Conversos evangélicos y líderes ante la llegada de misioneros extranjeros a México (III)

Al poco tiempo de su conversión, Arcadio Morales abre su casa para tener en ella actividades evangélicas.

14 DE AGOSTO DE 2021 · 12:32

Arcadio Morales Escalona.,
Arcadio Morales Escalona.

El otro personaje que tenía bien arraigadas convicciones evangélicas previamente a las incursiones de misioneros extranjeros es Arcadio Morales. Nació en la ciudad de México el 12 de enero de 1850, hijo de Benito Morales y Felipa Escalona. Ella viene al mundo en 1832, “en una finca de campo, perteneciente a San Juan Estayopa, entonces comprendido en el extenso estado de México”.1 Felipa es enviada por sus padres a trabajar en los curatos, “y quizás por el conocimiento que tuvo del despotismo, avaricia y relajación de costumbres de los sacerdotes, se había apartado de la Iglesia Romana”.2

Hasta los nueve años de edad, recuerda Morales, su vida transcurre con relativas comodidades. Hacia 1858 y 1859 su madre trabaja en Zacualtipán (población entonces perteneciente al estado de México y después al de Hidalgo), en casa de “un licenciado en donde se leía la Biblia todas las noches […] cuando volvía a nuestro lado nos hablaba con calor de un libro, que sin ser de los sacerdotes, enseñaba cosas muy buenas en verdad”.3

Las condiciones cambiaron para los Morales y Arcadio comenzó a trabajar para contribuir al sostén familiar. Fue empleado por un dulcero, al respecto cuenta: “este señor me enseñó a hacer dulces y después venderlos, llevándome consigo a pie, sin zapatos, muchas veces hambriento, en calzoncillos y mangas de camisa, relacionándome en esta triste situación con la gente de la más baja clase de la ciudad de México y sus alrededores”.

A los trece años de edad, a causa de contraer tifoidea y recuperarse difícilmente de la enfermedad, su madre decidió que debía cambiar de actividad y lo relaciona con quien le toma como aprendiz en el oficio de hilador de oro. Su mentor fue Francisco Aguilar, “más tarde ministro de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur”.4 En el taller había algunos libros, y entre ellos una Biblia, que Arcadio comenzó a leer por curiosidad. Sobre esa lectura menciona que:

No entendía lo que leía y más bien se pudiera decir que era una inocente diversión para mí; me recreaba leyendo de la Creación, de las plagas de Egipto, de las guerras de Israel y algo del Nuevo Testamento. Lo que siempre me impresionaba era lo de la idolatría, pero con todo yo seguía siendo un ferviente católico: me confesaba, hacía penitencias, peregrinaciones a la Villa de Guadalupe porque no había quien me enseñara, pues aunque mi madre era completamente opuesta al romanismo, nada sabía de la salvación de Cristo y, además, casi ni sabía leer.5

 

Doña Felipa Escalona recibió una invitación para asistir a un bautismo en la Iglesia Evangélica de San José el Real número 21, donde por lo menos desde 1864 se reunía el grupo dirigido por Manuel Aguilar Bermúdez, el agente de la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, John William Butler, y Sóstenes Juárez, entre otros. No pudo asistir a causa de un trabajo doméstico que debía concluir, pero en su lugar decide que vaya su hijo. El siguiente es el testimonio de Arcadio Morales sobre su experiencia del 26 de enero de 1869:

El templo quedaba en el fondo de unos callejones tortuosos, oscuros, en el tercer piso de la casa mencionada […] me acompañaban el señor Luis Ortega, amigo mío y el señor Julián Rodríguez, que en paz goce, y que era el que se había empeñado en llevarme a su culto. Por fin llegamos a la capilla, y cuál no sería mi sorpresa al encontrarme en una sala casi hermosa, limpia y bien alumbrada, como que era nada menos que la biblioteca de los padres filipinos, pues todo aquel edificio había pertenecido al convento de los jesuitas de la Profesa,6 que por virtud de las Leyes de Reforma había sido secularizado.

