De frente y de perfil: Charles Wesley retratado por Pedro Zavala
En este libro se entrecruzan la biografía, el análisis sociológico y la reconstrucción de un nuevo entramado institucional que se fue confirmando en un contexto altamente inflamable alrededor de lo sucedido en la Revolución Industrial.
12 DE SEPTIEMBRE DE 2025 · 16:15

La grandeza histórica de Charles Wesley no reside en una santidad idealizada o una coherencia sobrehumana, sino precisamente en la forma en que sus contradicciones, vulnerabilidades y búsquedas personales se convirtieron, mediante la gracia transformadora que él mismo celebraría en sus himnos, en instrumentos de renovación espiritual para innumerables creyentes.[1]
Richard Heitzenrater
…mi primera intención es la de divulgar algunos trazos en torno a la vida del cofundador del metodismo, mostrando la diversidad existente en relación con documentos históricos, de primera mano. A su vez, otra intención es una invitación para deconstruir el entramado colonial de un movimiento, que aún tiene por aportar, en tiempos de violencia sistémica, racismo y guerras arancelarias sin sentido.[2]
P. Z.
Para quien se acerca desde afuera del metodismo a la señera figura de Charles Wesley, el himnólogo por antonomasia de esta familia confesional, pero también el teólogo, organizador y predicador preclaro, conocer los entretelones educativos, académicos, religiosos y espirituales de uno de sus pilares fundacionales es una verdadera odisea gratificante y desafiante al mismo tiempo. Eclipsado por su hermano Juan, sobre quien se siguen publicando cientos de textos, hacía mucha falta profundizar en sus orígenes y desarrollo hasta constituirse no solamente en el músico por excelencia de esta tradición de fe sino además uno de los pilares de los inicios del metodismo inglés. Como parte de una gran familia de clérigos (un fenómeno al que la sociología de la religión debería prestar más atención), Charles se erigió progresivamente en un personaje obligado para entender las raíces mismas del metodismo y sus relaciones con el contexto académico y cultural, la Universidad de Oxford, desde donde ambos hermanos proyectarían su revolución espiritual hacia el mundo entero, literalmente.
El trabajo de Pedro Zavala (actualmente profesor en la Facultad SEUT de España) recuerda, de alguna manera, la inmersión que los narradores británicos (y algunos transterrados como Kazuo Ishiguro) hacen en su tradición cultural para extraer de ella las atmósferas y los personajes más entrañables y conflictivos. Muchos de los nombres ingleses de instituciones académicas y lugares son comunes a las líneas confesionales de cierto presbiterianismo y puritanismo que insisten en referirse a ellas con un celo que raya a veces en cierta forma de idolatría. Me refiero específicamente a Westminster, en donde se discutieron y redactaron documentos los famosos doctrinales por parte de los Divines de la época, específicamente a mediados del siglo XVII, como parte de los fuertes conflictos político-religiosos que acontecieron en las Islas Británicas.
En este libro se entrecruzan la biografía, el análisis sociológico y la reconstrucción de un nuevo entramado institucional que se fue confirmando en un contexto altamente inflamable alrededor de lo sucedido en la Revolución Industrial. Cada capítulo de esta obra, que bien podría tener su versión novelada —aunque se deja leer casi como tal—, muestra parsimoniosa, pero ágilmente, la visión pasmosa de una existencia que asumió su papel religioso y espiritual en un contexto sociopolítico y económico sumamente exigente. Varias veces Zavala recuerda las relaciones no necesariamente amables entre la explosión metodista y el ambiente urbano signado ya por la presencia de las máquinas y de la explotación obrera. Así, el metodismo original se conformaría, como bien lo destacó su maestro Franz Hinkelammert, en una religiosidad práctica y contestataria que desembocaría en el Credo social.
