Priscila

Ella fue una fiel adoradora de Dios que llegó a exponer su vida por Pablo.

02 DE DICIEMBRE DE 2020 · 08:29

Pablo en la casa de Priscila y Aquila. Un cuadro del siglo XVII, de autor desconocido. / Wikimedia Commons,
Pablo en la casa de Priscila y Aquila. Un cuadro del siglo XVII, de autor desconocido. / Wikimedia Commons

No le fue bien a Pablo en Atenas con los epicúreos y los estoicos que levantaban altares “al Dios no conocido”. Dejó la capital y viajó a Corinto, ciudad en la Grecia central, capital de la provincia romana de Acaya. El apóstol se encontraba por entonces en bajas condiciones físicas y anímicas. Lo recuerda en la primera carta que escribe a los corintios: “Estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor”. La mala recepción del mensaje en Atenas y la extremada corrupción de Corinto le acobardaron de momento. La inmoralidad reinaba en aquella ciudad. A Corinto llegaban para gastar su dinero gente de toda Grecia. “No todos pueden ir a Corinto”, se decía, aplicado a quienes tenían que renunciar a la ciudad por falta de dinero.

Durante su estancia en Corinto Pablo entabló amistad con un matrimonio judío. A ella la llamaban Prisca, diminutivo de Priscila. El nombre de él era Aquila. Lucas hace la presentación: En Corinto “halló a un judío llamado Aquila, natural de Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma”.

El Ponto era una provincia romana del Asia Menor, pero Priscila y Aquila habitaban en Roma cuando fueron expulsados por el emperador Claudio el año 49. El historiador romano Suetonio cuenta que la causa de la expulsión fue la agitación judía acerca de un tal Cristo.

Casualmente, Aquila y Pablo tenían un mismo oficio manual: “El oficio de ellos era hacer tiendas”.

Aquí tenemos un aspecto poco conocido de la vida de Pablo. Antes de convertido era un fariseo de prestigio. Algunos biógrafos de su vida mantienen que era Rabí. De acuerdo con la práctica judía, todo Rabí, además de su carrera religiosa, debía tener una profesión secular. Decían los judíos: “Aquel que no enseña a su hijo un oficio lo enseña a robar”.

Pablo había aprendido a hacer tiendas. Se ha traducido la frase bíblica como “tejedores de tela para las tiendas”. A esta tela, fabricada de ordinario de pelo de cabra, se le daba también el nombre de cilicio, dado a que su fabricación era algo muy extendido en Cilicia. Se utilizaba para hacer carpas, cortinas y colgantes.

Aquila y Priscila constituían un matrimonio muy desahogado económicamente. Tenían una casa grande. La Biblia dice que Pablo “se quedó con ellos”. Se ha calculado que vivió en aquella casa la mayor parte de los 18 meses que estuvo en Corinto. Los sábados acudía a la sinagoga y “persuadía a judíos y a gentiles”.

La Biblia no dice cuándo ni dónde Aquila y Priscila fueron convertidos. Tal vez a través de la comunidad cristiana en Roma. En Corinto se portaron muy bien con Pablo. Le dieron alojamiento en su hogar y le alimentaron. Ellos fueron también beneficiados al tener cerca a un hombre sabio como Pablo, de quienes aprenderían mucho y orarían con él.

A Aquila y Priscila siempre se les menciona juntos en el Nuevo Testamento. Formaban un matrimonio muy unido. Trabajaban juntos. Pero toda vez que este artículo está enfocado a la mujer como parte del título general Mujeres de la Biblia, me veo obligado a marginar en lo posible a Aquila y ocuparme de Priscila, como protagonista principal de estas letras.

La primera vez que se vieron Pablo y Priscila fue en casa de ella, donde el apóstol permaneció una larga temporada, según escribí en anteriores letras.

Cuando Pablo consideró suficientemente asegurada la Iglesia en Corinto determinó regresar a Antioquía, embarcando para Siria. Le acompañaba Priscila. Llegado a Éfeso, ella quedó allí. Sigue Lucas en los Hechos: “Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente”.

Apolo había sido seguidor de Juan el Bautista. Lideraba un grupo de seguidores propios que se hallaban en cierta oposición con los cristianos “paulinos”. Por este motivo se dirigió a Éfeso en busca de Pablo.

Según Lucas, Apolo “había sido instruido en el camino del Señor y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor”. Enseñaba sobre Jesús y su doctrina, pero no la verdad completa hasta el punto de ignorar un elemento tan esencial como el bautismo cristiano; sólo conocía el bautismo para arrepentimiento que predicaba Juan.

Priscila escucha a Apolo cuando éste predicaba en la sinagoga. Inmediatamente advierte la debilidad de su doctrina. Comprende lo que faltaba al elocuente predicador. Lo escucha sin juzgarlo. No le critica en público. Lo llama aparte y le expone “más exactamente el camino de Dios”. No lo hace en la sinagoga. Lo invita a su casa, donde Apolo y Priscila hablaron largamente. Apolo se mostró bastante humilde ante la mujer y aceptó sus enseñanzas. Por lo que en el Nuevo Testamento leemos, Apolo siempre estuvo agradecido a Priscila por haberle explicado más detalladamente el camino del Señor. En la primera epístola a los Corintios, capítulo 16, Apolo acompaña a Pablo en su ministerio. En Tito 3:13 Pablo de Tarso pide al joven discípulo que encamine a Apolo “con solicitud, de modo que nada le falte”. El Diccionario Bíblico de Editorial Clie afirma que “numerosos pensadores cristianos, incluso Lutero, han creído ver en Apolo el autor de la Epístola a los Hebreos”.

Pablo siempre tuvo a Priscila en gran estima. En Romanos 16:4 dice que expuso su vida por él. El teólogo norteamericano McGarvey afirma que Pablo halló en Priscila una fiel adoradora de Dios y trabó con ella “un cariño personal que duró hasta el último día de su vida”.

Es frecuente encontrar en algunos viajes de Pablo la presencia de Priscila. En sus epístolas la recuerda con frecuencia. Romanos 16:3: “Salud a Priscila, mi colaboradora”. Primera de Corintios 16:19: “Priscila, con la Iglesia que está en su casa, os saluda mucho en el Señor”.

Mujeres de la Biblia que vivieron en los primeros siglos de la era cristiana deberían ser más objeto de tratamiento por escritores de hoy. Como Priscila, sufrieron los ataques del paganismo, de las autoridades judías y romanas, pero supieron mantenerse con firmeza en la fe, dando continuo testimonio de su amor y pertenencia a Cristo.

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