¿Por qué manda Dios “sojuzgar” la tierra?

La entrada del pecado en el mundo complica el cumplimiento de lo que se ha denominado “mandato cultural”, pero no lo imposibilita ni lo invalida.

06 DE OCTUBRE DE 2021 · 12:14

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@fiveohfilms?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Eddie Kopp</a> en Unsplash.,
Imagen de Eddie Kopp en Unsplash.

Antes de que termine el primer capítulo del primer libro de la Biblia, Dios manda a Adán y Eva y a su descendencia no solamente a aumentar en número y “llenar la tierra”, sino también a “sojuzgarla”. Para algunos exegetas las implicaciones son tan problemáticas que dudan de que se trate de un mandamiento divino que siga siendo válido. Sin embargo, no hay ninguna razón para pensar que el versículo ya no se aplique simplemente porque Dios lo pronunció antes de la caída o porque en el siglo XXI tengamos un problema con el término “sojuzgar”.

En primer lugar, Dios repite el mismo mandamiento después del diluvio en términos muy similares1. En segundo lugar, la entrada del pecado en el mundo complica el cumplimiento de lo que se ha denominado “mandato cultural”, pero no lo imposibilita o lo invalida. Y en tercer lugar, el término hebreo kabash implica ya de forma anticipada que “la tierra” no se dejará dominar sin resistencia. Esto anticipa una fuerza que se opone al hombre. Pero veamos el versículo en cuestión:

Después de haber creado a Adán y Eva, Dios dijo:

“…fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra.”

Génesis 1:28

Solo quiero resaltar cinco puntos que me parecen fundamentales a la hora de entender las implicaciones:

  1. El primer mandamiento que Dios da al hombre es el de trabajar, porque todo lo que Dios manda requiere esfuerzo y trabajo. Vale la pena destacar de nuevo que el trabajo no es una maldición porque precede al pecado. De esta manera forma parte de la misma razón por la cual Dios había creado a Adán y Eva.

  2. El término “llenad” implica que el hombre debe avanzar hacia cualquier parte del planeta para poner hasta el último rincón bajo su dominio en su función de administrador de Dios. Esta afirmación encuentra la oposición feroz del ecologismo contemporáneo secular, que parte de un profundo odio hacia el hombre y hacia Dios, y cree que la “naturaleza” -por supuesto no se habla de “creación”- es buena e intocable y que el hombre hace sobre todo una cosa: estorbar. En estos círculos se equipara la expansión del dominio humano -incluso cuando se lleva a cabo bajo una actitud responsable delante de Dios- con una agresión a lo que se denomina “medio ambiente”. Es cierto: el hombre es pecador y puede ser -y muchas veces es- destructivo en su forma de actuar. Pero esto no quita que obedeciendo a Dios se puede hacer buen uso de los recursos que ofrece la tierra. Estos recursos hay que descubrirlos y usarlos para el bien del hombre y de la tierra. Si esto fue necesario antes de la caída, cuánto más lo será después. Lo vemos en el hecho de que el mandato cultural se repite también después de la caída.

  3. La meta del trabajo es un dominio sobre la creación de Dios que se rige por los mandamientos de Dios porque está relacionado con Dios. Esto implica trabajo, y este trabajo no es un fin en sí mismo ni tampoco lo es el dinero que se gana. Es cierto: el trabajador es digno de su salario. No se pueden separar trabajo y remuneración económica. Pero tampoco forman los dos lados de una ecuación como si el trabajo no representara nada más que una suma de dinero.

En otras palabras: el trabajo es un hecho económico, pero no exclusivamente. En cualquier sociedad donde se percibe el trabajo meramente como necesidad económica habrá, de forma inevitable, un declive en la productividad. Si la gente solo trabaja para comer o pagar sus necesidades y caprichos, el sentido y la meta del trabajo desaparecen. Como ya vimos en el artículo anterior: el trabajo es un hecho moral que está opuesto al robo. Pero hay algo más: un trabajo bien hecho e inspirado por la voluntad divina siempre es productivo y nunca destructivo. Si se reduce el trabajo a lo puramente económico se liberan fuerzas destructivas. El mejor ejemplo para esto es el socialismo y el marxismo en todas sus formas. Es la razón teológica por la cual en sociedades marcadas por estas ideologías hay un retroceso continuo del bienestar. Cuando una persona es libre de este tipo de planteamientos ideológicos trabajará para mejorar su vida y servir a los demás. Además, el creyente lo hace por vocación divina, bajo el cuidado de Dios y para su gloria. Esto es una motivación no económica. El trabajo -y por ende una economía- se destruye cuando se considera únicamente bajo parámetros económicos.

