Los nuevos “marcionitas” (II)
José Mª Castillo dice que “el Dios de Pablo fue el Dios de Abrahán, no el Dios que se nos reveló en Jesús”. En este artículo analizamos la consecuencia de esta afirmación.
05 DE JULIO DE 2023 · 12:53
En la pasada exposición sobre el tema “los nuevos marcionitas” decíamos cómo se puede llegar a invalidar casi la mitad del Nuevo Testamento, más que por la vía de anular libros del Canon de la Biblia, por la vía de invalidar el testimonio del Apóstol Pablo, ya que él escribió 13 epístolas del Nuevo Testamento. Nuestra crítica se basa en el libro titulado: “El Evangelio Marginado”i y, como en la pasada exposición solo me referiré a las páginas del libro donde aparezca alguna de las afirmaciones de su autor.
En la primera parte tratamos la afirmación del autor del citado libro: “Pablo no conocía el Evangelio de Jesús”. Afirmación que no se ajusta a la verdad de lo que enseña la Escritura relacionada tanto con la experiencia del Apóstol Pablo como con la enseñanza del mismo en sus escritos.
En esta segunda parte veremos otra afirmación del autor del libro citado. Dice así:
“El Dios de Pablo fue el Dios de Abrahán, no el Dios que se nos reveló en Jesús” (Pg.28)
Al respecto, leamos el siguiente párrafo:
“El tema de Dios tal y como Pablo lo presentó no coincidía –ni podía coincidir- con el Dios que, años mas tarde, se le presentó a los creyentes en Jesús. En efecto, sabemos que Jesús siempre habló de Dios como “Padre”. El Padre de bondad y misericordia que quiere a todos los seres humanos por igual (Mt.5.43-45) y que acoge al “hijo perdido”, sin exigirle “sacrificio” alguno y festejando con un gran banquete su regreso a la casa del Padre (Lc.15.11-32). Es evidente, pues, que el Dios de Pablo y el Dios del Evangelio tienen poco que ver el uno con el otro. Porque son dos representaciones de Dios contradictorias e incompatibles la una con la otra” (Pg.26).
En este párrafo el autor atribuye al Apóstol Pablo un desconocimiento del Dios de Jesús. En un sentido el autor se está comportando como aquel antiguo hereje, Marción, que creía que el Dios del Antiguo Testamento era diferente al Dios que se manifestó en Jesús. Eso es gnosticismo, tal y cómo dijimos en el anterior artículo, sobre Marción. Pero la realidad en relación con el apóstol Pablo, es otra. Castillo hace esa afirmación sin fundamento. Él dice que “Jesús siempre habló de Dios como ‘Padre’. El Padre de bondad y misericordia que quiere a todos los seres humanos por igual”, mientras que afirma: “Es evidente… que el Dios de Pablo y el Dios del Evangelio tienen poco que ver el uno con el otro. Porque son dos representaciones de Dios contradictorias e incompatibles la una con la otra.”
No creo que haga falta ponerse algunas gafas especiales para poder leer que, el apóstol Pablo habló de Dios, al igual que Jesús, “como Padre (…) de bondad y misericordia” (Ef.2.4-5; Tito, 1.4; 3.4-5) y que Él “no hace acepción de personas” (Ro.2.11); pero además, “no quiere que nadie se pierda sino que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad” (1Ti.2.3-6). De hecho, si uno cuenta las veces que en sus cartas, Pablo se refiere a Dios “como Padre” aparece 45 veces. Pero si vemos las veces que aparece el término Padre en los evangelios, veremos que aparece unas 179 veces. Sin embargo, hay que tener en cuenta que los evangelios tienen 226 páginas, mientras que todas las cartas de Pablo juntas, suman 71 páginas. Entonces la proporción nos indicaría que el Apóstol Pablo no tuvo ningún problema en relación con el conocimiento y la enseñanza sobre la paternidad de Dios, tal y cómo la presentó Jesús. Ni tampoco tuvo problema con un “Dios misericordioso”, como afirma Castillo, dado que en las cartas de Pablo aparece el término “misericordia” unas 20 veces, mientras que en los evangelios no llega a tanto. ¿En qué se basa el autor para acusar a Pablo de no conocer al Dios que predicó Jesús? ¿Dónde está la contradicción entre el Dios que predicó Jesús y el que predicó Pablo?
Pero además, el autor de referencia, introduce una cuña bastante peligrosa en su comentario, cuando al recordar al padre de “la parábola del Hijo Pródigo” dice “que acoge al ‘hijo perdido’, sin exigirle ‘sacrificio’ alguno y festejando con un gran banquete su regreso a la casa del Padre”. En este contexto y en el afán de ir en contra de la “teología e ideas especulativas de Pablo” el autor no pierde la oportunidad de poner al Padre de la parábola como ese Dios que “no necesita de ningún sacrificio” para aceptar al hijo que, en la parábola, representa a todos nosotros, los perdidos. Afirmación que estaría en contra de la teología bíblica que nos habla de la necesidad de un sacrificio por los pecados del mundo, tal y cómo anunció de antemano todo el Antiguo Testamento, el profeta Juan el Bautista (J.1.29,36) el autor de la epístola a los Hebreos y de manera especial, el apóstol Pablo, quien la desarrolló en la epístola a los Romanos (Ro.3.9-26); aunque no sea la única referencia que tenemos en sus escritos. Así, negando la necesidad del sacrificio expiatorio de Cristoii Castillo nos deja con un Jesucristo “ejemplar”, es decir con su ejemplo, pero sin todo cuanto se dice de Él como nuestro sustituto, llevando sobre él mismo nuestro pecado, mientras que Dios nos imputa a nosotros su justicia (Isaías 53, con 1Co.1.30-31; 2ªCo.5.18-19; Gál.1.4; Ef.1.7-8; Col.1.13-14; 1ªP.3.18)
Como siempre hemos dicho, a la hora de hacer teología no podemos hacerla sobre la base de una parábola. Esta, siempre se refiere a algo importante sobre un asunto particular y central de la misma, pero no nos sirve para construir todo un edificio doctrinal sobre ella. Eso es hacer añicos los principios hermenéuticos que todo buen exégeta está obligado a aplicar, para hacer una exégesis correcta.
