Abusos en iglesias y organizaciones evangélicas: abordar las vulnerabilidades (I)

La respuesta evangélica a las denuncias de abusos se ha visto perjudicada por 5 factores: expectativas erróneas, prioridades equivocadas, lectura errónea del relato bíblico, enfoque equivocado del pecado, y una visión equivocada del amor y la justicia.

04 DE JUNIO DE 2025 · 13:30

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@nate072107">Nathan Mullet</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Nathan Mullet, Unsplash CC0.

En los últimos días vendrán tiempos difíciles. La gente será... impía... libertina, despiadada... más amigos del placer que de Dios... ¡Con esa gente ni te metas! (2 Timoteo 3:1–5)

 

Resumen

Las respuestas de las iglesias y organizaciones evangélicas a las denuncias de abusos se han visto perjudicadas por cinco factores: expectativas erróneas, prioridades equivocadas, una lectura errónea de los relatos bíblicos, un enfoque equivocado del pecado y el delito, y una visión equivocada del amor y la justicia.

En primer lugar, las instituciones evangélicas han sucumbido al culto al líder carismático. En segundo lugar, cuando los abusos han salido a la luz, se han tratado en privado y/o con un enfoque centrado en rehabilitar al agresor en lugar de reivindicar a las víctimas y evitar que otros sean victimizados.

En tercer lugar, las horribles verdades de los abusos sexuales y otras formas de abuso que trata la Biblia han sido sustituidas por relatos que protegen a los poderosos.

En cuarto lugar, la realidad de que todos somos pecadores se ha utilizado para ocultar la verdad de que algunos pecados son profundamente destructivos y equivalen a delitos que merecen la acción pública.

En quinto lugar, se ha separado erróneamente el amor de la justicia.

Esta es la primera parte de un Cambridge Paper publicado con permiso. Puede descargarse íntegramente en formato pdf aquí (en inglés). El documento es la expresión de un punto de vista personal del autor, que actúa únicamente a título individual y no como representante de ninguna iglesia u organización.

 

Introducción

Los titulares de las noticias revelan un espeluznante catálogo de abusos de poder [1] en la policía, en las empresas [2], en el deporte [3], en los medios de comunicación [4], en las organizaciones de voluntariado [5] y en la Iglesia.

Dentro de la Iglesia, ninguna tradición teológica está a salvo de los abusadores: pueden ser católicos [6] o anglocatólicos [7], liberales [8] o menonitas, conservadores o evangélicos carismáticos [9].

Los hombres en posiciones de poder han sido repetidamente, pero lamentablemente con mucho retraso, denunciados como abusadores en serie. El reciente programa de televisión Douglas Is Cancelled y la dimisión más sonada de Justin Welby, arzobispo de Canterbury, han puesto de relieve que las instituciones no afrontan los abusos o, lo que es peor, los encubren activamente.

Los maltratadores se aprovechan de su poder, posición y reputación para perpetrar sus abusos.

A menudo confían en su capacidad para parecer amables con sus víctimas [10] y cuentan con que las instituciones a las que dicen servir los consideren demasiado valiosos como para perderlos.

Los agresores utilizan una combinación de técnicas para silenciar a sus víctimas: aislamiento, amenazas, culpabilización de la víctima, vergüenza, doble vínculo [11] y luz de gas. Otra técnica es la normalización: el agresor alimenta a la víctima con mentiras, falsas justificaciones y pretextos [12].

La Dra. Elly Hanson, psicóloga clínica, observa que: “una gran variedad de creencias y valores (ya sean religiosos, políticos, económicos o filosóficos) pueden propiciar los abusos cuando se sostienen ideológicamente, es decir, cuando se siguen a expensas de un cuidado y una consideración básicos hacia todo ser humano”. [13]

Aunque los maltratadores pueden tergiversar casi cualquier idea y creencia para justificar sus actos, la reciente revelación de graves abusos por parte de destacados líderes evangélicos, abusos que se produjeron o que no se abordaron eficazmente durante un periodo prolongado, exige reflexionar sobre si las pautas de pensamiento y práctica evangélicos condujeron a que algunas de nuestras iglesias y organizaciones fueran lugares que constituían refugios para los maltratadores, pero profundamente inseguros para sus víctimas [14].

¿Cuáles son los factores institucionales a los que las iglesias y organizaciones evangélicas son propensas y que han contribuido a que los maltratadores prosperen entre nosotros?

