Los nuevos “marcionitas” (I)
Suena tan bien lo de “centrar toda la atención en Cristo Jesús”, que muchos de los que así se llaman “protestantes” y/o “evangélicos” están aceptando y siguiendo esa línea, sin reparar en que, al hacerlo, al igual que aquel antiguo Marción se quedan con la mitad del Canon del Nuevo Testamento.
28 DE JUNIO DE 2023 · 13:20
Hace algunos meses terminé de leer el libro titulado: “EL EVANGELIO MARGINADO” cuyo autor y datos editoriales aparecen en una nota, al finali. Para aquellos que no sepan a qué me refiero con el término “marcionitas” que aparece en el título de este artículo, éstos eran seguidores de un tal Marción, teólogo del siglo II (110- c. 160) que fue declarado hereje por la Iglesia y expulsado de la misma. ¿Cuál fue su herejía?
Marción era hijo de un obispo de la Iglesia de Sinope, del Ponto, pero había sido influenciado por la filosofía gnóstica:
“no solo rechazaba el Antiguo Testamento; diferenciaba al Dios del Antiguo Testamento del Dios del Nuevo. Esta distinción de dos deidades, cada una con su existencia independiente, delata la influencia del gnosticismo en el pensamiento de Marción. El Dios que había creado el universo material, el Dios de Israel, era -según él- un ser totalmente diferente del Padre del que había hablado Jesús. El Padre era un Dios bueno y misericordioso de quien nadie había oido hablar hasta que Jesús vino a revelarle”ii.
Con esa idea y al márgen de otras falsas enseñanzas, Marción no tuvo problema en hacer su propio canon bíblicoiii. Dicho canon consistía en la negación de todo el Antiguo Testamento y gran parte del Nuevo. Marción aceptó solo 10 cartas del Apóstol Pablo y el Evangelio de Lucas, mutilado, ya que prescindió de los relatos que hacen referencia a la infancia de Jesús. Jesús, -según él- “no entró en el mundo por nacimiento, sino descendiendo como un ser sobrenatural…”iv incurriendo así en la falsa enseñanza del docetismo, que afirmaba que Jesús no tenía cuerpo físico sino que era una aparición.
Al principio, cuando Marción llegó a Roma creyó que los guías espirituales iban a recibir bien sus enseñanzas. Incluso como era un hombre rico donó una gran cantidad de dinero para ayudar a los pobres de la Iglesia. Sin embargo, cuando conocieron sus “conclusiones” teológicas, no solo fue rechazado sino que se esforzaron para recuperar el dinero que había donado a fin de devolvérselo; lo cual hicieron.
Lo de Marción viene a cuento tanto por las falsas doctrinas que sostenía, como por el ataque y rechazo que realizó a la mayor parte de los libros de la Bibliav.
¿Nuevos “marcionitas”?
Pues, eso parece. Solo que en vez de recortar el canon de libros recibidos de la Iglesia Primitiva y de la Iglesia Católica antiguavi, ahora se arremete contra el principal autor del Nuevo Testamento, que es el Apóstol Pablo. El “principal” no porque lo sea como tema central del Nuevo Testamento, que siempre será el Señor Jesucristo, sino porque de los 27 libros, Pablo escribió 13 epístolas. Entonces, si invalidamos al Apóstol Pablo como autor inspirado por el Espíritu Santo, estamos invalidando casi la mitad del Nuevo Testamento. Eso es, precisamente, lo que hacen estos “nuevos marcionitas” por la vía de invalidar el testimonio inspirado, en este caso, del Apóstol Pablo. En sus “nuevas formas de hacer teología” ciertos teólogos rompen con los más elementales principios hermenéuticos y llegan a conclusiones que, por más estudios y argumentos “científicos” que empleen, resultan bastante disparatados. Lo malo es que suena tan bien lo de “centrar toda la atención en Cristo Jesús”, que muchos de los que así se llaman “protestantes” y/o “evangélicos” están aceptando y siguiendo esa línea, sin reparar en que, al hacerlo, al igual que aquel antiguo Marción se quedan con la mitad del Canon del Nuevo Testamento. Pondré algunos ejemplos de esto que afirmo, y juzguen los lectores. Notemos la siguiente afirmación:
