La voz de la tórtola

En la Biblia, se afirma que alma de la tórtola es símbolo de dulzura y debilidad. La Ley permitía que los pobres pudieran ofrendar animales poco costosos como las tórtolas.

31 DE MARZO DE 2022 · 19:00

La tórtola del Senegal es muy abundante en Israel. Es confiada y se aproxima a las personas en busca de migajas y granos de alimento. Su canto, grave y ondulado, recuerda una carcajada humana. / Foto: Antonio Cruz. ,
La tórtola del Senegal es muy abundante en Israel. Es confiada y se aproxima a las personas en busca de migajas y granos de alimento. Su canto, grave y ondulado, recuerda una carcajada humana. / Foto: Antonio Cruz.

Se han mostrado las flores en la tierra,

el tiempo de la canción ha venido,

y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. (Cnt. 2:12)

La palabra hebrea tor, תּוֹר, se usaba tanto para referirse a la paloma torcaz como a la tórtola ya que ambas son aves columbiformes parecidas.

Fue traducida al griego por trygón, τρυγών, que significa concretamente “tórtola” y que proviene de trygo, τρύγω, que es “producir murmullo” o “arrullar”. Y de ahí, pasó al latín turtur que también se refiere a la tórtola.

En la Biblia, se afirma que alma de la tórtola es símbolo de dulzura y debilidad (Sal. 74:19). La Ley permitía que los pobres pudieran ofrendar animales poco costosos como las tórtolas (Gn. 15:9; Lv. 1:14; 5:7, 11; 12:8; 14:22, 30; etc.).

Eso fue precisamente lo que llevaron José y María al templo, lo que indicaba su condición humilde (Lc. 2:24).

En Israel se conocen hoy tres especies de tórtola, dos de ellas permanecen allí todo el año, como la tórtola senegalesa (Spilopedia senegalensis) y la turca (Streptopelia decaocto), mientras que la tercera, la tórtola europea (Streptopelia turtur) es migratoria y llega al principio de la primavera.

De ahí que en el libro de Cantares se diga que su canto anuncia la primavera (Cnt. 2:12) porque estas aves conocen perfectamente el tiempo exacto de su migración (Jer. 8:7).

La tórtola senegalesa, a diferencia de las otras dos, pertenece al género Spilopedia, que es la última denominación científica, ya que primero fue adscrita por Carlos Linneo al mismo género que la paloma, Columba.

No obstante, más tarde se la incluyó en el género Streptopelia, al que pertenecen también las otras dos especies de tórtolas presentes en Tierra Santa. Sin embargo, finalmente se le cambió a un género diferente, Spilopedia, debido a las diferencias genéticas que presenta con las otras especies.

Esta tórtola del Senegal, también llamada tórtola reidora (Spilopedia senegalensis) es propia de África, Oriente Medio, Asia Central y la India. Vive en regiones con abundantes matorrales y en desiertos semiáridos.

La voz de la tórtola

La tórtola turca, presente en Israel suele hacer sus nidos sobre los árboles de los parques y jardines urbanos. / Foto: Antonio Cruz.
 

Su plumaje es el más oscuro de las tres especies y presenta un collar cuadriculado en el pecho que es rojizo y negro y que la distingue de las demás tórtolas.

Se alimenta de semillas caídas que encuentra en el césped, en pastizales y cultivos, pero también de pequeños insectos como termitas, hormigas y escarabajos. Su vuelo es rápido, recto y en ocasiones produce el característico chasquido del aleto de las palomas.

Durante la época de apareamiento, los machos realizan vuelos ascendentes para dejarse caer después con las alas abiertas en una auténtica exhibición acrobática. Se conocen unas ocho subespecies distribuidas por el África subsahariana, Arabia Saudita, Irán, Afganistán, Pakistán y la India.

Aunque la tórtola del Senegal también se encuentra en Israel, Líbano, Siria y Turquía, ya que sus poblaciones actuales probablemente descienden de ejemplares introducidos por el hombre en el pasado.

La tórtola turca (Streptopelia decaocto), pertenece también a la familia Columbidae como todas las tórtolas, pero presenta un plumaje mucho más claro que la anterior. Su cuerpo es pálido o pardo grisáceo, posee un collar negro fino detrás del cuello y los ojos son oscuros.