Las tres partes del libro (introducidas con sendos epígrafes literarios) fluyen de forma amena en su dinámica narrativa, reflexiva y crítica de los inicios de esta fe protestante que vino a ser, de algún modo, la “verdadera reforma inglesa”, aunque el autor no lo diga con estas palabras. La matriz anglicana, con su solemnidad y ascendencia aristocrática, oficialista y burocrática, claramente esbozada, es el telón de fondo del surgimiento de una auténtica iglesia de las calles, de los barrios, en donde la fe y la espiritualidad cristianas estuvieron más al alcance de las clases trabajadoras que vieron en ellas una salida a las grandes alturas en las que la iglesia tradicional pretendía mantener a su feligresía cautiva. Como ya se dijo, el fluir novelístico propio del oficio del autor, se advierte en la continuidad —y discontinuidad trabajada por momentos— que encuentra entre los orígenes, las crisis de fe y, por último, con aspectos de interés que contribuyen a ofrecer ese retrato de frente y de perfil que aquí señalamos. De frente, porque arriesga firmemente críticas e hipótesis sobre su tradición de fe, y de perfil, por causa de aquellas áreas no necesariamente intocadas, pero que otorgan al libro un valor agregado, pues se niega a repetir los lugares comunes del wesleyanismo convencional (cada capítulo inicia con una demoledora bibliografía) para proponer interpretaciones novedosas y provocadoras.
Precisamente antes de acometer su exposición, Zavala nos recibe con una introducción ¡y otros dos capítulos introductorios!, necesarios para situar la figura de Charles Wesley en su justa dimensión, al lado y más allá de los retratos habituales que circulan como historias de mera divulgación. Evidentemente, se niega a seguir viendo a “Charles Wesley [como] un testimonio moral, a modo de un tío bonachón que apapacha y sonríe en una fiesta familiar. No es la presencia incomodísima que fue para su hermano, que incluso llegó a llamarle ‘fanático tosco’, en crítica por la dirección de un movimiento, que desaprobó hasta después de su muerte” (p. 22). Por el contrario, se ubica más en la línea de Gareth Lloyd, para quien C. Wesley “no fue un personaje menor, sino […] la conciencia eclesial del movimiento wesleyano: el que dudó de seguir por las vías del separatismo, sí, pero también el que sostuvo el movimiento metodista en un momento delicado, movimiento que hasta la fecha continúa” (p. 29). Acerca de su recuperación latinoamericana, una afirmación sobre el Wesley himnólogo es ejemplificadora:
…releer a Charles Wesley desde el Sur global no significa negar su legado. Se trata de recuperarlo desde una posición crítica y comprometida. Como ejemplo para ilustrar los modos de instrumentalización de su persona. Imagino que su obra poética (incluida en ella sus himnos) pueden resignificarse desde perspectivas históricamente excluidas. Ya no como dogma, inmutables, desde la transmisión doctrinal de una centralidad religiosa, sino como momentos específicos de búsquedas populares, rebeldes y comunitarias. Esta reinterpretación estará vinculada a la fe o vivencias de fe, que no se someten al poder, sino que las cuestionan desde una perspectiva liberadora (p. 32).
Los tres capítulos de la primera parte reconstruyen los inicios de la vida y obra de Charles a partir de un breve, aunque sólido contexto económico, político y social adonde nos topamos con carboneros e hilanderos del siglo XVIII. La marca de Hinkelammert es clara: “Así, la máquina del capitalismo industrializado requería de la sangre de los trabajadores obreros para aceitar su mecanismo, y de la vida de la naturaleza para continuar a ritmo vertiginoso. Por ello, la clase obrera (antes artesanos) sufrió la imposición de un nuevo orden, en temas de territorio, naturaleza y un gran etcétera” (p. 46). Desde los primeros años en Epworth hasta la estancia en Oxford, sin dejar de atender las cuestiones genealógicas y de familia, el panorama se clarifica y se enfoca en cómo el joven Charles tuvo iniciativas religiosas ambientadas en el contexto académico tradicional. Zavala cita atinadamente a John Walsh sobre el espíritu de la época: “La tradición poética de los Wesley representó una renovación litúrgica que conectó la teología académica con la experiencia popular, anticipando el democratizador espíritu romántico” (p. 71). La familia Wesley traía ya un potencial inigualable de renovación religiosa en el que el carisma desempeñó un papel fundamental y definitivo. Las cartas y diarios de Charles reflejan directamente la evolución de su pensamiento y acción: “Las cartas de Charles (privadas) nos muestran esta parte humana, con mayor transparencia que sus diarios, pensados para ser compartidos (públicos). En ellas encontramos lo que ya prefigura el historiador inglés E.P. Thompson, a partir de ‘la revolución afectiva del metodismo’, caracterizada por ‘una nueva forma de articular experiencia religiosa y emocionalidad cotidiana’” (p. 73). No por nada se llamó “comunidades epistolares” a los círculos de comunicación que se integraron durante la primera mitad del siglo XVIII (Ídem). El viaje a la naciente provincia americana de Georgia representó un fracaso, aunque de él ambos hermanos obtuvieron lecciones notables, pues los marcó para siempre.
