“A los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien” (Ro.8.28)

La victoria de la cual nos habla el apóstol Pablo es de un carácter diferente; además de ser espiritual, trasciende cualquier idea humana sobre el concepto de “victoria”.

18 DE ENERO DE 2023 · 18:13

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Imagen de Carrie Borden en Unsplash.

Estas palabras del apóstol Pablo que se encuentran en el texto citado, han dado mucho que pensar a muchos buenos creyentes, mientras que otros las aceptan sin que medie alguna reflexión acerca de lo que quieren decir realmente. En el primer caso, no podemos negar que la vida de muchos creyentes a veces se torna dura y muchas de las cosas que se experimentan no pareciera que “cooperaran para bien” al que las padece. Claro que viéndolo desde el punto de vista humano no se pueden sacar otras conclusiones que las de pensar que lo más probable es que el apóstol Pablo se equivocara. Pero no creemos que esa sea la mejor respuesta. Más bien creemos que el no poder relacionar las palabras citadas con todo lo que muchos creyentes han pasado o pasan en su vida, se debe al hecho de no atender al contexto en el cual fueron escritas. A veces hablamos de la importancia de tener en cuenta el contexto para poder entender un texto, pero con frecuencia pasamos por alto ese mismo principio, cuando esa es una de las normas básicas para entender un texto bíblico.

Entonces, a la hora de abordar el texto citado es importante señalar, tanto el contexto anterior como el posterior. Las palabras del apóstol Pablo, “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro.8.28). Palabras respaldadas por Dios que por serlo, será capaz, en todo caso, de hacer que se cumplan, sí o sí; pero solo podríamos entenderlas a la luz de los tres grandes propósitos que el apóstol menciona en todo el pasaje:

El primer propósito tiene que ver con el contraste que hay entre lo que vivimos en este mundo caído y lo incomparable del futuro glorioso que habrá de manifestarse en el futuro, lo cual constituye la esperanza de todo creyente en Cristo Jesús (Ro.8.18-21). Entretanto se produce ese avance hacia el final escatológico divino, las pruebas y el sufrimiento que son propios de este mundo caído alcanzarán también, en cierta medida, a los que son creyentes como a los que no lo son.i De ahí que hasta tres veces se mencione el término “gemir”. Pero nos es de mucho consuelo que uno de esos “gemidos” sea producido por el mismo Espíritu Santo que nos fue dado, para acompañarnos y asistirnos en las pruebas. Y lo hace “intercediendo por nosotros” en la oración, que se torna en un ruego e incluso en un clamor, expresado “con gemidos indecibles” cuando en algunas ocasiones “no sabemos pedir cómo conviene” (Ro.8.22,23,26). Entonces, es teniendo en cuenta este primer punto que “todas las cosas cooperan para bien a los que aman a Dios”, en vista de que un día se producirá “la libertad gloriosa de los hijos de Dios” cuando también tendrá lugar “la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro.8.21-23). Así que, la esperanza gloriosa “que en nosotros ha de manifestarse” sobrepasa todo lo malo (y hay cosas muy malas) que podamos sufrir en este mundo con incluso las consecuencias devastadoras que a veces produce, tanto en unos como en otros.

El segundo propósito es la realización del carácter de Jesucristo, el Hijo de Dios, en todos aquellos que han sido llamados. (Ro.8.29-30).

No es poca cosa que hablemos de nuestra perfección cuando todavía estamos bien alejados de ella y de lo cual somos muy conscientes. Sin embargo Dios se ha propuesto nuestra perfección y el modelo que tiene en mente desde el principio es la persona de su Hijo Jesucristo. No obstante, aunque para nosotros la obra se está realizando y tengamos que esperar “por un poco de tiempo” (1P.1.6) en la mente divina la obra ya está totalmente terminada (Ro.8.30).

Por tanto, dado que estamos inmersos en una guerra contínua (Ef.6.10-12; 2Co.10.-5) vengan de donde vengan los ataques, no tendrán una efectividad definitiva. El apóstol Pablo escribió: “Dios es el que justifica (…) Cristo es el que murió, pero el que también resucitó (…) y está a la diestra de Dios e intercede por nosotros” (Ro.8.33-34). Dios es el que por medio de Cristo garantiza que en medio de las debilidades, tentaciones y aun fracasos, él nos atienda con su gracia, otorgándonos “el oportuno socorro” (Hb.4.14-16). La experiencia del apóstol Pedro cuando fue advertido por el Señor acerca de su negación y la restauración del Pedro fracasado en el intento de mantenerse firme por sí mismo, es un ejemplo de cómo actua la gracia divina en nosotros, por medio de nuestro Sumo Sacerdote, Cristo Jesús (Lc.22.3-34; J.21.15-19). Y todo, para producir el carácter de Cristo en los hijos e hijas de Dios. Entonces, es en ese sentido que “todas las cosas cooperan para bien a los que aman a Dios” (Ro.8.28). Incuso en aquellos casos en los cuales muchos creyentes no pudieron resistir tanto y tan intenso sufrimiento, que nadie piense que la Palabra de Dios habrá fracasado. Dios es fiel y cumplirá su propósito en ellos. De otra forma Él dejaría de ser el Todopoderoso y Soberano Señor del cielo y de la tierra.

