La educación no bastará

El único remedio para la soberbia no es la educación, meramente. Se hace del todo necesario un poder superior que la acompañe. De otra forma la transformación no será posible.

29 DE MAYO DE 2025 · 15:20

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@ivalex">Ivan Aleksic</a>, Unsplash CC0.,
Foto: Ivan Aleksic, Unsplash CC0.

Decía el profeta Jeremías acerca de la condición moral y espiritual del pueblo de Israel: “Aunque te laves con lejía y amontones jabón sobre ti, la mancha de tu pecado permanecerá aún delante de mí, dice Yahwéh el Señor” (Jer.2.22)

La idiosincrasia de un pueblo, quien quiera que sea, está tan arraigada en su forma de ser que ya podrían pasar mil años que seguirá siendo el mismo. De eso también la Biblia nos dice mucho.

Solo tenemos que indagar en la forma de ser de algunos pueblos que aparecen en sus páginas. Por ejemplo, los habitantes de Galacia eran volubles por naturaleza, que de pronto se entusiasmaban por algo, pero enseguida cambiaban, tanto de ánimo como de parecer (Gál. 1.6).

Los ciudadanos de Corinto, tenían fama de ser inmorales; tanto que se usaba el término corintizar como sinónimo de fornicar (1ªCor.5.13; 2ªCo.12.21); o los habitantes de Creta, a quienes su propio poeta los describió: “Siempre mentirosos, malas bestias, glotones, ociosos…” (Ti.1.12)

 

La forma de ser del español

Y los españoles, ¿cómo somos? Decía Fernando Díaz Plaja, en su libro titulado “El español y los siete pecados capitales” (1967) que el español se define muy bien en orden al lugar que ocupan los llamados siete pecados capitales en nuestra sociedad. El primero de ellos, en el decir del autor citado, es la soberbia.

Entonces el español se definiría como “altivo, arrogante y elevado”; por lo cual hay una actitud de creerse más y mejor que otros. Esto se pone de manifiesto de distintas formas.

Una de ellas –la menos grave- en los clásicos chistes que todos hemos oído a lo largo de nuestra vida, en los que invariablemente aparecen “un inglés, un alemán, un francés y un español” (o para variar, “un americano”). Y de forma indiscutible el español siempre resultaba el más listo, ingenioso, capaz, gracioso y autosuficiente que todos los demás juntos. Esa es una forma “simpática” de manifestar la arrogancia y el creerse más que los demás.

Entonces, es lógico que cuando se tiene un concepto superior de sí mismo, todo lo demás se lleva por añadidura y se pone de manifiesto, igualmente, en ciertos refranes: “si no conoces a fulanito, dale un carguito”; “el que nunca tuvo una capa y se encontró un cuello”, etc.

En tiempo de la dictadura franquista, de tanto en tanto se podía escuchar a alguien discutiendo con otro que, para zanjar la discusión, decía: “¡Usted no sabe con quién está hablando!”

El otro, si era de clase humilde se echaba a temblar, pensando que podría estar hablando con alguien de “cierta posición” o ‘influencia’” y por lo cual le podría salir cara la discusión.

Por lo mismo, el soberbio suele tener poco respeto por las instituciones y por las leyes; y para salirse con la suya hará todo lo que le sea posible para escapar del peso de la ley. Además, es poco dado a aceptar y seguir los consejos y la corrección.

La frase, “a mí nadie me dice lo que tengo que hacer”, es frecuente escucharla en nuestro contexto; y en el político se ve de forma más evidente, en tanto que tanto unos como otros suelen usar el consabido: “¡A nosotros… Lecciones de ustedes, ni una!”.

 

No hemos cambiado mucho en más de 100 años

No cabe duda de que un pueblo así podrá adquirir más cultura (¿?) adaptarse a las nuevas tecnologías y presumir de algunos logros con los cuales disfrazar su propia forma de ser, pero la realidad de lo que es en sí mismo le acompañará siempre.

Como muestra de lo dicho, aquí copio lo que me remitió un querido amigo mío hace un par de años, sobre la España de hace más de 100 años:

“Los dos partidos que se han concordado para turnarse pacíficamente en el Poder son dos manadas de hombres que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve; no mejorarán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta infeliz raza, pobrísima y analfabeta.

Pasarán unos tras otros dejando todo como hoy se halla, y llevarán a España a un estado de consunción que, de fijo, ha de acabar en muerte.

