“La Comunidad Europea ha hecho un esfuerzo por sistematizar aún más el control y convertirse en una fortaleza a la que nadie venga”

Mientras continúan las incógnitas sobre qué supondrá a la práctica la aplicación del acuerdo migratorio de la Unión Europea, las voces de expertos continúan cuestionando el detalle del texto.

Jonatán Soriano

TOLEDO · 05 DE MARZO DE 2024 · 18:43

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El acuerdo migratorio de la Unión Europea prevé reforzar los mecanismos de control al llegar al territorio. / Depositphotos.

El acuerdo migratorio de la Unión Europea sigue siendo una incógnita en diferentes aspectos. Sobre todo, en lo que respecta a su aplicación a la práctica. Y es que todavía no está claro cómo afectará a la situación particular de cada país, teniendo en cuenta las diferencias existentes entre los estados miembro.

Algunas de estas cuestiones se analizaron en la conferencia Europa, ¿fronteras abiertas o cerradas?, organizada el pasado 24 de febrero por el Movimiento Político Cristiano Europea (ECPM, por sus siglas en inglés) y por el partido Valores en Toledo. Entre los invitados, el programa contó con la presencia de Noemí Mena, doctora en Comunicación Política y Migración, profesora de Negocios Internacionales y Comunicación en la Universidad de Radboud, en Países Bajos, y que ha colaborado con Protestante Digital.

A grandes rasgos, para Mena “el pacto refuerza lo que ya era una realidad, en base a los mecanismos de control, a los que dota de más legitimidad”. “Lo que me parece más preocupante es que todo el esfuerzo consiste en cerrar las fronteras en lugar de crear algún mecanismo para que personas, por ejemplo, de países africanos puedan venir a Europa, porque no hay ninguna forma legal en la que haya acceso al continente europeo”, explica en la entrevista que sigue a continuación y que se basa en su exposición en la conferencia.

“La Comunidad Europea ha hecho un esfuerzo por sistematizar aún más el control y convertirse en una fortaleza a la que nadie venga”

Noemí Mena durante su intervención en la conferencia sobre migración organizada por el ECPM y Valores. / Cedida.

Pregunta: A menudo, la sensación es que la cuestión de la migración se ha convertido en un arma arrojadiza por parte de la política. Parece muy fácil instrumentalizarla tanto para criminalizarla como para intentar sacar algún tipo de rédito político de ella. Pensando en esto, ¿cuál es tu valoración general de la conferencia organizada por el Movimiento Político Cristiano Europeo (ECPM) y el partido Valores, de la que participaste como conferenciante?

R: A menudo, cuando se habla de este tema, y es algo que también ocurrió en la conferencia, se habla del “problema de la inmigración”. Y eso, en sí mismo, es problemático, porque en realidad se trata del problema de la gestión de la inmigración. Es decir, el problema está más bien en cómo se gestiona, que no en la inmigración en sí, que es parte de la historia de la humanidad y del progreso de muchas de las naciones. Así que, cuando comenzamos hablando en esos términos, ya estamos problematizando algo que es un fenómeno que se puede gestionar de peor o mejor manera, pero que no tiene que significar que los inmigrantes sean un problema. 

Por eso, en la conferencia para mí fue importante comenzar hablando de quién es un inmigrante. Yo vivo en Países Bajos y aquí soy una inmigrante. Como en todos los contextos en los que nos movemos, en la conferencia también había personas que son inmigrante, o están casadas con un inmigrante, o tienen un hijo que ha emigrado al extranjero. Un inmigrante es una persona que se desplaza de un país a otro. Los motivos pueden ser diversos: para estudiar, para trabajar, por amor, etc. Y puede que sea para un periodo o un capítulo de sus vidas, o que se queden toda la vida. Hoy en día, muchas veces vamos y venimos. Antes, por lo general, las personas se iban y no volvían a su lugar de origen, como quienes salieron de España para América. Ahora vivimos otro tipo de inmigración. Ahora es diferente. Por ejemplo, un estudiante que está haciendo un programa de Erasmus en otros país, es un inmigrante. Aunque sea por un tiempo en concreto.

