Jocabed

En la salvación de Moisés, no existe la casualidad, rotundamente no. Todo estaba bien pensado y ejecutado.

28 DE ABRIL DE 2021 · 10:15

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@__matthoffman__">Matt Hoffman</a> en Unsplash CC.,
Foto de Matt Hoffman en Unsplash CC.

Para una madre, el mundo, los cielos, hasta el mismo Dios caben en la vida del hijo de sus entrañas, porque la maternidad es su razón de ser. El belga Maurice Maeterlinck, Premio Nobel de Literatura, dijo que las mujeres nunca se cansan de ser madres. Llegarían a mecer hasta la propia muerte, si viniera a dormir en sus rodillas. Por su parte, el ruso León Tolstoi dijo en una ocasión que las madres tienen en sus manos la salvación del mundo. La del mundo no lo sabemos, pero Jocabed sí tuvo en sus manos la salvación de Israel, Moisés, el niño que al llegar a hombre fue el instrumento de Dios para liberar a su pueblo de la opresión que estaba viviendo en Egipto.

Aunque Abraham pasó una temporada en Egipto escapando del hambre en la tierra donde vivía (Génesis 12:1), la presencia masiva de israelitas en el país tiene lugar en tiempos de José. Vendido por sus hermanos a unos mercaderes y revendido a un alto cargo de la corte de faraón (Génesis 41:40). Con José, su padre Jacob y el resto de la familia se trasladaron a Egipto: “Vinieron a Egipto Jacob y toda su descendencia consigo” (Génesis 46:6).

Se ha calculado que el total de los israelitas llegados desde entonces a Egipto sumaban 70 personas, niños incluidos.

Según Éxodo 12:40, “el tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años”.

Con el correr del tiempo los israelitas se multiplicaron extraordinariamente en Egipto: “Los hijos de Israel fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo, y se llenó de ellos la tierra” (Éxodo 1:7).

La frase “se llenó de ellos la tierra” no debe ser tomada en sentido planetario. Se refiere a la tierra de Egipto. Cuando los israelitas llegaron al país de los faraones se instalaron en Gosén, en el delta oriental del río Nilo, cerca de la capital, donde José gobernaba junto al faraón de turno. Gosén era una región ideal para la agricultura y el ganado, ocupación preferida del pueblo hebreo. Desde Gosén los israelitas tuvieron que expandirse por otras ciudades del país y entremezclarse con los habitantes egipcios.

Leo con cautela Éxodo 1:8: “Se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no conocía a José”.

¿Cuánto tiempo pasa desde la muerte de un rey hasta la instalación de otro en el trono?

El nuevo rey, ¿puede ignorar la historia vivida por su antecesor?

Comoquiera que fuese, el nuevo faraón la emprendió a sangre y fuego contra el pueblo hebreo. Teme que ante una guerra los israelitas se unan a los enemigos. Los somete a una opresión cruel. Son obligados a hacer ladrillos y construir nuevas ciudades. Tratados con suma dureza en sus trabajos. Les amargaban la vida con tareas de esclavos en las ciudades y en los campos, “los egipcios hicieron servir a los hijos de Israel con dureza” (Éxodo 1:13).

“Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían” (Éxodo 1:12). Es entonces cuando el faraón recurre a las parteras con otra órden más cruel que las anteriores: “Cuando asistáis a las hebreas en sus partos, y veáis el sexo, si es hijo matadlo; y si es hija, entonces que viva” (Éxodo 1:16).

Enterado el faraón que su orden no surtía efecto pidió explicaciones a las parteras, llamándolas a Palacio. Acuden dos de ellas, Sifra y Fúa, tal vez dirigentes de una agrupación de mujeres. El historiador Josefo sugiere que las dos serían egipcias, pues el faraón no se fiaría de parteras israelitas. Estas mujeres recurren a una artimaña. Dicen al rey: “Las mujeres hebreas no son como las egipcias; pues son robustas, y dan a luz antes que la partera venga a ellas” (Éxodo 3:19).

Fracasado el monstruoso plan, el faraón recurre a otro tan sanguinario e inhumano como el primero: “Mandó a todo su pueblo, diciendo: “Echad al río a todo hijo que nazca, y a toda hija preservad la vida” (Éxodo 1:22).

El infanticidio es la cumbre de la cruel persecución desatada contra los israelitas. “El río” se refiere al Nilo, que recorre 6.000 kilómetros, dando sentido y existencia a Egipto. Es posible que la alusión aquí al río sea indicativa de la preparación para el nacimiento de Moisés, que se narra en el segundo capítulo de Éxodo.

Entre los hebreos que habitaban en Egipto había un matrimonio compuesto por Amram y Jocabed. Los dos pertenecían a la tribu de Leví, que no era precisamente entre los predilectos de Jacob. Fue objeto de maldición por la matanza que él y su hermano Simeón llevaron a cabo en Siquem (Génesis 49:5). Al iniciar el libro de Éxodo el autor bíblico sólo pretende darnos a conocer las circunstancias que concurrieron en el nacimiento y salvación de Moisés.

