Orientación hacia el futuro: gozo en la esperanza

Podemos enfrentar la perspectiva del futuro no sólo con la nostalgia de la recuperación de lo perdido, sino con la esperanza de ser mejores, de añadirle sabiduría al corazón; porque por la gracia de Dios no volvemos a estar igual que antes, sino que tendremos una mayor gloria.

12 DE ENERO DE 2025 · 13:55

Fotografía por por <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/@vincefleming">Vince Fleming</a>. / Unsplash.,
Fotografía por por Vince Fleming. / Unsplash.

Vivan alegres por la esperanza que tienen; soporten con valor los sufrimientos; no dejen nunca de orar. (Romanos 12:12, Dios habla hoy).

 

¿Qué lugar ocupa en nuestra vida la nostalgia, el recuerdo? ¿Qué hemos de recordar? ¿Cómo hemos de recordar y por qué? La fe bíblica nos orienta hacia el futuro. Así nos invita el apóstol Pablo a vivir gozosos en la esperanza. En nuestra vida, la esperanza debe tener más peso que la nostalgia. No sólo entre las personas jóvenes, con su proyecto de vida, sino en todos. El cristianismo nos invita a tener la mirada puesta en el futuro, a pesar de las condiciones del tiempo presente y del peso de los recuerdos dolorosos del pasado.

Nos alegramos en la esperanza. Creemos que el Señor reinará eternamente y en todo el cosmos. Habrá una nueva creación. Estamos esperando el retorno de Cristo, a diferencia del pensamiento pagano de la Grecia clásica, donde los filósofos tenían su pensamiento orientado hacia el pasado. Para aquellos griegos, el ser humano estaba en la trágica condición de tener cuerpo físico. Según ellos, hemos perdido algo que teníamos allá en algún cielo de ideas, donde vivíamos sólo como espíritus.

De manera que, en el entendimiento pagano, la existencia presente está cargada de nostalgia. El ser humano vive añorando lo que perdió. En cambio, en el escenario de la narrativa bíblica, aparece Abraham. Tiene tratos con Dios. Dios lo invita a salir de su tierra y a entrar en una aventura de fe.

A un anciano (Abraham), Dios le promete futuro. Le dice que en su descendencia vendrá la bendición a todas las familias de la tierra. A pesar de su vejez, y de su ausencia de hijos, Abraham creyó en el futuro de Dios. En la historia de Abraham aprendemos que Dios nos orienta hacia el futuro. Nos invita a mirar críticamente nuestro pasado, y a ver nuestro futuro con esperanza.

Es fuerte la tentación de quedarnos en la nostalgia de un pasado perdido, de un tiempo que fue mejor, cuando estábamos en mejores condiciones. Algunos imaginan la salvación como una especie de retorno al paraíso perdido del jardín del Edén. Pero no queremos regresar a la condición del primer Adán. Esa no es nuestra meta. En eso no consiste la restauración de la raza humana, que tanto anhelamos.

Más bien queremos participar en la naturaleza del último Adán, que es Cristo. La salvación no es una simple restauración de la condición que perdimos en el pasado, sino una nueva creación. Es una nueva posibilidad de participar en la naturaleza divina y en la familia de Dios por la fe en el Hijo JesuCristo. Esa esperanza de gloria nos llena de alegría y nos impulsa para vivir hoy.

 

Las trampas de la memoria 

La fe cristiana nos invita a mirar críticamente nuestro pasado y con esperanza nuestro futuro. Es una voz que nos llama desde el futuro para seguir adelante, para no quedarnos en las experiencias del pasado.

En su libro de Lamentaciones, Jeremías nos revela su corazón, cuyo recuerdo de la destrucción de Jerusalén es terriblemente doloroso. Es para él como tomar veneno: Cuando me acuerdo de mi dolor, se me derrumba el ánimo (3:19). La memoria nos juega trucos. El recuerdo es ambiguo. Por un lado, hay que aprender de las lecciones del pasado, para no cometer los mismos errores, y para aprender a contar nuestros días de manera que traigamos al corazón sabiduría. Pero también el recuerdo es una fuente de mucho dolor.

Si nos quedamos sólo en los recuerdos dolorosos, no vamos a poder superar la tristeza. Hay tragedias, hay errores, hay cosas que quisiéramos que nunca hubieran sucedido: Una amistad perdida, la muerte de un ser querido, cuando se nos vino abajo el edificio de la fe… El pasado trae consigo un sabor amargo.

