Por qué el acuerdo entre los talibanes y China es una mala noticia para libertad religiosa
El anuncio de las relaciones bilaterales entre el nuevo gobierno de Afganistán y Pekín trasciende lo económico y tendrá impacto sobre la diversidad étnica, cultural y religiosa en el continente asiático.
BARCELONA · 18 DE OCTUBRE DE 2021 · 10:00
El pasado 28 de julio posaban juntos en una fotografía el cofundador del movimiento talibán, el mulá Abdul Ghani Baradar, y el ministro de Exteriores chino, Wang Yi. Los talibanes todavía no habían tomado el gobierno, pero Pekín ya los reconocía como “una fuerza clave política y militar”. “Esperamos que los talibanes se unan con todas las partes y grupos étnicos en Afganistán para establecer una estructura política amplia e inclusiva que se adapte a sus propias condiciones nacionales, con el fin de sentar las bases para lograr una paz duradera en Afganistán”, aseguraba la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores chino, Hua Chunying.
El acuerdo presenta unos tintes económicos evidentes. El ejecutivo chino ya ha manifestado que del gobierno talibán espera una transición tranquila y estabilidad tanto para el país como para la región, combatiendo entre otras cosas a grupos terroristas como el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental, una organización radical uigur a la que Pekín acusa de estar activa en la zona de Xinjiang. A cambio, y según ha explicado a Reuters el portavoz talibán, “China ha reiterado su compromiso de continuar su asistencia a los afganos y ha dicho que no interferirá en los asuntos internos, pero ayudará a resolver los problemas y el restablecimiento de la paz en el país”.
Sin embargo, en la ambigüedad del lenguaje diplomático hay lugar para muchas cuestiones que afectan al desarrollo de los derechos humanos en el territorio. Entre ellos, el estado de la libertad religiosa y de conciencia, no solo en Afganistán, sino también en China. Ambos países figuran entre los 17 estados más hostiles contra las minorías religiosas, y en concreto contra la cristiana, según la organización Puertas Abiertas.
Economía y ley sharía
El nuevo gobierno talibán lucha por desmarcarse del Emirato Islámico en el que se tradujo su gobierno del país entre 1996 y 2001. Por ejemplo, y a diferencia de entonces, ahora es posible ver a fumadores en las calles de las ciudades. La moderación, en cambio, es más que sutil. “Nosotros [actuamos] de acuerdo a la ley sharía”, remarcaba el director del nuevo Ministerio de Propagación de la virtud y Prevención del vicio, Mawlavi Abdullah Mohammad, en una entrevista con la CNN. “En primer lugar, informamos a las personas sobre las buenas acciones. Les predicamos y les transmitimos el mensaje de una manera agradable. La segunda vez, se lo repetimos, de nuevo. La tercera vez les hablamos con un poco de dureza”, admitía.
La nueva realidad en Afganistán confirma o desmiente las ambigüedades del discurso político. Con cientos de miles de personas abandonando el país en apenas el primer mes de gobierno talibán, no se prevén políticas demasiado consideradas con el estado de los derechos humanos. “Cumplimos con las leyes y reglas. Damos consejos, pero coger de la mano a alguien, golpearlo, enviarle un aviso o una carta de advertencia, va en contra de la política del Emirato. Si alguien ha hecho esto, es un acto de autoafirmación”, matizaba Mohammad.
La estrategia está contemplada en el acuerdo con China. Desde Pekín han dejado claro que respetan “el derecho del pueblo afgano a determinar de forma independiente su propio destino” y que están dispuestos “a desarrollar relaciones de buena vecindad, amistad y cooperación con Afganistán”.
Para el editor jefe de la publicación digital Bitter Winter, especializada en el análisis de la libertad religiosa en China, Massimo Introvigne, Pekín busca sobre todo asegurarse que los talibanes no apoyen a la población musulmana uigur en Xinjiang lo cual, dice, “es una posibilidad porque los talibanes están motivados por una ideología diferente que los pakistaníes y los saudíes, que ignoran los derechos humanos y la solidaridad islámica porque creen que los negocios con China son más importantes”. “El terrorismo uigur existió en el pasado, pero se trataba de unos pocos cientos de personas, sin proporción con los millones que China ha detenido. Hoy el terrorismo es un pretexto para reprimir a los musulmanes en China. ISIS no tiene un interés sustancial en la causa uigur”, explica.
“También hay materias primas en Afganistán que pueden interesar a los chinos”, señala Introvigne, y además “es posible que los chinos quieran demostrar que han logrado ayudar al progreso de la paz en Afganistán, algo que Estados Unidos no ha podido hacer”.
Una alianza que “puede amenazar la libertad religiosa global”
En un artículo publicado en Religion News Service, el presidente de Puertas Abiertas en Estados Unidos, David Curry, aseguraba que la alianza entre China y Afganistán “es mayor que una amenaza a la democracia”. “Es una crisis de los derechos humanos que puede amenazar la libertad religiosa global […] Se nos está dando un raro atisbo del incalculable coste humano en el que se incurre cuando se permite que el autoritarismo se propague sin obstáculos”, añadía.
Curry considera también que “la alianza entre China y los talibanes incentiva la persecución masiva” porque representa “una autoridad que impone una lealtad a una ideología predominante”. Donde pasa eso, subraya, “la gente sufre”.
Para Introvigne, el resultado de la alianza “será seguramente malo”. “Lo talibanes perseguirán cualquier otra religión que no sea el islam suní y serán defendidos por China, como ocurre con otros [países] violadores de los derechos humanos siempre y cuando sean anti-estadounidenses, desde Venezuela hasta Corea del Norte”, considera.
Esto, apunta Introvigne, también tendrá repercusiones en China, con los uigures musulmanes de Xinjiang que antes buscaban refugio en Afganistán desplazándose a través del Corredor de Wakhan, teniendo ahora que buscar otro lugar.
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