 

Expectativas erróneas

Las iglesias y organizaciones evangélicas son vulnerables al culto a la personalidad; pueden tener expectativas erróneas acerca de lo que es un liderazgo piadoso, de la probabilidad de que los líderes actúen de forma incorrecta o abusiva y de lo que es el éxito misionero.

Nuestro énfasis en la Palabra y el Espíritu puede reforzar tendencias culturales más amplias que premian a los líderes carismáticos, heroicos y masculinos [15].

Podemos colocar con demasiada facilidad en un pedestal a líderes capaces de dominar un escenario, hechizar a una congregación con sus palabras e inspirar a otros para que donen sus finanzas y su tiempo.

Por eso podemos pasar por alto sus tendencias narcisistas, su masculinidad tóxica y sus pautas de comportamiento diseñadas para aislarse de las críticas.

No tiene por qué ser así. Los líderes sabios animan activamente a los demás a pedirles cuentas, como hizo Pablo cuando instó a los gálatas a estar en guardia para que no predicaran un falso evangelio (Gálatas 1:8-9).

George Verwer, fundador de la organización misionera Operación Movilización, advertía repetidamente a sus oyentes de que podía equivocarse, fracasar o caer, y que si lo hacía, la gente no debía seguirle a él, sino a Jesús.

Las iglesias y organizaciones evangélicas pueden ser ingenuas respecto a la probabilidad de que los líderes actúen de forma errónea o abusiva.

La enseñanza que hace demasiado hincapié en el impacto transformador de la conversión, la obra del Espíritu Santo, la idea de la unción, o sugiere la posibilidad de la perfección en esta vida, ignora la verdad vital de la Reforma de que los creyentes, aunque justificados, siguen siendo pecadores que necesitan constantemente examinarse a sí mismos, arrepentirse y rendir cuentas.

La Biblia nos advierte que debemos esperar que haya lobos vestidos de pastor (Ezequiel 34:8-10). Pablo advirtió a los líderes de la iglesia de Éfeso que “incluso de entre vosotros mismos se levantarán hombres que tergiversarán la verdad para arrastrar tras sí a los discípulos. Estad, pues, alerta” (Hch 20:30-31a). Tales advertencias rara vez llegan desde nuestros púlpitos y plataformas.

Hemos leído la Biblia con demasiada poca imaginación, valentía y honestidad. Hemos prestado demasiado poco interés a las relaciones de poder.

El Nuevo Testamento advierte repetidamente contra la “inmoralidad sexual” (porneia) (1 Corintios 5-7; Gálatas 5:19; Colosenses 3:5; 1 Tesalonicenses 4:3; Judas 1:7; Apocalipsis 2:20-23). Esto no se limita al sexo extramarital entre dos adultos que consienten libremente, sino que incluye todo abuso e incorrección sexual.

Los escritores del Nuevo Testamento son honestos al afirmar que este tipo de comportamiento se daba en múltiples lugares de la Iglesia primitiva.

Hemos leído en 2 Timoteo 3:1-5 la condena de aquellos cuya aparente piedad es un disfraz para el orgullo, la avaricia, el abuso, la calumnia, la brutalidad y su propio placer sin ver que describe al pastor obsesionado con su propia celebridad, al tesorero deshonesto y al administrador o voluntario que utiliza su posición para explotar a los demás.

Una rendición de cuentas eficaz es el antídoto contra el culto al líder protagonista. La rendición de cuentas es un principio básico del buen diseño organizativo, que protege contra el abuso de poder obligando a los líderes a explicar cómo han ejercido sus responsabilidades.

La pauta bíblica es que el liderazgo de la iglesia sea plural: tanto si los términos diácono, anciano y obispo se refieren al liderazgo dentro de una congregación o en asociaciones más amplias de iglesias, necesitamos estructuras en las que se pueda reprender públicamente con la misma eficacia con la que Pablo reprendió a Pedro (Gálatas 2:11-14) o con la que Pablo instó a Timoteo a tratar con los ancianos que pecaban (1 Timoteo 5:20)[16].

Aunque existan estructuras de liderazgo plural, debemos estar alerta ante el riesgo de lo que Marcus Honeysett denomina “captura de la rendición de cuentas”.

La “captura de la rendición de cuentas” se produce cuando las únicas personas que pueden pedir cuentas a un líder tienen una relación tan estrecha con él o dependen tanto del éxito continuado del líder y de la organización para su propia reputación y sustento que ya no pueden ofrecer una visión independiente o un cuestionamiento eficaz [17].

