El peregrinaje de la luz: en los 80 años de Victorio Araya G.
El pasado 8 de mayo llegó a los 80 años el teólogo metodista costarricense Victorio Araya Guillén.
06 DE JUNIO DE 2025 · 18:32

Nombrar el Misterio, más que la reflexión de un teólogo es la palabra de un testigo. No especula, no se expresa en abstracto, con un lenguaje difícil propio de la metafísica religiosa académica. Habla el creyente de a pie, el que ha experimentado un Dios cercano, su lealtad, justicia, su socorro, su sombra y torrente de aguas refrescantes; el que ha experimentado que el amor de Dios lo inunda todo.[1]
V.A.G.
El pasado 8 de mayo llegó a los 80 años el teólogo metodista costarricense Victorio Araya Guillén, uno de los primeros exponentes de la teología de la liberación en el campo protestante latinoamericano. Formado en el Seminario Bíblico Latinoamericano (SBL) y en la Universidad de Costa Rica (UCR) en Filosofía, más tarde fue discípulo de Xabier Pikaza en la Universidad Pontificia de Salamanca en donde obtuvo el doctorado en Teología con El Dios de los pobres: el misterio de Dios en la teología de la liberación (1983), un auténtico clásico instantáneo, muy centrado en la obra de Gustavo Gutiérrez y Jon Sobrino.[2] Ejerció durante largos la docencia en su alma mater y en la Escuela Ecuménica de Ciencias de la Religión, además del tiempo en que colaboró en el Departamento Ecuménico de Investigaciones (DEI). Experimentó, literalmente, una iluminación de orientación mística que lo condujo a dedicarse en cuerpo y alma al tema bíblico, teológico y espiritual de la luz que ha explorado como pocos.[3] Después de su jubilación, afincado en Las Vueltas de La Guácima (provincia de Alajuela) no ha cejado en su labor de publicar ensayos y libros que se han dado a conocer periódicamente.[4]
En 2008, para conmemorar sus 40 años de enseñanza teológica, se publicó el volumen En el camino de la luz en el que colaboraron 16 autores/as (uno de los cuales quien escribe) a fin de dar fe de la huella de su persistente trabajo. Dos textos destacan: el de Pikaza sobre un tema afín al de aquella tesis doctoral (“Dios de los hombres, abba de los huérfanos y pobres”) y una amplia semblanza de Jaime Prieto Valladares. El primero reconoce el aprendizaje que representó el contacto con Araya y se ubica en la línea de la temática desarrollada por él en Salamanca. Un año antes se expresó así del trabajo en cuestión:
Después de evaluar la posibilidad de escoger otros autores, escogimos dos que él conocía mejor, autores que en ese momento representaban (y siguen representando, tras casi treinta años) la mejor teología de América Latina: G. Gutiérrez y J. Sobrino. Él los escogió, los conocía mejor que yo mismo. Sólo le puse como condición que los estudiara en su raíz teológica, en la visión de Dios que está en el fondo de los dos, en plano filosófico y social, eclesial y espiritual.
Fue y sigue siendo una tesis ejemplar, en la que se estudia de un modo “fresco”, directo, sin miedos de condenas, las raíces de la “teología” de Gutiérrez y Sobrino. Aquí me centraré, como es lógico, en la visión de J. Sobrino, que Araya estudió y analizó, desde su raíz protestante, con fino espíritu ecuménico. Su tesis básica (cercana a la de algunos de los mayores teólogos de la tradición católica, como el cardenal Cusano) es que sólo el Dios siempre más grande se puede hace el Dios siempre más pequeño, el que se encarna en los pobres.
Araya destacaba de esa forma la implicación social y eclesial de ese Dios, bíblico y calcedonense (si es que vale esa palabra), que siendo “el más grande” (y precisamente por serlo) puede encarnarse en lo más pequeño (revelándose en los pobres).[5]
La semblanza de Prieto Valladares está dividida en cuatro periodos: infancia y juventud (1945- 1962); formación académica en el SBL (1963- 1969) y UCR (1966-1972); pensamiento y acción en la vorágine de la revolución de América Latina (1970- 1989); y la praxis pastoral y relectura bíblica a partir de una teología de la luz (1990-2008).[6] Luego de sus inicios en la Iglesia Centroamericana, Araya pasó al metodismo de la mano de algunos profesores del SBL y fue el primer graduado en la Licenciatura en Teología en noviembre de 1969 cuando ya colaboraba en la docencia, con la tesis La interpretación cristiana de la cultura clásica en la obra de Justino Mártir.[7] En 1973, ya como profesor de Historia del Pensamiento Cristiano, colaboró en el volumen Hacia una teología de la evangelización, coordinado por Orlando Costas, fruto de un curso realizado en 1970. Su ensayo “Tensiones histórico-teológicas en la evangelización”, analiza varios aspectos problemáticos de las bases de la práctica evangelizadora en América Latina. Su tesis de Licenciatura en Filosofía, Fe cristiana y marxismo: una perspectiva latinoamericana, se publicó en 1974.