No acometerán ni el problema religioso, ni el económico, ni el educativo; no harán más que burocracia pura, caciquismo, estéril  trabajo de recomendaciones, favores a los amigotes, legislar sin  ninguna eficacia práctica, y adelante con los farolitos... Si nada se puede esperar de las turbas monárquicas, tampoco debemos tener fe en la grey revolucionaria (...) No creo ni en los revolucionarios de nuevo cuño ni en los antediluvianos (...) La España que aspira a un cambio radical y violento de la política se está quedando, a mi entender, tan anémica como la otra.

Han de pasar años, tal vez lustros, antes de que este Régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental Tendremos que esperar como mínimo 100 años más para que en este tiempo ‘si hay mucha suerte’ nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente… ¡pobres españoles! lo que nos costara recuperar lo perdido” 1

Aparte de que algo ha mejorado “esta infeliz raza” hay en el párrafo anterior algunas frases que clavan totalmente esa forma de ser de los que nos gobiernan.

Sobre todo la conclusión que presenta como un deseo de que “nazcan personas más sabias y menos chorizos de los que tenemos actualmente”. Frase que habrá esbozado alguna sonrisa en nuestros lectores, pero que más que a reír invita a lamentar y llorar.

Pero por otra parte, los que nos gobiernan representan la sociedad que les votamos; por tanto, nos devuelven nuestra propia imagen.

Claro, hablamos en términos generales y aunque se dice que no se debe generalizar, está claro que el panorama que presentaba don Benito Pérez Galdós no era para menos. Han pasado ya poco más de 100 años y… ¿no es lo mismo, o casi lo mismo?

 

La “tuberculosis ética”

A la pregunta anterior hemos de decir que sí, que es lo mismo, que este país está enfermo de “tuberculosis ética”. Algo que se aprende, en primer lugar, en los hogares y que, después, es reforzado en el contexto social.

En el contexto familiar, porque no se ve que haya una gran preocupación de parte de los padres en enseñar a sus hijos, más que nada y por encima de todo, una moral y principios éticos que queden grabados a fuego en el corazón de sus hijos e hijas.

Pero no es así; no de forma absoluta, claro. Como un ejemplo de esto que digo, hace algunos años había una tertulia en una cadena de TV., en la cual los tertulianos trataban esto mismo que hablamos aquí.

De pronto uno de los participantes dijo: “Es necesario que volvamos a enseñar en las familias los diez mandamientos”. De pronto, y como si éste hubiera proferido algún tipo de maldición o dicho algún disparate, otro saltó como empujado por un resorte, diciendo con burla: “Los diez mandamientos… ¡Ya, ya! Los diez mandamientos… ¡Lo que nos faltaba!”

Yo me preguntaba si el que se burló de la declaración de su contertuliano sabía lo que decía y si se había detenido tan solo un poco para ver en qué parte los 10 Mandamientos de la ley de Dios, traen algún perjuicio a los seres humanos.

Al menos es lo que se espera de un tertuliano de TV al que se le supone algo de formación cultural. Pero todo aquel que conoce los Diez mandamientos verá que en ninguna parte veremos que su enseñanza y aplicación sean para mal de los que los conocen y practican. ¡Todo lo contrario!

Lo que pasa es que en este país todo cuanto huela a “religión” se menosprecia y se odia porque-sí. Y uno puede hacerse una idea del por qué. Pero a continuación tenemos que decir que este país está aquejado de “una tuberculosis ética” precisamente por desconocer los Diez mandamientos de la ley divina.

Pero, ¡No, nos confundamos! Lo peor de todo es que la mayoría los conoce, pero se empeñan en pasar por encima de ellos, cada vez que se les conviene. De ahí que el resultado sea la enfermedad de “la tuberculosis ética”.

 

El mismo paisaje moral y ético, después de más de 100 años

Dicho lo anterior, uno no puede dejar de pensar en las décadas vividas desde la llamada Transición (1978) y en las cuales han gobernado los dos grandes partidos.

Pero, invariablemente, los dos han incurrido en la corrupción de forma escandalosa. Solo hay que tirar de memoria y si no, de Google para recordar los casos de corrupción de unos y de otros.

Pero llama más la actuación de aquellos que son descubiertos en sus corruptelas, sean estas de carácter económico o sean de otro tipo.

Éstos harán todo lo posible por esconderlas por todos los medios; y como tienen el poder harán todo lo posible para usarlo a su favor, entorpeciendo las investigaciones de los grupos especializados de algún Cuerpo de Seguridad del Estado o tratando de desarticular a estos grupos para ocultar sus delitos.

Pero otra forma de actuación es desaprobando a los jueces que instruyen sus casos, e incluso acusarlos de prevaricación con la finalidad de invalidarlos, porque es la única forma que tienen de escapar –si les fuera posible- de la Justicia.

