Niemöller en Dachau

En este lugar se intentó no dejar rastro de los más de cuarenta mil que mataron, de los doscientos mil que estuvieron en un campo que no pretendía ser de exterminio. Entre ellos estaba el pastor Martin Niemöller (1892-1984).

05 DE AGOSTO DE 2025 · 09:30

Al visitar el campo de concentración nazi de Dachau, José de Segovia observa que para muchos es lo más parecido que hay a un lugar sagrado.,
Al visitar el campo de concentración nazi de Dachau, José de Segovia observa que para muchos es lo más parecido que hay a un lugar sagrado.

Hay pocos sitios en el mundo que el turismo respete. Vayas donde vayas, te encontrarás la misma horda de visitantes más interesados en dejar constancia con un selfi que han pasado por allí, que en lo que están viendo. Como escuché este año a un actor de la impresionante obra que hizo Peris-Mencheta, enfermo de cáncer, sobre el Holocausto (Blaubeeren), lo más parecido que hay hoy a un lugar sagrado es un campo de concentración nazi. Aquí en Dachau, no se permiten las fotos ante el crematorio, donde se intentó no dejar rastro de los más de cuarenta mil que mataron entre los doscientos mil que estuvieron en un campo que no pretendía ser de exterminio. Entre ellos el pastor Martin Niemöller (1892-1984).

Estoy estos días en un apartamento del Parque Olímpico de Münich, al lado de la residencia donde once miembros del equipo israelí fueron tomados como rehenes y asesinados, junto a un policía alemán, por un comando terrorista de Septiembre Negro en 1972. En el edificio hay ahora viviendas particulares, pero se reconoce bien la terraza donde apareció el secuestrador encapuchado, mientras policías alemanes le rodeaban por el techo y el balcón de al lado.

Hay varias películas sobre el tema, incluida la que Spielberg considera su mejor obra, "Münich" (2005). En el aniversario de 2022 se hizo una buena serie documental, pero la última es muy curiosa, "Septiembre 5" (2024). Se desarrolla toda ella en las oficinas que la cadena de televisión estadounidense ABC estableció aquí, para retransmitir en directo por primera vez las Olimpiadas. El director de la sección deportiva quiso introducir el tema del Holocausto en la entrevista con Mark Spitz, el nadador judío americano que ganó tantas medallas en esta ciudad, donde nació el partido nazi. El jefe de operaciones aquí se opone, al considerarlo sensacionalista. Cuando oyen los disparos por la noche, el encargado de guardia llama a la policía y consigue la exclusiva de transmitir en directo el secuestro, contra la opinión del jefe. Al mostrar los movimientos de la policía alemana intentando entrar en el edificio, descubren a los terroristas por televisión, lo que están haciendo.

Por mi formación periodística, la película me ha hecho pensar en el peligro de la obsesión por la transparencia, que se convierte en un mero instrumento para el sensacionalismo. No estoy tan seguro de que romper el silencio ayude a las víctimas, como a sus agresores. El terrorismo se alimenta de la publicidad. Y el “señalamiento” se ha convertido en una “caza de brujas” cada vez más irresponsable. No sé qué bien hacen estos “linchamientos mediáticos”. Lo que está claro es que el Holocausto no nos impresionaría tanto, sin las imágenes que se grabaron en la liberación de campos como Dachau, que he podido visitar esta mañana.

Niemöller en Dachau

Dachau fue uno de los primeros campos que construyeron los nazis para aquellos que se oponían a Hitler políticamente, o sea, comunistas y socialdemócratas.

 

Las imágenes del horror

El 6 de junio de 1944 se embarcó el director de cine George Stevens en el barco al que solía entrar desde niño en Londres, recuerdo de la Segunda Guerra Mundial en la ribera del Támesis, el HMS Belfast. Tenía a su cargo un equipo para filmar el desembarco de Normandía, junto a John Ford. El director de “Un lugar en el sol”, “Raíces profundas” o “Gigante” no podía tomar tierra hasta que la playa quedara despejada, pero acompaña al ejército camino de París, donde entra con el primer batallón en la ciudad ocupada. Rueda en 16mm la firma de la rendición en la estación de Montparnasse. Se dirige a Berlín con las tropas que se enfrentan al contrataque alemán en las Ardenas, donde tiene el primer contacto con los campos de concentración en Nordhausen.