Ah, pero hay otro tipo de recuerdo en nuestro pasado. No todo es tragedias. También en mi recuerdo hay algo que vale mucho la pena. Es lo que Dios hizo por nosotros por medio de su Hijo JesuCristo. El himno “Las cosas sencillas de la nueva vida”, del trío Mar del Plata, lo dice así: La vida me dio mucho y me quitó, y a Dios se lo agradezco yo. Y el único recuerdo que quedó fue cuando Dios me perdonó. Jeremías afirma: Pero algo viene a mi mente que me llena de esperanza: que tu amor, Señor no cesa, ni tu compasión se agota; ¡se renuevan cada día por tu gran fidelidad! (Lam. 3:24)

Existe en nuestra memoria algo que sí vale la pena recordar. Ahí están tanto el recuerdo de nuestra tragedia, como el de la misericordia de Dios. ¿Cuál de los dos vamos a elegir el día de hoy? Si vamos a poner a trabajar nuestra memoria, ¿de qué nos vamos a acordar?

El trabajo del enemigo es esclavizarnos en la nostalgia. Quiere que nos quedemos en el pasado, tanto añorando los tiempos que hoy pensamos que eran mejores, como aferrados a tragedias, errores o días que quisiéramos borrar del calendario. En cambio, Dios nos llena de esperanza.     

Si vamos a poner a trabajar nuestra memoria, debemos recordar lo que vale la pena recordar. No nos hace bien llevar una lista de agravios que nos ha hecho alguien en particular. Probablemente escribiríamos enciclopedias enteras si acaso anotáramos todo lo que la gente nos ha hecho. Pero una de las características del amor es que no guarda rencores. No toma nota para hacer una lista de ofensas. ¿Vamos a usar nuestra memoria para eso? ¿O la vamos a usar para que no se nos olvide que la misericordia de Dios es nueva cada mañana?

No podemos negar que ahí está ese recuerdo que duele. Es como una espina. Tal vez fue una ofensa. De ese pasado hay que aprender lecciones para no volver a cometer los mismos errores. Ese ejercicio le trae al corazón sabiduría. El hombre o la mujer sabia aprende de sus tropiezos y endereza su camino.

Tal vez se trata de una tragedia muy dolorosa. Todavía le preguntamos a Dios por qué pasó la muerte de un ser muy querido… Nos atrapa la nostalgia de días pasados. Quisiéramos que volviera el tiempo. Pero ¿por qué no ocupar nuestra memoria en recordar que el amor de Dios no se acaba, y que su compasión no se agota? Cada mañana, Dios nos invita a un nuevo comienzo.  

Es cierto que pasó eso inexplicablemente triste. Fue una tragedia, un día que hubiéramos querido borrar del calendario. No lo podemos borrar. Ahí está. Pero eso desagradable que ocurrió no logró agotar el amor comprometido de Dios demostrado en la cruz de JesuCristo. La misericordia de Dios quedó intacta, y cada mañana se renueva por completo.

Cada mañana es un recordatorio de parte del Dios de las nuevas oportunidades y de los nuevos comienzos. Pero esos nuevos comienzos con Dios no consisten en recuperar una gloria perdida, sino en tener atisbos y probaditas de la nueva creación que vendrá en el futuro. Señales de los cielos nuevos y la tierra nueva que esperamos, en los cuales mora la justicia.        

 

Resiliencia, ¿sí o no?

En la ciencia de los materiales hay un concepto que ahora se usa mucho en el campo de la salud emocional. Es la resiliencia. Es la capacidad que tienen algunos materiales de recuperar su forma después de recibir algún impacto. Algo así como una esponja o una espuma que después de haber sido aplastada, recupera su forma. Algunos hablan de resiliencia en la vida, cuando alguien puede volver a ponerse de pie después de una caída emocional, y así “recuperar su forma”.

Sin embargo, con Dios no hablamos de resiliencia. No se trata simplemente de volver a tener la forma que teníamos antes de recibir un golpe. Los nuevos comienzos con Dios no consisten en recuperar una gloria perdida, sino en tener atisbos y probadas de la nueva creación que vendrá en el futuro. Señales de los cielos nuevos y la tierra nueva que esperamos, en los cuales mora la justicia.

Podemos enfrentar la perspectiva del futuro no sólo con la nostalgia de la recuperación de lo perdido (del anhelo por volver a ser como éramos antes de la tragedia), sino con la esperanza de ser mejores, de añadirle sabiduría al corazón. Por la gracia de Dios no volvemos a estar igual que antes, sino que tendremos una mayor gloria. Porque el Espíritu de Dios está con nosotros, nuestro futuro será mejor que nuestro pasado.  

No es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”. El anhelo de Cristo no es que regresemos a ser como antes, sino que crezcamos en su gracia. Por eso no suspiramos por el retorno de días del pasado que fueron buenos, sino que queremos descubrir días mejores en nuestro futuro. La esperanza es mucho más que resiliencia o recuperación. Es la certeza de mejores días que vendrán sin falta para esta tierra, porque en la cruz de Cristo, Dios ya la ha marcado para su redención.       

 

El esplendor futuro

A todos nos pasa que si visitamos la escuela primaria donde estudiamos hace tiempo, nos parece como si fuera de otro tamaño. Todo en general no nos parece tan grande como lo recordamos: los escalones, las ventanas y puertas, y especialmente los pupitres en los que nos sentábamos. En nuestro recuerdo quedaron ciertas dimensiones, que la nostalgia puede llegar a magnificar hasta proporciones gigantescas.  

