Reformadores radicales: precursores olvidados de la tolerancia (VII)
Corro levantó la voz contra la violencia en asuntos de fe, la perpetrada tanto en territorios católicos como protestantes.
19 DE ABRIL DE 2025 · 23:25
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Si a los papistas, que tan gravemente y en tantos asuntos yerran, no se les debe dar muerte por sus errores, ¡cuánto menos a los otros! Así pues, Lutero no debe matar a Zuinglio, ni a Calvino (si es que Calvino está de acuerdo con Zuinglio) por mucho que en la cuestión de la Cena lo tenga por hereje, o, más aún, por diablo y réprobo. Y Zuinglio no debe matar a Lutero, por mucho que lo considere maldiciente y blasfemo. Ni Calvino a Melanchton, por mucho que disienta de él en lo referente a la predestinación. Ni todos ellos a Osiander, por mucho que discrepe de ellos en lo referente a la justificación. En suma, quienes confiesan un solo Dios y un solo Señor no deben condenarse unos a otros, ni mucho menos matarse. De no ser así, quien lo haga no se librará de ser designado como el siervo malo que, cuando el señor tarda en llegar, pega a otros siervos compañeros suyos [Mateo 24:48].
Sebastián Castellio (1554)[1]
Si bien la influencia de Sebastián Castellio es clara en Casiodoro de Reina, la misma es más intensa en Antonio del Corro. En 1558 él estaba en Lausana y tuvo conocimiento “de las agrias controversias de los reformadores ginebrinos” con Sebastián Castellio “a propósito del caso Servet”. Corro expresó disgusto el trato que le dieron a su compatriota en Ginebra, lo que provocó hiciera un paralelismo sobre haber salido de “la tiranía del Papa para caer en otra parecida”.[2]
En noviembre de 1566, cuando Antonio del Corro llega a la ciudad de Amberes, la comunidad valona le pide signar la confesión reconocida por todas las iglesias calvinistas de los Países Bajos. Se trataba de la Confesión de Fe redactada por Guy de Brès en 1561, y que había sido adoptada por el Sínodo de Amberes en ese mismo año de 1566. Antonio del Corro se niega a firmar el documento, lo hace por no compartir el tono anti anabautista de los artículos 34 y 36.[3]
Corro levantó la voz contra la violencia en asuntos de fe, la perpetrada tanto en territorios católicos como protestantes. En la Carta a los pastores luteranos de Amberes (1567), Antonio hizo eco a planteamientos de Sebastián Castellio llamando “supremos nuevos inquisidores” a los censores de las iglesias de la Reforma, quienes “con una arrogancia más que farisaica, llaman a unos perros y mundanos: no considerando estas pobres gentes presuntuosas, que esta palabra de mundo, o mundano, comporta una supresión del cuerpo de Cristo”.[4] No estaba en contra de tener convicciones doctrinales, sino se manifestaba contrario a imponer las mismas a otro(a)s que diferían en el significado, por ejemplo, de los sacramentos y declararlos herejes:
Hay otros, que hacen de sus confesiones, catecismos, comentarios, y tradiciones, como si fueran un quinto Evangelio, y quieren autorizar sus interpretaciones particulares, de manera que los ponen al nivel de artículos de fe, y se atreven a llamar heréticos a todos los que no siguen exactamente sus imaginaciones: las cuales aunque fueran buenas y llenas de edificación, son hechas por los hombres, y por consiguiente indignas de ser comparadas con la palabra del señor […] Cuando el Señor Jesús quiso distinguir a sus discípulos, hijos de su Padre, no pidió que siguieran la confesión de Augsburgo, ni el Catecismo de Martín [Lutero], o de Juan [Calvino]: sino que dijo: “En esto se conocerá que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros “[Juan 13:35].[5]
La Confesión de Augsburgo (1530) fue un documento expuesto por los luteranos en la Dieta Imperial convocada por Carlos V, la escribió Felipe Melanchthon y tuvo la aprobación de Martín Lutero. Los artículos V, VIII (alude a los donatistas del siglo IV, nombre que se hizo extensivo por sus críticos a los anabautistas), IX, XII (menciona a los novacianos de mediados del siglo III, algunos de sus adversarios llamaban novacianos a los anabautistas), XVI, XVII, XXVII y XVIII (ambos implícitamente) condenaban a los anabautistas.[6] Años más tarde, en 1536, Martín Lutero y Felipe Melanchthon dirigieron una carta (suscrita por todo el profesorado de Wittenberg) al príncipe Felipe de Hesse (uno de los firmantes de la Confesión de Augsburgo), en la cual defendían “el uso de la coerción, y especialmente la pena de muerte, contra los anabautistas”.[7]
