La bomba - lapa

Por primera vez, la vida no le dolía.

24 DE JULIO DE 2025 · 22:10

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@darksidoo">Jafar Ahmed</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Jafar Ahmed, Unsplash CC0.

Esta historia se sitúa en un futuro distópico donde al parecer resurgirá una nueva Inquisición que perseguirá otros herejes, no los de la fe cristiana sino de la razón y de la ciencia.

No quemará en hogueras ni arrancará confesiones con hierro candente. Sus métodos serán más “humanos”, dirán ellos: limpios, silenciosos, sin derramamiento de sangre, invisibles.

Pero destrozarán las entrañas del alma.

Los métodos de tortura ya no son públicos, las gentes del pasado no escarmentaban a la vista de las ejecuciones visibles en patíbulos, más bien se compadecían de las víctimas. Así que sofisticarán los métodos.

Metidos ya en ese tiempo, el joven Elías vino a este mundo pensando que en él imperaba la justicia. Actuó en consecuencia, pero pronto fue interceptado por ese poder antiguo pero renovado y se le aplicó uno de esos métodos de tortura consistente en colocarle internamente una bomba-lapa.

De modo que, caso de extirparse él la bomba, su muerte sería considerada suicidio, y no homicidio. Nadie buscaría culpables.

Así vivía Elías, cada día escuchaba, en la soledad de su cuerpo, el tic-tac mudo de aquella bomba pegada a su costado.

No explotaba mientras él no intentara arrancarla, pero el solo hecho de sentirla le impedía dormir, comer, respirar sin miedo. Cada movimiento era una negociación con la muerte.

“No soy libre”, murmuraba a veces, “vivo prestado, como esclavo de esta amenaza”.

Un día oyó rumores de unos expertos clandestinos, artificieros que decían saber cómo extraer la bomba sin hacerla estallar.

Se decía que eran pocos, ocultos, perseguidos por la Inquisición. Elías los buscó como se busca agua en el desierto.

Cuando al fin los encontró, le hablaron con crudeza.

— Podemos intentar la operación, pero hay riesgo. La anestesia puede matarte. No todos sobreviven.

Elías no dudó.

Antes morir que seguir soportando esta vida miserable.

El quirófano era un lugar sin espejos, sin tiempo.

Sintió que se desvanecía mientras las manos expertas hurgaban en su piel en busca de la muerte adherida.

Durante horas no supo nada. Ni del dolor ni de sí mismo.

Y entonces algo cambió.

Despertó como una criatura nueva. No sentía peso en el cuerpo. Tocó su costado: no había bomba, no había cicatrices.

¿Cuánto os debo? — preguntó con una voz distinta, como si hablara por primera vez.

El jefe de los artificieros lo miró con ternura y le dijo:

— Te hemos buscado por todo el cuerpo. No encontramos ninguna bomba. Nunca la tuviste. No nos debes nada.

Elías salió a la calle. El mundo era el mismo: gris, controlado, temeroso.

Pero algo dentro de él había cambiado. Caminó sin mirar atrás, respirando como si cada bocanada de aire fuera un regalo.

“Ahora ya no me importa morir”, se dijo. Y por primera vez, la vida no le dolía.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cuentos - La bomba - lapa