Hollywood envió en la Segunda Guerra Mundial a cinco de sus mejores directores con el ejercito estadounidense. Junto a Stevens y Ford, fueron también Capra, Wyler y Huston. A todos les marcó la experiencia del conflicto en primera línea, pero nadie la vivió tan intensamente como Stevens, que traspasa con los primeros soldados las puertas del primer gran campo de concentración a escala masiva que levantaron los nazis, Dachau. Llega tres días después de la liberación, el 1 de mayo. Acompaña al cuerpo 69 de infantería a las afueras de Münich con las únicas cámaras con sonido que llevaron al frente.

Miles de prisioneros asolados por el tifus vagan aterrorizados por el campo. Los hornos crematorios aún humean entre montañas de cadáveres. Muchos vienen de un tren que iba camino de Buchenwald y Sachsenhausen, para no dejar rastro del exterminio. Durante una semana registra el horror que se despliega ante sus ojos. El material se puede ver ahora en los dos rollos que montó después, “El plan nazi” y “Campo de concentración nazi”, que fueron luego proyectados en los juicios de Núremberg, ante los artífices de la llamada “Solución Final”.

Al volver a casa, Stevens sufre un “shock postraumático”. Se vuelve silencioso, reservado e incapaz de hablar de su experiencia en la guerra. Era una persona diferente a la que se marchó. Estuvo años sin rodar, hasta lograr llevar a la pantalla, “El diario de Ana Frank” en 1959. Quince años después, no podía contemplar todavía más de unos minutos de lo que filmó en los campos.

Niemöller en Dachau

El pastor luterano de Berlín, Martin Niemöller, estuvo preso en el campo de concentración nazi de Dachau de 1938 a 1945.

 

El campo modelo nazi

Dachau fue uno de los primeros campos que construyeron los nazis en 1933. Era originalmente para aquellos que se oponían a Hitler, políticamente, o sea comunistas y socialdemócratas. El nacionalsocialismo no tenía nada de socialista, a pesar de las tonterías que dicen algunos en las redes sociales –cegados por el nombre e ignorantes de cómo en “Mi lucha”, Hitler se enfrenta tanto contra el comunismo, como contra el judaísmo–. El primer año los presos eran comunistas, socialistas y sindicalistas.

A los disidentes políticos, pronto se unen judíos, gitanos, homosexuales, católicos, criminales y Testigos de Jehová. Cada grupo lleva un triángulo con un color diferente: los comunistas y anarquistas de rojo; los criminales de verde; los homosexuales, rosa; los Testigos de Jehová, púrpura; mientras que los judíos se distinguían por una estrella de David con un triángulo rojo y amarillo, para indicar si eran también comunistas, una combinación bastante habitual. Dachau se convierte en el modelo de lo que han de ser todos los campos nazis. Es el lugar de formación de las SS que van a llevar cada uno de ellos. Aquí se preparan comandantes como Rudolf Hoess de Auschwitz en los edificios que ahora ocupa la policía antidisturbios del estadio de Baviera.

El campo comienza en una antigua fábrica de municiones, cerca del pueblo medieval del mismo nombre. Lo abrió Himmler como un lugar de trabajos forzados en el drenaje de un pantano que se había convertido en un completo lodazal, al estilo de lo que había hecho Mussolini en las marismas Pontinas, pero con voluntarios, no con presos. En el libro que he leído antes de visitar el campo –publicado en Barcelona por Bruguera en 1973, “Dachau” con testimonios de varios supervivientes– se te vienen abajo muchos estereotipos de lo que uno asocia con los campos de concentración nazi.

Al principio esto estaba lejos de ser un centro de tortura. No es que fueran a trabajar con música de gaitas, como se ve en la portada de la revista que anuncia su inauguración en 1938, el Berliner Illustrieter, pero cada interno recibía dos marcos por semana. Podía hacer uso incluso de un burdel que había en el bloque 31 con mujeres que se dedicaban ya a la prostitución en Varsovia, Lodz o Praga. Todo era tan libre, aparentemente, que se hizo un plebiscito, donde votaron el 99 por ciento a favor de Hitler, ¡claro! Los presos estaban en edificios de la fábrica, antes de construir las barracas. A algunos se les permitía ir sin uniforme y no llevar el pelo rapado, porque le molestaba a la mujer del comandante. Todo fue de mal en peor.