Es tanta la presión que ejercen contra ellos que puedo imaginar el temple, el aguante, la valentía (nunca mejor dicho) y la paciencia que han de tener los jueces que están al frente de algunas investigaciones, tratando de instruir los casos que les han sido confiados por la justicia. Nada nuevo, al parecer:

“La administración (¿) de justicia no tiene que ver con esos asuntos, pues por muchos robos que se cometan en España, no han de ir a la cárcel ni a presidio más que los ladrones… vulgares, esto es, los ladrones que carecen de educación (…)

Los pobrecitos jueces y magistrados se pierden en un laberinto de historias sin alcanzar un rayo de luz; y si por casualidad sospechan algo… no encuentran sólidas bases para acertada sentencia, o los culpables que aparecen no parecen; y si lo parecen, no resultan los verdaderos o principales culpables” 2

Con algunas diferencias, pero este texto escrito hace más de 140 años pone de manifiesto que la forma de ser de un pueblo -del nuestro, España- no cambia en lo esencial, aunque progrese en otras cosas.

Pero no solo no ha cambiado en lo esencial, sino que es posible que haya ido a peor; y que en aquello de “la tuberculosis ética” haya empeorado. Razón por la cual, por otra parte, en algunos “momentos” de nuestra historia haya derivado en guerra/s entre hermanos. ¿Tan grande es la soberbia del español? Al parecer, sí.

 

La verdadera solución

Esto nos hace pensar que pedirle a un pueblo que cambie su forma de ser de forma colectiva, es pedir un imposible.

La colectividad se puede organizar para asuntos de interés propio, pero no resulta cuando se trata de curar la enfermedad de la tuberculosis ética, de la cual hablaba Pérez Galdós.

No es, cuestión -como dijo el profeta Jeremías, de forma metafórica- de aplicar “lejía y amontonar jabón cobre ti –porque- la mancha de tu pecado –forma de ser- permanecerá aún delante de mí” (Jer.2.22).

El único remedio para ese mal endémico no es la educación, meramente. Se hace del todo necesario un poder superior que la acompañe. De otra forma la transformación no será posible.

Tampoco es la religión folklórica de nuestro país, ni la fe en las vírgenes, ni cientos de santos, ni “cristos” varios. Todo eso estuvo y oscureció este país por siglos.

Pero “algo” que pueda ahondar hasta lo más profundo del corazón y no solo tocar la superficie de nuestro ser, es la luz del evangelio de Jesucristo. La luz del evangelio es lo único que puede poner en evidencia nuestras faltas más arraigadas en lo profundo de nuestro ser.

Solo entonces se puede tomar conciencia de nuestra nefasta forma de ser y proceder al arrepentimiento. Sí, arrepentimiento. Ese término tan despreciado y odiado por muchos de los mortales de nuestro país que siempre se enorgulleció de ser tan religioso.

Luego, a partir de la acción del Evangelio en el corazón, podremos verlo de otra manera. Entonces, la corrupción con sus primas hermanas, el engaño, la mentira y el hurto quedarán lejos para dar paso a la integridad, la honradez, la honestidad, la verdad… y el hacer las cosas con excelencia.

Cuando eso ocurre, el que lo experimenta no podrá copiar párrafos de otros trabajos para insertarlos en su tesis doctoral. Cuando eso ocurre, el que lo experimenta no podrá seguir en su cargo ni un minuto más, sino que dimitirá al instante, sintiéndose un indigno ciudadano asumiendo su responsabilidad por sus hechos.

Cuando aquello ocurre, el que robó hará todo lo posible por confesarlo y devolver lo robado lo más pronto posible, además de enfrentarse con los cargos a los cuales hubiere lugar.

¡Ojalá ocurriera un avivamiento en España de forma general y que pudiéramos ver vidas transformadas de las distintas esferas de la sociedad!

En España siempre hubo mucha religiosidad, pero nunca conoció un verdadero avivamiento espiritual basado en la predicación del Evangelio y que transformara las vidas y sanara la soberbia y “la tuberculosis ética” que padece desde hace siglos.

Pero mientras eso no suceda, seguiremos igual que siempre, cubriendo las maldades con las “hojas de higuera” de la justificación propia y la hipocresía de los que piensan que, mientras “no se demuestre legalmente mi culpabilidad, yo soy inocente”. A los tales les vienen bien aquellas palabras del Señor Jesús:

“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos (políticos mentirosos) hipócritas! Porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia” (Mt.23.27).

Pero a Dios no se le escapa nada y, de seguro, que lo tendrá en cuenta.

 

Notas

1. Benito Pérez-Galdós. La fe nacional y otros escritos sobre España. 1912.

2. Mallada Lucas. Los males de la Patria 1890. P.175. Edt. Fundación Banco Exterior.

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