La sangre del pelícano

Los pelícanos han sido objeto de una profunda simbología espiritual ya que se les ha relacionado con el amor materno, la solidaridad y la caridad cristiana.

10 DE JUNIO DE 2021 · 18:20

Ejemplares de pelícano común fotografiados en el Zoo de Jerusalén. / Antonio Cruz.,
Ejemplares de pelícano común fotografiados en el Zoo de Jerusalén. / Antonio Cruz.

Se adueñarán de ella el pelícano y el erizo,

la lechuza y el cuervo morarán en ella;

y se extenderá sobre ella cordel de destrucción,

y niveles de asolamiento. (Is. 34:11)

 

El pelícano común (Pelecanus onocrotalus) es muy probablemente la especie mencionada en la Biblia. Se trata de una gran ave acuática que frecuenta regularmente las tierras de Israel y que tiene la costumbre, cuando migra sobre Tierra Santa, de posarse durante horas en lugares solitarios (Is. 34:11; Sal. 102:6; Sof. 2:14).

En la Escritura se la considera como animal impuro (Lv. 11:18) y por tanto no comestible para los hebreos. Algunos traductores confundieron el término hebreo qaath, קָאַת, que significa literalmente “el que vomita”, con otras aves como el avetoro, el búho o el cormorán.

Posteriormente, se tradujo al griego mediante varias palabras: pelekán, πελεκάν (Lv. 11:18); katarrhaktes, καταῤῥάκτης (Dt. 14:17); stenagmós, στεναγμός (Sal. 102:6); órneon, ὄρνεον (Is. 34:11) y khamaileon, χαμαιλέων (Sof. 2:14).

Y, por último, al latín de la Vulgata como pellicanus y onocrotalus, este último haría referencia a los sonidos que emite, muy parecidos a los rebuznos de los asnos (en griego, onos, es “asno”).

Hay dos especies de pelícanos que pueden ser observadas en las tierras bíblicas. Se trata del pelícano común (Pelecanus onocrotalus) ya mencionado y del pelícano ceñudo (Pelecanus crispus).

Este último es más raro y se halla en regresión, por lo que es una especie protegida. Cría en Grecia y en los alrededores del mar Negro así como del mar Caspio, sobrevolando Israel cuando migra a Egipto.

La sangre del pelícano

Una de las señales distintivas del pelícano común son sus ojos oscuros en medio de una zona rosa. /Antonio Cruz.
 

En los bajorrelieves de la V Dinastía egipcia, están bien representados los pelícanos junto a los lotos del Nilo. La etimología del nombre hebreo “el que vomita” se debe a la costumbre que tienen todas las especies de pelícanos de regurgitar la comida para alimentar a sus pollos en el nido.

Los pelícanos han sido objeto de una profunda simbología espiritual ya que se les ha relacionado con el amor materno, la solidaridad y la caridad cristiana.

Antiguamente se llegó a creer que cuando los adultos alimentaban a sus crías, en ocasiones, se laceraban el pecho y el cuello hasta sangrar para alimentarlas con su propia sangre.

Por supuesto, esto era una exageración fruto de la ignorancia pero contribuyó a crear el mito del propio sacrificio de estas aves por los hijos.

De manera que si en el Antiguo Testamento se mencionan los pelícanos como símbolo de desolación, abandono y soledad, durante los primeros siglos del cristianismo, algunos creyentes verán en ellos un símbolo animal de la redención efectuada por Jesucristo.

Por ejemplo, Eusebio de Cesarea (267-338) comentado la frase del salmista: “soy semejante al pelícano del desierto” (Sal. 102:7), escribe: “así como la serpiente da muerte a sus propias crías, el pelícano hiere su propio pecho hasta sangrar, vertiendo su sangre sobre sus crías muertas para que vuelvan a la vida”.[1]

Más tarde, en el siglo XIII, el propio Tomás de Aquino recogió esta misma creencia mítica y le dedicó la siguiente estrofa:

Pelícano santo, Jesús Señor mío

limpia con tu sangre toda mi inmundicia

pues de ella una sola gota redimir puede

todos los crímenes cometidos por el mundo entero.