Niemöller en Dachau

Más de cuarenta mil murieron de los doscientos mil que estuvieron presos en el campo de Dachau.

 

El pastor de Berlín

Martin Niemöller es otro de los que votó alegremente a Hitler en 1924, 1928 y 1933. Como la mayoría de los pastores protestantes era alguien conservador, que deploraba el ambiente libertino de la República de Weimar. Creía que su llegada al poder traería un rearme moral a Alemania. El nazismo apoyaba al matrimonio –los Goebbels no podían divorciarse, aunque cada uno tenía amantes por su lado, porque eso era impensable para un nazi–, rechazaba la homosexualidad –tras la purga de la “esvástica rosa” de las SA de Röhm, la Noche de los Cuchillos Largos en 1934–, censuraba el arte “inmoral” como “pornográfico y prohibía la prostitución –burdeles como el Salón Kitty eran clandestinos–. Hitler traía de nuevo la decencia y la moralidad a Alemania.

Nienmöller, como tantos cristianos todavía hoy, se oponía al comunismo. Como dijo en el famoso poema que muchos en el mundo hispano han atribuido equivocadamente a Bertolt Brecht durante muchos años: “Cuando los nazi vinieron a por los comunistas –no dijo socialistas, como aparece mal traducido en la versión inglesa que se difunde en Estados Unidos tras la “caza de brujas” del senador McCarthy–, se quedó callado, porque no era comunista / Cuando vinieron a por los sindicalistas, se quedó callado, porque no era sindicalista / Cuando encerraron a los socialdemócratas, se quedó callado, porque no era socialdemócrata / Cuando encierran a los judíos, se quedó callado, porque no era judío / Cuando vinieron a por mí, no quedaba nadie para protestar.”

Martin era hijo de un pastor luterano, pero se hizo militar en la Primera Guerra Mundial, siendo condecorado con la Cruz de Hierro por su heroico papel como comandante de un submarino alemán. Trabaja un tiempo en una granja, antes de estudiar teología en la Universidad de Münster, donde es hecho pastor luterano, antes de ir a Berlín. En su autobiografía en 1933, “Del U-Boot al púlpito”, celebra el “avivamiento nacional” que llega con Hitler, tras “años de oscuridad”. La primera señal de alarma vino con el Párrafo Ario que no aceptaba la conversión de judíos al luteranismo. Ese mismo año 1933, Niemöller funda una organización para “combatir la discriminación creciente de los cristianos de origen judío”. El otoño del 34 está ya en el inicio de la Iglesia Confesante con Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer.

 

“El Bunker” de Dachau

He visto hoy la celda donde estuvo preso Niemöller en Dachau de 1938 a 1945, después de pasar por Sachsenhausen, el campo que visité también cuando estuve en Berlín. Fue detenido el verano de 1937 y juzgado por un “tribunal especial”, el año siguiente. Como había estado ya los siete meses que le condenaron de prisión, esperando el juicio, le soltaron con una multa, pero le vuelve a arrestar la Gestapo, mandándole al primer campo, donde tenía una celda algo más grande que en Dachau.

Allí estaba aislado en el Bunker, el lugar de ejecución y tortura, donde estaban los presos más conocidos, como Georg Elser, que había intentado matar a Hitler en 1939. Puso una bomba en una de las cervecerías de Münich, donde se iba a celebrar el aniversario del fallido Putsch del 23, pero el Führer habló menos de lo habitual y se libró del atentado. Fue quizás el mejor planeado de todos, pero por uno de esos misterios de la Providencia, no es fácil acabar con la vida de los tiranos.

Si extraña es la supervivencia de Niemöller, más aún sorprende el tiempo que mantienen a Elser con vida en una posición privilegiada, varias celdas unidas con especiales atenciones, hasta hacerle desaparecer discretamente. Los SS comentaban que había sido una estratagema de la Gestapo de Himmler en una de esas luchas internas del nazismo, por las que Hitler veía la posibilidad de “golpes” por cualquier lado. Röhm al fin y al cabo, estaba con él desde el Putsch en que Hitler intenta llegar al poder en 1923. Y el Führer toleró hasta la Noche de los Cuchillos Largos, las orgías homosexuales de las SA en esa curiosa combinación de fantasía gay con la estética nazi, que tanto entusiasmaba a Freddie Mercury cuando vivía en Münich a principios de los 80.