El mandamiento de Dios junta el trabajo con el mandamiento de dominar la tierra. Por eso el trabajo es un mandamiento divino. El cuarto mandamiento es frecuentemente reducido al aspecto del descanso sin que se mencione que antes viene el mandamiento explícito para trabajar: “Seis días trabajarás y harás toda tu obra…” (Éxodo 20:9).

  1. Después de haberles dado el mandamiento de trabajar, Dios bendijo a Adán y Eva. Sí, es cierto: después de la caída el trabajo fue sometido a una maldición. Pero la maldición no era el trabajo, sino las circunstancias en las cuales se llevaría a cabo el trabajo. Dios bendijo el trabajo y el dominio que el hombre iba a ejercer. Por lo tanto, la bendición es para aquel que se somete a lo que Dios ha establecido.

  2. El mandato cultural separa el trabajo de la necesidad. Esto es algo muy importante de constatar. En una buena parte de este mundo el trabajo es una necesidad para no morir de hambre. Y en este hecho se reflejan las consecuencias de la caída de Adán y Eva. Si solo tenemos esta perspectiva, liberar al hombre de la necesidad de trabajar se convierte en un privilegio y en una meta soñada. Por eso, por regla general, se admira a las personas que han conseguido llegar al punto de no tener que trabajar. Cualquiera que sueña con el Gordo de la Navidad tiene esta idea en mente: despedirse del “curro” para siempre. Pero una sociedad que fomenta este ideal en cuanto al trabajo tiene un problema serio: cuando el objetivo supremo de nuestras vidas es no producir nada, entonces el olor a muerte se adueña de nuestra sociedad. Cuando una élite se convierte en un grupo de personas que solamente viven para el ocio o de forma improductiva tenemos una sociedad en declive. Una “clase ociosa” es parasitaria. Es curioso que en la historia la formación de una élite de este tipo siempre ha ido mano en mano con el estatismo, es decir, un orden estatal que se ocupa de todo. Cuando se ha llegado a este punto se da la prioridad al dinero y al poder por encima de la fe y el trabajo. Y entonces se forma una sociedad donde una minoría se establece en los centros de mando y construye un estado donde todo está regulado y asegurado, sobre todos los ingresos de burócratas improductivos. Se instala una élite que se enriquece gracias a la legislación que le es favorable. No es sorprendente que una persona productiva se convierta entonces casi de forma automática en enemigo del estado y persona a explotar. Nuestra sociedad actual es excelente ejemplo de este hecho.

En resumen: el elitismo de una clase cada vez más grande que no produce nada es el enemigo mortal de cualquier sociedad, porque renuncia a la responsabilidad personal en favor del control y del poder estatal. Y esto convierte a la sociedad casi irremediablemente en una copia de la aspiración babélica de “hacerse un nombre”.

Si el ideal de no trabajar y no producir se convierten en una realidad para una minoritaria clase elitista, el mandato cultural se sustituye por un ídolo y sirve incluso de pretexto para explotar la creación por razones meramente egoístas.

Infelizmente se confunden ambos conceptos con frecuencia: la explotación maléfica de la tierra, las guerras militares y comerciales y el uso irresponsable de nuestros recursos no son consecuencia del mandato cultural de la Biblia, como tantas veces se ha pretendido demostrar, sino precisamente de su versión idólatra: el elitismo que no produce y vive a costas de los demás.

Una persona, y en el mejor caso una sociedad, que considera la administración de los recursos de este mundo como una forma de emular y glorificar a Dios con una actividad productiva, siempre producirá un avance para este mundo y contribuirá a que el Reino de Dios se haga visible en todos los aspectos.


Notas

1 Génesis 9:1

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - ¿Por qué manda Dios “sojuzgar” la tierra?