Juan Gelman: canto de un pájaro exiliado

El exilio en esta poesía no es sólo un tópico, es el lugar desde donde se escribe.

17 DE ENERO DE 2014 · 23:00

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“No debiera arrancarse a la gente de su tierra o país, no a la fuerza. La gente quedaq dolorida, la tierra queda dolorida. Nacemos y nos cortan el cordón umbilical. Nos destierran y nadie nos corta la memoria, la lengua, los calores. Tenemos que aprender a vivir como el clavel del aire, propiamente del aire. Soy una planta monstruosa. Mis raíces están a miles de kilómetros de mí y no nos ata un tallo, nos separan dos mares y un océano. El sol me mira cuando ellas respiran en la noche, duelen de noche bajo el sol.” Juan Gelman, Bajo la lluvia ajena, XVI PERSPECTIVA POÉTICA Y CULTURAL DEL EXILIO Parece que el término exilio le agrega un matiz diferente al de migraciones. Un exiliado no es lo mismo que un migrante, pues existe un componente político o cultural que no se aplica necesariamente al segundo, dominado más por una escala de valores relacionada con el trabajo físico. El exiliado, casi siempre, es un disidente que emigra para salvar su vida y hacer valer sus derechos o su protesta en otro contexto geográfico y cultural. De este modo aparece una clase de exilio peculiar en el libro bíblico de Daniel, un relato situado a posteriori en los años del exilio babilónico: el personaje principal es un intelectual protegido por los captores del imperio, pues no se trata de alguien que fue a realizar trabajos forzados. Esta manera de analizar las cosas ha propiciado la idealización del exilio, pues siguiendo nuevamente a García Canclini, tal parece que al acercarnos a estos asuntos, nos movemos entre “los espectáculos de la globalización y los melodramas de la interculturalidad”. Desde la trinchera simbólica o cultural, como bien enseña el sociólogo argentino, muchas de las posturas dogmáticas se relativizan y moderan. Si no, cómo entender que el destierro haya producido obras como el Ulises, de James Joyce, o Cien años de soledad. Sin migraciones o exilios, jamás hubieran existido, como las conocemos hoy las figuras de León Felipe, Salman Rushdie o V.S. Naipaul. Los asombros, revelaciones o sorpresas que nos depara el encuentro con esos híbridos de la literatura, para no mencionar otras artes, pueden ser mayúsculos. Entre nosotros vivió, y acaba de morir, un poeta que paladeó el exilio a manos llenas y ha extraído de él frutos dolorosos a lo largo de una vida aderezada por la estancia en múltiples ciudades. En algunos de sus libros, al lado de los años de rigor, aparece una retahíla de nombres de ciudades, por ejemplo, en Comentarios, dice: Roma, Madrid, París, Zürich, Ginebra, Calella de la Costa, 1978-1979. Siguiendo la máxima de José Ángel Valente, “El acto creador supone un movimiento exílico, una retracción, una distancia y, en la praxis humana, una retirada de los honores y, ciertamente, del territorio impuro del poder”, ha producido una obra intensa y extensa, casi toda escrita en el exilio. París, Ginebra, Roma, Calella de la Costa, Madrid, Zürich y finalmente México, son los puntos geográficos del itinerario forzado de una poesía que ha transfigurado el dolor como tarea ineludible, obligando al idioma a personalizarse mediante una experimentación radical que algunos no han tenido más remedio crítico que explicar por el sustrato caucásico de su autor. Nada más errado y fácil porque el propio Gelman reconoce cómo bebió en Vallejo sus dos atmósferas y, aunque no lo hubiera dicho, ellas han salido a la luz porque no tienen de otra. La indagación lingüística y la mirada preocupada por el destino de la sociedad se han trenzado sin estorbarse, pues al contrario, al no ceder a las tentaciones de uno y otro terreno, esta poesía levanta aún más vuelo sin nunca despegarse del piso. El exilio, en esta poesía no es sólo un tópico, es el lugar desde donde se escribe. Es posible afirmar que desde sus primeros libros escritos en Buenos Aires, el tono exílico ya traía su marca de origen, pues el pasado familiar, aunque no descrito con pelos y señales, ya cobraba sus cuentas en esos poemas. Así, habría que hablar de un doble exilio, consecuente con lo señalado líneas arriba: el histórico, implícito en lo lingüístico, y el