El café de la mañana

Se desprende con parsimonia de las prendas de dormir; ese cálido envoltorio que lo envuelve cada noche. Desganado y con la sensación de estar aún dormido recibe un cariñoso saludo de buenos días. Ella, que parece no dormir nunca, ya está levantada y ha preparado café. El aroma lo envuelve todo, los ojos se abren poco a poco y cada sorbo de esa sustancia mágica le devuelve las ganas que quedaron mermadas en la noche. Se despereza el reloj y él, acostumbrado al silencio matinal, sonríe a esa mujer especial que abandona su trinchera para seguir despertando al resto de la tripulación. El sabor del café lo reconforta y con un gesto amable asoma su cabeza por la ventana para saber qué tiempo le espera. Un recio viento frío despeina sus crespos cabellos aún sin atusar. Es lunes y piensa que va a ser una semana un tanto agotadora. Las gotas de lluvia hacen su aparición y suenan en el alfeizar con un tintineo nostálgico. Mientras la taza va quedando vacía, su mente comienza a llenarse de pensamientos. Sabe que antes de tomar ese aliado líquido no se siente capaz ni de dar un paso, pero es aún más consciente de que si no dedica unos minutos a hablar con el “Jefe”, nada tiene sentido. Es así como cada día encuentra tras el breve disfrute de su paladar, los oídos prestos de un incondicional Amigo al que agradece y pide, sabiendo que está por encima de todos y todo, y que siempre atiende a su llamado. Es lunes, un lunes gris, pero abandona su casa convencida de que la vida es de un color hermoso si dispones tu corazón y sientes que este late al son que Dios marca. Que todo resulta más liviano cuando has aprendido que nada de lo que hagas tendrá significado si no agradeces al dador de la vida el milagro de tu propia existencia.