¿Es María la madre de Jesús, madre de la iglesia?

Como evangélicos creemos en María, reconocemos el valor de su ejemplo y precioso testimonio y amamos a la Virgen. Pero no creemos ni practicamos todo aquello que ha sido añadido y enseñado a lo largo de los siglos, y que es ajeno a las Sagradas Escrituras.

10 DE ABRIL DE 2024 · 13:30

El personaje de María, madre de Jesús, en la película Natividad (2006). /Jaimie Trueblood, New Line Cinema.,
El personaje de María, madre de Jesús, en la película Natividad (2006). /Jaimie Trueblood, New Line Cinema.

Y cuando vio Jesús a su madre y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí a tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa” (J.19.26-27).

Hace algún tiempo, me disponía a entrar a nuestro local de cultos y saludé a un vecino, ya mayor, que se encontraba cerca. Con toda la amabilidad de la que fui capaz le invité a entrar y acompañarnos en la reunión. Entonces, él me dijo: “Es que vosotros no creéis en la ‘Virgen’”. “¿Quién le ha dicho eso?”, le pregunté. Y él me contestó: ”Hombre, los protestantes no creéis en la ‘Virgen’…” Lógicamente, si hubiera seguido preguntando, dicho hombre no hubiera podido explicar nada sobre el tema que él mismo sacó a colación. Sólo hubiera dicho lo mismo: “Los protestantes no creéis en la Virgen”.

Es lógico. Todo cuanto se enseña desde la niñez y no solamente en el contexto familiar sino social y religioso quedará grabado en la misma esencia del ser, conformando la propia identidad de los así enseñados. Todo ello, independientemente de que lo que se aprenda sea cierto o no, sea poco o sea mucho. Mucho más en un tema tan sensible como éste, en el cual afloran los sentimientos de una forma… un tanto especial. Aquel estimado vecino no sabía que nosotros los evangélicos creemos en la Virgen, reconocemos el valor de su ejemplo y precioso testimonio y amamos a la Virgen. Pero no creemos ni practicamos todo aquello que ha sido añadido y enseñado a lo largo de los siglos, y que es ajeno a las Sagradas Escrituras.

Ahora bien, antes de entrar en la interpretación del texto bíblico, hay que tener en cuenta que a lo largo de los siglos, se han usado distintos métodos de interpretación de las Escrituras, siendo los principales el alegórico y el léxico-histórico-gramatical. El primero fue usado por algunos de los antiguos llamados Padres de la Iglesia, como Clemente de Alejandría: “él fue el primero en aplicar el método alegórico a la intepretación del Nuevo Testamento (…) Propuso el principio de que toda Escritura debe ser entendida alegóricamente (…) Ocasionalmente se refirió al sentido moral, pero constantemente empleó el método alegórico, puesto que en dicho método creía encontrar el verdadero conocimiento” i

Discípulo de Clemente de Alejandría fue Orígenes y en menor medida, pero también, Agustín de Hipona. Dicho método alegórico deja de lado el sentido literal e histórico del texto para centrarse en lo que el intérprete presupone que representan las personas, cosas, circunstancias, etc., que aparecen en el texto bíblico. El problema es que, si seguimos el método alegórico, nos alejamos del propósito que tuvo el autor bíblico cuando escribió, y de esa manera hacemos decir al texto cualquier cosa menos lo que realmente dice. El hecho de que las Escrituras fueran inspiradas por el Espíritu Santo no nos autoriza a concluir que porque los autores de las Escrituras fueran humanos, la revelación divina quedara tan oculta bajo el lenguaje de los escritores, de tal forma que no se entendiera. Nada de eso es cierto. Otra cosa es que en el texto bíblico haya partes difíciles de entender, tal y cómo aseguró el apóstol Pedro (2ªP.3.15-16).