Cuando se construyó el segundo templo de Jerusalén todavía quedaban algunos sobrevivientes que en su niñez habían conocido el templo de Salomón. En su recuerdo, el primer templo era mucho más glorioso que el que construyeron los que regresaron. Efectivamente, los materiales con los que Salomón construyó el primer templo eran mucho más costosos y su diseño más grandioso y espectacular. Ahora, el segundo templo estaba siendo financiado por una potencia extranjera que dominaba como imperio, y esa situación de dependencia se reflejaba en el tamaño y el aspecto del segundo templo. Sin embargo, también es cierto que la nostalgia del pasado nos atrapa y no nos deja valorar el presente ni el futuro.

Dios nos orienta hacia el futuro, por la presencia de su Espíritu. Su Espíritu es las arras de nuestra herencia final, lo cual quiere decir que por el Espíritu podemos ya tener un adelanto de lo que nos espera en el futuro. Por su Espíritu podemos ver una mejor iglesia cristiana, mejores líderes, mejores matrimonios, juventudes más leales a Cristo, más compromiso con el mundo de Dios, más celo misionero y evangelizador, más fidelidad a la palabra de Dios.

Esas son las esperanzas que tenemos para el nuevo año, para el futuro que Dios tiene para nosotros. No se trata sólo de recuperar los días buenos, sino de apropiarnos de días mejores que vendrán, de tiempos de bendición. El cristianismo apenas está empezando sobre este planeta. Apenas llevamos dos mil años en un mundo mucho más viejo que eso. Si en estos primeros dos milenios hemos cometido los terribles errores de cruzadas, inquisiciones, guerras de religión, expulsiones y descalificaciones mutuas, etcétera, por la gracia de Dios el futuro esplendor de su causa será mayor que el primero.

 

Lo que nos toca a nosotros

En estos primeros dos milenios hemos cometido errores terribles… pero también hemos contribuido a la lucha contra la esclavitud y a la promoción de los derechos humanos. La educación pública, los hospitales y universidades, la protección de las víctimas de injusticias, y en fin, la democracia moderna, son sólo algunos de los productos del cristianismo en este mundo. Y por la gracia de Dios creemos que nuestro futuro puede ser mejor.

Cristo puede volver hoy mismo. Sí. Pero también puede regresar dentro de diecisiete mil años. El asunto de cuándo viene el Señor por segunda vez no es nuestro problema. Lo que nos toca a nosotros es dar testimonio de que Cristo está vivo, y hacerlo con el poder del Espíritu.

Por eso, en este asunto del nuevo año que comienza, y la nostalgia que a veces nos golpea, los recuerdos que nos duelen y las preguntas que tenemos sobre el pasado: ¿Por qué sucedió aquello que no debió haber sido? Tragedias, errores, malas decisiones, catástrofes… Tenemos la opción de quedarnos enmarañados en los malos recuerdos que nos envenenan el alma, siempre anhelando que vuelva el pasado, o de cambiar el contenido de nuestra memoria.

De nuestro pasado, lo que hay que recordar es lo que Cristo hizo por su mundo en la cruz del Gólgota. Ahí quedó demostrado de manera contundente que el amor de Dios nunca se acaba y su compasión no se agota. Todos los días es nueva, como hoy. El día de hoy es una nueva invitación de parte de Dios, una nueva aventura para conocer mejor a Dios, para descubrir a Dios en el rostro de la persona menos esperada, y de encontrar las bendiciones de Dios en los rincones más escondidos de la existencia y en medio de los dolores y pruebas de la vida.

En este tiempo de sufrimiento, no estamos solos. Tenemos los recursos de la fe: su iglesia, su palabra, la comunión con el Espíritu Santo, que hoy es nuestro sustento. Por eso podemos vivir el nuevo año con un nuevo compromiso con el Señor. Que su mano nos dirija hacia los días mejores que tiene preparados para cada uno de nosotros, y para todo su mundo.  

Sin cruz no hay corona. Sin lucha no hay paz, y no hay crecimiento sin pasar por las pruebas. La misericordia de Dios es nueva cada mañana, y podemos tener seguridad en esta promesa. Pidamos al Señor que nos ayude a librarnos de las trampas de la memoria, para seguir caminando y hacer más sabio el corazón, recordando el amor que nos demostró en su Hijo Jesús. Que el Señor nos de la fuerza para reconstruir lo que está derribado, pero con la esperanza de su transformación, por medio de su gloria y de su paz. Que el Señor nos libre del poder de la nostalgia de todo tiempo pasado; que nos ayude a encontrarle hoy para renovar la esperanza de sus tiempos nuevos de paz y justicia.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enrolado por la gracia - Orientación hacia el futuro: gozo en la esperanza