“Valiente señal de emancipación”: a 500 años de la quema de la bula de excomunión de Lutero
No pudo haber mejor corolario para el fundamental año de 1520 que la quema de la bula papal de excomunión el 10 de diciembre, hace exactamente 500 años.
11 DE DICIEMBRE DE 2020 · 16:25
Como has agraviado la santidad del Señor, así te destruye la llama eterna.[1]
M.L., al momento de quemar la bula papal de excomunión
Estas palabras, que la tradición y la leyenda han evocado incansablemente, procedentes del Salmo 21.9, sintetizan muy bien la fuerza simbólica del acontecimiento en el que el reformador en ciernes rompió definitivamente con Roma. No pudo haber mejor corolario para el fundamental año de 1520 en el desarrollo del movimiento teologico y religioso encabezado por Martín Lutero, a causa de su simbolismo e impacto sociopolítico, que la quema de la bula papal de excomunión el 10 de diciembre, hace exactamente 500 años. Se trató de un acontecimiento fundacional cuyas consecuencias alcanzan enorme relevancia hasta nuestros días, luego de un largo medio milenio en el que el rostro del mundo occidental “cristiano” se ha transformado radicalmente. Sin ánimo de exagerar la proporciones de lo sucedido cuando el monje agustino alemán mostró la forma en que se quitó de encima la tutela de Roma en su afán de cambiar el rumbo de la iglesia, se puede afirmar, con Thomas Kaufmann, que tan trascendental decisión fue “el giro copernicano” en la historia de la iglesia cristiana[2], con todo y que el cisma abrió la puerta para la, al parecer, inevitable atomización de las comunidades de fe[3]. Esto último no fue algo que el propio Lutero hubiera buscado, pero las circunstancias se fueron sumando hasta desembocar en una mayor radicalización de su pensamiento y acción.
El acto en sí mismo de la quema de la bula, idealizado hasta el cansancio por sus representaciones iconográficas (una recopilación de las mismas se puede ver aquí), significó la expresión concreta de la rebeldía que llegó a niveles dramáticos para Lutero y para el movimiento que empezaba a cobrar fuerza. El hecho de que en esa ocasión quemó no sólo la bula sino otros documentos simboliza el grado de rechazo que existía ante el legalismo de Roma, especialmente en los aspectos morales. Así lo expone el historiador católico estadunidense Brad S. Gregory:
Tal como resultó la Reforma, se terminó el virtual monoipolio que la Iglesia de Roma tenía en la cristiandad. Incluso Guillermo de Occam, un crítico del siglo XIV que cuestionaba las afirmaciones papales, se había basado considerablemente en el derecho canónico parta armar sus argumentos; Lutero, por el contrario, quemó los códigos de derecho canónico junto con la bula papal Exsurge Domine en Wittenberg el 10 de diciembre de 1520, sólo meses después de haber apremiado a los nobles de Alemania a rechazar el derecho canónico entero al reformar la Iglesia. Huyendo de la ramera de Babilonia desenmascarada por la Escritura, los cristianos antirromanos tendrían que constituir una comunidad moral nueva, basada en la Biblia.[4]
La revuelta antirromana encabezada por Lutero y apoyada sólidamente por las fuerzas nacionalistas de su país se estableció firmemente como una alternativa enormemente atractiva. Por ello todos los historiadores, católicos, protestantes e indiferentes por igual, han asumido de manera unánime que el paso adelante que dio Lutero con esa acción tan provocadora representó el momento en que la reforma de la iglesia se volvió un proceso irreversible. Después de ese suceso, se sumarían otros momentos igualmente trascendentales en la ruta de una reforma que adquirió cada vez más el rostro de una auténtica modificación sustancial de todo lo que se entendía como cristiano hasta entonces: su encuentro con el emperador Carlos en Worms en 1521 y con otros reformadores en 1530, por lo menos. La superación de la imagen piramidal de la iglesia, el abandono de la imposición de sus cánones legales y la realidad de que los gobernantes se hicieran cargo del rumbo de la religiosidad (como lo esbozó Lutero en el documento dirigido a la nobleza alemana, primero de la gran trilogía, en agosto de ese año crucial) fueron golpes mortales para el dominio romano de la vida cultural y sociopolítica de la época.
