Sobre la relación hombre-mujer (III)
En el matrimonio cristiano, la igualdad debería darse sin necesidad de exigirla, sino reconociéndola con respeto y humildad.
18 DE DICIEMBRE DE 2024 · 16:16
En la pasada exposición vimos que la revelación de Dios dada a través de los hombres escogidos por él vino a la humanidad en medio de un contexto cultural dado. Dicho contexto, aunque no condicionó la revelación, sin embargo a la hora de aplicarla, no lo fue en la medida que nosotros, hombres y mujeres del Siglo XXI, lo hubiéramos hecho. Esto es evidente en la forma en la cual hombres y mujeres se relacionaron. Los ejemplos puestos en la anterior exposición, tales como la elección de hombres pero no de mujeres para ejercer el cargo público, de lo que después se llamaron diáconos, así lo prueba (Hch.6.1-7). Igualmente el hecho de que fueran los padres los que “arreglaban” el matrimonio de sus hijas (Ver, 1ªCo.7.36-38). Cuestión esta que se prolongó por siglos a lo largo de los siglos. Pero lo mismo podríamos decir de la relación que debían tener las esposas con sus maridos, tal y cómo sugiere el Apóstol Pedro, cuando presenta a Sara, esposa de Abrahán, la cual “le llamaba, ‘señor’” (1P.3.6). Tampoco olvidamos el hecho de que el apóstol Pablo usara principios universales para afirmar o enseñar el uso del velo por parte de la mujer, “como señal de autoridad sobre su cabeza”; señal visible de que la mujer estaba bajo la autoridad de su marido. Luego, como un detalle cultural muy importante –aunque no entre dentro de lo que es la relación hombres y mujeres- también hemos de tener en cuenta las exhortaciones que Pablo (y el apóstol Pedro) dan a los esclavos y amos creyentes, sin que exista en el texto bíblico el menor atisbo de que los autores del Nuevo Testamento hablaran mal y/o emitieran alguna denuncia en contra de la institución-esclavista, romana (Ver, Ef.6.5-9; Col.3.22-24; Ti. 6.1-2; Tito, 2.9-10; 1ªP.2.18-20).
Así que si queremos ser literales, tanto en la interpretación del texto bíblico como en su aplicación, deberíamos serlo en todos los casos y con todas las consecuencias y no solo en aquellos que nos convenga a nosotros. Pero a esto tenemos que añadir, que fue precisamente por ser literalistas en esos dos aspectos mencionados, que diversas esclavitudes han perdurado por siglos, hasta hace bien poco. Por decirlo claramente, los principales grupos que Pablo menciona en los cuales se han dado las divisiones más profundas, “judíos y gentiles”; “hombres y mujeres”; “esclavos y libres” (a los cuales tendríamos que añadir, otros grupos más, como “gitanos y payos”, etc.) ni reconocieron ni practicaron la unidad práctica que el Señor Jesús ganó para ellos, sino que muchos se encargaron de defender las divisiones e incluso perpetuarlas, por una mala interpretación y aplicación del texto bíblico.
El “buen testimonio” y el respeto a la autoridad; dos elementos que los apóstoles respetaron
Cuando nos preguntamos el por qué actuaron así los apóstoles en los pasajes referenciados, encontramos dos razones, principalmente:
1.- Una razón fue el contexto cultural en el cual vivieron.
Ya vimos que el asunto del uso del velo por parte de las mujeres tenía que ver con la cultura del momento. Así que Pablo no solo no quiso que los creyentes fueran “de tropiezo” o “escándalo” a la sociedad en la cual vivían, sino que encontró razones poderosas para defender aquella costumbre. (1ªCo.10.32; 11.2-10) ¿Quién iba a contradecir tales razones? Así que las mujeres debían obedecer el consejo apostólico. Luego -aunque es un tema para tratar aparte- dentro del contexto cultural estaba también la esclavitud. Se diga lo que se diga, la esclavitud se veía como algo normal. El concepto de dignidad personal, e igualdad entre todos los seres humanos no existían. Tanto en la antigua Grecia como en la cultura grecorromana el tener esclavos era del todo normal. Así que los apóstoles respetaron la sociedad de su tiempo, sin ir de frente, denunciando las injusticias de la misma.
