Historia de la filosofía y su relación con la teología, de Alfonso Ropero

Según el filósofo francés Gabriel Marcel, la filosofía conduce a la adoración. Otro tanto habían dicho antes con singular valentía, Agustín y Juan de Salisbury, Bacon y Hegel.

29 DE DICIEMBRE DE 2022 · 18:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Historia de la filosofía y su relación con la teología”, de Alfonso Ropero (Clie, 2022). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Prólogo de Lucas Magnin

Somos la consecuencia de los aciertos y errores de todos los que estuvieron antes que nosotros, y por eso quizás no haya mayor sabiduría, en el breve lapso de nuestros días, que prestar atención a ese prontuario. El problema para nosotros, hijos de la velocidad y la novedad, es que hemos perdido la capacidad de escuchar. C. S Lewis creía, de hecho, que probablemente el obstáculo más grande de las sociedades modernas en la búsqueda de la verdad es el esnobismo cronológico: esa falacia que consiste en considerar las ideas del pasado como inferiores –o menos relevantes, como mínimo– que las actuales. (8) Esa tendencia de nuestra era es la que llevaba a Escrutopo, ese demonio imaginado por Lewis, a recomendar a su sobrino que era fundamental aislar a cada generación de las demás para evitar que las luces de cada época aclararan las sombras de las otras. (9) […]

«La verdad no es un producto del tiempo, pero la aprehendemos en el tiempo». La historia es la materia prima en la que se fragua la experiencia humana en general, pero también el diálogo entre la reflexión filosófica y la fe cristiana en particular, ya que tanto filosofía como teología «viven de las rentas intelectuales del pasado en diálogo abierto con la experiencia presente». Desde la filosofía de los claustros hasta la que aparece en los mensajes de texto, desde la teología de las grandes dogmáticas hasta la que se enseña en coritos y cadenas de oración, toda esa vida ha madurado lentamente en el crisol del tiempo. Tomar conciencia del detrás de escena filosófico e histórico de aquellas ideas que forman el entramado de nuestra fe nos permite entender las reglas del juego en el que transcurre nuestra experiencia espiritual.

 

De lo que usted encontrará en este libro

Ropero comienza su obra con una afirmación categórica: «El presente estudio tiene por norte la verdad». A ese peregrinaje estamos invitados, un camino al que no se puede entrar por otra puerta que la de la humildad. Es una obra con un tono conciliador y ecuánime. Reconocemos sí dos afectos notables: primero, la filosofía y la teología de su madre tierra, España, que recibe un tratamiento detenido y cariñoso (en especial, Ortega y Gasset); y segundo, Paul Tillich, cuyo esfuerzo de correlación entre la filosofía y el pensamiento cristiano sirve como punto de anclaje para la labor del propio Ropero.

Aunque el voluminoso tamaño de esta obra dedica mucha de su energía a explicar y desmenuzar conceptos de algunos de los filósofos y teólogos más importantes de la historia, no hay que pensar que se trata de un mero catálogo de nombres o ideas; en el fondo de este esfuerzo está la meditación existencial y filosófica del propio autor, que pareciera que encuentra en la historia de la filosofía una excusa para emprender un viaje a sus propias preguntas y respuestas. Por eso, a lo largo del recorrido, vamos encontrando zonas de reposo desde las que podemos contemplar no solo una idea, sino la misma existencia. Una filosofía para la vida, como la que enseñó Ortega y Gasset.

En cuestiones de pensamiento y de fe, el autor aborda las ideas más diversas y las posiciones más enfrentadas con la calma de un observador. Es evidente su labor de entender a los autores y las ideas por lo que querían ser, no por lo que a nosotros nos gustaría que fueran. Ropero mira con ojos de amigo a las ideas y los personajes más dispares. No obstante, a pesar de este deseo de imparcialidad, en el libro hay tres cuestiones que reciben la actitud más crítica.

En primer lugar, la pereza intelectual, en cualquiera de sus formas; esta actitud a menudo cae en el pragmatismo –lo que sirve, lo inmediato– y confunde el método y la disciplina con una simple jerga académica. Este facilismo no tiene lugar en estas páginas.

