Lo que lo detiene
El misterio del mal es el que impide que el Reino venga, pero, como vemos, eso es la propia temporalidad institucional de la Iglesia.
23 DE JUNIO DE 2024 · 21:00
Esta declaración del Apóstol es sorprendente para nosotros, los de Tesalónica, sin embargo, estaban al tanto, aunque nunca dijeron nada, que sepamos (2 Tesalonicenses, 2:6-7). La razón, esa que Pablo dice que no sirve, ha razonado sobre este particular. Uno de los que han manejado el discurso es precisamente el autor del que avisé la semana pasada sobre un libro que analiza su pensamiento.
Yo leí más a Agamben cuando supe cómo interpretó la renuncia del papa Ratzinger, pues desconocía totalmente ese pormenor. [Recordé algo en un encuentro cercano aquí. “Ratzinger: papado con grieta irreparable”, 22 enero de 2023]
Para no liarme, les pongo las explicaciones de Villacañas en el libro citado. El asunto, medio ocultado, tiene migas. Y nos interpela sobre el papado, que no está nada mal.
(Punto 5: “El misterio del mal”, del capítulo 4º: “Lo irrealizable, la justicia”)
“La clave de buena parte del pensamiento de Agamben aparece en ese librillo [El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempo. 2013] que dedicó a la figura de Benedicto XVI, el discípulo de Erik Peterson. Por supuesto, este libro está íntimamente relacionado con la cuestión del kathéchon y aquí, una vez más, la clave procede de Schmitt. Lo más relevante del argumento es que esta figura nos lleva de nuevo a los terrenos en los que Benjamin se opone al jurista. Pero no olvidemos aquí la figura prominente de Overbeck, que fue rebatida por Harnack y por su discípulo Peterson. De esta manera, podemos pensar el movimiento de Agamben como un modo de lanzar el mesianismo de Benjamin contra la construcción eclesial y sus teólogos. Eso le permite enlazar con Overbeck, que fue el primero en mostrar la dimensión escatológica del Reino y poner en el centro de su consideración la cuestión de cómo y por qué el anuncio del reino mesiánico se convirtió en la institución de la Iglesia. Como sabemos, esta transformación específicamente apostólica, que está en la base de la indisposición de Nietzsche con el cristianismo, es justo la que resulta explicada por la construcción conceptual del kathéchon. Lago detenía la llegada del Reino, por mucho que ya estuviera aquí.
Así que, finalmente, lo que permite desarticular la dimensión eclesiástica, la signatura de la teología política y la teología económica, es la recuperación del mesianismo. En este sentido, Agamben es la última manifestación del pensamiento que, centrado en Roma, es completamente antirromano. Por supuesto, esto tiene mucho que ver con las irrupciones carismático-mesiánicas, como la de Francisco de Asís, y los movimientos escatológicos que atraviesan la vida de la Iglesia. Para Agamben, la integración de este dispositivo escatológico en el seno del cristianismo oficial se hizo a través de la función de la gloria, que heredó la representación de la política imperial para de ese modo perfeccionar el ámbito indefinido del gobierno y de la economía. La política tuvo así desde el principio el efecto nihilista de permanecer en la economía de lo mundano y mantenerse en el tiempo, en un tiempo vacío en el que nada sucede. Su enemigo es una vez más Agustín, el soporte fundamental de Peterson. En realidad, Agustín es responsable de este movimiento porque transformó la comprensión de la temporalidad de tal modo que creó las condiciones posibles para el desplazamiento permanente de la economía, la condición de la apertura de la filosofía de la historia.
(…) Esta síntesis de conocimiento en el Uno y en la vida futura ya implica una insensibilidad para el mensaje escatológico de Cristo dirigido al presente. Lo que no cambia se proyecta a un futuro más allá de tiempo, no al presente. (…) Esta separación de presente y eternidad a través del tiempo indefinido es el dispositivo por el que la Iglesia alcanza su legitimidad. (…) Agustín ha generado la mirada futurocéntrica de Occidente, que desplaza la liberación del tiempo hacia el futuro, a través de la consumación del tiempo. Esta es la condición de posibilidad del reino permanente de la economía en el tiempo.