Niemöller en Dachau

Niemöller votó a Hitler en 1924, 1928 y 1933, como la mayoría de los pastores protestantes conservadores, porque se oponía al comunismo y deploraba el ambiente libertino de la República de Weimar.

 

¿Víctima culpable?

Niemöller fue llevado a un reducto en los Alpes, días antes de la liberación de Dachau en 1945, hasta que llegaron los americanos al sur del Tirol. Se cuestiona entonces su condición de víctima, ya que él mismo se declara culpable del mal de Alemania. Se ve como un cordero expiatorio al estilo de Bonhoeffer, que lleva la culpa y el daño al mismo tiempo de una iglesia dominada por el nazismo. Como presidente de la Iglesia Protestante en Hesse y Nassau, hace la Declaración de Culpa de Stuttgart y se convierte en un ferviente pacifista. Se opone a la guerra del Vietnam y el armamento nuclear, siendo presidente del Consejo Mundial de Iglesias en 1961. Moriría en Wiesbaden en el 84 a los 92 años.

Este domingo he estado en la capilla que la iglesia reformada holandesa hizo en el campo cuando los luteranos dudaban que fuera adecuado tener un lugar de culto allí. Se llama la Iglesia de la Expiación y carece de cruz o distintivos cristianos, al más sobrio estilo protestante. Niemöller fue el primer pastor que predicó allí en 1967. Los últimos años en el campo le permitieron hacer un culto protestante una vez al mes –los católicos celebraban misa para los muchos curas que había allí, todos los domingos–. El escritor Thomas Mann publicó los sermones de Niemöller en Dachau en Estados Unidos, veintiocho con un prólogo del Nobel de Literatura y el título “Dios es mi Führer” en 1941.

Siempre se extrañaban de cómo pudo apoyar a Hitler al principio. Desde nuestra perspectiva actual nos parece incomprensible que alguien como él, hoy diríamos con “valores”, pudiera abrazar el nazismo. Creemos que nunca votaríamos a Hitler. En nuestra superioridad moral condenamos a Alemania como culpable de algo que pensamos que nosotros nunca haríamos. Nos consideramos mejores.

Niemöller en Dachau

En nuestra superioridad moral condenamos a Alemania como culpable de algo que pensamos que nunca haríamos, porque nos consideramos mejores.

 

Nuestra ceguera

En 1934 se celebra el V Congreso Bautista en el Palacio de Deportes de Berlín con novecientos delegados de todo el mundo. Aunque obviamente, no compartían el antisemitismo nazi, la sala estaba llena de esvásticas y cruces. La delegación norteamericana contaba con treinta pastores afroamericanos, incluido el padre de King, que quedó tan entusiasmado por el viaje que decidió llamar a su hijo Martín Lutero en homenaje al reformador alemán.

El pastor bautista estadounidense John W. Bradbury escribe luego sus impresiones sobre Hitler en la revista Watchman Examiner, el 13 de septiembre de 1934: “Es sin duda, un líder que no fuma ni bebe, que desea que las mujeres sean discretas y que está en contra de la pornografía”. En consecuencia, dice: “No puede ser tan malo”.

La mayor parte de los cristianos sigue votando a un candidato simplemente porque está en contra del comunismo, a favor del matrimonio y en contra de la inmoralidad sexual. Basta que uno defienda los valores conservadores, para que como Niemöller, le demos nuestro apoyo. No nos importa a dónde nos va a llevar el nacionalismo de líderes que quieren limpiar la nación de extranjeros.

Estamos ciegos a nuestras contradicciones. Y algún día nuestros descendientes se preguntarán cómo pudimos tolerar ciertas cosas. El monumento conmemorativo que han hecho los judíos en Dachau tiene una cita del Salmo 9 que pide a Dios que ponga temor a las naciones, para que se den cuenta que “no son sino hombres” (v. 20). “¡Maldito aquel que confía en el hombre!” dice el profeta (Jeremías 17:5). ¡No seamos ingenuos, ni idolatremos a nadie!

Sólo hay Uno cuya justicia tiene la última palabra. Y ésta no ha llegado todavía. “Él juzgara al mundo con justicia” (Sal. 9:8). “No se olvida del clamor de los afligidos” (v. 12). “No desamparará a los que le buscaron” (v. 10). Y esta mañana sólo podía orar: “¡Ten misericordia de mí, Señor!” (v. 13).

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