En segundo lugar, las miradas territoriales y de escuela, que cierran los oídos a otras voces en pugna y se elevan a la categoría de representantes definitivos de la revelación. Si algo no puede perderse en la búsqueda de la verdad es la necesidad de universalidad; por eso, nuestro autor no tolera que una voz particular se lance a invalidar cualquier punto de vista que no sea el propio. Aunque la excomunión de Baruch Spinoza (10) es parte de la historia del judaísmo, es un gran aprendizaje que también nos conviene hacer como cristianos: el pésimo servicio que hacen a la fe «aquellos que creen defenderla mejor condenando y anatematizando lo que ignoran o les supera intelectualmente y moralmente. Nunca se ha conseguido nada en la causa de la verdad mediante la condenación y el recurso a leyes y coacciones».

Finalmente, quizás el aspecto en el que Ropero es más crítico es la irracionalidad y el antiintelectualismo, en especial el que abunda en las iglesias evangélicas. Esto nos habla, primeramente, de su propio lugar en el mundo: es la tradición a la que se dirige y es por eso también adonde apunta sus exhortaciones más certeras. Aunque nuestro autor reconoce que «la huella protestante también se manifiesta en la afirmación de los derechos de la conciencia, la libertad de investigación, la ilustración de la piedad, […] el replanteamiento de la esencia del cristianismo, el descubrimiento de la subjetividad y de la historia, la hermenéutica como diálogo con los textos antiguos y las posibilidades del conocimiento y sus límites» –¡y todo eso no es poca cosa!–, hace también un mea culpa de la herencia protestante, en especial del error de tino de Lutero al desintegrar filosofía y teología. Es cierto: para el pobre Lutero, “filosofía” era igual a un escolasticismo rancio y decadente, y tenía motivos para alejar ese cadáver de su inquieta teología, pero esa actitud (y muchas otras, en la misma línea) ha terminado por enturbiar el diálogo entre la filosofía y la teología de la Reforma.

 

PARTE I - Albores de la filosofía cristiana

Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; pero sabiduría no de este siglo, ni de los gobernantes de este siglo que van desapareciendo, sino que hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta que, desde antes de los siglos, Dios predestinó para nuestra gloria, la sabiduría que ninguno de los gobernantes de este siglo ha entendido, porque si la hubieran entendido no habrían crucificado al Señor de gloria. 1 Corintios 2:7-8

El presente estudio tiene por norte la verdad y está motivado por esa amplia confianza manifestada por los teólogos de antaño en la verdad como verdad divina: «Toda verdad, sea quien fuese el que la predique, viene de Dios» (San Ambrosio). «Toda verdad, dígala quien la diga, viene del Espíritu Santo». (Santo Tomás de Aquino). Quien transita por este camino, con sus estrecheces y dificultades, con sus trampas y peligros, terminará por aproximarse a la Eternidad, que es siempre impulso y obligación de verdad desde la verdad. La vida sobre la tierra es un constante diálogo-oración con el misterio que nos interpela desde la zarza al borde del camino a la luz que nos transmite una estrella lejana. El científico ora-dialoga en su laboratorio investigando, el pensador convierte su intelecto en pura oración su lucha solitaria con la verdad, como Jacob luchó a solas para conseguir la bendición de Dios hasta rayar el alba (Gn. 32:24).