Pero pongamos un ejemplo: Por medio del método alegórico, podemos intepretar la parábola del “buen samaritano” –como algunos han hecho- (Luc.10.25-37) de la siguiente forma: a) el hombre herido al lado del camino, representa al hombre pecador que necesita ser rescatado del pecado; b) el buen samaritano, representa al evangelista que por medio del mensaje del evangelio rescata al perdido; c) el mesón donde le lleva representa a la iglesia donde el nuevo convertido será atendido para su sanidad espiritual; d) el mesonero, representa al pastor de la iglesia; e) los dos denarios, representan los dos pactos: el A. Testamento y el Nuevo Testamento que conforman la Biblia… Y así sucesivamente. Y, por supuesto, los ladrones que lo robaron y lo hirieron, representarían al diablo o la obra del diablo en el “pecador” que le maltrata con el propósito de robarle todo lo que tiene de Dios, etc.

Evidentemente, nada de eso está en la parábola del buen samaritano. La lección central de la parábola es que el amor a Dios y al prójimo está muy por encima de todo lo demás, incluida la enemistad que podamos tener contra alguien, en razón de su raza, pueblo o cualquier otro prejuicio. Pero el método alegórico “distrae” al lector e intérprete de lo esencial, llevando al predicador o maestro a ver en dicho relato algo que no está allí, sino que es impuesto por el intérprete. Es lo que se conoce como eiségesis. Por ese camino, muchas de las interpretaciones a las cuales llegaron algunos Padres de la Iglesia fueron “interesantísimas”, pero en mucho, de lo más disparatadas. Sólo tenemos que remitirnos a muchos de los escritos de algunos de los llamados Padres de la Iglesia para comprobarlo.

Sin embargo, el método histórico-gramatical consiste en interpretar el texto según lo que dice, teniendo en cuenta el carácter literario del texto a interpretar; si es historia, poesía, de carácter didáctico, género apocalíptico, etc. Luego, hay que tener en cuenta el significado de las palabras, así como su contexto histórico y cultural, tratando de descubrir qué dice el texto y cuál fue la intención del autor al escribirlo. Lógicamente, es posible que después de hacer una exégesis correcta el pasaje demande del lector y exégeta alguna posible aplicación; aunque no en todos los casos hay aplicación alguna que llevar a cabo.

Pues bien, en relación al texto que hemos leído más arriba, la Iglesia Católica Romana, sigue el método de interpretación alegórico a la hora de hacer exégesis.ii Así, dice, que cuando Jesús dijo a Juan: “Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo; he ahí tu madre“, el Señor estaba dando a María por “’Madre a toda la Iglesia Universal” puesto que en esos momentos Juan representaba a la Iglesia. Por tanto, de dicha interpretación se sigue que María, por ser madre del Salvador es “Madre de toda la Iglesia” y, lógicamente, “Madre de cada cristiano”. Claro, pero a esa conclusión no sería posible llegar a menos que se use el método alegórico de interpretación.

Es evidente que cualquiera que lea el texto mencionado, que no esté condicionado por la educación recibida desde su niñez, ni tampoco por ningún “Magisterio Eclesiástico”, no va a llegar a esa conclusión. Porque dicha interpretación es impuesta al texto (un acto de eiségesis. Ver nota ii, más abajo) pues no se dan allí los elementos necesarios que nos permitan llegar a ella.

También se debe tener en cuenta que si esa interpretación fuera válida, los Apóstoles la hubiera enseñado a la iglesia del primer siglo; y de haber sido así, desde el principio hubiera formado parte de lo que muy pronto se consideró como “la doctrina de los Apóstoles” (Hch.2.42) o: “la fe dada una vez –por todas- a los santos” (Ver. Judas 3 y 17). De esa forma hubiera llegado a formar parte de la tradición oral más temprana. Pero no solamente hay un silencio total al respecto; es que además, la última vez que aparece María, la madre del Señor en el Nuevo Testamento, es en Hechos 2.14, unos días antes de la fiesta de Pentecostés, cuando vino el Espíritu Santo sobre la comunidad cristiana. Y allí aparece como una hermana más. Aunque bien podemos suponer, con el gran reconocimiento y aprecio por parte de los demás, por ser la madre del Salvador y a causa de su ejemplo (Hch.2.14). Eso, sin lugar a dudas. Pero lo cierto es que la doctrina católica romana sobre la Virgen María no formó parte de la primera tradición oral que más tarde fue puesta por escrito, y que conocemos como “El Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo”, sino que nació siglos después, perpetuándose y creciendo hasta convertirse en dogmas de fe, no solo su perpetua virginidad e inmaculada concepción, sino también su supuesta ascensión a los cielos.