“Pablo no conocía el Evangelio de Jesús”
Además de la cita que traigo a colación a continuación, el autor de referencia insiste una y otra vez en que, dado que el Apóstol Pablo no conoció al Señor Jesús personalmente, y no le siguió como los demás apóstoles, él no podía conocer nada acerca de Jesús. Por tanto, gran parte de lo que predicó, nada tenía que ver con el verdadero Evangelio de Jesús:
“No es exagerado, por tanto asegurar que Pablo pensó y organizó una Iglesia sin Evangelio. No tuvo otro remedio. Porque Pablo no sabía que existía ni que el Evangelio de Jesús se divulgaría por todo el mundo” (Pg.21.vii -Las negritas son mías-)
Cuando uno lee algo así, se pregunta si es que estamos leyendo la misma Biblia. Así que, contestando a esta primera declaración que afirma “que Pablo pensó y organizó una Iglesia sin Evangelio”, más bien nos suena a disparate. En Hechos de los Apóstoles, después de haber visto al Señor en el camino de Damasco, a Saulo (después, Pablo) se le encomendó que fuera testigo de Jesús “a los gentiles, a reyes, y a los hijos de Israel” (Hch.9.15). Esa Gran comisión recibida por Saulo, no difería de la que recibieron los otros apóstoles (Mt.28.19-20; Lc.24.45-49; Hch.1.8). Más todavía, el Señor se la describió a Saulo, de forma más específica como una predicación iluminadora, transformadora, perdonadora y esperanzadora (Hechos 26.16-18). ¿Acaso eso no es Evangelio=buenas nuevas, en el más pleno sentido de la palabra?
Después de su conversión en el camino de Damasco, Saulo comenzó a predicar sin dilación alguna; principalmente en las sinagogas de los judíos: “Enseguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios”; y su esfuerzo de continuo era “demostrar que Jesús era el Cristo” (Hch.9.20-22;13.14-48; 1Tes.17.1-4); y a partir de ahí, continuaba con la predicación del Evangelio (Hch.13.32).
Además, eso mismo era lo que declaraba el apóstol Pablo respecto de cuál era su ministerio y principal tarea, hasta el fin de sus días:
“Pero de ninguna cosa hago caso ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios”. (Hch.20.24. -Las negritas son mías-)
Esa realidad estaba esencialmente unida a “la predicación del reino de Dios”, con los elementos esenciales del Evangelio que son, “el arrepentimiento para con Dios, y la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch.19.8; 20.21). ¿No es eso también lo que hizo su Señor y Maestro, Jesús de Nazaret? (Ver, Mrc.1.14-15). Pero además, otra de las muchísimas muestras de que Pablo y su equipo misionero predicaban el Evangelio y no otra cosa, la tenemos –entre otros pasajes- en Hechos, 16.9-10. Antes de que Pablo y su equipo misionero llegaran a Filipos, Dios le habló a él, de noche, a través de una visión por la cual, dijo el escritor, Lucas: “Dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (Hch.16.9-10). Nada de extraño tiene que “el evangelio” lo mencionara el apóstol Pablo en la epístola a los Filipenses hasta 9 veces. ¿Dónde está el problema?