Según el filósofo francés Gabriel Marcel, la filosofía conduce a la adoración. Otro tanto habían dicho antes con singular valentía, Agustín y Juan de Salisbury, Bacon y Hegel. Adoración de filósofo desprendido que no busca nada para sí sino para los demás, en orden a una comprensión más cabal del mundo que nos rodea y que, con sus guiños y misterios, nos impele a no descansar nunca complacidos en nuestros logros temporales, pues aún queda mucha tierra que conquistar. Adoración en honestidad que no se contenta con nada menos que la verdad, respeto supremo a lo real tal como es, sin engaños ni falsedades. La vocación filosófica como pasión de verdad solo puede darse en desprendimiento y humildad. Requiere muchos sacrificios y no pocas virtudes. Es fácil profesarla, ocuparse de ella de un modo académico, estudiarla en manuales e introducciones, presumir de ella, incluso denostarla como el que está por encima de la filosofía, más allá del bien y del mal, por encima del error y el engaño, pero la filosofía es una dama que elige y raramente se deja elegir. Espanta a los perezosos y presumidos, aleja de sí a los frívolos y cazafortunas. Es tanto o más exigente que la religión. Esta consuela, aquella desafía. La religión pide obediencia, la filosofía atrevimiento. La religión ofrece dogmas, opiniones ya formadas y aceptadas, la filosofía problemas y cuestiones abiertas. La religión propone la verdad para ser creída sin discusión; la filosofía es más modesta, se declara amiga y amante de la verdad, pero no dueña; solo los más confiados se atreverían a proponer la filosofía como fe religiosa. El filósofo, como Unamuno, lucha, combate y ofrece a los demás esa misma lucha y angustia, como él se angustia y sufre. «No tengo nada que ofreceros sino las cicatrices dejadas por mis batallas».

Muchos profesan la fe cristiana, pero, lamentablemente, no todos son cristianos; del mismo modo, se puede profesar la filosofía sin ser filósofo. «Deberíamos asumir que, hoy por hoy —escribe el español Miguel Morey— no somos filósofos sino profesores de filosofía: aprendices, amigos y amantes de la filosofía. El filósofo es una planta rara, precaria, a la que conviene prestar toda la atención, todo el cuidado».

En el cristianismo evangélico la filosofía no goza de buena fama, y los filósofos menos. Se ha construido una larga cadena de recelos y desconfianza, tanto más difícil de romper cuanto más irracional. Para muchos el filósofo compendia en su persona la soberbia y la impiedad, la increencia y el ateísmo. Esperemos que esta asignatura sirva para esclarecer malentendidos y contribuya a un acercamiento mutuo. Entonces, el cristianismo será verdaderamente universal. Descuidar su misión intelectual es tan grave como la obtusa negativa de los primeros cristianos de origen hebreo de llevar el Evangelio a los gentiles. Aquí, la renuncia es traición. Traición a lo propio y lo ajeno.

A la hora de bosquejar la historia de la filosofía en relación con el cristianismo, que ha ocupado la mayor parte de su quehacer bajo los diferentes signos de anti, pro y contra, corremos el peligro de caer en el excesivo esquematismo, propio de manuales que, en su aparente claridad, tienden a complicar las cosas y presentar las ideas ante el lector como surgidas por generación espontánea, creando confusiones y problemas de difícil resolución. Aquí, una vez más, el camino más largo es el más corto. En la puerta de la sabiduría hay un letrero que dice: Prohibida la entrada a los vagos y perezosos, aunque «en su opinión el perezoso es más sabio que siete que sepan aconsejar» (Pr. 26:16). […]

 

Notas

(8). Svensson, M. (2011). Más allá de la sensatez. El pensamiento de C. S. Lewis. Viladecavalls: Editorial CLIE, p. 31.

(9). Lewis, C. S. (1993). Cartas del diablo a su sobrino. Madrid: Ediciones Rialp.

(10). Su acta de excomunión, que este libro cita más extensamente, decía, entre otras cosas: «Anatematizamos, execramos, maldecimos y rechazamos a Baruch Spinoza, frente a los Santos Libros con 613 preceptos y pronunciamos contra él la maldición con que Eliseo ha maldecido a los hijos y todas las maldiciones escritas en el Libro de la Ley. Que sea maldecido de día y sea maldecido de noche, maldecido cuando se acueste y maldecido cuando se levante; maldecido cuando entre y maldecido cuando salga. Que el Señor lo separe como culpable de todas las tribus de Israel, lo cargue con el peso de todas las maldiciones celestes contenidas en el Libro de la Ley, y que todos los fieles que obedecen al Señor, nuestro Dios, sean salvados desde hoy».

 

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