El pueblo de Dios y sus armas: la oración que hace temblar a los poderosos (1ª parte)
La respuesta principal de la Iglesia ante la persecución debe ser más bien litúrgica y no política.
01 DE MARZO DE 2023 · 13:10
Para aquellos que han seguido mis artículos de los últimos meses surge lógicamente la pregunta: entonces ¿qué puede hacer un creyente o una iglesia en un tiempo de aflicción? ¿Tiene alguna posibilidad para cambiar la situación?
La respuesta es afirmativa. Uno de los enfoques del evangelio es la justicia divina. La Biblia está llena de este tema, pero a muchos se les escapa por completo. Queremos que la paz y la justicia se besen, tal y como el salmo 85:10 lo expresa. Este salmo habla precisamente de la restauración de la nación de Israel después de un tiempo de aflicción y juicio divino.
Y como el pueblo del Señor es el agente para establecer justicia en la tierra, Dios ha puesto en manos de su Iglesia armas que infelizmente en nuestro tiempo no gozan de muchos adeptos y hay los que los desconocen completamente. Son armas efectivas para establecer justicia por la intervención de Dios, dos en concreto. En este artículo hablamos de la primera: la oración imprecatoria.
Pero ¿puede la Iglesia o el creyente individual pedir que Dios intervenga, establezca justicia y lleve a cabo una retribución en aquellos que son los responsables de haber traído injusticia y pecado sobre un país o el mundo entero? La respuesta está clara desde el punto de vista bíblico: no solamente puede, sino debe.
Parece que hoy en día pocos se acuerdan de la oración de los santos en el cielo tal y como se refleja en Apocalipsis 6:10:“¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?”
El versículo es sorprendente. Por un lado nos muestra que creyentes que están en el cielo oran y por otro lado, más que uno se preguntará si no es poco espiritual orar así? ¿Se comporta así un santo en la presencia divina?
Nuestro estupor pone de manifiesto un problema doble: por un lado demuestra nuestro desconocimiento de la Escritura y por otro lado nuestra propia hiper espiritualidad que niega a Dios el derecho a intervenir en asuntos de este mundo. Es un error teológico garrafal querer aplazar todo al último día y creer que de momento Dios no va a intervenir.
Nuestra respuesta principal a la persecución, opresión e injusticia no debe ser política. Nos equivocamos si confiamos en el Estado porque suele ser precisamente el Estado que se convierte una y otra vez en el archienemigo de la justicia divina.
La responsabilidad del pueblo de Dios es honrar uno de los nombres de Dios: Yahwé gmolah, “... Él retribuye”. No depende de nuestros esfuerzos. Es el trabajo del Señor.
A lo largo de esta serie creo que he dado razones suficiente para entender por qué es así. Por lo tanto, la respuesta principal de la Iglesia ante la persecución debe ser más bien litúrgica y no política.
Para entender esto, hay que darse cuenta de una verdad fundamental: Dios es discriminatorio a la hora de evaluar los pecados. No es lo mismo que una persona individual peque o si lo hacen los líderes de una nación. No es lo mismo que alguien desobedece a Dios que le conoce que si lo hace alguien que no le conoce. A quien es dado mucho, mayor responsabilidad Dios le pedirá. Y si alguien cree que esto solamente es una enseñanza del AT, debería ponerse al día. Santiago 3:1 y el libro de Apocalipsis se encuentran en el Nuevo Testamento.
Da igual qué tipo de escatología defendamos. Es evidente que en el libro de Apocalipsis hay una serie de alusiones al AT que siguen siendo válidas porque expresan verdades pertinentes también para nuestros tiempos.
Redescubrir esta verdad es crucial para el pueblo de Dios.
En Apocalipsis 9:13 aparece el altar de oro con sus cuatro cuernos. No se trata del altar de los sacrificios sino del altar situado en el lugar santo dedicado a quemar incienso. El altar de incienso aparece en esta parte del libro para animar al pueblo de Dios a seguir intercediendo y adorando.