2.- La otra razón era el reconocimiento y respeto de los apóstoles a las autoridades políticas de su tiempo.
Esto no debería presentar ninguna duda al respecto. Tanto el apóstol Pablo como Pedro enseñaron sobre la obligación de reconocer a las autoridades que gobernaban, someterse a ellas y obedecerlas, porque de no ser así, escribió Pablo: “los que resisten, acarrean condenación para sí mismos” (Ro.13.1-2). A este texto hay que añadir que ellos también enseñaron el deber de orar por todas las autoridades, con la doble finalidad de que “vivamos reposadamente en toda piedad y honestidad…” y que ellos también encontraran la salvación (Ver 1Ti.2.1-4; 1ªP.2.13-14). Además, hemos de señalar que el hecho de haber ido en contra de las autoridades romanas en relación con la institución del paterfamilias (la familia patriarcal, con el esposo y padre al frente y dueño de todo) y la esclavitud, hubiera levantado una gran persecución en contra del cristianismo, de tal manera que hubiera sido exterminado desde el principio. Para Roma aquello no era “negociable”. Entonces, la respuesta del cristianismo fue aceptar, en parte, la sociedad de su tiempo e introducir elementos “extraños” a aquella cultura, pero del todo beneficiosos para los individuos, tanto en los matrimonios creyentes como en la relación de amos y esclavos. La llamada “declaración universal” del Apóstol Pablo en Gálatas 3.28, pone de manifiesto la intención divina en relación con todas las divisiones entre los seres humanos. Pero también el mandato apostólico: “maridos amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella….” (Ef.5.25) debieron ser como una “bomba” en la sociedad romana tal y cómo estaba constituida y que, poco a poco, daría paso a una sociedad diferente.
3.- La relación hombre mujer en el matrimonio
Por supuesto a la luz de lo que ya dijimos en al anterior artículo y lo que llevamos expuesto en este, sí nos gustaría abordar uno de los pasajes que a la gran mayoría de las mujeres y gran parte de los hombres, en nuestro contexto, les suena bastante extraño. Sobre todo cuando dicho pasaje se lee en público, en la celebración de bodas. He aquí el texto bíblico:
“Las casadas estén sujetas a sus maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo y él es su salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo las casadas estén sujetas a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella…” (Ef.5.22-24; ver también, Col.3.18).
En principio es necesario decir que los pasajes citados no hablan de la relación “hombre-mujer” sino de la relación del hombre y la mujer en el matrimonio. Así que lo que se diga en relación al mismo, no aplica de forma universal, fuera del matrimonio.
El énfasis en el texto bíblico
Pero lo cierto es que en la gran mayoría de los casos, en vez de poner el énfasis en el “amor del marido hacia la esposa” se ha puesto en “la autoridad del marido sobre su esposa”, por aquello de que “el marido es cabeza de su mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia”. Además, añadiendo el doble énfasis: “la mujer esté sujeta al marido (…) en todo”. ¡Y no ha habido nada más! Y toda la relación de los maridos y mujeres cristianos ha pivotado sobre esa interesada (nunca mejor dicho) interpretación y énfasis. Pero además, dando por sentado que la otra parte de la enseñanza sobre “el amor a las esposas” se estaba cumpliendo. ¡Pero ha sido una cuestión que solo se validaba con afirmarlo! Eso sí, algo más que dudoso, en la mayoría de los casos y a través de los siglos… De esa manera se han ahogado los matrimonios, dado que se ha ahogado a la otra parte del mismo que es la mujer y esposa. Y dadas así las cosas, solo los maridos han podido vivir en libertad sin ningún tipo de condicionamientos.
Pero alguno dirá: “Bueno, pero eso no es culpa de la verdad expresada en el pasaje, que dice que ‘los maridos deben amar a sus esposas como Cristo amó a la Iglesia’”. Ya, pero las cosas no van a cambiar ni cambiarán nunca, insistiendo en “la autoridad del marido sobre la mujer” y “la sujeción de la mujer al marido”.
4.- ¿Qué tal si probamos con el compañerismo, algo en lo cual no se ha puesto el énfasis, nunca?
