en la capital del estado. Los metodistas del sur, en un recuento de principios de 1881, consignaban como integrante de su obra al núcleo oaxaqueño.[12] En el mismo año y en el siguiente se hicieron cargo de la congregación los pastores Rafael Solís y Sóstenes Juárez. En 1887 la responsabilidad de la obra fue tomada por la Iglesia Metodista Episcopal del Norte.
[1] www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/aproposito/2025/EAP_PuebIndig_25.pdf
[2] Carlos Martínez García, “Chiapas, el estado menos católico”, La Jornada, 23 de marzo de 2011, (https://www.jornada.com.mx/2011/03/23/opinion/024a1pol).
[3] Enrique Marroquín y Alberto Hernández, “Oaxaca: una diversidad conflictiva”, en Alberto Hernández y Carolina Rivera, Regiones y religiones en México. Estudios de la transformación sociorreligiosa, El Colegio de la Frontera Norte-CIESAS-El Colegio de Michoacán, México, 2009, p. 97.
[4] Carlos Martínez García, “El Censo y la movilidad religiosa (II)”, en La Jornada, 24 de febrero de 2021 (https://www.jornada.com.mx/2021/02/24/opinion/016a1pol).
[5] Carlos Martínez García, James Thomson: un escocés distribuidor de la Biblia en México, 1827-1830, tercera edición, Maná Museo de la Biblia, 2023, pp. 187-195.
[6] Enrique Marroquín y Alberto Hernández, “Oaxaca: una diversidad conflictiva”, p. 99.
[7] Carlos Martínez García, Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX, segunda edición, Casa Unida de Publicaciones-Librería Papiro 52, México, 2021; Navidad de 1873: apertura de la Iglesia Metodista La Santísima Trinidad en la Ciudad de México. Antecedentes y Precursores, Centro de Estudios del Protestantismo Mexicano-Librería Papiro 52, México, 2023.
[8] Texto completo de la carta reproducido por el misionero Henry C. Riley, El Abogado Cristiano Ilustrado, 20 de junio de 1901, pp. 198-199.
[9] John Wesley Butler, History of the Methodist Episcopal Church in Mexico. Personal Reminiscences, Present Condition and Future Outlook, The Methodist Book Concern, New York-Cinncinati, 1918, p. 131.
[10] Ibid., p. 130.
[11] El Abogado Cristiano Ilustrado, 2 de junio de 1910, pp. 340-341.
[12] Xeitl Ulises Alvarado López, La Iglesia Metodista Episcopal del Sur en México, 1873-1892, difundiendo la perfección cristiana, tesis de maestría en historia, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 2019, p. 94.
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