Lyndal Roper, en su monumental estudio sobre el reformador alemán, reconstruye el dramatismo de su acción y los entretelones que contribuyeron a situarla como un punto de quiebre máximo. A partir de ese momento ya nada sería igual y el ímpetu que cobraría la Reforma sería indetenible, aun cuando muchas de sus contradicciones saldrían a la luz en diversos momentos. Ese día inolvidable vencía el plazo de 60 días que se le había concedido por la bula Exsurge Domine para retractarse. Acompañado de sus estudiantes, Lutero se encaminó a la capilla de la Santa Cruz, cerca del hospital, y en el lugar adonde se quemaban las vendas uno de los profesores de teología encendió una hoguera a la que arrojó los documentos. Más tarde regresó a la universidad. Según esta autora, se trató de “un acto cuidadosamente escenificado” para el que Melanchthon elaboró un anuncio formal invitando a todos los “amantes de la verdad evangélica” a reunirse en el lugar designado[5]. Una fuerte razón para llevar a cabo la quema fue desquitarse por la destrucción de sus escritos en Leipzig. El registro de lo realizado aparece en la carta que dirigió a Johann von Staupitz, su superior agustino: “He quemado los libros del Papa y la bula, primero temblando y orando; pero ahora este acto de mi vida me complace más que cualquier otro, pues [esos libros] eran peores de lo que pensaba”.
A ese momento climático le siguió una especie de fiesta de estudiantes en la que todo giró alrededor de la oposición al Papa; ellos, ya sin la presencia de Lutero, Karlstadt y Melanchthon,
escenificaron una obra basada en su ritual de admisión, el Beanus. Arrastrando a un trompetero, […] se mofraon de la bula, la cortaron en trozos e hicieron banderas con ella, clavaron una en una espada y dieron vueltas en procesión. Luego metieron otras en un barril gigante que pasearon en un carro. Leyeron pasajes de las obras de Eck y de Hyeronimous Düngersheim von Oschenfahrt, que provocaron gran hilaridad y, a continuación, encendieron otra hoguera en la que quemaron la bula, los libros y el barril. Recogieron las cenizas como si fueran trofeos y dieron vueltas por la ciudad con sus trompetas, cantando misas de difuntos por la bula.[6]
Un roble conmemora el sitio adonde sucedió todo esto. La suerte estaba echada definitivamente y la ruptura con el Papa y Roma era ya definitiva. Prueba de ello es que el 3 de enero de 1521 fue excomulgado por la Decet Romanum Pontificet. Lutero tomó nota con mucho detalle todo lo relacionado con el proceso, desde la promulgación de la primera bula hasta la primavera de 1521. Sabía muy bien cuál sería su destino si caía en manos de las fuerzas papales. Larry Mansch y Curtis H. Peters refieren los sentimientos de Lutero ante los alcances de su osada acción:
Más tarde, Lutero admitió que sabía que sus acciones significaban una ruptura irrevocable con la Iglesia. No sólo había escupido sobre la bula del Papa, sino que había rechazado de manera demostrable toda la ley canónica, los documentos mediante los cuales la Iglesia manifestaba su autoridad sobre la cristiandad. Además, había denunciado las enseñanzas de Aristóteles y Aquino y otros cuyas filosofías habían sido aceptadas por Roma durante mucho tiempo. […] Lutero se apresuró a justificar sus acciones: “Desde que quemaron mis libros, yo quemo los de ellos. La ley canónica se incluyó porque convierte al Papa en un dios en la tierra. Hasta ahora me he limitado a engañarme con este asunto del Papa. Todos mis artículos condenados por el Anticristo son cristianos. Rara vez el Papa ha vencido a alguien con las Escrituras y con la razón”.[7]
Treinta y ocho meses después de la colocación de las 95 tesis, Lutero había sido excomulgado. El texto del documento dirigido contra él y sus seguidores era fulminante:
Ahora ha sido declarado hereje; y también otros, cualquiera que sea su autoridad y rango, que se han [...] convertido en seguidores de la secta perniciosa y herética de Martín, y le han brindado abierta y públicamente su ayuda, consejo y favor, animándolo en medio de ellos en su desobediencia y obstinación [...] tales hombres [...] deben ser tratados legítimamente como herejes y evitados por todos los cristianos fieles ...
