La risa de la hiena
La hiena era una animal que abundaba en Tierra Santa durante la época bíblica y que todavía hoy está relativamente presente.
16 DE ENERO DE 2020 · 21:10

En sus palacios aullarán hienas, y chacales en sus casas de deleite; y cercano a llegar está su tiempo, y sus días no se alargarán. (Is. 13:22)
En la mayoría de las versiones bíblicas en español, la palabra “hiena” aparece sólo dos veces, ambas en el libro de Isaías (13:22 y 34:14).
El término hebreo que se tradujo por hiena, siguiendo la consistencia de los Setenta y los paralelismos y analogías con los nombres arábigos y rabínicos para este mamífero salvaje, es cabhuá.
En otros lugares, dicho término aparece como “fieras del campo” (Jer. 12:9 y en el apócrifo Eclesiástico 13:18) pero se refiere también a las hienas.
De la misma manera, la palabra hebrea, ciyyim, traducida como “fieras del desierto” (Is. 13:21) o “moradores del desierto” (Sal. 74:14) puede que se refiera asimismo a las hienas.
La hiena era una animal que abundaba en Tierra Santa durante la época bíblica y que todavía hoy está relativamente presente. Se trata de la hiena rayada (Hyaena hyaena), que es un mamífero carnívoro (de la familia Hyenidae), cuya distribución geográfica abarca buena parte de África, Oriente Medio, Turquía, Pakistán y hasta la India.
En Europa se extinguió hace mucho tiempo. Es un animal que mide un metro de longitud y alcanza un peso de unos 40 kg. El color de su pelaje es marrón grisáceo con franjas negras diagonales en las patas y verticales en los costados del cuerpo.
Sus patas delanteras son algo más largas que las traseras. Presenta unas grandes orejas erectas, orientadas hacia adelante.
Una característica remarcable es la gran fuerza que son capaces de desarrollar con sus mandíbulas. Pueden romper huesos y desgarrar las duras pieles de los cadáveres de otros animales de que se alimentan.
En ocasiones, las hienas violan las tumbas, escarbando y desenterrado los despojos humanos para devorarlos. Son animales solitarios que suelen formar grupos en la época de reproducción y habitan en bosques abiertos, sabanas o desiertos.
Como es un animal carroñero que aprovecha las presas cazadas por otros predadores, la confrontación con éstos (otras hienas, lobos, leones, guepardos o leopardos) resulta inevitable, aún cuando no suele tener consecuencias funestas.
En la India rivaliza con el tigre y, en ocasiones, cazan tigres jóvenes cuando la madre está ausente. Por el contrario, las hienas también pueden ser presa de estos grandes felinos.
Hace más de cuatro siglos, el teólogo inglés Leonard Wright (1555-1591), en un comentario al salmo 55, escribió:
“Los dichos de su boca son más blandos que mantequilla, pero guerra hay en su corazón; suaviza sus palabras más que el aceite, mas ellas son espadas desnudas. Un amigo falso y fingido a lo que más se parece es al cocodrilo, que cuando abre su boca para sonreír envenena y cuando llora, devora; a la hiena, que tiene voz humana pero comportamiento de lobo, habla como un amigo y devora como un demonio; (…) a la flauta o reclamo del cazador, que con sus notas suaves presagian el infortunio y la muerte del pájaro desventurado; a la abeja, que lleva la miel en la boca y el aguijón en la cola; o al ricino, de hoja siempre verde pero de semillas altamente venenosas. Su apariencia es amistosa y sus palabras agradables, pero sus intenciones son peligrosas y sus obras contaminantes”.[1]
La mala reputación de las hienas ha sido la tónica general desde la antigüedad, sin embargo, como los buitres y tantas otras especies necrófagas, cumplen un papel necesario en los ecosistemas terrestres de este planeta singular.
1 Spurgeon, C. H. 2015, El Tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1251.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - La risa de la hiena