Antonio del Corro, en el documento dirigido a los líderes eclesiásticos de Amberes, les manifestó tener en común con ellos haber salido del “cenagoso y miserable muladar de supersticiones e idolatrías del Papado”.[8] Esta postura no implicaba combatir mediante la violencia a los católicos romanos, sino, manteniendo diferencia doctrinal con ellos, hacer un esfuerzo común para convivir respetuosamente:
Esforcémonos en vivir en paz los unos con los otros ya sean de la Religión romana o reformada, orando siempre al Señor, que nos ilumine en nuestras ignorancias, las cuales debemos amonestar a cada uno con toda dulzura y modestia, siguiendo el ejemplo de nuestro señor y redentor Jesús, que no despreció recibir humanamente, y enseñar con toda amabilidad a sus propios adversarios, y quienes diariamente lo perseguían, y hacían conjeturas para quitarle la vida […] No miremos que éste tiene una tal ignorancia, y que éste otro no quiere recibir algún artículo de nuestra confesión. Amemos a todos, ayudemos a todos, abracemos a todos, y soportemos la ignorancia y la flaqueza de todos. Porque vale más fallar en este aspecto (si falta pudiera existir) que hacernos jueces de las conciencias de otros, y dar sentencia de condenación contra los que no concuerdan con nosotros.[9]
Con respecto al ánimo persecutorio de la Inquisición española y sus excesos para salvaguardar, supuestamente la fe cristiana, Antonio del Corro escribió la Carta a Felipe II, de 1567, para intentar convencerlo de lo contraproducente que era usar la violencia en cuestiones relacionadas con las creencias religiosas. En la misiva Corro argumenta en favor de la libertad de conciencia, su alegato está “sacado y adaptado […] directamente del Conseil à la France désolée”, de Castellio. También le sirvió de inspiración lo escrito por David Joris (bajo el seudónimo de Georg Kleinberg) en De haereticis an sint persequendi.[10]
Anteriormente quedó dilucidado que Joris usó el seudónimo de Georg Kleinberg para firmar su colaboración en el volumen sobre cómo deberían los cristianos comportarse con los herejes. Para él “la espada no debe encargarse de enseñar teología […] Si un buen médico puede defender su doctrina suficientemente con su ciencia sin ayuda del magistrado, ¿por qué no podría hacer lo mismo un teólogo? Pudo Cristo, pudieron los apóstoles y podrán quienes los imitan”.[11]
A Corro le sirvió de modelo el Conseil à la France désolée”, “tanto en el desarrollo y ampliación de argumentos como en fórmulas y expresiones, apropiándose muchas veces hasta de la lengua misma” de Castellio.[12] La argumentación de Corro ante Felipe II tuvo como centro que el único recurso para ganar las conciencias de las personas debería ser la persuasión, siguiendo en esto el ejemplo de Cristo:
Si somos herejes (como ellos dicen) ¿por qué no tienen compasión de nuestras almas; ya que de nuestros cuerpos no quieren tenerla? ¿Por qué nos matan perseverando en nuestro error (como ellos estiman), puesto que eso sería causa de eterna condenación? ¿Por qué no procuran convertirnos y persuadirnos de la verdad? ¿Por qué al quitarnos la vida se esfuerzan en escoger los tormentos más crueles que se pueda pensar para lanzar a la desesperación a los que más bien deberían convertir? […] También soy de la opinión, Señor, que los reyes y los magistrados tienen su poder reducido y limitado sin que pueda llegar hasta la conciencia del hombre, según lo que dice Jesucristo soberano y doctor celestial; que demos al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios […] La conciencia solamente a Dios pertenece a Dios dirigirla por su palabra santa, la cual nos enseña lo que debemos creer y el servicio espiritual que quiere que le rindamos.[13]
