¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
En ese momento de la historia de las eternidades, cuando Jesús estaba colgando del madero, se estaba produciendo un evento jamás visto.
08 DE FEBRERO DE 2021 · 20:59

Por Ever Jiménez
Dios mandó a su único Hijo Jesús para pagar toda nuestra deuda de maldad. En el camino a la cruz, Jesús llevó todo nuestro dolor.
Llevó también toda nuestra enfermedad.
Estando en la cruz, cayó sobre Él todo el peso de nuestros pecados.
Jesús, estando en la cruz, en su perfecta humanidad, experimentó la soledad y experimentó el rechazo.
Aun siendo sin pecado, aceptó que por nosotros le llamaran pecador.
En ese momento de la historia de las eternidades, cuando Jesús estaba colgando del madero, se estaba produciendo un evento jamás visto. Un suceso único. Nunca había sucedido un hecho así en toda la eternidad pasada. Y jamás volverá a suceder algo igual en toda la eternidad futura.
Jesús, el Hijo Dios, el Dios hombre, daba su vida por nosotros. El Dios hombre entregaba su sangre por nuestra sangre.
Experimentó la separación con Dios el Padre por primera vez, a causa de toda la maldad que recayó sobre sus hombros. Maldad que tú y yo debíamos haber pagado.
Mientras Él se introdujo en el mundo para nacer de una virgen mujer, y estando en su condición de hombre mantuvo una comunicación directa con su Padre por medio del Espíritu Santo.
Momentos antes de llegar a la cruz, en sus últimas oraciones, Él sabía que el momento en el cual no iba a haber comunicación entre ellos se acercaba. Desesperado le había rogado al Padre que cambiara el plan para redimir al ser humano.
Le decía: ‘Padre, para Tì todo es posible’. Pero el Padre guardó silencio.
Jesús clamaba por que Dios el Padre salvara al hombre de cualquier otra forma.
Más que los azotes, los clavos o estar colgado del madero, lo que más le producía dolor a Jesús era esa separación completa del Padre por primera vez.
Y al ver que su Padre guardó silencio, entendió que ese era el plan que el Padre había determinado para salvar al ser humano. Un plan perfecto, diseñado en la sabiduría soberana de Dios el Padre, y dado a conocer a la humanidad por medio de su Hijo Jesucristo.
En el momento en que Jesús estaba ya en la cruz sintió como el Padre se separaba de Él. Jesús había tomado nuestra posición de pecador y, en consecuencia, el Padre se había apartado de Él (Marcos 15:33-34). Nuestro Salvador estaba experimentando algo nunca antes conocido por Él: jamás se había separado del Padre, ambos siempre habían sido UNO SOLO.
Pero en este momento, colgado en la cruz por amor a nosotros, aun siendo inocente se convirtió en un pecador. En el momento del sacrificio no había espacio para la santidad de Dios el Padre en el cuerpo de Jesús.
Toda la presencia y la santidad de Dios el Padre se habían separado de Él. Aun toda la creación resultó afectada en ese momento, quedando en completa oscuridad.
Al entregar su espíritu, en aquella completa soledad, Jesús se aferró a la promesa salvadora que el Padre le habìa hecho.
Que al tercer día le resucitaría.
El sacrificio de Jesús en la cruz no tiene precedentes. Podríamos escribir mucho acerca de su eficacia. Y siempre llegaríamos a un punto…
Y es que el hombre no puede hacer nada para salvarse a sí mismo, menos aún contribuir en la operación de salvación. Tampoco puede perderla una vez recibida, por que es algo que se genera fuera de él. Es Dios el que la regala al creer en el sacrificio de Jesús en la cruz. Y esta fe es un regalo de Dios también.
Ever Jiménez - Estudiante - El Salvador
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