Se nos cuenta que la voz venía de “entre los cuatro cuernos” y establece así la conexión a una aspecto importante del culto del AT: la ofrenda de purificación de Levítico 4. Este tipo de sacrificio tenía que ver con la contaminación cúltica de un lugar por el pecado. Si no se llevaba a cabo esa limpieza, resultaría en juicio y muerte. Cuando el pecado vuelve impuro a un país, eso supone un desafío para la casa de Dios. El grado de la contaminación depende de la gravedad del pecado y el estatus social del pecador.
En el caso de un pecado de una persona individual, los efectos de la contaminación eran limitadas. Por lo tanto, la sangre del animal de sacrificio solamente fue aplicada a los cuernos del altar de sacrificio. Pero cuando toda la nación, su Sumo Sacerdote o el Rey y su gobierno habían pecado, entonces había que llevar la sangre del animal al interior del tabernáculo o templo para rociar el velo de separación y el altar de incienso (Levítico 4:13-21). De esta manera, el incienso que representaba las oraciones del pueblo podía de nuevo subir a Dios.
Cuando una nación incurre en pecados graves -como ocurre en nuestros días- el templo de Dios, la Iglesia, sufre. Y es la Iglesia la que debe clamar a Dios para establecer justicia. Este principio obviamente no se ha abolido. Solo que la Iglesia se ha olvidado.
Y ahora volvemos de nuevo al tema principal.
Hay una serie de salmos -pero también otros textos bíblicos- que nos enseñan que el pueblo de Dios no está indefenso ante la opresión por parte de los enemigos de la fe. Estos salmos piden la acción y la intervención de Dios contra sus enemigos. Los más conocidos de este tipo de salmos vienen de David, pero el mismo "género" de afirmaciones se encuentra también en Jeremías (15:15; 17:18; 18:21-23 y 20:12) y Nehemías (6:14 y 13:29). Tenemos también oraciones parecidas en el NT (Gálatas 5:12; 2 Timoteo 4:14; y el pasaje ya mencionado de Apocalipsis 6:10). Quiero resaltar tres cosas:
1. Los autores de estos Salmos no quieren tomarse la justicia por su cuenta, sino que dejan la venganza y la justicia enteramente a Dios. David no era un hombre vengativo sino que perdonó en muchas ocasiones la vida a Saúl. En el Salmo 109:2-5 deja claro que clamar por la justicia de Dios no viene motivado por deseos de venganza personal.
2. El móvil detrás de las palabras de estos Salmos es la pasión moral de una persona santa (Salmo 139:21-22), su odio al pecado. Los impíos no solamente son los que se oponen a la voluntad de Dios, sino que en cierta manera, encarnan lo malo.
3. Estos Salmos tienen un elemento escatológico: el Reino de Dios no puede venir hasta que Dios venza a sus enemigos. Cuando pedimos a Dios que “venga” su Reino, estamos pidiéndole también que juzgue a los impíos, porque esto forma parte de la escatología divina.
Los pasajes imprecatorios son tan inspirados por el Espíritu de Dios como Juan 3:16. Hay un momento cuando los enemigos de la fe se pasan tanto de su autoridad establecida por Dios que el pueblo de Dios tiene que constatar que se ha cruzado una línea roja. En cuanto a la Iglesia, nos conviene vivir en paz con todo el mundo. Esto es la base teológica de nuestras oraciones por las autoridades legítimas, es decir: cuando desempeñan sus funciones de forma legítima: apoyando a los justos y castigando a los injustos.
Pero cuando esto no ocurre y Dios y su pueblo están siendo pisoteados, es el momento de invocar a Dios para que intervenga.
¿Qué significa esto?
Esto significa que la Iglesia debe volver a la práctica de cantar y orar salmos imprecatorios1 contra los enemigos de Dios. El libro de los salmos consiste en 150 salmos individuales, pero hemos conseguido de hecho reducirlos a una docena.
Los líderes de la Iglesia deben pronunciar sentencia contra los opresores, y los cristianos deben seguir esto con oraciones fieles para que los opresores se arrepientan o sean destruidos.