Definitivamente el Club Santo fue el germen del metodismo en ciernes, pues en él se dieron lugar los desarrollos que lo caracterizarían más tarde: rigor académico, espiritualidad intensa, camaradería probada y fuerte disposición para el servicio. El testimonio de Charles es imperdible:
Mi primer año en la universidad lo perdí en diversiones. Al siguiente, me dediqué al estudio. La diligencia me llevó a reflexionar seriamente. Comencé a asistir al Sacramento semanal, y convencí a dos o tres jóvenes estudiantes de que me acompañaran y siguieran el método de estudio prescrito por los Estatutos de la Universidad. Esto me valió el apodo inofensivo de “metodista”. A los seis meses, mi hermano dejó su curato en Epworth y vino a ayudarnos. A partir de entonces, continuamos con regularidad en nuestros estudios y en hacer todo el bien que pudiéramos a los cuerpos y almas de los hombres (p. 75, carta de 1875 al Dr. Chandler).
El nacimiento de una conciencia social es explicado por el ambiente de disciplina moral y espiritual que se practicó en Oxford en coincidencia con la afirmación de E.P. Thompson: “…el metodismo desarrolló un ethos de responsabilidad social que, aunque inicialmente enfocado en la reforma moral individual, contenía el germen de una crítica sistemática a las desigualdades estructurales”. De este modo, la práctica ministerial entendida como cuidado pastoral en lo social, visitando prisioneros y apoyando a los necesitados, mostraba ya una dimensión importante en su itinerario. Aunque todavía estuviera motivada por aspiraciones de perfeccionamiento espiritual de carácter personal (pp. 83-84). El corolario de Zavala es puntual: “En esta primera etapa, y como una primera reflexión, podríamos decir que la experiencia de Charles, lejos de ser un itinerario en continuum, nos permite ver las tensiones, relaciones, reorientaciones, miedos y tristezas que existieron en la vida de nuestro personaje, durante su periodo como estudiante en Oxford” (p. 84).
La segunda parte, verdadero nudo de la obra, explora el surgimiento y las profundidades de los Diarios de Charles, auténtica veta inacabable de pensamientos y testimonios que siguiendo la tradición de los diarios de creyentes (cómo olvidar los de André Gide). Allí está Charles en toda su efusividad y búsqueda espiritual. Zavala se sumerge espléndidamente en ellos para extraer gemas de diferentes tonos y atices. Los capítulos medulares son “Crisis de fe” y “El corazón palpitante” que describen su itinerario hasta alcanzar la certeza total sobre la salvación, aderezada con la influencia de la visión morava de la fe, verdadero pietismo plasmado en la experiencia personal (p. 158). Los diálogos con el joven pastor Peter Böhler resultaron ser cruciales. El relato de la conversión del 21 de mayo de 1738 (pp. 141-145) sigue paso a paso las oscilaciones de la fe de Charles y lo retrata plenamente como un creyente que estaba alcanzando la plenitud de la relación con Jesucristo, todo ello mediado por los énfasis moravos que tuvo oportunidad de conocer en dos momentos que también registra el libro:
Se aprecia, entonces, una percepción de carácter espiritual a modo de representación del mundo devocional barroco. Si bien, el pietismo moravo está articulando la mayor parte de la narrativa, es la meditatio passionis Christi aquella que subyace en este pasaje. El mismo es revelador, porque nos deja ver el rango de sensibilidades teológicas presentes en la narrativa de Charles, que al final, vienen a reforzar la lucha constante entre fragilidad y certeza, fortalecida por la experiencia de la Comunión. La vida del creyente, en este sentido, se deja ver como una experiencia no lineal: la recaída puede acontecer en cualquier momento, mostrando lo complejo de una vida en Cristo, en claro contraste crítico de la percepción calvinista, que por el momento se encontraba como una de las posibilidades religiosas para la población inglesa (pp. 153-154).