Allí se hallaban reunidos como unos veinte individuos pertenecientes a la clase humilde del pueblo; campesinos y obreros todos; no había ni una sola señora ni un niño; pero, los hombres que se hallaban allí eran muy devotos y reverentes. El señor Sóstenes Juárez, profesor, era el pastor de aquel rebaño, y en aquella noche tenía como ayudante al señor Coronel Lauro González, quien leía la fórmula bautismal. Cuando el señor González leyó el capítulo tercero del Evangelio de San Mateo, me pareció al momento reconocer a un antiguo amigo mío, un viejo conocido que, al oírlo me llenaba de placer. Al concluir el culto fuimos presentados al pastor y su ayudante, quienes nos invitaron a volver. Al salir de la capilla pregunté al señor Rodríguez: “Este es el culto protestante. Sí, señor, me contestó. ¿Nada más? Nada más leer las Escrituras sagradas, hacer oración y explicar sencillamente el Evangelio. Entonces, dije para mí, yo he sido protestante hace mucho tiempo. ¡Qué equivocado estaba!”7

 

Inmediatamente después de ese primer contacto con los protestantes, Arcadio Morales dedica los días posteriores a evaluar el significado de cambiar sus creencias religiosas y menciona que tiene conflictos al respecto. Decide “comparar las dos biblias, la católica y la protestante”, leyendo pasajes ya conocidos por él. El resultado del ejercicio le hace tomar una decisión: “Por fin cuando concluí este estudio yo era feliz; mi oración humilde había sido contestada, y, sin saber cómo, yo había abrazado el protestantismo, sin otro auxilio que el de Dios. Una nueva luz brilló en la senda de mi vida […].”8 En compañía de su madre, al martes siguiente, 2 de febrero, Arcadio asiste nuevamente a la congregación, y al concluir el servicio Sóstenes Juárez abre tiempo para quien quisiera dirigir algunas palabras a los presentes. Arcadio Morales se pone en pie y da su primer discurso como evangélico.

Los detalles que describe Arcadio Morales acerca de la congregación de San José el Real núm. 21 nos ayudan para darnos una idea de cómo funcionaba la misma. Sabemos que las reuniones eran en un salón interior de lo que fue el convento de la Profesa, “no tenía más ajuar que una tribuna en forma de pozuelo al frente y una cuantas sillas de morillo”.9 Las reuniones tenían lugar los domingos a las 11 de la mañana, con 70 asistentes, y los martes a las 7 de la noche, con entre 16 y 22 congregantes. Sóstenes Juárez “aparecía en el púlpito con su traje civil, y dirigía el culto con una liturgia especial que había formado tomando la idea, según decía él, de otra en francés que un ministro protestante que había venido con la Intervención Francesa, le había proporcionado”. Lo usual era que Juárez leyera “sus sermones, y generalmente tomaba sus asuntos del Nuevo Testamento”.10

Ya con más elementos por su conocimiento de las distintas denominaciones protestantes, y militancia en una de ellas (la presbiteriana), tres décadas después de su arribo a San José el Real, Arcadio Morales describiría que ahí se realizaba un culto “que algo se parecía al episcopal porque tenía una liturgia escrita; al metodista porque permitía que todos tomaran la palabra en la lectura; oraciones y exhortaciones en el culto de los martes, y al presbiteriano porque no reconocía a los obispos”. Sin embargo no era igual a ninguno de los anteriores “porque aunque él [Sóstenes Juárez] bautizaba y celebraba la Santa Cena del Señor, no se consideraba sino como presidente de una Sociedad”.11

