La teología de la prosperidad

Hemos de repetir, cuando nos referimos a la ética protestante, del hecho que los puritanos o los calvinistas no crearon, ni siquiera despertaron el espíritu capitalista. Como bien afirma Weber “en ninguno de ellos se descubre que considerara el deseo de los bienes terrenales como valor ético, es decir, como una finalidad inherente.

06 DE MARZO DE 2006 · 23:00

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Y debemos hacer hincapié en que ninguno de los reformadores (sin omitir a Menno, George Fox y Wesley) concedió una importancia en grado sumo a los programas de la reforma moral. No hay entre ellos uno siquiera a quien se le pueda considerar como fundador de una sociedad de cultura ética; tampoco puede decirse que alguno representase un anhelo humanitario de reforma social o de aspiraciones culturales. El eje de su vida y su acción se circunscribía totalmente a la salvación del alma. Así, de sus ideales éticos y los efectos prácticos de su doctrina no hay otra explicación como no sea por esta otra finalidad esencial de la espiritualidad y eran simples resultados de bases puramente religiosas. De ahí que los efectos de la Reforma en el concierto de la civilización —aun cuando nos empeñemos en darles una importancia capital de acuerdo con nuestro enfoque— eran desenlaces inesperados y naturales de la labor de aquellos reformadores, es decir, consecuencias desviadas y opuestas, inclusive, a su pensamiento y a sus propósitos. El capitalismo moderno, añade a los otros anteriores capitalismos además del deseo de ganancia., de rentabilidad y de lucro, el poseer y acaparar todo esfuerzo individual a favor del logro de esa ganancia. El ser humano se convierte no ya en una máquina, sino que además es una máquina cuyos principios éticos están encaminados hacia el lucro y el dinero fácil. Ya no hay empresarios aventureros, con riesgos. Ahora es despojo interminable y explotación miserable, bajo el pretexto del bienestar y el progreso. Y no porque haya esclavos como en la antigüedad o en las plantaciones, -que los sigue habiendo en la infinidad de empresas globalizadas-, sino porque la ética es de completa sumisión al dinero. Los grandes estamentos bancarios controlan todas las actividades y hacen que los países pobres se sientan fuertes y en continuo progreso, contrayendo mayores deudas, convirtiéndose en esclavos de por vida. La teología de la prosperidad tiene alguna semejanza, pero aquí no es Dios el explotador, sino los ministros sin escrúpulos. Como en los tiempos de las indulgencias, Dios tiene un tesoro en los cielos para nosotros, pero a cambio tenemos que darle algo. El problema que plantea la teología de la prosperidad es el de ¿Quién le va dar a Dios algo para que eso lo obligue a Dios a recompensarnos? La respuesta a esa pregunta es: “nadie” porque Dios promete prosperarnos sin que eso sea referencia estricta a cuestiones terrenales. En este contexto cuenta Panasiuk esta historia: “Cuando mis suegros volvieron a Estados Unidos después de haberse pasado 15 a 20 años en el Africa, su situación económica estaba bastante mas pobre de lo que estaba el día que salieron rumbo a Zimbabwe a comienzos de los años 60. Sin embargo, mi suegro traía bajo el poncho una buena cantidad de iglesias plantadas en lugares inhóspitos del continente africano, cientos de convertidos a Cristo y decenas de líderes entrenados para hacer la Obra del Señor. Yo me rehúso a creer que ellos hayan sido “maldecidos” por Dios, simplemente porque su situación económica no era la más brillante”. El espíritu del capitalismo se ha infiltrado en la teología y se hace a Dios responsable de tanto mercadeo religioso. Según algunas fuentes los “banqueros de Dios” están extendiendo por América Latina un discurso de apología de la prosperidad de Estados Unidos y vinculada esta a la guerra espiritual. Para estos está claro que la Biblia afirma que Adán con su pecado hizo perder la productividad, que José era un gran empresario maderero y Jesús estaba rodeado de hombres y mujeres con tanto dinero que no necesitaba de dinero. Nuestra crítica a esta teología, no es si la teología de la prosperidad es falsa o tiene validez, no es una crítica a la deformación espiritual que promueve, sino a esa crítica ética por el carácter dañino e injusto de las acciones de la teología de la prosperidad. Estos días en los que se ha estrenado la película de Lutero, nos damos cuenta del sentido tan engañador de las indulgencias. En cierta medida es la misma problemática, pero en vez de reclamar a Dios un trozo de cielo por unas monedas, se lo pedimos ya para esta tierra. Queremos prosperidad terrenal ya, que no es malo en si, pero si lo es que fomente el principio de amor al dinero y al poder, como en el capitalismo actual. Pero también se hace necesaria una crítica a la falta de actuación del cristianismo ante el poder del dinero que genera una economía de muerte. En el “Mercader de Venecia” se describe al judío Shylock como malvado usurero, perro y demonio, frente a los venecianos nobles, generosos y cristianos. Estos mantenían la santa doctrina aristotélica y escolástica del la esterilidad del dinero. Además de ser ellos despilfarradores, tramposos, crueles y racistas, observa Shilock que también son propietarios de esclavos y “no piensan liberarlos”. Asi, Shilock, además de verdugo es victima de la villanía de los cristianos, lo cual nos tramite a los cristianos de ahora el mismo sentido de falta de ética frente a un mundo esclavizado en lo material y lo espiritual.

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