Job y el drama humano (II)

Para el siempre polémico, pero notable crítico literario Harold Bloom, gran aficionado a los temas religiosos (hay que recordar sus libros sobre la tradición yahvista, la literatura sapiencial y La religión en Estados Unidos, así como su magnífica edición de textos críticos sobre la Biblia, entre otros), dos de los mejores analistas del libro de Job y el drama ahí expuesto han sido “dos protestantes convencidos”:

06 DE AGOSTO DE 2011 · 22:00

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De ambos son los epígrafes que coloca al frente de Ensayistas y profetas, en la sección dedicada a la Biblia: Pues la mejor prueba que podía dar Job de su paciencia era permanecer del todo desnudo, en tanto que eso era lo que complacía a Dios. Seguramente los hombres resisten en vano; puede que tengan que apretar los dientes, pero sin duda regresan totalmente desnudos a la tumba. Incluso los paganos han dicho que sólo la muerte muestra la pequeñez del hombre. ¿Por qué? Porque poseemos un abismo de codicia, y nos gustaría engullir toda la tierra; si un hombre posee muchas riquezas, viñas, prados y posesiones, no es bastante; Dios tendría que crear nuevos mundos si pretendiera satisfacernos.[1] Juan Calvino, Segundo sermón sobre Job Sin embargo, a lo largo del ancho mundo no hallarás un escondite en el que no te alcancen los problemas, y no ha existido ningún hombre capaz de decir más de lo que tú eres capaz de decir, que no sabes cuándo la aflicción visitará tu casa. Así pues, sincérate contigo mismo, pon tus ojos en Job, aunque te horrorice: no es esto lo que él desea, si tú no lo deseas.[2] Søren Kierkegaard,Discursos edificantes Allí, el escritor estadunidense afirma que el de Job es un libro “profundamente perturbador”, aunque no logre alcanzar las alturas del profeta Jeremías, si bien fue precursor suyo. Y agrega, con su ya conocido estilo grandilocuente: “…el Libro de Job alcanza los límites de la literatura e incluso los trasciende. Lear reza con desesperación, pidiendo paciencia, porque si no se volverá loco; incluso declara: «No, seré el modelo de la perfecta resignación / no diré nada», como si fuera un segundo Job. En la escena más grandiosa de la obra (4.6), que es tal vez la mejor de Shakespeare e incluso de la literatura, Lear aconseja a Gloucester que se una a él en su emulación de la fortaleza de Job”. Obviamente, Bloom no se deja sorprender por la tradicional enseñanza acerca de la “paciencia” de Job y lo ve, más que como un personaje sombrío, como un antecedente de la obra de Shakespeare, sin dejar de citar, por supuesto, a William Blake y Milton, cuyas obras reflejan también, en grado sumo, la percepción del conflicto humano que vivió el habitante del país de Uz. En el momento de referirse a Calvino, Bloom subraya que éste “nos condena por no parecernos lo suficiente a Job” y lo cita nuevamente: “Y entretanto Dios será condenado entre nosotros. De esta forma se exasperan los hombres. Y así, ¿qué harán? Es como si acusaran a Dios de ser un tirano o un insensible que lo único que buscaba era arrojar, sobre todas las cosas, la confusión”. Como resulta evidente, Calvino se pone del lado de Dios (como Job en el inicio mismo de su tragedia) a la hora de valorar la actitud del creyente que recibe los males de la mano divina. Bloom tiene razón al interesarse por Calvino en este asunto, pues si uno se asoma mínimamente a los sermones que Calvino dedicó a este libro, se dará cuenta de que, en efecto, le causaba profunda desazón contemplar el dilema divino-humano plasmado en esa joya literaria. Para afrontar semejante misterio, predicó 159 sermones, una mínima muestra de los cuales (20) apareció en español en 1988. Los títulos de los sermones son elocuentes: “El carácter de Job”, “¿Cómo se justificará el hombre ante los ojos de Dios” y “El uso adecuado de la aflicción”, por poner unos ejemplos.