El tercer propósito, es el mantenernos unidos a Él de tal forma que es y será imposible ser “separados del amor de Dios, que es en Cristo Jesús” (Ro.8.39). Esto es así, en vista de que ya hemos sido “justificados” delante de Dios y unidos a Él en amor y por amor, de forma definitiva y con una unión indestructible, por medio de la muerte y la resurrección de su Hijo, en virtud del cual se nos darán “también juntamente con él todas las cosas” prometidas por Dios (Ro.8.25-34). Entonces, dado que todo habrá de cumplirse en los hijos de Dios, nada ni nadie, ni de este mundo ni del invisible lo podrá impedir; y aun cuando pareciera que hay “cosas” que amenacen el cumplimiento de las promesas de Dios, lo único que sucederá será acelerar el proceso. De ahí, que el apóstol dijera: “Todas las cosas cooperan para bien a los que aman a Dios”; y: “Antes bien, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Ro.8.37).

Ahora bien, “más que vencedores” no significa que no vamos a sufrir en este mundo. Hay que insistir en ello; la historia nos demuestra que muchos hijos e hijas de Dios han sufrido ¡lo indecible! Pero la victoria de la cual nos habla el apóstol Pablo es de un carácter diferente; además de ser de carácter espiritual, trasciende cualquier idea humana sobre el concepto de “victoria”; y por tanto es superior a todo cuanto nosotros podamos imaginar. Toda victoria de guerra cruenta o no, siempre deja muertos y heridos; y en muchos casos hay heridas que aquí no encuentran curación; incluidas las que sufren algunos hijos de Dios. Sin embargo, en el caso de la “victoria” que Dios nos tiene reservada, nada de eso sucederá; al contrario, ser “más que vencedores” implica lo que el apóstol Juan escribió en el libro del Apocalipsis, en vista de que no quedará rastro de las “heridas de guerra”:

Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apoc.21.4).

En ese tiempo anunciado por el Espíritu profético de Cristo, todo sufrimiento habrá quedado atrás; nuestros enemigos y toda causa del mal también se habrán esfumado; nuestra humanidad habrá sido restaurada y un nuevo cuerpo nos habrá sido dado, para que sea “semejante al cuerpo de la gloria suya” –de Jesucristo- (Flp.3.20-21)

Pero como decíamos al principio, el que “todas las cosas cooperen para bien a los que aman a Dios” no significa que no vayamos a sufrir en alguna medida, porque Dios lo vaya a impedir. No. Eso significa que en la providencia de Dios, Él ha ordenado que todo cuanto nos ocurra en esta vida, sea bueno o malo, será reconducido afin de que esos grandes propósitos divinos señalados anteriormente, se cumplan de forma eficaz y definitiva en sus hijos e hijas. De hecho y dado que “Dios llama a las cosas que no son como si fuesen” (Ro.4.17), en la mente de Dios todo está realizado ya, aunque nosotros que vivimos en la dimensión espacio-temporal tengamos que esperar para verlo cumplido. El teólogo Karl Barth lo expresó de esta manera:

“El teólogo sabe que ese pacto no se halla únicamente proyectado, sino que ya se ha establecido y cumplido. La palabra a la que el teólogo está expuesto, trata de la plena reconciliación del hombre con Dios. Habla de la justicia por la cual toda la injusticia humana se encuentra ya superada, de la paz que ha hecho que todas las guerras humanas (sean frías o activas) resulten ya superfluas e imposibles, del orden por el cual se ha puesto ya un límite a todo desorden humano. Por último, al hombre a cuyo encuentro ha ido la palabra de Dios, no puede ocultársele tampoco que, juntamente con todo el tiempo, su tiempo actual se va moviendo hacia una meta en la cual todo lo que ahora está oculto será reveladoii

Entonces, si como dice la Biblia y afirma K. Barth todo se encuentra ya superado a la espera de “ser revelado” es lógico que en la providencia, sabiduría y poder de Dios, todo cuanto ocurra a sus hijos e hijas a lo largo de su peregrinaje en este mundo caído, sea bueno o sea malo, sea reconducido por Él “para bien de los que le aman”, siempre en relación con los tres grandes propósitos ya citados: a) Las glorias que en nosotros han de ser manifestadas; b) El ser hechos conformes a la imagen de su Hijo Jesucristo; c) El estar y permanecer unidos a Cristo en amor, por la eternidad. Y para el caso, da igual que unos fueran heróicamente fieles, mientras que otros no alcanzaran para tanto. La lista de los llamados “héroes de la fe” del capítulo 11 de la carta a los Hebreos, es un ejemplo de esto que decimos; especialmente a partir del versículo 35-40, donde encontramos otros “héroes” que no brillaron tanto, pero que no por eso fueron olividados de la mano del Dios al cual sirvieron. De otra manera, Dios no sería Dios y sus promesas serían una farsa. Pero la declaración constante de Cristo respecto de su Palabra es bien clara:

El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc.21.33)

¡A Él sea la gloria!

i Dado que el apóstol Pablo habla de la condición de esclavitud de la creación y de que ella misma “gime y está hasta ahora con dolores de parto” no es descabellado creer que Pablo estaría pensando en los males que los seres humanos sufren como consecuencia de las catástrofes que tienen lugar en la tierra, como terremotos, tsunamis, erupción de volcanes, tifones, enfermedades, grandes inundaciones y un largo etc.

ii (Barth Karl. Introducción a la Teologia Evangélica. P.100. Las negritas y cursivas son mías)

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