Hablar con Dios

Me gustaría escribir sobre algunos aspectos de este privilegio tan excepcional que tenemos.

02 DE DICIEMBRE DE 2020 · 10:56

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@benwhitephotography?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Ben White</a> en Unsplash.,
Imagen de Ben White en Unsplash.

La teología ignora la oración por regla general. No suele ser tema de congresos teológicos, ni siquiera de debates. Las grandes teologías sistemáticas protestantes, sobre todo a partir del siglo XVIII, le dedican poco espacio. Y esto lamentablemente no ha cambiado - salvo excepciones - hasta el día de hoy.

Lutero hablaba mucho sobre la oración, pero nunca escribió una teología sistemática. El que lo hizo fue su compañero Melanchthon. El resultado son 10 páginas en una obra de más de 300. Lo mismo ocurre hasta el día de hoy en casi todas las publicaciones que llevan como tema un resumen de la doctrina cristiana: se escribe sobre muchísimas cosas, pero raras veces hay una reflexión teológica sobre este tema. O se la deja simplemente a la literatura devocional.

Pero hay notables excepciones. Una es la “Institución de la Religión Cristiana” de Juan Calvino. Es una pena que pocas personas se toman la molestia de leer por lo menos esta parte de su obra magna. Se encontrarían con un amplio capítulo sobre la oración que es tan excelente, animador y fundamental, que valdría la pena publicarlo aparte. Cosa que nunca se ha hecho en español, que yo sepa.1

La teología y la oración parecen no llevarse demasiado bien. Y es una pena porque no hay oración sin teología y no hay teología que valga la pena sin oración. Pero, ¿por qué existe esta extraña separación entre teología y oración? Y ¿por qué la literatura devocional no está siempre a la altura del tema - teológicamente hablado?

No sé si hay buenas respuestas a estas preguntas. Pero en las próximas semanas quiero por lo menos adentrarme un poco al tema. Desde luego no pretendo hacerlo de forma exhaustiva y sistemática. Pero me gustaría escribir sobre algunos aspectos de este privilegio tan excepcional que tenemos: hablar con Dios.

A lo largo de los años, me he leído muchos libros y artículos sobre la oración. Siempre he aprendido algo. Pero en términos generales, estoy un poco desilusionado con la literatura tipo “10 principios para orar mejor”. Más que ayudar, parece agotar.

Me explico. Muchas de estas obras, subrayan la importancia de hablar con Dios y cómo hay que hacerlo. Aquí tengo ya el primer problema. ¿Hay que explicar por qué es importante hablar con Dios? ¿Es tan complicado hablar con alguien que es invisiblemente presente y que además amamos de corazón? ¿No podría ser que nuestra incapacidad o dejadez a la hora de hablar con Dios tiene que ver con el hecho de que no le amamos suficientemente para dedicarle nuestra atención?

Nadie nunca tuvo que enseñarme como hablar con mi esposa. Cuando me enamoré de ella, quería hablar con ella siempre que tenía la oportunidad y esto no ha cambiado hasta el día de hoy. Cuando estoy de viaje siempre me comunico. No importa donde me encuentre o lo que cueste.

Y no es ningún mérito. Es tan natural como respirar. Y tampoco nadie nos enseñó a respirar.

Cuando por la gracia de Dios nacemos de nuevo, hablar con Dios se convierte en un aspecto tan fundamental de nuestra nueva vida como respirar.

Tampoco quiero ser demasiado crítico con los libros sobre la oración. La mayoría nos ayudan a entender cómo comportarnos en la presencia de Dios. De la misma manera que es bueno aprender algunas reglas que nos ayudan a mantener una conversación en una mesa. Esto es lo que podríamos llamar las oraciones públicas o formales. Indudablemente tienen su lugar y también sus reglas y convenciones.

Pero me quiero centrar en este primer aspecto: nuestras conversaciones en el día a día con Dios. Me imagino que Pablo tenía esto en mente cuando escribió a los Tesalonicenses que deberían orar “sin cesar”.