En la segunda etapa apareció el Araya más aguerrido, aquel que participó en el grupo ecuménico Éxodo y afrontó los conflictos derivados de su compromiso, además de que se doctoró en España. Con una trayectoria ya consolidada, siguió el trabajo docente y participó en la transformación profunda del SBL, es decir, de su latinoamericanización efectiva, aun cuando esto le atrajo ataques y descalificaciones. El conjunto de profesores/as del que formó parte optó claramente por una teología no solamente contextual, que ya era mucho decir, sino por una atención constante al desarrollo de los movimientos sociales. Cuando las teologías latinoamericanas hicieron explosión, Araya y el SBL estuvieron ahí, en medio de la vorágine y el debate álgido.
También colaboró en el DEI, un espacio de avanzada que agrupó pensadores, teólogos/as y activistas costarricenses y de otras latitudes hasta establecerse como un lugar obligado de estudio para generaciones completas de militantes eclesiales de diversas tradiciones cristianas. La cercanía con el teólogo brasileño Hugo Assmann (1933-2008) hizo posible esa convergencia estratégica: “La amistad entre Victorio y Hugo se llegó a fundir en el proyecto común, donde Victorio participó desde su fundación: el Departamento Ecuménico de Investigaciones. El DEI, según la versión de Victorio Araya se debe al genio creador de Hugo Assmann, quien veía imprescindible un espacio para el debate y la producción escrita teológica y socioeconómica de la realidad”.[8]
La tercera etapa está marcada definitivamente por la forma en que Araya llegó a ser poseído por la luz en todas sus manifestaciones, al grado de que se convirtió en un auténtico artesano y teólogo al servicio de ella. La elaboración de velas (candelas en el lenguaje tico) y su reflexión permanente sobre ese símbolo omnipresente en la fe y en la liturgia, cambió completamente su vida y la visión teológica que tenía. Todo se tiñó de luz y la pasión con que asumió esa realidad lo ha acompañado por más de 30 años. Los colores que ha trabajado al hacer velas cada vez más llamativas han acompañado a varias generaciones de estudiantes con quienes hace talleres y las entrega solemne y alegremente como una especie de sacramento vital. Ese elemento ritual y simbólico ha nutrido su teología con una riqueza espiritual contagiosa.
Prieto Valladares aventura una explicación de lo sucedido en su interior: “Luego de vivir un año en Canadá, Victorio regresa a Costa Rica en septiembre de 1989. Después de este viaje, en razón de circunstancias personales y familiares, inicia en su camino la etapa de la teología de la luz en continuidad teológica con la etapa anterior. No se trata de una ruptura, sino de una profundización. Bien lo ha señalado Gustavo Gutiérrez: ‘nuestro método teológico es nuestra espiritualidad’”.[9] A esa gran transformación se refirió Violeta Rocha, exrectora de la UBL, en el homenaje citado con unas palabras que aluden a las dualidades teoría-praxis, fe-acción, espiritualidad-entrega, entre tantas:
El gesto hermoso de ese ofrecimiento de una vela hecha por sus propias manos es también un acto teológico y de arte. Si la teología es un quehacer, la acción creadora de hacer una vela es también comprensible desde un acto hermenéutico que nos habla de otras maneras de hacer teología, de usar nuestras manos, la creatividad, de hacer uso de los elementos disponibles para tal momento, y el gozo compartido de hacerlo en comunidad. La teología de la luz es precisamente esta posibilidad de recrear la teología, para iluminar a otros/as y dejamos iluminar por sus propias velas y luces multicolores. Encender una vela es más que un acto litúrgico, es evocadoramente simbólico, no por eliminar la oscuridad, pues de lo contrario no podríamos apreciar esta vela encendida, sino que es participar a la vida misma, y tomar conciencia de los claros-obscuros, incluso de aprender o reaprender a vivir con lo necesario, de apreciar no sólo la belleza o el aroma de una vela, sino la luz.[10]
