La reina de Sabá

Cristo refirió la majestad y grandeza de la reina de Sabá y engrandeció el hecho de que tan ilustre mujer llegara de lejos para comprobar la sabiduría de Salomón.

08 DE ABRIL DE 2020 · 10:30

La visita de la reina de Sabá a Salomón, un cuadro de Bonifacio de Piati. /Wikimedia Commons,
La visita de la reina de Sabá a Salomón, un cuadro de Bonifacio de Piati. /Wikimedia Commons

De la reina de Sabá, con acento en la a, como figura en la Biblia, tenemos dos relatos. Uno en el capítulo 10 del primer libro de los Reyes y otro en el capítulo nueve del libro segundo de Crónicas.

Entre las tribus que habitaban Arabia, los sabeos eran célebres por su riqueza. La capital de aquel reino era Sabá. Según el poeta latino del siglo IV, Claudiano, el reino estuvo primitivamente gobernado por mujeres. Algunos historiadores y geógrafos sostienen que hacia el año 3000 los sabeos obedecían a una princesa. El historiador judío del primer siglo, Flavio Josefo, cree que existe confusión de fechas, puesto que Salomón vivió en el año 1000 antes de Cristo. La tal princesa era en realidad la reina de Sabá. Su nombre no aparece en la Biblia.

Las leyendas en torno a esta mujer se han disparado. La tradición árabe le aplica el nombre de Balkis. El Corán, del siglo VII, cuenta una de esas leyendas. Dice que la reina de Sabá practicaba el culto al sol. Salomón la amenaza, la obliga ir a Jerusalén y allí la reina se convierte a Jehová.

La versión de la Biblia es otra: “Oyendo la reina de Sabá la fama que Salomón había alcanzado por el nombre de Jehová, vino a probarle con preguntas difíciles. (…) Y Salomón le contestó todas sus preguntas, y nada hubo que el rey no le contestase… Y (Sabá) dijo al rey: Verdad es lo que oí en mi tierra de tus cosas y de tu sabiduría; pero yo no lo creía, hasta que he venido, y mis ojos han visto que ni aun se me dijo la mitad; es mayor tu sabiduría y bien, que la fama que yo había oído… Y el rey Salomón dio a la reina de Sabá todo lo que ella quiso, y todo lo que pidió, además de lo que Salomón le dio. Y ella se volvió, y se fue a su tierra con sus criados”. (1º de Reyes 10:1-13)

La reina visitaría los palacios y monumentos de Jerusalén. Todas estas maravillas se veían superadas por la grandeza del templo construido por Salomón, que sería destruido por el emperador romano Tito. Nada de esto había en su reino.

Las leyendas, sin documentación fiable que las apoyen, se suceden. Unas creen que la reina de Sabá permaneció varios meses en Jerusalén. Otras suponen que Salomón, deslumbrado por la belleza de la mujer, contrajo matrimonio con ella. De esta unión nacería un hijo. No pudiendo permanecer más en Jerusalén la reina regresó a su país, llevando con ella al hijo. Crecido el príncipe su madre lo envío a Salomón. Éste, dicen, lo reconoció como hijo legítimo. El joven permaneció durante un tiempo junto al padre, pero añorando a la madre y a su tierra, regreso al país de Sabá.

Advierto: absolutamente nada de esto dice la Biblia. La leyenda es una relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosas que de históricas o verdaderas. La leyenda, cultivada por casi todos los poetas, vence el paso de los siglos, como en esta cita del sevillano Gustavo Adolfo Bécquer: “Que lo creas o no, me importa bien poco. Mi abuelo se lo narró a mi padre; mi padre me lo ha referido a mí, y yo te lo cuento ahora, siquiera no sea más que para pasar el rato”.

Lo rigurosamente histórico es la existencia de Hailé Selassie. Nació en julio de 1892. Fue emperador de Etiopía entre 1930 y 1974. Murió en la capital del país, Adiss Abeba en 1975. Pretendía ser descendiente de la reina de Sabá y del rey Salomón; se hacía llamar Rey de reyes y León de Judá.

La historia es testigo de las edades, heraldo de la antigüedad. Muchas mujeres importantes vivieron en aquellos siglos remotos, pero no hicieron cosas como para ser contadas. La reina de Sabá no sería la única que oyó hablar de la sabiduría de Salomón, pero, a lo que sabemos, fue la única que viajó desde tierras remotas hasta Jerusalén con la intención de comprobar si era cierta la fama de sabio que se atribuía a Salomón. Buscad y hallaréis, dijo en una ocasión el Maestro de Galilea. Ella buscó y halló. Si la fama de Salomón es recordada hasta el día de hoy, también la reina ha sido cubierta de fama en la historia, en la literatura, en la pintura. Su extraordinaria belleza ha sido llevada a los lienzos por prestigaiosos pintores como Dominiquino en Italia, Hólbein en Alemania, Lairerse en Bélgica, Lesueur en Francia y otros muchos.

En la ópera del alemán Karl Golmark, La reina de Sabá, sobre libreto de Masenthal, estrenada en Viena en 1875, el autor de la letra cuenta en cuatro actos la visita bíblica de la reina al rey Salomón. Pero lo que sobrepuja a todo elogio es el honor que la sabiduría encarnada, Cristo, le tributa en un texto que recogen san Mateo y san Lucas: “La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí más que Salomón en este lugar.” (Mateo 12:42).

Cristo refirió la majestad y grandeza de la reina de Sabá y engrandeció el hecho de que tan ilustre mujer llegara de lejos para comprobar la sabiduría de Salomón. Destaca la fuerza de las palabras del Maestro y la aplicación a su persona. Si una reina pagana viajó desde los confines de la tierra para ver a Salomón, la generación judía que le escuchaba estaba obligada a seguir sus enseñanzas. Él era más que Salomón.

San Bernardo, siglo XII de nuestra era: “La reina de Sabá, de cultura pagana, llegada de lejos para cerciorarse de la verdad de Salomón, es para nosotros un ejemplo a seguir. Hemos de escudriñar los misterios de Dios sin importar el camino que hayamos de recorrer”.

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