También puede ocurrir cuando un abusador inteligente y decidido es capaz de manipular a quienes se supone que le supervisan [18].

Es necesario plantearse seriamente si se escucha la voz de las mujeres y si éstas participan en el proceso de toma de decisiones cuando se denuncian malos tratos. Si se silencia o se deja de lado a las mujeres, se abre un campo propicio para que prosperen los maltratadores.

La “captura de la rendición de cuentas” sólo se supera cuando aquellos que tienen el poder de hacer que un líder rinda cuentas están dispuestos y son capaces de ejercer ese poder, incluso si el coste a corto plazo de hacerlo es tensar o incluso romper la relación con el líder que ha llegado a asumir que su poder es incuestionable.

Cuando se producen abusos, o bien quienes tienen el poder de impedirlos pagan el precio de intervenir, o bien las víctimas pagan el precio mucho más alto de que sigan produciéndose.

El riesgo de que los líderes encubran los abusos es mayor si tenemos expectativas equivocadas sobre el éxito de un ministerio.

Es demasiado fácil medir el éxito misionero por factores tangibles como el número de feligreses y simpatizantes, la cuantía de los donativos y la cantidad de actos y publicidad que se genera.

Es demasiado fácil olvidar que, según esas medidas, el ministerio público de Jesús fue un fracaso (véase, por ejemplo, Juan 6:66).

 

David McIlroy es abogado en ejercicio, profesor de Derecho en la Universidad de Notre Dame (EE.UU.) en Inglaterra, y teólogo.

 

Notas

1. Por razones de espacio, en este artículo no se examinarán los límites entre el uso apropiado e inapropiado del poder ni las complejas cuestiones que surgen cuando un líder considera legítima una acción, pero el receptor la considera hiriente. Estos casos pueden ser importantes indicadores tempranos de un comportamiento que, si no se cuestiona, puede agravarse. El presente documento se centra, no obstante, en las respuestas al abuso grave.

2. Jeffrey Epstein, Mohammed Al-Fayed.

3. Larry Nassar, Barry Bennell.

4. Jimmy Savile, Huw Edwards, Philip Schofield.

5. Ver aquí.

6. Jean Vanier, Abbé Pierre.

7. Bishop Peter Ball.

8. John Howard Yoder.

9. John Smyth QC, David Fletcher, Ravi Zacharias, Mike Pilavachi, Frank Houston.

10. Es comprensible que las personas que han sufrido abusos sean sensibles a los términos que se utilizan para describirlas. Para algunos, es importante que les llamen «supervivientes», mientras que otros consideran que el término «víctima» u otro es más apropiado. De hecho, no es raro oír la expresión «víctimas y supervivientes». No obstante, en este documento se utiliza el término «víctima» para reconocer el hecho de que quienes se consideran “supervivientes” fueron sin duda «víctimas» y, dado que este documento se ocupa de los abusos graves, para reflejar el lenguaje utilizado en los tribunales para describir a aquellas personas contra las que se ha perpetrado un delito.

11. ‘Independent Learning Lessons Review – John Smyth QC’ (‘Makin Review’) para. 6.3.23.

12. Makin Review, para. 11.3.15; Michael Wagenman, ‘Power and a Powerless Church: A Reflection Essay on Not So With You: Power and Leadership for the Church’.

13. Makin Review, para. 11.3.15.

14. Rachael Denhollander, What Is A Girl Worth? One Woman’s Courageous Battle to Protect the Innocent and Stop a Predator – No Matter the Cost (Tyndale Momentum, 2019) pp.140-41.

15. Edwin Friedman, Generation to Generation: Family Process in Church and Synagogue (Guilford, 1985), iidentifica la experiencia y el carisma como las dos cualidades que nuestra cultura contemporánea busca en sus líderes.

16. Este es un problema tanto en las iglesias independientes, donde el poder se concentra a menudo en manos del pastor principal, como en la Iglesia de Inglaterra. Aunque existen sistemas de protección bien desarrollados, las estructuras legales de la Iglesia de Inglaterra imponen poca responsabilidad efectiva a los obispos y otorgan a los clérigos titulares un papel preeminente dentro de sus diócesis, con una influencia y una autoridad que superan a las de los administradores eclesiásticos, las juntas parroquiales y los clérigos asistentes.

17. Marcus Honeysett, Powerful Leaders? When Church Leadership Goes Wrong and How to Prevent It (IVP, 2022) p.52.

18. Makin Review, para 13.1.59.

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