Acicateado por esa pasión alucinante, quien escribe compartió en su ensayo correspondiente la búsqueda de la luz en la poesía (una antología que sigue en proceso de publicación) y se refirió a la tenacidad arayiana por encontrarla en todo lo creado como parte de una infatigable reconstrucción teológica:
Las intuiciones de Victorio Araya en relación con la luz parten de una atenta lectura (liberadora siempre) de los textos bíblicos y del encuentro con un símbolo omnipresente, ligado como pocos a la manifestación de lo sagrado en la historia de las religiones. Paso a paso, Araya se va encontrando con que la luz es protagonista activa de la historia de salvación, al grado de que cuando Jesús mismo anuncia su identificación con ella, el sesgo cristológico (tema trabajado también brillantemente por él) de la reflexión teológica encuentra un asidero conectado con la más genuina tradición cristiana, justamente aquella que sustituyó al Sol con la figura de Jesucristo, expresada en el lenguaje profético-apocalíptico como la llegada de la Aurora (Lucas 1.78b).[11]
Y qué mejor que terminar esta semblanza con la cita de un poema que Araya guardó y que apareció en el libro conmemorativo, en donde da testimonio de su conversión al enorme e inefable misterio de la luz:
Llama que me llama
Durante largo tiempo la tuve ante mis ojos.
Y al MIRARLA
me fascinaba su CUERPO ILUMINADO.
Siempre en callado movimiento,
sobre la cima de mi vela encendida.
Disfrutaba silencioso en mi penumbra
el vivo resplandor de tu pequeña luz,
revestida con el color de las naranjas.
La noche se prolongó y tuve tiempo para reflexionar.
Me inspiras.
Con tu energía desplegada en luz,
libre,
en verticalidad frágil,
enderezándote valiente
cuando el viento
al perturbarte
buscaba apagarte.
Me mueves con tu LUZ,
en ritmo ascensional,
a colmar MI SED DE LUZ
en apertura agradecida,
ante el MISTERIO INEFABLE
la Luz de toda luz.
Y cuando al fin
llegó el momento de decirnos adiós,
distante o apagada,
me acompaña tu luz
que ha dejado huella
en la hondura de mi corazón.
por ti ILUMINADO.[12]
NOotas
[1] V. Araya Guillén, El quehacer teológico hoy. Apuntes sobre la teología y su método. San José, edición de autor, 2018, p. 10.
[2] El título original de la tesis es: El misterio de Dios en la teología de la liberación. Estudio de una visión teológica desde el “reverso de la historia”. Universidad Pontificia de Salamanca, 1983, 366 pp.
[3] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “Victorio Araya, devoto de la luz”, en Protestante Digital, 7 de agosto de 2015.
[4] Cf. L. Cervantes-Ortiz, “La teología de la gracia en la voz de Victorio Araya”, en Protestante Digital, 19 de enero de 2018.
[5] X. Pikaza, “J. Sobrino y V. Araya, el Dios de los pobres”, en Religión Digital, 14 de marzo de 2007.
[6] J. Prieto Valladares, “Desde la vorágine de la revolución hasta la teología de la luz”, en Jonathan Pimentel, ed., En el camino de la luz: ensayos en homenaje a Victorio Araya. San José, Universidad Nacional-Universidad Bíblica Latinoamericana, 2008, p. 408, Cf. J. Pimentel, “La alegría de hacer teología: el peregrinaje teológico de Victorio Araya” (entrevista) en Signos de Vida, CLAI, núm. 44, 2007.
[7] Ibid., pp. 426-427.
[8] Ibid., p. 441.
[9] Ibid., p. 446.
[10] V. Rocha, “Mitos fundadores, religiones, su presencia en el arte y la cultura en una época de violencia: desafíos para la teología”, en J. Pimentel, ed., op. cit., p. 402.
[11] L. Cervantes-Ortiz, “Vida, muerte y resurrección de la luz: una lectura teológico-poética”, en J. Pimentel, ed., op. cit., p. 248.
[12] V. Araya Guillén, en J. Pimentel, ed., op. cit., p. 447.
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