En realidad, mientras se siga poniendo el énfasis en lo mismo, las cosas no van a cambiar nunca. Pero ¿Qué tal si enfatizamos el compañerismo sin necesidad de que neguemos que “el marido es cabeza de la mujer…”? Y alguno preguntará: ¿Y por qué hemos de rechazar la enseñanza de la Palabra acerca de la autoridad del hombre sobre su mujer y la sujeción de la mujer al esposo a favor de “otra enseñanza”? Ya. Pero se da el caso de que el “compañerismo”, no forma parte de “otra enseñanza” sino que está incluido en la relación del hombre y la mujer en el matrimonio, desde el principio de la creación y antes de la Caída (Gé.1.26-28). El compañerismo forma parte del término griego koinonía que significa, comunión, participar, contribuir, compartir, etc. Algo que si no se da en el matrimonio cristiano, ¿dónde podrá darse mejor? Y, siguiendo el ejemplo del Apóstol Pablo, quien no tuvo problemas en no servir de escándalo en el asunto del velo y otras cuestiones que ya hemos visto, hoy día se presentan otras circunstancias muy diferentes a las que los apóstoles vivieron; y mientras que “sujeción” y “obediencia” suenan de forma muy negativa, “compañerismo” es un término del cual el matrimonio cristiano debería dar un vivo y poderoso testimonio con su ejemplo.
Señales del compañerismo
1.- El compañerismo no está en contra de la estructura que Pablo reconoció, sino que forma parte de ella.
En todo caso, el compañerismo forma parte de la comunión (koinonia) sin la cual ninguna relación puede funcionar; ni la comunidad cristiana –la iglesia- ni mucho menos, en el matrimonio. La mujer está cansada de ser la que tenga que “obedecer” y tiene más anhelo de compañerismo; por otra parte, el hombre, acostumbrado a mandar e imponer su voluntad, le cuesta más ofrecer una relación de compañerismo a su esposa.
2.- El compañerismo reconoce lo que “el otro” ha recibido y lo respeta, sin condicionamiento ni exigencia alguna.
Que el hombre haya sido y sea el que tome la iniciativa generalmente en todo, liderando el matrimonio, no significa que no haya hombres que no tomen la iniciativa[i]. Lo contrario es verdad y en muchos casos es la mujer la que toma la iniciativa, porque ha recibido en sí misma la capacidad de liderazgo que su marido no tiene. Eso hay que reconocerlo; ¡Y no pasa nada porque sea así! Es verdad que el liderazgo es algo que se puede aprender, en parte, pero eso es una cuestión que no debe ser forzada en algunos hombres. Lo cierto es que en muchas iglesias se ha hecho mucho daño porque se tiene la idea de que el hombre, “como es la cabeza de la esposa”, es el que tiene que tomar la iniciativa siempre, en todo, y el que tiene que tomar las decisiones; y en los casos en los cuales las mujeres con ciertas dotes de dirección se les ha tachado de “mandonas” y a los hombres de ser “mangoneados” por ellas; pero lo que ocurre se debe a algo que es del todo normal[ii]. Esto se prueba cuando observamos cualquier comunidad, sea de creyentes o no. Lo cierto es que cuando se mencionan a los matrimonios, unas veces se menciona al hombre y después a la mujer; y otras, se menciona a la mujer primero y después al hombre. La razón es que casi sin darnos cuenta tenemos la impresión de quién es el que lleva el liderazgo en el matrimonio. Y en muchos casos, no es el hombre, sino la mujer. ¡Y esto de forma muy natural y sin que le falte el respeto a su marido!