El problema es que la asociación que se realiza al término de inmigrante es tan negativa que nadie quiere ser llamado así. Hemos creado una negatividad en torno a ese tema y hemos problematizado un fenómeno que es parte de la historia de la humanidad y que de por sí no tiene por qué ser problemático. Pero cuando a nivel político y mediático se convierte en un problema, acaba generando esa sensación de que incluso uno quiere negar su propia identidad como inmigrante y utilizar otras palabras, como estudiante internacional, porque la otra palabra ha resultado tener unas connotaciones muy negativas. Esto nos tiene que hacer pensar.

P: Lo último que ha protagonizado el debate sobre este tema es el acuerdo migratorio de la Unión Europea. ¿Cuáles son tus perspectivas al respecto?

R: El pacto refuerza lo que ya era una realidad, en base a los mecanismos de control, a los que dota de más legitimidad. En cuanto a la solidaridad obligatorio de las cuotas de reparto entre los países, es una solidaridad a la carta que sí que obliga a los países a aplicar esa percepción de la solidaridad, pero se deja muy abierto a la práctica. Tanto que se puede negociar, hasta el punto de que los países puedan pagar dinero a cambio de ciertos privilegios. Para los países del sur, la cuestión de la acogida ha sido un problema, y hay otros países que no están convencidos en este punto. Si el procedimiento no se aplica, los países del sur, que son la puerta de entrada a Europa, van a seguir teniendo el mismo problema. 

El Pacto de Dublín ya estipulaba que cuando una persona entra a un país y registra su huella dactilar en él, entonces ese país tiene que hacerse cargo de ella. Creo que el nuevo pacto migratorio no avanza en este tema, sino que lo deja como una solidaridad a la carta que resulta muy confusa y que habrá que ver cómo se gestiona. 

"No hay ninguna forma legal en la que haya acceso al continente europeo, sino a través de una patera o saltando una valla".

En cuanto a los reglamentos de control, se refuerza el control en la frontera, sobre todo en la identificación de personas para asilo o retorno. Para ciudadanos extracomunitarios esto se traduce en un control de las huellas dactilares en la identificación a un registro de los datos que han creado y sistematizado, llamado Eurodac, y que se puede utilizar tanto para bien como para mal. Al final, el dinero que la Unión Europea invierte en esto básicamente es para el control de fronteras. Así que una se pregunta a qué se refiere la Comunidad cuando habla de solidaridad, porque se ha hecho un esfuerzo por sistematizar aún más el control y convertir Europa en una fortaleza a la que, si es posible, la gente de los países del sur no venga. 

También es problemático crear centros de acogida porque sigue siendo complicado definir todo el tema del asesoramiento jurídico, el tiempo que la persona puede estar ahí o la agilidad de la tramitación. Hay algunas cosas que el nuevo acuerdo busca cambiar en este sentido, pero no queda muy claro qué es lo que se va a hacer, o cómo cada país lo va a gestionar. 

Lo que me parece más preocupante es que todo el esfuerzo consiste en cerrar las fronteras en lugar de crear algún mecanismo para que personas, por ejemplo, de países africanos puedan venir a Europa, porque no hay ninguna forma legal en la que haya acceso al continente europeo, sino a través de una patera o saltando una valla. A eso no se le da respuesta con el acuerdo migratorio.

 

P: Llama la atención que en paralelo a la elaboración de este acuerdo se hayan visto pactos unilaterales de países de la Unión Europea con otros extracomunitarios, como es el caso de España con Marruecos, Senegal o Mauritania, y también el de Italia con Libia, Túnez o Albania. ¿Cómo puede encajar esto con el acuerdo comunitario?

