Jesús, nuestro maestro
El peregrino percibe que lo ve todo desde una nueva perspectiva que le hace descubrir valores absolutos entrañados en su existencia.
27 DE ABRIL DE 2019 · 21:50
Ante la discusión entre sus discípulos acerca de quién era el mayor, Jesús les pone como ejemplo a un niño, para hacerles ver cuál era la actitud que tendrían que tener ante los demás: servir y cuidar a lo más insignificante, tener una postura como la de ese niño. Esto es lo que los haría grandes. Tal actitud la habían visto en Él innumerables veces, en sus palabras y acciones, algo que era parte de su actividad como Maestro. Ellos solo tendrían que seguir su modelo para poder ser también guías de otros continuando su misión hasta en lo último de la tierra.
Jesús fue el Maestro por excelencia, que se adaptaba y adaptaba sus enseñanzas según las circunstancias que tenía delante. Observaba la realidad y se hacía uno con ella para tener la autoridad suficiente para enseñar. Amaba lo que veía porque lo sentía suyo, pues era su creación. Era hechura suya. Se sentía responsable.
Qué maestro nos muestran los evangelios, de esos que estimulan a sus alumnos y aguzan su ingenio para elaborar medios que puedan despertar en ellos la creatividad, la receptividad y el tener fe en lo que quieren, y pasión para hacerlo con excelencia. Con todo ello pretende que tengan certeza de que Él es quien dice ser. Que entiendan y crean en el mensaje que les trae, el mensaje del reino de Dios. Para que el Reino de Dios more en ellos.
Con paciencia les hacía entender que tenían que ser como niños, volverse mansos y humildes. Un maestro que a través de pequeños relatos despertaba el asombro en sus oyentes. Utilizando elementos del día a día, como un orador que sabe persuadir amorosamente. Transmitía las historias de tal forma que los llevaba a indagar, pensar; a asombrarse, sentir, conmoverse, reflexionar. Su espíritu se enardecía, ardiendo su corazón con tanta intensidad que se les abría el entendimiento, todo lo encontraban no solo interesante, sino con un sentido último para su vida. Lo consideran como algo extraordinario, como si hubiesen encontrado una perla de gran valor, o un tesoro escondido en la inmensidad del campo, por los que estarían dispuesto a dar todo lo que tenían. Entendían el mensaje que les había entregado, el mensaje del reino de Dios. Y el reino de Dios se aposentaba en su corazón y decidían seguirlo sin mirar atrás. Dispuestos a someterse al escrutinio de los demás, que los juzgarán como si estuviesen cometiendo una locura. Pero valía la pena asentar el reino de los cielos en su corazón, y empezar un nuevo estilo de vida bajo la soberanía de Cristo.
Ese reino significa una nueva forma de vivir la vida, desechando la antigua. Y afecta a todos los estamentos de la vida del ser humano, estando cada una tocada por la perfecta soberanía del Padre. El peregrino percibe que lo ve todo desde una nueva perspectiva que le hace descubrir valores absolutos entrañados en su existencia. Ha encontrado su tesoro y está dispuesto a sacrificarse dando lo más preciado que tiene.
El peregrino que ha descendido del balcón a la sencillez del Camino se apasiona por Cristo y sus principios; éste se convierte en el centro de su vida y todo lo demás se torna secundario. Quiere ser manso, pacífico, puro de corazón… Quiere hacer uso de las enseñanzas del Maestro en todos los aconteceres de su vida. Viendo con unas nuevas gafas se preocupa por su entorno más que por él mismo, toma conciencia de lo que está pasando y quiere participar en las mejoras. Siente que puede influenciar en la extensión de este reino. Se preocupa por sembrar la simiente del reino de Dios en los corazones de sus semejantes y sabe esperar con paciencia hasta la cosecha. Ha desechado toda ansiedad. Ha aprendido a descansar.
Habiéndose sentido miserable, el peregrino siente compasión por la miseria de los demás, no los acosa con nombres fríos, sino con otros que destilan fraternidad, engendrados por el amor, ese que no es un amor cualquiera, sino que viene de Dios. Siente algo así como un instinto pastoral que viene del modelo que ahora sigue, el de Jesús. Se acuerda de cuando se encontraba perdido, cojo, desterrado, descarriado, perniquebrado… Ahora se identifica con los que sufren, los que son perseguidos, rechazados… Se da cuenta que está siguiendo el modelo por excelencia y se maravilla. Pero no cree estar firme, sino que va caminando con humildad, sencillez e integridad; y le basta Su gracia.
Quien quiera ser un Maestro como Él debe copiar su modelo.
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