El caso de Priscila y Aquila
Tenemos el ejemplo del matrimonio de Priscila y Aquila. Al principio, el “protocolo” exigía que en la presentación, el escritor –Lucas, evangelista- lo hiciera mencionando primero al esposo “Aquila” y luego, a la esposa, “Priscila”. Pero poco después, será Priscila la primera en ser nombrada por dos veces. Sin embargo, en otra ocasión, primero se menciona a Aquila y después a su esposa, Priscila. (Ver, Hch.18.1-2,26; Ro.16.3; 1ªCo.16.19). Esto es un ejemplo de lo que es el compañerismo en el matrimonio, y que se expresa de forma natural sin que hubiera problema alguno en los mencionados; sobre todo cuando al mencionarlos no se excluye a la mujer, no solo de mencionarla en primer lugar sino del ministerio de enseñanza de la Palabra y de compartir su hogar con la iglesia que estaba “en su casa”, tal y cómo aparece en las citas, más arriba. Es en la práctica del compañerismo (comunión/koinonia) cristiano en el matrimonio, que se percibe algo precioso, en el cual no hay problema[iii] sobre quién es el que manda, lidera o toma las decisiones. Eso no es algo que preocupa cuando el amor es el que preside el compañerismo en el matrimonio, dado que la humildad y la valoración del otro por encima de uno mismo, no está en discusión.
3.- Un ejemplo de compañerismo en un matrimonio cristiano.
Al respecto de lo que venimos diciendo, recuerdo un ejemplo de compañerismo cristiano en el libro titulado “Jesús Feminista”[iv] Al respecto decía la autora que comparaba el matrimonio con un baile:
“Así que, a pesar de ser pésimos bailarines, desde el principio Brian y yo decidimos aprender a aferrarnos el uno al otro y bailar en todo nuestro matrimonio. El guía y yo guío (…) Confío plenamente en mi esposo; con cada pedacito de nuestra vida y de la mía. Mi confianza no se debe simplemente a que debo tenerla, no se debe a que creo que Dios me ordena que me someta sin cuestionar su liderazgo porque yo sea débil o fácil de engañar. Me someto porque estoy caminando a la manera de Jesús. Como hombre de Dios, Brian también es mi siervo.
Así que mi esposo me sigue cuando doy un paso hacia un lugar nuevo. Y sé exactamente cuándo es mi turno de ser seguidora; pero también nos hemos pisoteado los dedos del pie una o dos veces, también hemos estado terriblemente fuera del ritmo. A veces, él lidera; a veces lidero yo. Vamos cambiando porque nuestra relación está viva y es orgánica, sigue desarrollándose. Pero siempre somos nosotros, confiando en el corazón del otro, confiando en que bailamos la misma música de ese viejo piano. Todavía estamos aprendiendo a movernos perfectamente juntos. Si no podemos movernos juntos, entonces esperamos y resistimos en la pausa entre cada paso. El matrimonio es un abrazo íntimo disfrazado de baile.
Si verdaderamente el matrimonio es un vistazo a la gracia que se acerca, entonces tal vez sea también una muestra de mutualidad, de dar, de amar y de intimidad. Y si todo lo que logramos con nuestros matrimonios es amarnos el uno al otro a lo largo de los años, es suficiente; y es un matrimonio real.”
La autora del libro mencionado ha explicado mejor que yo lo que significa el compañerismo en el matrimonio. Pero para ir concluyendo, hemos de señalar que nuestra sociedad está luchando a favor de la igualdad entre el hombre y la mujer, a veces de formas que no contribuyen a esa igualdad que se busca, sino todo lo contrario. Sin embargo, en el matrimonio cristiano, esa igualdad debería darse sin necesidad de exigirla, sino reconociéndola con respeto y humildad, reconociendo en el otro el mismo derecho que tengo yo a disfrutar de una relación de compañerismo, donde uno no está por encima del otro, sino uno al lado del otro; como cuando el hombre y la mujer fueron creados, bien diferenciados, el uno para el otro, pero con una misión también común.
Notas
[i] Aquí hemos de afirmar que aunque hay cosas que se pueden aprender, incluido el liderazgo, esto último no siempre es factible que lo aprendan algunas personas, incluidos muchos esposos.
[ii] Lo dicho no niega los casos en los cuales haya mujeres que se comporten así con sus maridos. Pero a eso no nos estamos refiriendo en nuestra exposición, lógicamente.
[iii] Eso no quiere decir que no surjan problemas en la relación matrimonial. Pero los problemas serán, en todo caso, la oportunidad para poner en práctica la comunión (Koinonia) sobre la base del respeto y la humildad que debe caracterizar, al matrimonio cristiano.
[iv] Eso, al margen de que no me guste el título del libro. Pero para el caso, no es algo importante.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - Sobre la relación hombre-mujer (III)