La sangre del pelícano

Ejemplar de pelícano ceñudo fácilmente identificable por el iris amarillento de sus ojos. Se le puede observar todavía en Israel. / Antonio Cruz.
 

De la misma manera, la reina de Inglaterra, Isabel I (1533-1603) adoptó el símbolo del pelícano como emblema personal, portándolo sobre su pecho.

También la primera edición de la Biblia en inglés, “King James Version” de 1611, llevaba en la parte inferior de la portada un dibujo que representaba a un pelícano alimentando a sus polluelos, razón por la que se le llamó vulgarmente la “Biblia del Pelícano”.

Los pelícanos son aves acuáticas que se caracterizan por su singular pico largo que posee un saco gular inferior, usado para capturar peces y drenar convenientemente el agua recogida antes de tragárselos.

Actualmente se conocen ocho especies de pelícanos en todo el mundo (tres en América, tres en Eurasia, una en África y otra en Australia). Sin embargo, el registro fósil indica que en el pasado hubo por lo menos una decena más de especies que se extinguieron.

Los fósiles de los pelícanos más antiguos conocidos se han encontrado en estratos del Oligoceno inferior en el sureste de Francia -datados en unos 30 millones de años según la cronología actualista- y son notablemente similares a las especies actuales.[2]

De manera que la paleontología permite sacar las siguientes conclusiones: las especies de pelícanos aparecen de golpe en el registro fósil, antes había más del doble de especies que hoy y eran especies morfológicamente idénticas a las actuales ya que no se aprecian cambios significativos.

El gobierno de Israel financia la alimentación de unos 50.000 pelícanos cada año, que se detienen en un embalse del centro del país durante su migración hacia el este de África.[3]

Este programa es costeado por el ministerio de Agricultura con el fin de proteger a la industria pesquera local y también a estas espectaculares aves migratorias. 

La sangre del pelícano

El saco gular de los pelícanos puede dilatarse hasta contener un gran volumen de agua (unos 10 litros) con peces de hasta 30 cm de longitud. Después drenan el agua antes de tragarse las presas. También pueden consumir anfibios, tortugas, crustáceos y pequeñas aves. / Antonio Cruz.
 

Se les suelen dar unas seis toneladas de pescado, tres o cuatro veces a la semana, durante los tres meses que dura la migración de los pelícanos sobre las tierras bíblicas. Este es un buen ejemplo de cuidado de la creación que todos los países y gobiernos debieran seguir.

El cuidado de la naturaleza es por desgracia uno de los aspectos más olvidados por el cristianismo contemporáneo. Sin embargo, la lectura atenta de la Biblia nos sugiere que el respeto por el medio ambiente forma parte también de nuestro amor a Dios y al prójimo.

Se honra al Creador cuidando lo que el ha creado y se honra al prójimo no destruyendo el patrimonio natural que es común a todos. La Escritura indica que, al crear el mundo, Dios estableció tres tipos de relaciones fundamentales: una, entre Dios y el hombre (Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza, Gn. 1:26); otra, de los seres humanos entre sí (Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó, Gn. 1:27) y, la tercera, de las personas con el resto de la creación (Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra, Gn. 1:28).

 Desgraciadamente, estas tres relaciones quedaron rotas por la Caída, que fue consecuencia de la rebeldía humana contra Dios. De manera que la esperanza en el plan divino de restauración de todas las cosas incluye precisamente estas tres relaciones (Ro. 8:18-23).

Por eso, los cristianos debemos cuidar de la creación ya que ésta compartirá, al final del tiempo, un futuro glorioso junto a los hijos de Dios (Ap. 21:1).

Al respetar la Tierra y a todas sus criatura, estamos alabando al Creador del mundo, que lo amó y diseñó desde antes de su misma fundación y lo recreará de nuevo a su debido tiempo.

[1] Citado en Spurgeon, C. H., El Tesoro de David, Tomo II, CLIE, Viladecavalls, Barcelona (Información facilitada por Eliseo Vila antes de su publicación).

[2] Louchart, Antoine; Tourment, Nicolas; Carrier, Julie, 2011, “The Earliest Known Pelican Reveals 30 Million Years of Evolutionary Stasis in Beak Morphology”, Journal of Ornithology, 150 (1): 15-20.

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