existencial, tan explícito en el compromiso político de otras épocas y en el tránsito de país en país. Por eso hay que reprocharle a Elena Tamargo no haberse sumergido en estas aguas en su libro Juan Gelman: poesía de la sombra de la memoria (México, Universidad Iberoamericana, 2000), aun cuando ése era aparentemente su propósito, y divagar en una teorización intrascendente. Cuando se decide a hablar de Gelman, encuentra la veta mística de esta poesía: “Gelman reconoce el valor de la lengua desde otra experiencia más, la mística; tiene en el exilio su encuentro de fondo con la cultura judía. Relee a los místicos, San Juan de la Cruz y Santa Teresa, sobre todo, obsedidos por la presencia ausente de lo amado, y esto lo conduce a la Cábala, donde reconoce su propia visión exiliar de la vida. Los cabalistas se preguntan si acaso el hombre no está exiliado sobre la tierra, y en esa indagación de sí mismo, a través del fundamento de lo hebreo, encuentra la idea extraordinaria que suscribe, en Isaac Luria [siglo XVI, Safed, Palestina], acerca de que el gran exiliado es Dios, porque se retira de sí mismo para dar espacio a su creación.” La voz gelmaniana no sólo habla desde la obviedad territorial del destierro (o transtierro), sino que discute y pelea, metapoéticamente, con él. Acaso el poeta pensó que para esto era necesario escribir en prosa, divagar sin concesiones sobre su condición y hacer de la dolor (como ha transgredido tantas veces la gramática) un interlocutor visible, con todas sus aristas, desde la evocación de sucesos y personas, hasta el diálogo nostálgico con ese fantasma posmoderno, la patria (“Es justo que la extrañe. Porque siempre nos quisimos así: ella pidiendo más de mí, yo de ella, dolidos ambos del dolor que uno al otro hacía, y fuertes del amor que nos tenemos”), como amada inmóvil omnipresente en el penssamiento y en la vida. Ingrata y todo, pero matria al fin, amada siempre: “Te amo, patria, y me amás. En ese amor quemamos imperfecciones, vidas”. Y aunque ella tiene nombre de hijos, nieta, amigos y compañeros, no se funde con ellos, sigue allí, imperturbable como motivo del dolor transfigurado. La ajenidad, vivida desde la raíz en tierra extraña, se experimenta, también, al compararla con la tierra propia. Ésta es única, aquélla apenas brinda ocasión para saborear la alteridad. Por eso ahora que Gelman ha hecho público su deseo de terminar sus días en México, no queda más que agradecer que siga siendo el canal por el cual la poesía ha alcanzado tonos y énfasis universales —por humanos— desde esta parte del mundo que, por lo que se ve, no logra encontrar la brújula que marque su destino propio. La poesía, con todo, sin ser un consuelo barato ni mucho menos, es un asidero en espera de tiempos más favorables. Si alguien ha refutado a Adorno sobre la posibilidad de escribir poesía después de las catástrofes humanas, ése es Juan Gelman. HOY (2013): LOS GOLPES DEL DOLOR ASIMILADO No tienen que morir los grandes poetas para que uno los lea, pero sucede, que cuando se van, sus versos comienzan a adquirir una dimensión que los conecta con aspectos si no eternos, cuando menos o cuando más, profundamente trascendentales. En América Latina, ante los recientes decesos de poetas y ante los centenarios de autores que siguen hablándonos de manera tan entrañable, particularmente profunda es la mirada de la palabra poética de Juan Gelman. Ahora que ha partido, su vida, sus versos, la experiencia dolorosa y hasta trágica que lo atravesó, es posible advertir el tamaño y la hondura de sus versos.Palabras de pájaro herido, preñadas de dolor, pero también, teñidas, henchidas de una esperanza vital, militante ciertamente, con acento político, de protesta, de rechazo de una situación que lo afectó directamente y que partió su vida en carios fragmentos. Leer al último Gelman, el de la palabra Hoy, el de la palabra en prosa, desgarrada, claro, pero encaminada por el efluvio lírico que, según se ve, no lo abandonó nunca desde los tempranos años de Violín y otras cuestiones (1953) en que se entregó a poetizar su mundo, su vida, su alegría y todo lo que vendría después. Hoy es un testamento poético, como tantas veces ha acecido con grandes plumas. Hoy es una endecha, una lamentación llena de propuestas, de hallazgos, de giros, de “milagros expresivos”, como él mismo lo decía. Ante la muerte de su hijo, de su nuera, ante el rescate de su nieta macarena, este poemario brilla y gime al mismo tiempo, como una larga, incandescente y dura expresión de un corazón marchito, pero siempre produciendo poesía. Eso fue Gelman para quienes lo hemos leído durante años y lo seguiremos haciendo. Hoy es una propuesta donde lo estético se retuerce y alcanza formas inimaginables no sólo en lo estético y en lo verbal sino también en el reencuentro de las felicidades humedecidas, arcanas, que se encuentran siempre arriba, abajo y detrás del dolor. La muerte, el empeño por vivir, la esperanza en el cambio social, todo eso y más pasó por el filtro del lenguaje poético de Gelman. Como él mismo decía, se fue a tocar su violín a otra parte; en México diríamos “al otro barrio”, el barrio que tanto lo acechó desde el rechazo y el odio de muchos de sus contemporáneos ubicados en la trinchera opuesta de sus principios. La muerte, a la que dedicó sesgada y dilatadamente versos que la provocaban y la hacían ver como una presencia infaltable, obviamente, pero rechazada en lo más profundo del ser. Esa muerte que pudo eludir, que pudo esquivar cuando militó en ese movimiento guerrillero que también marcó su vida. La muerte a la que lanzó esos dardos exactos, firmes, meticulosos, exactos. La muerte vino por él y él la afrontó con gallardía. La miró a los ojos y se fue. Pero ese Gelman último, ese Gelman que nos habla desde la trinchera del dolor, desde la ternura de un sufrimiento en una época armado, en otra inerme únicamente con la fuerza de la voz.Ese Gelman está ahí, está esperando ser leído, como lo ha sido ya dentro y fuera de lo que fue su país, en el México que eligió para vivir y morir, en el país que lo recibió, adoptándolo como un poeta propio, como bien lo han hecho algunos antologadores de la poesía mexicana, Marco Antonio Campos entre ellos, y que lo han considerado no un argenmex más, no un exiliado que asume la tierra que lo aceptó, sino como un genuino ciudadano de la poesía, del lenguaje, que seguirá resonando continuamente en los oídos, en la mirada, de aquellos que se acerquen a su trabajo poético. Ante su muerte, como siempre se dice, con ese lugar común ya entrañable: leerlo y releerlo va a permitir que la insondable manera en que se dedicó al idioma en todas sus posibilidades hoy siga y seguirá marcando la reflexión y la sensibilidad de mucha gente. Leerlo será un acto de vida y de amor: amaramara, dedicado a su esposa, será su primer libro póstumo. Hoy (fragmentos) III Dios se fue al vacío que dejó su muerte. La sombra traga los regresos y los favores del amor en cualquier calle se abandonan. La vida se pareció a la vida alguna vez/ya la mentira ni siquiera vuela. Hay que barrer el mundo en sucio estado/otra vez ponen huevos de serpiente/viejos. VII Pensar la muerte cambia a la muerte. De razón a delirio hay un viaje/muchos pasajeros/clausuras constantes/estaciones. Los toros los caballos, nombres por violencia asombrada. Nadie pintó en las cavernas el rostro incierto de la equivocación. Estar es un trabajo desnudo. La desazón de sí no tiene puerto. X La eternidad es una idea violenta/capitalista/acumular futuro. La conciencia se libra de sí misma cuando vira su luz en las respiraciones del rocío. Fulgor de las almohadas en las que el tiempo se desnuda y el orden del amor se pierde. La noche madura/las verdades del cuerpo conocen el cortejo/las horas que se van. *** ¿Y si la poesía fuera un olvido del perro que te mordió la sangre/una delicia falsas/una fuga en mí mayor/un invento de lo que nunca se podrá decir? ¿Y si fuera la negación de la calle/la bosta de un caballo/el suicidio de los ojos agudos? ¿Y si fuera lo que es en cualquier parte y nunca avisa? ¿Y si fuera? amaramara (inédito) Soles Bajo el sol doble de la furia y la pena la vida sigue. La vida sigue bajo el sol doble de la furia y la pena. Sigue la vida y gira el sol doble de la furia y la pena. Es un recurso amar a un árbol y otras humillaciones del paisaje. El esplendor del tiempo respira en una mujer. Se alejan pensamientos que no quieren ser vistos. El sueño cierra la puerta para que empiece otro. (La Jornada, México, 16 de enero de 2014)

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