La paja en el ojo ajeno
Dios no desea que vivamos vidas ajenas, por ello nos regaló una propia para que la vivamos plenamente.
03 DE OCTUBRE DE 2016 · 10:25

¿Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no te das cuenta de la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: “Hermano, déjame sacarte la mota que está en tu ojo”, cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga de tu ojo y entonces verás con claridad para sacar la mota que está en el ojo de tu hermano. Lucas 6:41-42
Nunca habla de sí misma, siempre está muy agitada por todo lo que les ocurre a los demás.
En un principio creí conocer a una mujer abnegada a quién le gustaba prestarse a ayudar a otros. Con el tiempo he descubierto que lo único que hace es huir de ella y buscar en los demás un aliciente para vivir.
En muchas ocasiones la he excusado explicando que es tímida, que le cuesta hablar, que tal y cual, pero me he cansado de encubrirla.
Ayer tuve una charla con ella. Con tacto y prudencia le intenté hacer ver lo que yo veo, esa falta de vida propia, ese cúmulo de desconsideración y atropello que le hace estar al tanto de todos los pormenores de aquellos que se cruzan en su vida y en quienes sólo ve máculas e imperfecciones.
Ella no se equivoca, porque nunca arriesga.
Ella no quiere ser juzgada, sin embargo juzga.
Ella es una gran desconocida que conoce los sinsabores ajenos.
Habla sin temor de los errores que cometen otros. Habla de lo sumamente descuidados, desleales, egoístas, groseros, impuntuales, materialistas… que son los demás, mientras ella, perfecta en casi todo es una mártir que ve con estupor cómo todos a su alrededor se muestran plagados de defectos.
Hay quienes repiten que no hay que echarle cuenta, que ella es así.
Pero cada vez que guardo silencio ante su retahíla de comentarios desatinados sobre los avatares diarios de quienes cercan su vida, encuentro que estoy siendo injusta con ella, conmigo y sobre todo no estoy agradando a Dios.
En mi charla con ella no salí bien parada, encontré un muro contra el cual choqué de nuevo. En mi alegato no temí decirle la verdad, aquello que Dios quiere para nuestras vidas. Él no desea que vivamos vidas ajenas por ello nos regaló una propia para que la vivamos plenamente. Le hablé de que mirar continuamente la paja en el ojo ajeno nos enturbia la vista y nos ciega para que veamos claramente esa gran viga que existe en el nuestro.
Quizá mis palabras tan sólo consigan alejarla de mí, poner entre nosotras un muro aún más sólido, puede que así sea, pero a veces tenemos la obligación de quitar la venda que tapa los ojos de aquellos a quienes apreciamos y hacerles ver que no podemos ser cómplices de una existencia mediocre basada en la fútil idea de vivir las vidas de otros.
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