R: Como no ha habido una respuesta común por parte de la Unión Europea, los países del sur del continente han explorado otras formas para crear ese control, pero estos pactos suponen la externalización de las fronteras en Europa. Creo que esto es muy problemático porque, al final, se le pasa a terceros países, con el apoyo de la Unión Europea, la capacidad de convertirse en los gendarmes que controlan el flujo migratorio. Estos acuerdos, desde el punto de vista de los derechos humanos y también de la transparencia de lo que está ocurriendo, suponen pedir a terceros países que, a cambio de un módico precio, controlen la inmigración. Si todo el dinero de este tipo de acuerdos se destinase a la creación de empleo y a la formación de las personas, sería diferente.

De estos acuerdos me preocupa la falta de transparencia. Al final son, también, parte de la narrativa de la Unión Europea basada en el control. Son otro procedimiento de control, pero en una forma bilateral. 

Conozco el caso de una persona que ha intentado venir de forma legal a Europa y no lo ha conseguido porque es prácticamente imposible que se gestione todo tu papeleo para poder venir con estatus de asilo político al continente. Es un proceso que puede tardar años, lo cual no tiene sentido si se solicita por persecución política. Al final, no se crean nuevas rutas, sino otro tipo de mecanismos para seguir gestionando la inmigración desde el control. 

 

P: ¿Cuál crees que hubiera sido un mejor pacto migratorio para la Comunidad Europea?

R: La Unión Europea tiene un problema, y es que cada país tiene sus propios intereses. Esto no solamente ocurre en este tema, sino también con la cuestión de los agricultores que hemos visto últimamente. Esto provoca que los pactos estés diseñados de forma que sean menos negativos para unos países que para otros. Creo que, desde el punto de vista de los países del sur de Europa, este pacto no mejora la situación de los dilemas acerca del control y el asilo. 

"No se pueden hacer acuerdos con terceros países sin saber realmente qué pasa del otro lado de la valla".

Lo que hablamos en la conferencia, y creo que es algo que hay que traer al debate de forma recurrente, es que si, desde el punto de vista de los valores cristianos, hablamos de solidaridad, debemos hablar también de transparencia. No se pueden hacer acuerdos con terceros países sin saber realmente qué pasa del otro lado de la valla. Debemos saber qué ocurre con todas las personas que llegan a la frontera y se las devuelve, a pesar de que han cruzado el desierto con toda clase de dificultades, y que seguramente no puedan regresar a sus casas porque se las persigue a nivel político o sufren otro tipo de cuestiones. Europa no les está dando ninguna opción. 

Los mejores pasaportes del mundo para viajar y obtener visados, aparte de Singapur y Japón, son de países de la Unión Europea, como Alemania o España. Nosotros podemos ir, pero el resto del mundo no puede venir. Esto, desde el punto de vista de la igualdad y de los derechos humanos, plantea muchas dudas acerca de quién tiene derecho a ir a cualquier sitio y quién no. Debemos plantearnos el tema de la inmigración desde el punto de vista del derecho a asilo.

Si España y el resto de Europa tienen necesidad de mano de obra, de personas que vengan para realizar determinados tipos de trabajo, por qué no crear una ruta circular que facilite estos movimientos desde el punto de vista legal y que sea mejor tanto para el migrante como para los países de acogida. Por ejemplo, en el caso de España, con todos los temporeros, esto podría ser de ayuda. Hay opciones, pero tiene que haber voluntad política. 

 

P: Parece que se trate más bien de un problema de perspectiva general.

R: Es necesario pensar en la cuestión de la identidad. Debemos afrontar la reflexión de si podemos convivir o no con personas de otras identidades culturales, cómo podemos conseguir la convivencia con personas de contextos culturales muy distintos. Creo que la convivencia es el objetivo final y, si apostamos por ella, la conseguiremos incluso con personas de distintas identidades culturales. Eso no quita que sea un reto, pero es necesaria una reflexión general sobre ello. 

 

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