El reformador Calvino decía que “el principal deber de un intérprete (es) permitir al autor que comenta, decir lo que relamente dice, en vez de atribuirle lo que nosotros pensamos que debió decir” iii. Nada extraoridnario. Ese es el sentir de la gran mayoría de intérpretes de las Sagradas Escrituras que no tienen dogma de fe que defender a priori, sino que buscan conocer el sentido de lo que dicen las Escrituras. De eso se trata, precisamente. Por eso mismo, la intepretación más sencilla del texto leído al principio, tendrá en cuenta su propio contexto bíblico y también teológico, cuando hubiere necesidad de ello.

 

La situación familiar de María

Este sería el primer factor que nos interesa a la hora de interpretar el texto considerado al principio. Entonces las preguntas que hemos de hacernos, son: ¿Por qué encomendó Jesús a su madre a Juan su discípulo, para que la recibiera como su madre y él a ella como a su hijo? ¿Realmente, cuando Jesús hizo eso él estaba pretendiendo dar a María por ‘Madre’ a toda la Iglesia, o podemos interpretar el texto de otra manera, más sencilla y acorde con la realidad familiar e incluso teológica, que vemos en el contexto de los evangelios?

1.- En primer lugar, es muy posible que para el tiempo de la crucifixión de Jesús, José el marido de María ya hubiera muerto. Es extraño que si José hubiera vivido, que no apareciera al comienzo del ministerio de Jesús y durante su pasión, muerte y su posterior resurrección. Entonces, María sería viuda.

2.- En segundo lugar, si como dice la Iglesia Romana, Jesús no tuvo más hermanos (lo cual es más que discutible) más razón todavia para que María, además de viuda, se quedara sola y una viuda que, además, no tuviera hijos, estaba desasistida de todo, salvo que fuera rica. Lo cual no era el caso de la inmensa mayoría de viudas; y por lo que sabemos de la familia de Jesús, María era de clase humilde y sin medios.

3.- En tercer lugar, aun en el caso de que los hermanos mencionados en los evangelios fueran hermanos de Jesús, hijos de José y María habidos después del nacimiento de Jesús (que es lo más probable) hay que tener en cuenta que “ni aun sus hermanos creían en él” (J.7.5). Así que Jesús, antes de su muerte en la cruz, se preocupó proveyendo para su madre un hogar donde él mismo era aceptado y confesado como el Señor y Salvador. Ese hogar, sería la casa de Juan, el conocido como “el discípulo amado” (J.13.23; 21.20)

4.- En cuarto lugar, hay una posibilidad de que Jesús y Juan fueran primos en la carne, ya que “la madre de los hijos de Zebedeo” -es decir de Jacobo y Juan- (Mat.27.56) “Salomé” (Mar.15.40) y “la hermana de su madre –de Jesús” (J.19.25) sean la misma persona.iv Entonces, la encomienda de María madre de Jesús a Juan, siendo su primo carnal, no tendría nada de extraño.

Sólo las dos razones primeras serían más que suficientes para que Jesús encomendara a Juan al cuidado de su madre, antes de morir en la cruz y velara por su futuro. Y nadie mejor para cuidar de ella que aquel “discípulo al cual Jesús amaba”. Desde entonces, la madre de Jesús debía recibir a Juan como a su hijo y Juan debía recibir a María como a su madre. Las otras dos razones no contradicen las primeras sino que abundarían en lo mismo. Eso es todo, y no hay por qué espiritualizar el pasaje por medio del sistema alegórico de intepretación, para hacer decir a la Escritura lo que esta no dice. Tú y yo, en una situación así hubiéramos actuado de la misma manera con nuestra mamá, enviudada y sin hijos, o con hijos hostiles a la fe de ella. Luego, el aspecto teológico lo veremos en la próxima entrega, D. M.

Notas

i L. Berkhof B. D. Principios de Interpretación Bíblica. CLIE. 2ª Ed.1969

ii Término que significa: “explicar, exponer”, mientras que eiségesis, significa: “insertar las interpretaciones personales en un texto dado”

iii Citado por L. Berkhof. Principios de interpretación bíblica. CLIE. 1969.

iv Hendriksen Gillermo. Comt. de Juan. 1981. P.706.

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