Sé que esto no suena bonito. Y no les va a gustar a los gobiernos de turno y tampoco a muchos creyentes. Sobre todo no a aquellos que han hecho las paces con el poder injusto. Pero la tarea de la Iglesia no es hacer las paces con los enemigos de la fe.
Pongo un ejemplo: ¿como debería reaccionar la Iglesia ante la forma moderna del sacrificio humano, la abominación diaria conocida como aborto? ¿Cómo deberíamos reaccionar ante la posibilidad de poder matar legalmente a niños antes de nacer, incluso hasta el momento de su nacimiento como lo demandan algunas organizaciones2 y políticos?
Nuestras cartas de protesta y nuestros comunicados oficiales poco cambiarán.
Es cierto que debemos trabajar para proteger la vida humana antes del nacimiento por todos los medios, incluyendo políticas. Pero nuestras acciones fundamentales deben ser litúrgicas. Los líderes de la Iglesia deben pronunciar juicios sobre los abortistas, nombrando a destacados defensores de la muerte organizada sean políticos, jueces, médicos o otras personas. Porque son ellos los responsables de la ira divina en este ejemplo concreto.
Si la Iglesia invoca fielmente a Dios para que juzgue a los asesinos y perseguidores, ¿qué sucederá? La respuesta se da en todo el Libro del Apocalipsis: los ángeles de Dios lanzarán fuego sobre la tierra y los malvados serán consumidos. Pero debemos recordar que las brasas de la venganza de Dios deben provenir del altar. La ira ardiente de Dios emana de Su trono, donde lo encontramos en la adoración pública. Un "movimiento de resistencia" que no se centra en la adoración estará a su vez bajo el juicio de Dios. En principio, es como la oferta de "fuego extraño" de Nadab y Abiú (Lev. 10: 1-2).
Y ¿esto funciona? Tomando en cuenta que la iglesia de los primeros siglos aplicaba este arma, tenemos el siguiente resultado:
De treinta emperadores romanos, gobernadores de provincias y otros altos cargos, que se distinguieron por su celo y amargura al perseguir a los primeros cristianos, uno se volvió rápidamente loco después de alguna atrocidad, uno fue asesinado por su propio hijo, uno se quedó ciego, a uno le salieron los ojos de la cabeza, uno se ahogó, uno fue estrangulado, uno murió en una miserable cautividad, uno cayó muerto de una manera que no se puede describir, uno murió de una enfermedad tan repugnante que varios de sus médicos fueron ejecutados porque no podían soportar el hedor que llenaba su habitación, dos se suicidaron, un tercero lo intentó, pero tuvo que pedir ayuda para terminar el trabajo, cinco fueron asesinados por su propio pueblo o servidores, otros cinco murieron las muertes más miserables y dolorosas, varios de ellos con una complicación de enfermedades innumerables, y ocho fueron asesinados en batalla o después de ser tomados prisioneros. Entre ellos estaba Juliano el Apóstata. En los días de su prosperidad se dice que apuntó con su daga al cielo desafiando al Hijo de Dios, a quien llamaba comúnmente el Galileo. Pero cuando fue herido en batalla, vio que todo había terminado para él, y recogió su sangre coagulada y la arrojó al aire, exclamando: “Has vencido, oh Galileo”.
El hecho es que en el año 312, Constantino declara la rendición del Imperio Romano ante Jesucristo y sus seguidores. No me parece un mal historial. Y más ejemplos se pueden facilitar donde la Iglesia ha usado esta arma que Dios le ha dado.
Quien desconoce esta arma desconoce dos cosas: la Palabra de Dios y la historia. Nos queda el segundo arma por presentar en el siguiente artículo.
Notas
1 Los "Salmos Imprecatorios" son los Salmos que consisten principalmente en maldiciones contra los malvados; algunos de estos son los Salmos 35, 55, 59, 69, 79, 83, 94, 109 y 140
2 https://www.bioeticaweb.com/la-oms-recomienda-el-aborto-libre-hasta-el-nacimiento/
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