La viuda de Sarepta

Esta historia nos enseña que en las manos de Dios lo poco deviene mucho.

06 DE MAYO DE 2020 · 09:30

Elías y la viuda de Sarepta, un cuadro de Bernardo Strozzi, de 1640. / Wikimedia Commons,
Elías y la viuda de Sarepta, un cuadro de Bernardo Strozzi, de 1640. / Wikimedia Commons

Dios no ha hablado siempre por medio de profetas y evangelistas. También ha querido confirmar Su palabra y Su existencia a través de milagros.

Dentro de la terminología bíblica el milagro se presenta como signo y efecto del poder de Dios.

En el Nuevo Testamento los milagros son inseparables de la historia de Jesús. El Señor se refiere a ellos cuando pide a los mensajeros de Juan el Bautista que hagan saber a éste la variedad de sus milagros: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el Evangelio”. (Lucas 7:22).

En el Antiguo Testamento abundan los milagros divinos en mayor número que en el Nuevo. El profeta Isaías pide a Acaz que distinga el milagro de Dios: “ya sea de abajo en lo profundo, o arriba en lo alto”. (Isaías 6:11)

En la historia que motiva este artículo aparece la figura gigantesca del profeta Elías siendo acogido en su casa por una mujer viuda que habitaba en Sarepta, ciudad fenicia en el Mediterráneo, entre Tiro y Sidón. El profeta llego allí, lejos de su residencia habitual, escapando de un período de sequía que había en Israel. Algunos comentaristas del Antiguo Testamento creen que Elías estuvo varios días en aquella casa. Durante su estancia realizó tres milagros: el pan, el aceite y la resurrección de un niño muerto. Los detalles se encuentran en el capítulo 17, primer libro de los Reyes.

Huyendo de Jezabel, de quien ya he escrito en estas letras, mujer malvada que juró matarlo, se refugió en una cueva a orillas del Jordán. Los cuervos lo alimentaban y el río le daba agua. En aquella situación recibió una orden de Jehová: “levántate, vete a Sarepta de Sidón, y mora allí; he aquí yo he dado órdenes a una mujer viuda que te sustente.” A Elías pareció que se trataba de una orden muy extraña, pero obedeció. “se levantó y se fue a Sarepta. Y cuando llegó a la puerta de la ciudad, he aquí una mujer viuda que estaba allí recogiendo leña; él la llamó y le dijo: te ruego que me traigas un poco de agua en un vaso para que beba. Y yendo ella para traérsela, la volvió a llamar y le dijo: te ruego me traigas también un bocado de pan en tu mano”.

Entran en la casa. Ocurre el primer milagro. La mujer responde al profeta que no tiene pan. Solamente un puñado de harina con el que pretendía cocer algo de pan para ella y para el hijo. Cada día nos trae su pan, dijo el estadista norteamericano Benjamín Franklin. Depende. No todos los días. Tampoco a todos. No sólo de pan vive el hombre, dijo Jesús. Cierto. Pero sin pan tampoco. Aquella viuda carecía de todo. Vivía en una pobre casa destituída de lo más elemental. El hambre había llegado también a su ciudad. Para subsistir había vendido todo lo vendible. Sólo le quedaba un poco de harina para la última pieza de pan.

¿Estaba hambriento el profeta? No lo sé, pero insistió: es verdad que sólo queda en tu casa un puñado de harina, pero haz lo que te he mandado. Amásala, ponla sobre la leña, el pan que resulte no lo comas, ni lo des a tu hijo, traélo primero a mí. Te prometo que la harina no faltará nunca en tu casa. ¿Conoció la mujer que aquél que así le hablaba era hombre de Dios? Le hizo caso, el pan cocinado en la leña lo puso a su disposición. Después, el milagro. La harina se multiplicó. “Comió él, ella y su casa muchos días. Y la harina de la tinaja no escaseó.”

Segundo milagro: el aceite. Cuando Elías le pide pan durante el primer encuentro la mujer le dice que sólo tiene un puñado de harina “y un poco de aceite en una vasija”. La mujer iría de asombro en asombro. La harina que tenía en la tinaja no escaseó “ni el aceite de la vasija menguó”.

Se puede decir que en la naturaleza no hay milagro, pero también se puede decir que todo es milagro, escribió Pío Baroja. Don Quijote creía que los milagros suelen suceder fuera del orden que escapa a la razón.

El tercer milagro llevado a cabo por Elías en la pobre casa de la viuda de Sarepta fue análogo al que efectuó Eliseo en el hogar de la Sunamita (2º de Reyes 4:34).

El hijo de la viuda enfermó y murió. Ella parecía una mujer escasa de fe. Criada en el paganismo, creía que la muerte del hijo era castigo de Dios por sus pecados. No había leído al profeta Ezequiel: “el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo”. (18: 20).

El famoso ateo escocés David Hume escribió que los muertos resucitados en la Biblia no estaban realmente muertos. El niño de la viuda no había entrado en simple fase de falta de respiración, tampoco se trataba de un desvanecimiento ni de catalepsia. El muerto estaba realmente muerto, como lo atestiguó la propia madre: “El niño cayó enfermo y la enfermedad fue tan grave que no quedó en él aliento”.

El varón de Dios entra en acción. Pide a la madre el cuerpo del niño. Lo pone en la cama. Se tiende sobre el niño tres veces y ora a Dios de esta manera: “Jehová, Dios mío, te ruego que hagas volver el alma de este niño a él. Jehová oyó la voz de Elías, y el alma del niño volvió a él, y revivió. Lo entregó a la madre y le dijo: mira, tu hijo vive.”

La resurrección de este niño nos pone frente al misterio de la muerte. La mención dos veces del alma, cuando Elías pide a Dios que haga volver el alma al niño y cuando el alma del niño vuelve a él indican que la muerte es la separación del alma inmortal del cuerpo mortal.

El apóstol Pablo dice que el primer hombre, Adán, fue hecho “Alma viviente”. (1ª Corintios 15:45), alma que vive, alma que da vida al cuerpo.

Finalmente, esta historia nos enseña que en las manos de Dios lo poco deviene mucho, lo pequeño se hace grande. Un poco de harina y una vasija de aceite, posesiones insignificantes, se multiplican cuando lo pedimos con fe a Dios.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La viuda de Sarepta