[3] Sobre el filósofo danés , Bloom destaca que él “exalta a Job como héroe del espíritu, un campeón que ha vencido al mundo”. Y así resume su valoración de ambos autores: “Tomo de Calvino su aguda observación de que Job no condena a Dios, no le acusa de ser «un tirano o un insensible ». De Kierkegaard, su aceptación de que no son ni Behemoth ni Leviatán los que hacen que Job se esconda cuando Dios llega, al final, a visitar al sufridor y hablar con él desde el torbellino”.”.[4] Sobre este punto, Bloom agrega: “La voz que sale del torbellino no busca justificación, sino que, en su exuberancia definitiva, bombardea a Job con una larga serie de preguntas retóricas, que alcanzan el clímax en la visión del Leviatán”. Y cierra así sus reflexiones citando a otros autores importantes: Del mismo modo que Rudolf Otto y Karl Barth, Martin Buber ve a Job como un “rebelde con fe” y, por tanto, un siervo de Dios. Los tres hombres de Dios parecen quedarse cortos en cuanto a las amargas ironías que contiene el Libro de Job, que es la razón por la que yo prefiero la ironía de la respuesta de Calvino, “Dios tendría que crear nuevos mundos, si pretendiera satisfacernos”, o bien la ironía, más compleja, de Kierkegaard: “Pon tus ojos en Job, aunque te horrorice: no es esto lo que él desea, si tú no lo deseas”.[5] Trebolle Barrera y Pottecher, por su parte, en sus “Apuntes sobre Job”, y en relación con el género literario de la obra, lo catalogan como un cuento oriental y una fábula sapiencial, con base en el tono mítico y maravilloso con que arranca la narración, similar al “Cuento de Appu”, una historia hitita que narra cómo un hombre rico privado de sus hijos y al lado de una mujer desagradable, luego de largos debates con su dios, tiene al final unos gemelos. Ellos concentran muy bien su análisis al decir: “La conjunción de poesía y prosa parece delatar la existencia previa de dos obras independientes, un diálogo sapiencial y un relato, que en un determinado momento se unieron para formar un libro. […] Construido también con prosa y poesía, el libro de Job viene a ser una ‘fábula sapiencial’ en la tradición de los diálogos sumero-acadios. […] Pero en Job no hay el aspecto lúdico de estas disputas y en éstas no tiene cabida el lirismo de sus lamentos”.[6] La importancia de los géneros rebasa, con mucho, la obsesión clasificatoria, pues aquí cada vertiente estilística enuncia un contenido mayor. La magnífica conjunción de elementos literarios, el uso de la prosa (para los episodios, literalmente, prosaicos, la negociación de Yahvé con el satán, en particular) y la poesía, para la expresión del sufrimiento del protagonista y su diálogo con los amigos que vienen a recriminarlo, forman un conjunto que sondea abismalmente en la hondura de un sufrimiento inexplicable, fruto no del abandono de Dios, sino de lo que aparece más bien como un dilema teológico: la aceptación, por parte del dador de la vida, de una apuesta con el promotor del mal en el mundo para poner a prueba su fe de manera radical, es decir, sin esperar nada a cambio. Otro punto relevante es la posible ubicación de la obra como drama o tragedia, que hace decir a estos autores: “Si el libro de Job, como otros muchos textos bíblicos, se presta a ser llevado al teatro se debe en gran medida a que la Biblia narra a través de diálogos. Esta característica aproxima la literatura bíblica a la mimesis o modo dramático, más que a la diegesis del modo narrativo. […] Su peculiar dramatización puede haber surgido a partir del desarrollo en forma de drama de lo que era un poema de lamentación. Ello nos remite a otro género literario muy presente, que bien puede ser calificado de ‘drama sapiencial’, aunque tampoco esta caracterización agote el género y la esencia del libro”.[7]


[1]Cit. por H. Bloom, “La Biblia”, en Ensayistas y profetas. El canon del ensayo. Trad. de Amelia Pérez de Villar. Madrid, Páginas de Espuma, 2010, p. 15, www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/201007/31/cultura/20100731elpepucul_1_Pes_PDF.pdf.
[2]Idem.
[3]J. Calvino, Sermones sobre Job. Traducidos del inglés por Guillermo Krätzig. Jenison, TELL, 1988.
[4]H. Bloom, op. cit., p. 17.
[5]Ibid., p. 20.
[6] J.TrebolleBarrera y S. Pottecher, op. cit., pp. 113-114.
[7] Ibid., p. 122.

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