Entonces, a la luz de la definición que hizo el mismo Jesús, la tarea evangelizadora de Pablo consistiría, sencillamente, en la predicación del Evangelio. De ahí que en sus cartas aparezca el término “evangelio” por 69 vecesviii. ¿Qué es eso de que Pablo no conoció ni predicó el Evangelio? Si a juicio del autor de referencia el Apóstol Pablo no conocía el Evangelio, resulta bastante chocante que Pablo, al hacer un resumen de lo que había sido todo su itinerario evangelizador, escribiera:
“Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén hasta Ilírico, todo lo he llenado del Evangelio de Cristo” (Ro.15.18-20. –Negritas y cursivas, son mías-)
Perece insólito que aquel Pablo que “no sabía que existía –el Evangelio- ni que el Evangelio de Jesús se divulgaría por todo el mundo” –como asevera el autor citado- viviera toda su vida desde su conversión a Cristo en el camino de Damasco, para “llenarlo todo con el Evangelio de Cristo”, tal y como leemos en la aludida cita, hasta el final de sus días (2Ti.4.17-18)
Pero luego nos parece mentira que aquel Saulo que perseguía a los discípulos del Señor hasta la muerte, en Jerusalén, no supiera nada acerca de Jesús. No solo por toda la información que tenía “la policía” religiosa que estaba tan al tanto de lo que ocurría en su territorio, desde que comenzó “el bautismo de Juan el Bautista” (J.1.19-28) sino por la misma predicación del Evangelio que los discípulos del Señor llevaron a cabo, acerca de las obras, muerte y resurrección del Señor Jesús (Hch.2.22-24); de tal manera que los líderes religiosos dijeron: “habéis llenando a Jerusalén de vuestra doctrina…” (Hch.5.28) traspasando, además, los límites de Judea y Samaria, llegando a los primeros gentiles (Hch.10.35-43) e incluso a Antioquia de Siria, donde Pablo comenzó a ministrar, junto con Bernabé y otros siervos de Dios (Hch.11.19.20; 13.1-3). Además, si Lucas era colaborador de Pablo (Col.4.14; 2Ti.4.11; Filemón 24) y escritor del Evangelio que lleva su nombre ¿a qué viene decir que el Apóstol Pablo “no sabía que existía (el Evangelio) ni que el Evangelio de Jesús se divulgaría por todo el mundo”? ¿Eso es ignorancia o cómo se puede calificar semejante declaración? ¿No es más bien una acción de “torcer las Escrituras” para que “encaje” con “mi teología”. Acción sobre la cual nos advierte el apóstol Pedro, que nunca deberíamos realizar? (2ªP.3.15-16).
Para ir concluyendo esta primera parte, no hemos de olvidar que el Apóstol Pablo, no solo conocía bien lo referente a Jesús de Nazaret: Su historia, sus obras, arresto, muerte y, según habría oído decir a sus discípulos, su resurrección; algo que comprobaría por sí mismo, posteriormente. Pero al margen de conocer la historia de Jesús, Pablo necesitó de una revelación especial y personal acerca del Evangelio que había de predicar. De otra manera, “de oídas” él no podía haber sido apóstol de Jesucristo (Ver, 1Co.9.1; 15.1-9; Gál.1.11-17; 1ªTi.1.12-16). Y el ver a Jesús resucitado y relacionarse con él de esa manera, significaría una comprensión teológica en lo referente a las obras, muerte y resurrección de Jesús. No en vano, Pablo declaró que el Evangelio que él predicaba no lo había recibido “de hombre ni por hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo” (Gál.1.11-12). Esa sería la razón por la cual Pablo enfatizó la importancia de la relación con Jesús resucitado, cuando dijo: “Y si aún conocimos a Cristo según la carne, ya no le conocemos así” (2ªCo.5.16).
Sin duda, Pablo quería decir con esas palabras, que los hechos históricos relacionados con la vida de Jesús serían la base de su obra redentora, que propiciarían la venida del Espíritu Santo y que, a su vez capacitarían a los creyentes de todo el mundo y de todas las épocas a tener una relación con Dios el Padre, por medio de su Hijo Jesucristo. Son dos relaciones diferentes: Una, limitada a los que le “vieron, tocaron, contemplaron y palparon…” (1ªJ.1.1-3) con la finalidad de que fueran sus testigos (Hch.1.21-26; 5.32; 10.39). Y eso, en razón de las propias limitaciones a las cuales se sometió el mismo Cristo “en los días de su carne” (Hb.5.7). Y otro tipo de relación, ilimitada, de carácter universal desde el momento que, “subiendo por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (Ef.4.9-10) quedó establecido en el cielo un “trono de gracia” para atender a todos cuantos se acercan a Dios, por medio de nuestro Sumo Sacerdote, Cristo Jesús (Hb.4.14-16). De ahí las palabras del apóstol Pablo: “Y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así” (2ªCo.5.16).
Por tanto, nuestra relación no es ni será acorde a la que tuvieron los que le vieron y estuvieron con él (Hch.1.21-22). Pero, tanto aquellos que le conocieron “según la carne” y creyeron en él, como los que no lo hemos visto de aquella manera y hemos creído, participamos del mismo Cristo, muerto, resucitado y glorificado a todos los efectos, por el poder del Espíritu Santo (Ver, 1ªP.1.8-9).