De ahí que también se la conozca como tórtola de collar. Su tamaño es menor que el de las palomas, mide unos 32 cm con una envergadura alar de entre 47 y 55 cm.

Es una especie propia de Eurasia, aunque en la actualidad ha colonizado el norte de África, América y Japón, ya que se ha adaptado a vivir en las ciudades, anidando en árboles de parques y jardines o incluso en los edificios.

La hembra suele poner dos huevos en días consecutivos que serán incubados indistintamente por el macho y ella. La hembra los incuba de noche y el macho durante el día. A las cinco o seis semanas, los jóvenes se independizan y es normal que los adultos puedan criar tres o cuatro nidadas al año.

La tercera especie presente en Tierra Santa es la tórtola europea (Streptopelia turtur) que, como su nombre indica, habita en Europa y también en el norte de África y en Asia Central.

La voz de la tórtola

La tórtola europea cría en la mayor parte de Europa pero pasa el invierno al sur del Sahara y hasta Etiopía. De ahí que en la Biblia se considerara su llegada, procedente del norte, como anuncio natural de la primavera. / Wikipedia.
 

Es un colúmbido esbelto pero de pequeño tamaño ya que mide de 24 a 29 cm de longitud y puede pesar sólo 85 gramos. Su plumaje general es pardo y está moteado con manchas oscuras en el dorso.

La parte posterior del cuello presenta una mancha con bandas blancas y negras. El pico es negro y alrededor de los ojos tiene una zona desnuda sin plumas que es de color rojo. Su canto es como un ronroneo profundo y agradable que se repite monótono.

Se alimenta casi siempre en el suelo, comiendo semillas y brotes vegetales. En el año 1758 fue descrita por Linneo como Columba turtur (paloma tórtola), pero más tarde, en 1855, el ornitólogo francés, Charles Lucien Bonaparte, la rebautizó con su nombre actual.

Streptopelia es la unión de dos términos griegos (streptos, στρεπτός, que significa “cadena” y pelia, πέλεια, que es “paloma”), lo cual hace alusión a las manchas de su cuello que recuerdan una cadena o collar.

Se reconocen cuatro subespecies de la tórtola europea distribuidas por Europa, África y Asia. La principal amenaza que recae actualmente sobre ellas es la caza indiscriminada y los cambios en la agricultura, que hacen que las semillas y los brotes sean más escasos.

En la cultura occidental, las tórtolas constituyen un símbolo del amor, no sólo porque aparecen ya en el Cantar de los Cantares, sino también porque las parejas son fieles durante toda la vida, se arrullan y acarician mutuamente con el pico.

De ahí que, en ocasiones, a los enamorados se les llame también “tortolitos”. El misionero presbiteriano americano, William McClure Thompson, comentando el salmo 55, escribió en el siglo XIX las siguientes palabras, en las que se refiere a la tórtola:

“El arrullo grave y triste que emite en ciertas épocas del año, por regla general desde las ramas de los olivos en valles solitarios entre altas montañas, se escucha a lo largo de todo el día. Personalmente me ha impresionado escucharlo, más que en cualquier otro lugar, en las amplias huertas y jardines que rodean la ciudad de Damasco, en las que el aire sopla tan suave como un suspiro, y diminutos riachuelos corren mezclando sus murmullos entre los parterres repletos de flores.

Allí, enjauladas, sus gorjeos suenan especialmente lúgubres, formando un eco profundo y mortecino que resuena luctuoso entre los árboles. No es posible domesticarlas, por lo cual las tienen aprisionadas, y se lanzan continuamente, una y otra vez, contra los barrotes suspirando (…). Tan pronto son puestas en libertad, vuelan desesperadamente hacia las montañas.

No hay duda que David se refería a los hábitos de estas aves cuando, con el corazón amargado y dolorido, exclama: “¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría. Ciertamente huiría lejos; moraría en el desierto”. Sin duda el desierto es el lugar ideal para contemplarlas en libertad, lejos de la crueldad de sus cazadores humanos, de los cuales estas aves se muestran especialmente temerosas.” [1]

1. Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1229.

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