Luego, dentro de este contexto en el cual el autor del libro de referencia trata de demostrar que el apóstol Pablo no conoció ni al Evangelio de Jesús, ni a Jesús, ni al Dios que predicó Jesús, hace la siguiente afirmación:
“Ahora bien, al no conocer a Jesús así, no pudo conocer al Dios que se nos reveló (se nos dio a conocer) en Jesús, precisamente en el Jesús visible, tangible, plenamente humano (…) Esto es lo que Pablo nunca pudo saber. De ahí que el Dios de Pablo fue el Dios de Abrahán, no el Dios que se nos reveló en Jesús. A fin de cuentas, Pablo habló del Dios del que podía hablar, el que él conocía y al que él adoraba. Pablo fue honrado y, desde su honradez, se limitó a explicar la religión que podía explicar, la que aprendió en su familia y su cultura: La religión de Israel” (Pg.28)
Es evidente que el “pobre Pablo” no queda muy bien parado a la luz de la opinión de Castillo. Pero es evidente también que con la forma de hacer teología del citado autor se puede llegar a cualquier conclusión. Generalmente, acorde con la teología que hayamos preconcebido previamente. Pero esa afirmación que hace Castillo, tampoco es acertada. No hay que estudiar mucho para darse cuenta de que Jesús y los apóstoles veían el Antiguo Testamento a la luz de Jesús y sus enseñanzas, y que la revelación dada a través de la historia del pueblo de Israel era progresiva, hasta completarse en la persona de Jesús siendo él mismo, el centro; el tema principal de las Escrituras. Y esto lo sabía muy bien el apóstol Pablo. (Comparar J.5.39, con Ro.1.1-4; 10.1-3; 15.8; 1ªCo.15.1-4).
Así, el Dios de Abrahán también era el Dios de Jesús, a quien él llamaba “Padre”. Aquel Dios que le dio la promesa a Abrahán, diciendo: “Y en tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra” (Gén.22.18). “Simiente” que el apóstol Pablo identificó como “Cristo mismo” (Gál. 3.16). Aquel Dios fue el que le reveló a Abrahán los días de Cristo: “Abrahán, vuestro padre, se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó” (J.8.56). Y esto, también lo sabía el apóstol Pablo, aunque no había leído todavía los evangelios, dado que estos se escribieron más tarde. Pero la clara y patente predicación del Evangelio hecha por los apóstoles y aun por los discípulos de Cristo, había recogido las enseñanzas de Jesús de lo cual, el sermón de Esteban, minutos antes de morir, era una clara exposición de la unidad del Antiguo Testamento con la nueva revelación del Nuevo, en Cristo Jesús. Predicación al igual que otras, que fue oída por Saulo, después Pablo (Ver, Hch.8.1.4) a quien también se le reveló “el misterio del Evangelio” (Ef.3.8-9)
Por tanto, “el Dios de Abrahán” del cual nos habla el Antiguo y todo el Nuevo Testamento es el mismo Dios al cual Jesús llama “Padre”(Ver, J.8.39-40,54); el mismo del cual el apóstol Pablo también predicó (Hch.13.16-39) y escribió (Ver, Ro.4; Gál.3) y del cual recibió la revelación por medio del Jesús resucitado, y del cual no tenía otro propósito mayor, en toda su vida, que el de “conocerle más y más” por medio de la persona del Señor Jesús; y para lo cual renunció a todo cuanto para él había sido “ganancia”, en términos de prestigio, poder religioso y autoridad espiritual. Pero todo ello lo tuvo “por basura” para ir en pos de ese mismo conocimiento que le alumbró desde el principio, en su conversión, en el camino de Damasco, cuando perseguía a los discípulos de Jesús. (Fil.3.1-11).
Así que es muy difícil entender y mucho menos aceptar, las conclusiones a las cuales llega el autor del libro titulado, “El evangelio Marginado”. Que otros quieran aceptarlas, allá ellos. Pero por nuestra parte, no queremos incurrir en el pecado de Marción, que realizó un “canon” de la Escritura a su medida, porque lo que enseñaban unas partes de la Escritura estaba en contra de lo que él creía y enseñaba. ¡Dios nos libre!
(Seguiremos, con una exposición más)
Notas
i Castillo José M. Desclée De Brouwer, 2019.
ii Todo eso de la teología judía acerca de los rituales y sacrificios pertenecería a la mitología religiosa del pueblo judío que nosotros no tenemos porqué creer ni aceptar.
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - Los nuevos “marcionitas” (II)