La conversión, no obstante, no lo alejó “de la materialidad del mundo, de su propia realidad, sino que le refuerza la necesidad de hacerse presente en los márgenes de la historia” (p. 155). Ya en la tercera parte, los capítulos dedicados a la esposa de Charles y a la prometida de John (planteados desde el interés por el papel de las mujeres en los movimientos religiosos) retratan minuciosamente la experiencia cotidiana de ambos en ese terreno tan delicado y puntilloso (lo sucedido con Grace Murray es “típico” de una buena novela inglesa: Austen, las hermanas Brönte…; allí aparecen también las diatribas contra el calvinismo). Ese hecho impactó en sus liderazgos personales y en el movimiento mismo: “Esto hizo que, el movimiento metodista, a partir de ese momento, comenzara a identificar dos liderazgos marcados y ya no un frente único, unido, que en cierta forma se había visto y experimentado en años anteriores. Dos bandos se reforzaron a partir de esta confrontación: eras de Charles o de John. De este modo, las diversas personalidades de los líderes comenzaron a verse volcadas hacia el movimiento y sus sectores” (p. 188). Asimismo, desembocan en el capítulo siguiente en lo que representó salir de los templos anglicanos para predicar, literalmente, al aire libre. Esta “democratización de los espacios” (p. 151) fue llevada al extremo por los hermanos Wesley y determinó el carácter futuro del metodismo:
…este tipo de intervenciones al aire libre generalmente se encontraban expuestas a grandes poblaciones. Y la presencia de personalidades carismáticas frente a las masas se volvía una amenaza. Al grado de disputarle a la iglesia su propia feligresía.
El movimiento metodista germinal se movía entre los espacios abandonados por el clero anglicano. Y así, la necesidad de llevar el evangelio a quienes no eran alcanzados se situó como una tarea necesaria para los primeros metodistas. […]
Una parte de Charles se decantaba por la fidelidad a la iglesia y el respeto a su propia tradición familiar, pero otra, lo contradecía completamente al grado de presentarse como un verdadero predicador elusivo. Crecía en el hombre adulto una paradoja dolorosa, a la que alimentaba día con día. (pp. 199, 200-201).
El otro aspecto relevante de su labor fue la preocupación por los pobres, especialmente los prisioneros y condenados a muerte, tema en el que Zavala sigue puntualmente a S.T. Kimbrough, acerca de lo cual hay importantes testimonios en su Diario. “Ahí, en la frontera con la muerte, es el lugar al que ha sido llamado el pueblo metodista desde el comienzo de su propia tradición” (p. 204). Sus visitas a Irlanda estuvieron llenas de avatares también. Se estableció en Bristol definitivamente: “…una ciudad portuaria signada en ese momento por el comercio esclavista. Como tal, uno de los centros administrativos de la opresión a nivel global” (p. 206). En 1756 llegó al clímax de su trabajo escritural, además de que asumió la estricta supervisión sistemática de predicadores laicos.
En “Charles, el poeta”, el énfasis no se centra en la parte textual sino en la “ideológica” y conceptual, aun cuando, nuevamente en la línea de Kimbrough (A heart to praise my God: Charles Wesley’s hymns for today, 1996) se señala
la posibilidad de pensar en los himnos como un arte verbal y auditivo, que invita a conectar con la divinidad, a modo de despliegue visual fugaz. Podrían ser comparados con los íconos ortodoxos, arte visual, muro sagrado de imágenes, que en las iglesias ortodoxas invita a entrar en una relación con la divinidad. El ícono ortodoxo, no es una pieza decorativa que embellece un templo, o una arquitectura religiosa. A su vez, ambos nacen de la oración, la devoción y la vida sacramental del artista. […]
De este modo nos ofrecen una imagen, una melodía, una serie de palabras convertidas en historias, que abren hacia el Absoluto. Lo anterior, en un cruce entre lo visible mentalmente y lo audible. En ellos hay, pues, contemplación y la alabanza. Por eso para este autor, los himnos de Charles Wesley pueden ser considerados los iconos verbales del metodismo, que pueden ser cargados en el mundo-parroquia (p. 211, énfasis agregado).