En otro escrito Gilly ahonda en la presencia castellioniana en Corro.[14] Otro español, Francisco de Enzinas, coincidió en 1546 con Castellio en Basilea. Además, “trabaron tan estrecha amistad que Enzinas tradujo al castellano e hizo imprimir algunos de los libros de la provocadora versión latina del Antiguo Testamento de Castellion, aún antes de que estos se publicaran”.[15] Los libros traducidos y publicados por Enzinas en 1550 fueron Job, Salmos, Proverbios y Eclesiástico.[16]
El Comentario dialogado a la Carta a los Romanos de Corro es de 1574, conocido en latín por el título corto de Dialogus Theologicus.[17] En él incorpora “textos y argumentos de Sébastien Castellion, sin que sus correligionarios calvinistas o zuinglianos lograran propiamente identificarlos”, anota Carlos Gilly, agrega que “sus censores inmediatos no eran los inquisidores y otros ‘monacos hispanos’, al parecer del todo ignaros en el conocimiento directo de textos de Lutero, sino dos de los mayores teólogos de la Reforma en Suiza, Heinrich Bullinger y Rudolph Gwalther, y a la vez enemigos declarados de la doctrina de Sébastien Castellion”.[18]
Corro ignoraba los juicios contra Castellio expresados en correspondencia privada por Gwalter y Bullinger. Como un hijo del primero y nieto de Ulrico Zuinglio estudiaba en Inglaterray, al parecer, tomó clases con Corro, éste “aprovechó la ocasión del retorno del joven a Zúrich para hacer llegar a ambos reformadores sendos ejemplares de su Dialogus theologicus sobre la Epístola del apóstol Pablo a los Romanos.[19] En la carta que acompañaba el volumen para Bullinger el español le confió que, desde sus años en el monasterio sevillano, había tenido oportunidad de leerle: “Yo soy uno de aquellos, sabio hombre, que con la ayuda de tus escritos pudieron llegar a un conocimiento más puro de la doctrina cristiana. Eso sucedió hace veinte años, cuando por obra de la providencia se presentó la oportuna ocasión de leer tus libros, que me daban los mismos inquisidores, y de donde logré obtener frutos ubérrimos por los que, todavía hoy cuando pienso en ellos, me siento altamente agradecido hacia ti”.[20]
En el Diálogo teológico el autor hizo uso de la Biblia al latín que tradujo Castellio y publicó en 1551. En el apartado final, titulado “Breve dispositio”, según confesó él mismo, resumió los “escritos de varios doctos varones que habían comentado la figura paulina del árbol injertado en los capítulos 6 y 11 de la Carta a los Romanos”.[21] En realidad el resumen de Corro no lo tomó de varios autores sino de solamente uno: Sebastián Castellio, particularmente de la obra “De arte dubitandi et confidendi, ignorandi et sciendi, y más en concreto de los capítulos XXXVI-XXXVIII del libro segundo”.[22]
Su cercanía con los planteamientos de Castellio, quien a su vez criticó duramente la pena de muerte infligida en octubre de 1553 en Ginebra a Miguel Servet, levantaron suspicacias acerca de la ortodoxia de Antonio del Corro. En enero de 1575 el futuro obispo de Lincoln, William Barlow, redactó una misiva en la que describió a los que consideraba dos teólogos peligrosos que enseñaban en Londres. Uno era francés, Pierre, Loyseleur, “el otro, español, se llama Antonio Corranus, es docto y elocuente, pero muchos dudan de su piedad, ya que cuestiona la autoridad de los reformadores más meritorios. Es, en cambio, un admirador incondicional de Sébastien Castellion, cuya versión latina de la Biblia él aprecia no tanto como traducción —pues no ha traducido palabra por palabra— sino como paráfrase o traducción frase por frase; y es aquí donde, según Corro, Castellion supera a todos los demás intérpretes en muchas leguas”.[23]
El denunciante añade que Corro “se interesó muchísimo en obtener un ejemplar de unos Diálogos sobre la trinidad de [Ochino pero traducido por] Castellion y que, asistiendo él una vez a sus lecciones, oyó decir a Corro que no habíamos sido salvados ni por Lutero ni por Calvino, sino por la sangre del cordero muerto por los pecados del mundo, pero omitiendo expresamente las palabras “ab initio mundi”. ¡Ójala se hubiera quedado en Compostela!”.[24] Aquí hay que entender Compostela por España. Antonio del Corro nació en Sevilla, en 1527.