Me refiero a nuestras oraciones relámpagos a lo largo del día. En ellas nos comunicamos silenciosa pero continuamente con Dios. Le agradecemos por nuestro descanso nocturno y las alegrías del día. Cuando nos enfrentamos a una situación difícil, pedimos: "Señor, dame paciencia para hacer frente a este problema". Le agradecemos por su mano que nos guía y por su cuidado. Si nos encontramos con una persona difícil, le decimos: "Señor, no sé qué decir. Pero no quiero perder los estribos o causar un daño al Reino de Dios si no me comporto bien. Ayúdame a tratar a esta persona con respeto y de forma adecuada”.

Pero esto es sólo el comienzo. No hablamos con nuestros seres queridos sólo sobre asuntos serios e importantes. Conversamos, simplemente porque da gusto conversar con personas que apreciamos. Hasta disfrutamos del sonido de la voz de una persona querida y apreciada. El Cantar de los Cantares habla de esto más de una vez, refiriéndose con alegría a “la voz de mi amada”. Si escuchamos la música de la voz de Dios en su Palabra nos entra el deseo de entonar la misma melodía.

Sí, es cuestión de amor.

Todos lo sabemos: estas pequeñas conversaciones de una frase o dos mantienen una relación viva y palpable, sobre todo cuando uno convive en familia. Y donde ya no se habla estamos ante una relación rota. De la misma manera podemos deleitarnos en el Señor cuando le hablamos a lo largo de la jornada. Esa relación de estar de tú a tú con el Creador del universo nos capacita a darle las gracias por un nuevo día, agradecerle la belleza de una salida de sol o simplemente el hecho de que podemos ver, oír, movernos y disfrutar de tantas cosas durante el día.

Donde hay amor, las palabras fluyen.

Con las personas que apreciamos y que tenemos cerca no solamente hablamos a la hora de comer, sino siempre que podamos y tengamos la oportunidad.

La oración es hablar con Dios y se alimenta de una relación continua y fluida. Pero en la realidad de nuestras vidas no siempre es así.

Cuando hay un problema entre la pareja o entre familiares, nos cuesta incluso hablar con esas personas que tenemos tan cerca de nuestro corazón. Lo mismo ocurre cuando buenos amigos desaparecen de nuestras vidas porque se han mudado a otros lugares o simplemente los hemos perdido de vista. Es el problema de encuentros con ex compañeros de clase. Después de 40 años sin apenas saber nada de ellos, te encuentras en la misma mesa. Al inicio es interesante recordar el pasado, pero a partir de cierto momento ya no sabes de qué hablar. Nuestras vidas son distintas, nuestros intereses se han desarrollado de forma diferente. Nos falta terreno común.

Donde hay intereses comunes, las palabras fluyen sin esfuerzo. Donde no los hay, la conversación se hace espesa.

Pero creo que hay otro aspecto que impide a veces que esas palabras fluyan y que no hay una conversación con Dios: es el rencor y la falta de confianza. Me di cuenta de ello hace muchos años. En 1980 pasé un verano en EE.UU. y visité a varios seminarios para conocerlos. En uno de esos seminarios, me comentó un profesor de la importancia de que me estudiara cierto libro de texto de teología. “Es lo mejor que puedas encontrar,” me dijo. “Pero hay un detalle triste. Conozco al autor. Y sé que desde hace bastante tiempo ha dejado de orar. No perdona a Dios la pérdida de un hijo suyo.”

Esas palabras me dejaron helado y me asustan hasta el día de hoy. ¿Se pueden escribir teologías sistemáticas evangélicas sin orar? Por lo visto se puede. Y la obra mencionada sigue como libro de referencia en su área. El autor ya no vive y espero que haya podido recuperar el habla en su relación con Dios antes de que Dios le hablara a él.

A veces es mucho mejor gritarle a Dios, enfadarse con Él, hacerle preguntas y hablarle de nuestros desengaños y frustraciones antes de dejar de hablarle.

Donde hay amor y no hay rencor, las palabras fluyen. También en nuestra relación con Dios.

 

Notas

1 En inglés existe. Se puede descargar en versión Kindle, aquí.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Teología - Hablar con Dios