Sin embargo, toda esa comprensión teológica de Pablo que le fue otorgada por revelación e iluminación del Espíritu Santo (1ª2.9-1) el mismo autor referenciado la llama “teología especulativa –de Pablo-”. (Pág.36):
“Desde la muerte de Jesús, en los años 30, hasta la década de los 70, en las comunidades o asambleas (ekklesíai) que se fueron organizando por el Imperio (a lo largo del Mediterráneo), las ideas que se difundieron sobre el cristianismo fueron principalmente las ideas y especulaciones de Pablo.” (Pág.37. Las negritas y cursivas son mías)
Pero los hechos son de otra manera. El Evangelio “de Pablo” no era diferente; no era “otro evangelio”, sino una extensión de la misma revelación que Dios había dado por medio de Jesús de Nazaret (Gál.1.15-16; Ef.3.5-9). Es necesario leer con mucha atención lo que él escribió en Gálatas 1 y 2 y las declaraciones que él hace, no solo del Evangelio recibido directamente del Señor, sino qué fue lo que dijeron los principales apóstoles de Jerusalén, Cefas/Pedro, Juan y Jacobo, acerca de la exposición que, sin duda, les hizo Pablo sobre el Evangelio que él predicaba (Gál. 2.9). Los mencionados nada extraño vieron en el Evangelio de Pablo, sino que acordaron darle “la diestra en señal de compañerismo”. Aunque el campo de misión de aquellos y el de Pablo serían diferentes; aquellos predicarían dentro de un contexto judío; pero Pablo predicaría a los gentiles (Ver, Gál.2.6-10).
¿Dónde está el problema, entonces? Es cierto que el autor de referencia así como otros que él menciona, posteriormente exponen sus argumentos para justificar su tesis. Pero cuando de entrada se hacen declaraciones semejantes a las que hemos visto y veremos en otra exposición, todo lo demás que se pueda decir, por muy “interesante” que sea, ya ha perdido toda credibilidad y, por tanto, el interés.
Es del todo cierto que hemos de exaltar al Señor Jesucristo, por sobre todo y todos los demás; pero en ese desempeño, no podemos rebajar a Cristo al negar lo que Él dijo a través de sus apóstoles=enviados, con el mensaje del Evangelio. Por eso, hemos de insistir en que si negamos las evidencias que tenemos a nuestra disposición en las Escrituras, estamos negando el testimonio divino, dado a través del mismo Espíritu de Cristo por medio de sus apóstoles, convirtiéndonos así en unos “nuevos marcionitas”.
(Seguiremos)
Notas
i Castillo José M. Editorial Desclée De Brouwer S. A. 2019. Todas las citas están tomadas del libro titulado: “El Evangelio Marginado”. Así que solamente se mencionarán las páginas correspondientes, cada vez que se cite al autor.
ii Bruce F.F. EL CANON DE LAS ESCRITURA. Edt.CLIE 2010. Pg.136.
iii Con “Canon Bíblico” nos referimos a la lista de libros del Antiguo y Nuevo Testamento que forman parte del todo de las Sagradas Escrituras; 39 libros del A. Testamento y 27 del Nuevo Testamento, en las vesiones protestantes de la Biblia.
iv IBIDEM. Pág. 138.
v En el siglo II d. C., todavía no se había formado el canon del Nuevo Testamento; pero el hecho de que Marción hiciera su propio canon, indica que en esa fecha ya circulaban y se conocían los demás libros del Nuevo Testamento. Además, la acción de Marción fue, entre otras, la que aceleró el reconocimiento y la formación del Canon del Nuevo Testamento, dada la confusión que estaba creando en las iglesias. Las otras dos razones fueron la proliferación de libros apócrifos y pseudoepígrafos y la persecución desatada por el Emperador Diocleciano, que ordenó se quemara toda la literatura de los cristianos que se encontrara.
vi “Iglesia Católica Antigüa”, es la designación que hizo el teólogo protestante, José Grau, en sus dos tomos titulados: “Concilios”. En ediciones últimas aparecen con el nombre de “Catolicismo Romano”. Él dividía la historia de la Iglesia en, Iglesia Primitiva, Iglesia Católica Antigua e Iglesia Católica Apostólica Romana. Esta última, fruto de la evolución que tuvo lugar a través del IV y V siglos.
vii La misma afirmacióm aparece en las Pgs. 28, 41 y 47, así como en otros lugares que no voy a referenciar.
viii Solo basta ver una concordancia completa de la Biblia, para ver todas las referencias bíblicas relacionadas con el Evangelio en las epístolas de Pablo .
Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Palabra y vida - Los nuevos “marcionitas” (I)