El hombre cansado
A estas alturas sería imposible saber la primera persona que lo contó. Casi parecía una leyenda de esas que ahora se llaman urbanas, de autor anónimo. Durante el invierno en el casino de Cadaqués no se hablaba de otra cosa. Los pescadores comentaban una y otra vez de la historia de Amador ¡pobre Amador!
17 DE OCTUBRE DE 2009 · 22:00

Lo habían visto durante el verano anterior atracar su yate de lujo en el centro mismo de la bahía y bajar a tierra con su traje de baño Lacoste de colores chillones y rebosando mal gusto. Parecía mentira que los del cocodrilo hubieran podido diseñar una cosa tan fea, pero a Amador le gustaba y creía que en eso consistía el buen gusto.
No llevaba camiseta para que ninguno de los veraneantes se quedara sin contemplar los estridentes collares y medallas de oro que llevaba colgados al cuello y cuya única belleza debía estar en el dinero que le habían costado. Estaba muy moreno y las muchas cremas extendidas por su cuerpo intentaban, sin conseguirlo, dar a su piel un aspecto saludable.
Le habían visto llegar unos años antes. Cuando vino hacía poco que se había casado y tenía un hijo de corta edad. Era conductor de autobuses en la línea de Girona y aspiraba a hacerse rico. Nunca destacó por su inteligencia ni por su preparación aunque si por su ambición. Sus vecinos sabían que no se conformaba con la vida que llevaba y que combatía equivocadamente con Prozac la frustración que sentía ¡pobre Amador!
Nadie supo a ciencia cierta de dónde sacó el dinero para su primer negocio, si le dieron un crédito, si lo heredó o simplemente lo robó. El caso es que aprovechando el boom inmobiliario compró y vendió, vendió y compró, engañó, enredó y desenredó y se enriqueció a una velocidad meteórica.
Cambió su vieja moto por un BMW de un kilómetro de largo y dejó su pequeño apartamento para comprarse un chalé en primera línea de mar con piscina y embarcadero, aunque seguía atracando su yate de lujo en el centro de la bahía, más que nada para que lo viera todo el mundo. Ahora Amador tomaba equivocadamente Prozac para defenderse del estrés ¡pobre Amador!
Aunque Zapatero lo negaba aquel verano las cosas habían cambiado, sin embargo Amador seguía como si nada buscando satisfacer su ambición en el derroche. Cada día una fiesta, en tierra o en el barco, que eso era lo de menos. Se bañaba en champán francés —sólo una pequeña parte la destinaba a beber— que el cava del Penedés está al alcance de todo el mundo y, además, es una horterada. Él quería ser exclusivo. La comida exquisita, la droga y las chicas descomunales siempre estaban presentes. Mientras Amador quería equivocadamente quitarse la acidez de estómago con Prozac ¡pobre Amador!
Las ventas se frenaron en seco, la burbuja se reventó, el dinero se acabo de repente y los bancos embargaron cuanto pudieron. No quedaba ya ni yate, ni chicas guapas, ni chalé en primera línea de mar con piscina y embarcadero, ni BMW de un kilómetro de largo. Lo que si quedaba eran deudas por varios millones de euros. Amador, cansado de vivir, seguía pensando equivocadamente que el Prozac iba a curarle de la frustración y la pobreza ¡pobre Amador!
¿Y su esposa y su hijo? Pues eso era lo peor. Hacía tiempo que se habían ido pero Amador no los había notado a faltar hasta ahora.
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