“Para Charles, lo importante no era si lo escrito era un himno o un poema, sino que sirviera para tender un puente hacia el Absoluto” (p. 212). Era “un buen hijo de su época prerromántica” (Ídem; cf. p. 216). Aunque un lector como el que habla hubiera deseado encontrar más poemas, además de las referencias a algunos himnos muy conocidos y uno dedicado a su prometida (pp. 168-169), justo allí cuando se refiere el libro a las cuestiones técnicas literarias (pp. 212-213) con base en los especialistas Frank Baker (Representative verse of Charles Wesley, 1962) y Kimbrough (Charles Wesley: poet and theologian, 1992). Además, en la línea ahora de Ted Campbell: “Los himnos de Wesley no son solo oraciones melódicas conmovedoras, sino que son teología cantada, preparada de forma precisa” (p. 213). Sólo se menciona con detalle el himno “Wrestling Jacob” (¡sin una sola cita!, quizá por su número de estrofas) que refleja su batalla interior por encontrar paz:
Compuesto originalmente como poema devocional más que himno congregacional, desarrolla a lo largo de catorce estrofas un viaje teológico y emocional desde la angustia hasta la revelación, culminando en la poderosa afirmación de que el misterioso viajero es Cristo, y que su esencia es el amor. Wesley convierte una experiencia bíblica arquetípica en una confesión lírica cargada de humanidad, donde el “yo” poético lucha con Dios, con el miedo, la duda y la necesidad de redención. Al final, la victoria no está en derrotar al Otro, sino en ser transformado por Él (p. 214, énfasis agregado).
“Charles Wesley fue el escritor que puso en verso la experiencia del creyente, a la vez, ofreciendo alegría, instrucción doctrinal, consuelo, y un amplio rango de emociones. En este sentido, su teología cantada sirvió para compartir y acompañar a los metodistas, en las noches oscuras del alma” (F. Baker; p. 214), referencia directa a San Juan de la Cruz. Los acuerdos y desacuerdos entre John y Charles fueron una constante que aparece por doquier; a ello se dedica el penúltimo capítulo en el que es posible advertir la simbiosis y la competencia que hubo entre ambos. Las complejas preguntas de base acercan esa problemática a la nuestra cuando experimentamos situaciones similares en el seno familiar. Ellos experimentaron tensiones y acuerdos (como en su rechazo del quietismo de inspiración morava y de la predestinación calvinista por el temor al libertinaje [p. 226]: el episodio de George Whitefield de 1741 fue paradigmático) que impactaron al movimiento. Difirieron en el tema de la perfección cristiana. Charles no alcanzaría a ver la ruptura con la Iglesia Anglicana, motivo que los puso en fuerte predicamento. Finalmente, al morir, afirmó simbólicamente su pertenencia a la Iglesia de Inglaterra (p. 246). La distancia entre hermanos se diluyó ante la separación física. El gran dilema estuvo incluso ahí: ¿innovación o permanencia?
Ojalá y esta obra no se quede sin una versión inglesa muy merecida, a fin de que los lectores de otras latitudes (metodistas o no) enriquezcan su visión de la historia de la iglesia con este panorama biográfico-teológico-eclesial acerca de una de las grandes figuras del protestantismo universal.
Presentación del libro de Pedro Zavala, Charles Wesley: el profeta olvidado, 10 de septiembre de 2025, Iglesia Metodista “La Santísima Trinidad”, Gante 5, Centro Histórico, Ciudad de México
[1] R. Heitzenrater, Wesley and the people called Methodists. Nashville, Abingdon Press, 1995, p. 142, cit. por Pedro Zavala, Charles Wesley: el profeta olvidado. México, Casa Unida de Publicaciones-Global Ministries, The United Methodist Church, 2025, p. 85.
[2] P. Zavala, op. cit., p. 9.
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