Esta historia la explico en otros dos capítulos, uno escrito sobre María, hermana de Moisés, y otro sobre la hija del faraón. Aquí quiero mantenerme en el enfoque a Jocabed. Aún así aclaro que al ser la historia siempre la misma, basada en un texto único de la Biblia, la repetición de algunas ideas son inevitables.

A Amram y Jocabed les nació un niño que al verlo tan hermoso lo escondieron en la casa durante tres meses. Estaban arriesgando la vida. Si alguien les hubiera denunciado la guardia de faraón habría matado al niño y tal vez a ellos también.

Jocabed, mujer inteligente y madre dispuesta a correr cualquier riesgo para salvar al hijo, ideó un plan que llevó a cabo al milímetro.

faraón había ordenado que los niños de madres judías fueran lanzados al río Nilo. Ella siguió la orden, lanzó al río al niño gordito de tres meses, pero a su manera. “Tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea” (Éxodo 2:3). El junco era abundante en la desembocadura del Nilo. Los faraones lo utilizaban para hacer papel y algunos objetos de la vida diaria. El asfalto o betún llegaba a Egipto del Mar Muerto. Al calafatear la arquilla la estaba impermeabilizando contra la humedad. La “arquilla”, como la llama la Biblia, era conocida en aquella tierra donde se solía hacer cestas y barquitos con el material de juncos. No descuidó ni un solo detalle.

Todo ese proceso debió haber llevado a Jocabed tiempo y trabajo. Preguntemos a una madre, sobretodo en aquella circunstancia, lo que estaría dispuesta hacer por salvar la vida a un bebé de tres meses, además hermoso.

Cumplida esta parte de su plan, dio el siguiente paso.

Aquí, en la salvación de Moisés, no existe la casualidad, rotundamente no. Todo estaba bien pensado y ejecutado.

Hasta el día de hoy se conoce quiénes son los miembros de una familia real, su estado civil, solteros, casados, viudos, sus costumbres más o menos, salidas y entradas. En aquellos tiempos, con más motivos.

Jocabed puso su mirada en la hija del faraón. Se informó de sus visitas diarias para bañarse en aguas del río. Y actuó. Instaló cuidadosamente al niño en la arquilla, se aseguró de que las aguas no movieran su cuerpo. Estudió circunstancias de lugar y tiempo para que el agua no se llevara al niño, tuvo en cuenta el lugar donde la princesa iba a bañarse y dejó la arquilla “en un carrizal a la orilla del río” (Éxodo 2:3).

Prueba de que la buena madre tenía todos los movimientos estudiados se deduce del hecho de mandar a su hija mayor, María, a vigilar el rumbo de la arquilla. María era entonces una niña de 12 años.

Ocurrió lo que tenía que ocurrir: “La hija de faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: de los niños de los hebreos es éste” (Éxodo 2:5-6).

No se conoce el nombre de la princesa. En el supuesto de que fuera hija del faraón Ramsés II, como se cree, tampoco habría sido fácil adivinarlo, pues a este faraón se le atribuyen hasta un centenar de hijos.

Según documentos antiguos la princesa estaba casada, pero no podía tener hijos. Tal vez por eso, al ver a un bebé hermoso, se despertó en ella el instinto de la maternidad. El gran Unamuno dejó dicho que todo el amor de una mujer es amor de madre. Ella supo inmediatamente que aquél niño era hijo de padres hebreos. Conocía la ley del faraón ordenando que estos niños fueran arrojados vivos al río. Pero desafió la ley. No le importaba. Para ella, el sol de Egipto que caía a plomo sobre las aguas del rio sólo brillaba para la cabeza de aquel niño.

En este punto interviene la astuta niña María. Vio a la princesa apasionada con el niño. Y comprendió que había llegado su hora de actuar. “Dijo a la hija de faraón: ¿Iré a llamarte a una nodriza de las hebreas, para que te crie este niño? Y la hija del faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño. A la cual dijo la hija del faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y le crió” (Éxodo2:7-9).

El plan ideado por la buena de Jocabed tuvo un final feliz. Se entiende que tutelado por la princesa, que le puso por nombre Moisés, porque lo sacó del agua, aquel niño de los hebreos no correría peligro alguno. Es de creer que la princesa estaría en constante contacto con Jocabed para interesarse por el desarrollo del niño. ¿Cuánto tiempo lo tuvo con ella antes de entregarlo a la hija del faraón? Se ha calculado entre cuatro años y cuatro y medio. El historiador griego de origen judío Flavio Josefo, primer siglo de la era cristiana, dice en su libro Historia antigua de los judíos que cuando Jocabed entregó el niño a la princesa, ‘Moisesillo’ tenía ya tres años. En todo ese tiempo, ¿no logró averiguar la princesa que la supuesta nodriza era en realidad la verdadera madre biológica?

Mujer: si en algún momento llegas a dudar si merece la pena sacrificarte o arriesgarte por los hijos, piensa en Jocabed.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - Jocabed