Una crisis perpetua

La palabra crisis se nos ha infiltrado en el habla de cada día, introducido en los diálogos frecuentes, haciéndose un hueco en la vida del ciudadano medio que ve con desagrado como un término tan manido cobra mayor ímpetu en su vida diaria.

21 DE OCTUBRE DE 2010 · 22:00

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Según el diccionario, una de las definiciones de la palabra crisis es: Situación dificultosa o complicada. Muchos afirmarán conveniente dicho significado. Vivimos tiempos arduos económicamente hablando, momentos en los que es difícil tener solvencia económica. Los políticos auguran que esta crisis tiene los días contados, que pronto habrá un aumento cuantitativo de puestos de trabajo y por fin descenderán las listas de desempleados. Sucederá o no, simplemente nos queda esperar a que este presente dificultoso comience a tornarse viable. Yo quiero hablaros, o mejo dicho escribiros en referencia a otra crisis. Una situación dificultosa que no tiene repercusión mediática, un conflicto austero e insondable en el que viven muchas personas sin ser conscientes de la profundidad de su pesar. Apatía, desgana, miedo, inseguridad, angustia, tristeza… Vocablos que definen la vida de quienes no superan sus problemas diarios y por consiguiente se suman en un perdurable atolladero que les lleva a vivir mermados por el dolor y la incomprensión de todo cuanto les ocurre. Sometidos constantemente a la crítica de un juez implacable llamado competitividad. Vivir en este mundo de alocado ritmo no es sencillo para quienes marchamos a un compás diferente, sin embargo, saberse peregrino en esta tierra te da la tranquilidad de poder vivir en ella sabiendo que posees una morada especial a la que algún día tendrás acceso. Ello te hace estar rodeado de tribulaciones pero no vivir atribulado, tener problemas, pero albergar deseos de superarlos, pasar por duros trances pero sin caer en el triste pozo de la desesperación. Vivir arropado por la desazón que provoca el sentirse solo entre la muchedumbre hace que muchas personas abandonen sus vidas en manos de la tristeza hundiéndose en las redes de una jeroglífico indescifrable. Una crisis que limita al ser humano a una existencia mediocre y alejada cada vez más de la felicidad. Quienes hemos conocido al autor de la vida, tenemos la obligación de ser voceros, percusores de un modo de vida ejemplar y motivadora para quienes nos ven desde otro ángulo. Dejemos a un lado los métodos añejos de propagar el evangelio y sustituyámoslos por un acercamiento humano, sencillo, que nos permita hablar sin dobleces, con naturalidad de un Dios cercano, amigo, poseedor de un bálsamo milagroso que nos hace ver la vida con ojos distintos. Acerquémonos a los demás siendo prójimos, mediadores, portadores de luz para alumbrar a quienes habitan en tierras de penumbra.

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