En los últimos diez años de su vida (1581-1591) del Corro prefiere desarrollar su ministerio en la Iglesia anglicana, en Londres, y se aleja del calvinismo del que, por otra parte, nunca fue un incondicional. Debió contribuir a su creciente distancia crítica el hecho de que él mismo, hacia 1562-1563, recibe acusaciones por parte de calvinistas que le consideraban “servetista”.[25]
Los dos reformadores radicales, David Joris y Sebastián Castellio, así como los españoles Casiodoro de Reina y Antonio del Corro debieron exiliarse en distintos lugares huyendo de la persecución en su contra. Los cuatro, de acuerdo a su entendimiento bíblico, escribieron nítidamente contra el uso de la violencia para dirimir controversias en asuntos de fe. Fueron a contracorriente de la tendencia dominante, tanto en al catolicismo romano como en las diversas ramas del protestantismo, que prohibía la existencia de confesionalidades distintas a la religión oficial de un determinado territorio. Fueron precursores de la libertad de conciencia.
Notas
[1] Sebastián Castellio, Contra el libelo de Calvino, Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet, Huesca, 2009, pp. 185-186.
[2] Carlos Gilly, “El influjo de Sebastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI”, en Michel Boeglin, Ignasi Fernández y David Kahn (coords.), Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la península ibérica en el siglo XVI, Casa de Velázquez, Madrid, 2018, p. 337.
[3] [3] Francisco Ruiz de Pablos, “Introducción”, en Antonio del Corro, Diálogo teológico en el que se expone la Epístola del apóstol san Pablo a los Romanos (1574), Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español-Mad Eduforma, Sevilla, 2010 p. 75; https://www.nuestrastresformulasdeunidad.org/confesion-de-fe-belga-1561/
[4] Antonio del Corro, “Carta a los pastores luteranos de Amberes”, en Obras de los reformadores españoles del siglo XVI, tomo I, Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español-Mad Eduforma, Sevilla, 2006, p. 55.
[5] Ibid., pp. 55 y 60.
[6] La Confesión de fe de Augsburgo, Editorial Concordia, Saint Louis, Missouri, 2003. pp. 21, 23, 25, 26, 43-49 y 49-57.
[7] Federación Luterana Mundial-Congreso Mundial Menonita, Informe de la Comisión Internacional de Estudio Luterana-Menonita. La sanación de las memorias: reconciliación por medio de Cristo, Ginebra-Estrasburgo, 2010, p. 65.
[8] Ibid. p. 53.
[9] Ibid., p. 90.
[10] Carlos Gilly, “El influjo de Sebastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI”, pp. 339-340.
[11] Georg Kleinberg, “Cuánto daño hacen al mundo las persecuciones”, en Sebastián Castellio, Sobre si debe perseguirse a los herejes, Instituto de Estudios Sijenenses Miguel Servet, Huesca, 2018, p. 146.
[12] Carlos Gilly, “El influjo de Sebastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI”, p. 340.
[13] Antonio del Corro, Carta a Felipe II, en Obras de los reformadores españoles del siglo XVI, tomo I, Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español-Mad Eduforma, Sevilla, 2006pp. 121, 124-125.
[14] Carlos Gilly, “Camuflar la herejía: Sébastien Castellion en los Diálogos teológicos de Antonio del Corro”.
[15] Carlos Gilly, “El influjo de Sebastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI”, p. 320.
[16] Francisco de Enzinas, Sabiduría de lo alto. Cuatro traducciones bíblicas del siglo XVI, Ediciones de la Universidad Castilla-La Mancha, Cuenca, 2017.
[17] Antonio del Corro, Diálogo teológico en el que se expone la Epístola del apóstol san Pablo a los Romanos (1574).
[18] Carlos Gilly, “Camuflar la herejía: Sébastien Castellion en los Diálogos teológicos de Antonio del Corro”, pp. 153-154.
[19] Ibid., p. 155.
[20] Carlos Gilly, “Camuflar la herejía: Sébastien Castellion en los Diálogos teológicos de Antonio del Corro”, p. 156. La sección “Breve dispositivo”, corresponde a las pp. 253-260.
[21] Carlos Gilly, “El influjo de Sebastien Castellion sobre los heterodoxos españoles del siglo XVI”, p. 347.
[22] Ibid., p. 347.
[23] Carlos Gilly, “Camuflar la herejía: Sébastien Castellion en los Diálogos teológicos de Antonio del Corro”, p. 160.
[24] Ídem.
[25] Francisco Ruiz de Pablos, “Introducción”, en Antonio del Corro, Diálogo teológico en el que se expone la Epístola del apóstol san Pablo a los Romanos, p. 70.
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