Ahí es donde se puede abrir el espacio para el misterio de la economía que, para Agamben, es el misterio del mal, la necesidad de atar la acción de Dios al mundo y, por tanto, la necesidad permanente de la Iglesia. Ahí se jugo todo, la arqueología que hemos estudiado. De este modo se suspendió la relación del cristianismo con la escatología y se interpuso la mediación permanente del tiempo que explica la existencia histórica de la Iglesia. La eternidad se disolvió frente a un tiempo que se eternizó.
Eso hizo de la Iglesia el mismo kathéchon que detiene la segunda venida de Cristo y a presencia del Reino. Eso obligó a dotar a la Iglesia de las gloriosas representaciones imperiales con las que había sido inicialmente pensado el Cristo apocalíptico y a elevar las liturgias de esas glorias, luego apropiadas por el Estado y el capitalismo.
Pues como dice Heron, “la separación de la economía de su contexto escatológico es el tiempo kathéchontico”. Este es el paradigma que domina a Occidente y que marca desde el principio el triunfo del capitalismo. El kathéchon es un símbolo necesario de la economía teológica. Tan pronto como este desplazamiento de la experiencia tuvo lugar, la transferencia de la función kathéchontica desde el imperio romano a la Iglesia era inevitable. Pero no hace falta llegar a Ticonio para recordar que las cosas móviles en la Iglesia tienen que ver con la estasis, con la herejía y con el cisma y que la entrada de la Iglesia en un momento de unidad capaz de gozar de la paz definitiva coincidirá con la llegada definitiva del Reino.
El misterio del mal es el que impide que el Reino venga, pero, como vemos, eso es la propia temporalidad institucional de la Iglesia.
(…) La escatología ya no depende del Reino ni del Mesías, sino de la economía y el gobierno. Por tanto, de su contrario. Agamben considera que con elo se han introducido en la Iglesia dos aspectos completamente contradictorios. Al depender de la acción del gobierno, y esta de la voluntad, llegamos a un tiempo indefinido, interminable. Lo que había surgido para liberarse del tiempo nos ata definitivamente a él. Ese es el misterio del mal de la Iglesia. Su gloria y su gobierno prolongan la economía política al mismo tiempo que eliminan la dimensión mesiánica.
Por eso Agamben ha hablado directamente de la Iglesia y de su legitimidad en el presente justo con ocasión de alabar el gesto de Benedicto XVI de presentar su dimisión como pontífice. Entonces ha dicho que esa dimisión alza su voz ‘frente a una curia que, olvidada por completo de su propia legitimidad, sigue obstinadamente las razones de la economía y del poder temporal’. Benedicto XVI, al dimitir y renunciar, realiza el gesto crítico más rotundo frente a la Iglesia. Agamben llega a decir que la pone en cuestión desde sus raíces. En realidad, este momento es convergente con el sentido general de la obra de Agamben. La clave de la fuente principal de este libro dedicado a El misterio del mal, Ticonio, a quien dedicó un trabajo Ratzinger, reside en la reivindicación mesiánica propia de la iglesia donatista, en la separación y revelación del doble cuerpo de la Iglesia para así acortar el tiempo de la parusía.
(…) Agamben se centra en Iván Illich, que ve el kathéchon como el Anticristo que corrompe a la Iglesia y la institucionaliza como una sociedad perfecta que prepara el Estado.”
Ya no les pongo más. Sirvan estos renglones para ver que no podemos ve mucho si nos conformamos con frasecitas en las redes. Que la Iglesia no se enrede.
Cuando estas notas estén el domingo con ustedes, estaré, d. v., bautizando a mi nietita. Ya les pongo algo. Por cierto, tema el del bautismo de gran liberación, y de gran significación, tanta, que el mesianismo está ahí representado, nada más y nada menos. Desde luego, no valen unas frasecitas.
Por un año más
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