El joven Morales inicia pronto el camino que le llevaría a ser un elemento muy importante para el trabajo pionero y consolidación de las iglesias protestantes, en especial presbiterianas, de la ciudad de México y otras entidades del país. Del tiempo en que se incorpora a los núcleos evangélicos existentes en la capital nacional, tenemos el testimonio de Pascual Vilchis Espinosa, integrante de la pequeña congregación dirigida por Gabriel Ponce de León (convertido en el grupo de San José el Real): “Desde que [Arcadio Morales] asistió a los cultos cautivó con su entusiasmo; animó a dar mayor movimiento al trabajo de la propagación del Evangelio”; para lo cual “propuso su casa situada en la calle de la Garrapata, distante una cuadra hacia el occidente de la plazuela de San Pablo”. Agrega que “era una casa de vecindad con muchos vecinos; los cultos celebrábanse los domingos a las tres de la tarde en el último cuarto del lado derecho”.12

En efecto, al poco tiempo de su conversión, Arcadio Morales abre su casa (calle de la Garrapata número 2) para tener en ella actividades evangélicas. Después traslada tales actividades al número 3 de la misma calle, “en el fondo de una gran vecindad. Como esta casa estaba cerca del rastro de la ciudad, nuestros convecinos eran matanceros, zapateros, bebedores de pulque y católicos, y por lo mismo, todos protestaron contra el establecimiento de nuestro culto. El dueño nos demandó por daños y perjuicios que le ocasionábamos, según dijo. Sobre todo pedía la desocupación”.13

La calle de la Garrapata (actualmente José María Izazaga) estaba en las cercanías del rastro, en el antiguo barrio de Necatitlan y Tlaxcoaque. Estos conformaban un “territorio descuidado e insalubre, como tantos otros en la periferia de la ciudad […] se aspiraban miasmas pestilentes que infectaban el aire, faltaba el empedrado y en tiempos de lluvias las calles se volvían verdaderos pantanos; en el de secas se cubrían de polvo, no había aguas suficiente ni atarjeas, y los caños permanecían descubiertos con las aguas estancadas”.14

La congregación casera formada por Arcadio Morales en su domicilio de la Garrapata estaba en una zona de la ciudad donde “abundaban las pulquerías […] era un barrio de trabajadores, pobre y olvidado por los encargados de las obras públicas, […] había más de una pulquería por manzana, entre ellas la famosa Pulquería de Buenos Aires”. Necatitlan se destacó en 1847 por su resistencia a la invasión norteamericana, fue un “combativo y organizado barrio de patriotas”.15

Poco después de su conversión evangélica en la última semana de enero de 1869, Arcadio Morales inicia tareas de liderazgo en la congregación dirigida por Sóstenes Juárez, y algunos meses más tarde le ratifican el nombramiento en la Iglesia de Jesús como predicador y evangelista. En la Iglesia de Jesús, al igual que su amigo Primitivo A. Rodríguez, tiene como docentes a Manuel Aguas y Agustín Palacios. Entre sus deberes estaba “predicar dos o tres veces por semana, en San José de Gracia, en la cárcel de Belén a los presos, o en cualquier otro lugar de los barrios”.16

Morales y otros se desvinculan de la Iglesia de Jesús con el fin de organizar una nueva Iglesia Evangélica, para lo cual solicitan al gobierno de Lerdo de Tejada el templo de Santo Domingo. Al no obtener esta concesión inician, poco antes de la muerte de Aguas, reuniones en la calle Cinco de Mayo.17 Encabezaron este esfuerzo Arcadio Morales y Agustín Palacios.18 En la primavera de 1873 un grupo liderado por Arcadio Morales sale de la congregación establecida en Cinco de Mayo para unirse a un nuevo lugar de culto protestante en el número 8 de Betlemitas.19

Cuando llegan los misioneros presbiterianos a la ciudad de México se sorprenden de encontrar varios núcleos protestantes diseminados por la urbe. Corresponde a Merril N. Hutchinson apoyar los esfuerzos que realiza Arcadio Morales en distintas congregaciones capitalinas. Las relaciones se fortalecen y el ministro evangélico mexicano decide integrarse a la denominación representada por el misionero. La decisión del grupo liderado por Arcadio Morales de unirse a los trabajos presbiterianos, significó para el líder del núcleo “la profunda enemistad de su antiguo compañero el ex-sacerdote [Agustín] Palacios, quien procedió a excomulgarlo llenándolo de improperios, tales como vendido, ayancado [americanizado], traidor, y colocando un cartel con la sentencia de excomunión a la vista de todo el público, en la calle [1ª de Cinco de Mayo], frente al salón de cultos en que habían trabajado juntos él y el señor Morales”.20

