Siete Nombres de Dios en siete circunstancias

Jesús pronuncia día y noche nuestro nombre con una voz tan suave como un viento apacible, y espera pacientemente.

20 DE JULIO DE 2020 · 19:07

photo by Hjrc,
photo by Hjrc

Por Iván Campillo

El Todopoderoso (El-Shaddai). Dios ama profundamente la debilidad, por eso eligió a Abraham y a Sara, un hombre de 99 años y a una mujer anciana y estéril para dar a luz al hijo de la promesa. Elige a un matrimonio que nunca tuvo ni un solo hijo para ser padres de multitudes, los padres con más hijos espirituales sobre la tierra. Padres de la fe. Es por eso que la máxima fuerza humana pensable solo puede ser poderosa, pero la fuerza divina se mueve sobre ella, por eso es Todo-poderosa. Por esa razón podemos decir que nuestras debilidades y nuestros defectos son las formas más atractivas para Dios. Las debilidades humanas revelan con frecuencia las potencialidades espirituales. El viejo es joven de espíritu, la estéril es madre de una multitud espiritual. El mundo conocía el nombre carnal y débil de Abram y Sarai, pero Dios conoció y reveló sus nombres espirituales: Abraham y Sara.

Jehová de los ejércitos (Yahvé Sebaot). Es el nombre de Dios invocado en la guerra. Es el nombre terrible y fascinante que alienta las conquistas y restablece la justicia humana. Es un nombre tan violento que solo la boca de un joven e inocente como David (acostumbrado a los paseos del campo, la música del arpa, la escritura de sus salmos y el cuidado de sus ovejas) podría pronunciar sin salir mal parado. Pues llamarlo implica ser pesado en la balanza de la justicia divina para que se restablezca el orden en un conflicto. Cuando la boca de un inocente llama a Jehová de los ejércitos hasta un juego de niños como la honda se convierte en el arma más poderosa y efectiva. De nada le sirvieron a Goliat su entrenamiento, sus años de experiencia, su edad, sus visibles características físicas, sus armas y su altivez. David, el protector de sus ovejas contra los leones y los osos, sería ahora el protector de Israel contra gigantes y filisteos. Dios en David y David en Dios.

Jehová es mi pastor (Yahvé Rohi). Resulta de especial interés que entre todos los animales posibles se haya elegido a la oveja como el símbolo del cristiano, un ser inofensivo, poco instintivo, sin ninguna habilidad para defenderse, tan simple que solo se daría cuenta de que su vida corre peligro cuando un león le haya hincado el diente en el cuello. Resulta sorprendente que en un mundo lleno de lobos rapaces, donde la ley es ser “listo” y la excepción es ser honesto y bondadoso, se nos diga que seamos ovejas. Parece que Dios nos está entregando en bandeja a las fieras. No obstante, debemos confiar. Vivir como una oveja es entregarnos a la dirección del Pastor, confiar en que Él nos cuidará, nos dará descanso, paz y protección.

Emanuel (Dios con nosotros). No es solo un nombre que genera confianza en nosotros, sino también temor. Nada pasa desapercibido para Aquel que todo lo escudriña, para Aquel que está presente en cada acción de palabra, pensamiento y hecho, ya sea buena o mala. Aquí podemos imaginarnos a Emanuel como un ojo en nuestra cabeza que puede ver lo que sentimos, pensamos, hacemos y percibimos. Se trata del Espíritu Santo, que nos anima, pero también nos redarguye. Su propósito es mostrarnos amor y consuelo en las dificultades, pero también hacernos conscientes de cada detalle mínimo que llevamos a cabo en la vida diaria, porque quiere que vivamos una vida santa. Efectivamente, ser conscientes de que Él está con nosotros es estar viviendo una vida regenerada en la Sangre de la Gracia, es estar acercándonos (desde ese primer Adán pecador que somos) a la altura del Varón Perfecto que alcanza su meta en Jesús (el Segundo Adán). Cuando sabemos que Dios está con nosotros, la vida se desarrolla en otra dimensión.

Yahvé Hosenu (Jehová nuestro Hacedor). En el Génesis se relata el proceso de la creación como un acto espontáneo de Dios, nacido de la sobreabundancia de su poder, generosidad y creatividad. También Pablo dice en Efesios 2:10 que “somos hechura suya”. La palabra “hechura” viene del griego “poiesis”, de la que se han formado otras palabras latinas como “poesía”. Podemos decir, entonces, que somos poesía viviente y divina. Somos incluso vehículos de creación artística y biológica (podemos concebir y dar a luz). Realmente, cuando sabemos que Dios es el Hacedor de todo lo que existe, nace un profundo respeto hacia la existencia. Las piedras comunes se vuelven diamantes y los animales y las plantas son vistos como hermanos, porque existen antes que nosotros. Las personas debemos amar y respetar la existencia porque tenemos la capacidad: alma e inteligencia. ¡Qué asombroso es ver que la creación no terminó en el Génesis! Aún hoy Dios, nuestro Hacedor, sigue creando, renovando la vida con cada nacimiento.

El-Chai (El Dios Viviente). La Tierra Prometida puede ser considerada como ese estado  terrenal y espiritual en el que los seres humanos viviremos en completa armonía y unidad. Por ahora cada país se enfrenta al otro, compite por las relaciones de poder y liderazgo, y divide la Tierra. Dentro de nosotros mismos también estamos fragmentados por muchas preocupaciones y ambiciones, y dividimos la Tierra. Dios quiere acabar con nuestras limitaciones y hacer de la Tierra un Cielo: “Venga a nosotros tu Reino”. Para ello, la presencia de Dios deberá ir delante de nosotros, ser lo primero y lo último. Debemos vivir en santidad, siendo dignos de ser llamados templos del “Espíritu Santo”. Jesús es ese Ejemplo a seguir y el Puente que une nuestro mundo pecador con la Tierra de El-Chai.

 

Jesús (el Señor es Salvación). Dios se hizo hombre y renunció a tener casa propia: “El Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (Mateo 8:20). Porque en lugar de construir su propia casa, quiere hacer de nuestro corazón un hogar. Jesús no espera nuestra invitación, Él se autoinvita: “Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy debo quedarme en tu casa” (Mateo 19:5). Pero su autoinvitación no se debe a su propia necesidad, sino a la compasión que tiene al ver nuestra necesidad y las condiciones tan malas en las que vivimos. Jesús está a la puerta y llama por si alguien oye Su Voz (Apocalipsis 3:20). Es tan respetuoso que no golpea ni la puerta para no molestar. Su boca pronuncia día y noche nuestro nombre con una voz tan suave como un viento apacible. Él espera pacientemente, espera su momento, espera a que nos cansemos de oír los mil y un gritos con los que llenamos nuestra mente. Quizá en silencio podamos escucharle. Él quiere cenar con nosotros, pero solo si nosotros queremos con Él.

 

Iván Campillo – Estudiante Filosofía – Inglaterra (Reino Unido)

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