Nuestro propósito es que tales hombres estén legítimamente alineados con Martín y otros herejes malditos y excomulgados, y que aun cuando se hayan alineado con la obstinación en pecar de dicho Martín, compartan igualmente sus castigos y su nombre, soportando con ellos en todas partes el título de “luterano” y los castigos en que incurre…. Sobre todos ellos decretamos las sentencias de excomunión.[8]
Las negociaciones posteriores, de alto nivel (en las que Georg Spalatin [1484-1545], extraordinario defensor y promotor de Lutero, desempeñó un importante papel), intentaron refrenar a Lutero y, al mismo tiempo, impedir que Roma decidiera el rumbo de los acontecimientos. Esos acercamientos hicieron posible, desde enero de 1521, la preparación de la Dieta de Worms. El 26 de marzo Lutero fue convocado por el emperador para participar “proporcionar información sobre sus doctrinas y sus libros”. Atesoraría el citatorio como un tesoro que se heredó en su familia durante varias generaciones. La Dieta en cuestión sería el momento político más relevante de su vida y de la marcha de la Reforma.
Estas palabras de James Atkinson corroboran los alcances de la impactante decisión de Lutero y apuntan hacia la justa dimensión de lo sucedido hace exactamente medio milenio: “Un estremecimiento recorrió Europa cuando se supo que un oscuro monje, un hombre sin más peso tras él qie su fe en Dios, había quemado una bula pontificia. Era la valiente señal de emancipación. El alma individual había descubierto su verdadero valor. Si se puede poner fecha a la Reforma, esa fecha ha de ser la del 10 de diciembre de 1520. Si se pueden fechar las eras, nuestra era moderna comenzó a las nueve de esa mañana”.[9]
Notas
[1] Lyndal Roper, Martín Lutero: renegado y profeta. Madrid, Taurus, 2017 (Memorias y biografías), p. 182.
[2] T. Kaufmann, Martín Lutero: vida, mundo, palabra. Madrid, Trotta, 2017, p. 54.
[3] Ibid., p. 55: “El primer cisma de la Reforma de Wittenberg, la separación de Lutero y Karlstadt en la primavera de 1522, actuó como una especie de germen de futuras divisiones, como por ejemplo respecto del movimiento anabautista en ciernes, de Müntzer y los campesinos que le seguían, y de los reformadores de Alemania meridional y suizos, con quienes desde finales de 1524 hubo que debatir sobre profundas diferencias en cuanto a la interpretación de la santa cena”.
[4] B.S. Gregory, La Reforma involuntaria. Cómo una revolución religiosa secularizó a la sociedad. México, Fondo de Cultura Económica, 2019, p. 296. Énfasis agregado.
[5] L. Roper, op. cit.
[6] Ibid., p. 183.
[7] L. Mansch y C.H. Peters, Martin Luther: The life and lessons.Jefferson, McFarland & Co., 2016, p. 111. Version propia.
[8] Cit. en Ibid.,pp. 111-112.
[9] J. Atkinson, Lutero y los inicios del protestantismo. Madrid, Alianza Editorial, 1971 (El libro de bolsillo, 315), pp. 224-225.
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