El nuevo espacio protestante (Betlemitas 8) era contiguo al que ocupó la congregación de Sóstenes Juárez (Betlemitas 7), entonces la numeración era continua de un lado de la calle, y no como ahora, los números pares de un lado y los nones del otro. Un anuncio periodístico daba cuenta del inicio de actividades del núcleo evangélico: “Desde el domingo 27 [de julio de 1873] habrá cultos cristianos en el gran salón de Betlemitas número 8, los domingos a las diez y media de la mañana y a las cuatro de la tarde en el Dominical, y en la noche a las siete será el último culto del domingo. Los jueves también habrá un culto a las siete de la noche”.21

Los misioneros presbiterianos con la suma de Arcadio Morales a sus filas en la iglesia de Betlemitas 8, también ganan grupos en los cuales se le reconocía su liderazgo. Además de núcleos de la ciudad de México como Tizapán y San Pedro Mártir, se agregan al presbiterianismo congregaciones de Ozumba, estado de México y la del puerto de Veracruz.22

La Iglesia presbiteriana de Betlemitas, con Arcadio Morales en funciones de pastor, crece a dos centenares y medio de congregantes y se traslada al número 21 de la calle del Hospital Real. El nuevo domicilio de El Divino Salvador a partir del 25 de febrero de 1877, debió ser acondicionado durante 1876, para que pudiese usarse como templo presbiteriano a principios del año siguiente.23

El 25 de febrero de 1877 el lugar es consagrado “solemnemente al servicio de Dios” y recibe el nombre de El Divino Salvador.24 Antes fue un “templo católico, anexo al edificio llamado Hospital Real […] fundado por Cédula Real expedida por Felipe II en el año de 1553, con el objeto de que allí se curaran los indios”.25 En una parte del edificio Ignacio Cumplido “montó […] uno de los mejores talleres de imprenta que ha tenido México, donde se imprimía el periódico que él fundó, llamado El Siglo XIX”, cuya primera entrega salió a la luz pública el viernes 8 de octubre de 1841.26 El Divino Salvador tenía en la fachada, arriba del portón de entrada, inscrito Juan 6:69: “Creemos y conocemos que tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente”.27

En 1908 la calle Hospital Real cambió de nombre por el de 3ª calle de San Juan de Letrán, correspondiéndole al templo presbiteriano el número 35, como lo informó El Faro.28 Con las obras de ampliación de San Juan de Letrán, iniciadas el 24 de junio de 1933 y concluidas dos años después, fue demolido el Hospital Real de Indios, y junto con el mismo la iglesia católica, que después funcionó como templo presbiteriano por 57 años.29 De haber permanecido en pie hoy se localizaría en Eje Central Lázaro Cárdenas (nombre que tiene desde 1978 San Juan de Letrán) esquina con Artículo 123.30

El 8 de julio de 1901, como reconocimiento a su liderazgo nacional, Arcadio Morales es elegido presidente del Sínodo General de la Iglesia Presbiteriana en México. Su fallecimiento acontece el 17 de junio de 1922. Doce años después de la muerte de Arcadio Morales la Iglesia el Divino Salvador, en la cual ejerciera el pastorado por casi medio siglo, tiene su último servicio en San Juan de Letrán, el 11 de febrero de 1934. Una semana más tarde la congregación se traslada al domicilio en el que actualmente permanece, República de Argentina número 29 en el Centro Histórico de la Ciudad de México.31

 

Notas

1 El Faro, 1/II/1908, p. 17.

 

2 Ibíd.

 

3 Autobiografía de Arcadio Morales, p. 2.

 

4 Hubert W. Brown, “El presbítero rev. Arcadio Morales”, El Faro, 1/VII/1897, p. 100; El Evangelista Mexicano.1/III/1893, p. 9-

 

5 Autobiografía de Arcadio Morales, p. 2.

 

6 El claustro y el convento de los jesuitas comenzaron a ser demolidos en 1846, para abrir la calle hacia la Alameda Central. En septiembre de 1862 el presidente Benito Juárez decretó que “las calles de la Acequia, donde vivió el general [Ignacio Zaragoza], y la recientemente abierta en el exconvento de la Profesa, se llame en lo sucesivo de Zaragoza la primera y del 5 de Mayo la segunda”, Verónica Zárate Toscano, “La patria en las paredes o los nombres de las calles en la conformación de la memoria de la ciudad de México en el siglo XIX”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, materiales de seminarios, 2005, p. 8. Probablemente el lugar al que asistió Arcadio Morales es el actual número 13 de Isabel la Católica, a unos metros de la esquina con Cinco de Mayo.

 

7 Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15 de junio de 1947, citado por Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 23.

 

8 Ibíd., p. 23-24.

 

9 Arcadio Morales, “Datos para la historia”, El Faro, 1/XI/1893, p. 165.

 

10 Ibíd.

 

11 Arcadio Morales, Historia del Evangelio en la República Mexicana, documento reproducido por Joel Martínez López, op. cit., p. 69.

 

12 Pascual Vilchis Espinosa, “Principios del protestantismo en México (III)”, El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/XI/1906, p. 379.

 

13 Autobiografía de Arcadio Morales, versión mecanográfica, mayo de 1906, p. 3. Una reproducción del escrito está en El Faro, noviembre-diciembre de 2009, pp. 8-12. Arcadio Morales, “Mis liberaciones”, El Faro, 14/II/1919.

 

14 María Gayón y María y María Dolores Morales, “Un rincón de la ciudad. Necatitlan y Tlaxcoaque en el siglo XIX”, Historias, núm. 66-67, enero- junio 2007, p. 88.

 

15 Ibíd., p. 89.

 

16 Arcadio Morales, “Memorias”, El Faro, 15/VI/1947, reproducido en Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 26.

 

17 La noticia de la apertura la proporciona El Monitor Republicano, 22/X/1872, p. 3. Es muy probable que se iniciaran actividades en el lugar antes del deceso de Aguas.

 

18 El Abogado Cristiano Ilustrado, 15/I/1889, p. 10; El Faro, 1/IV/1906, p. 57,

 

19Joel Martínez López, op. cit., p. 75.

 

20 Ibíd.

 

21 El Siglo XIX, 25/VII/1873, p. 4.

 

22 Jean-Pierre Bastian, Los disidentes, p. 57.

 

23 Luis González Obregón, México viejo, época colonial. Noticias históricas, tradiciones, leyendas y costumbres, Alianza Editorial, México, 1992 (segunda edición), p. 94.

 

24 Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 130 y Alberto Rosales Pérez, op. cit., p. 61.

 

25 El Faro, 1/VIII/1901, p. 113.

 

26 Justino Fernández, “El Hospital Real de Indios de la ciudad de México”, Anales, vol. I, núm. 3, 1939, p. 34; El Siglo Diez y Nueve, 8/X/1841, p. 1.

 

27 Justino Fernández, op. cit., fotografía número 11.

 

28 El Faro, 1/IX/1908, p. 131.

 

29 Justino Fernández, op. cit., pp. 41 y 47.

 

30 Sobre la desaparición de San Juan de Letrán para transformarla en Eje Central, ver la crónica de José Joaquín Blanco, “Calle de San Juan de Letrán”, en Función de medianoche. Ensayos de literatura cotidiana, Editorial Era, México, 1981, pp. 93-96; Héctor de Mauleón, “Nostalgia por San Juan de Letrán”, El Universal, 1/I/2006 (http://www.eluniversal.com.mx/ciudad/73193.html) y “Una ciudad que no es la mía”, El Universal, 17/II/2014 (http://m.eluniversal.com.mx/notas/articulistas/2014/02/68773.html).

 

31 Apolonio C. Vázquez, op. cit., p. 137.

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