El hecho religioso

Nunca me ha gustado la expresión “fenómeno religioso”. Prefiero el “hecho religioso”. El fenómeno, aunque corresponde a una realidad objetiva, es una representación subjetiva, depende del modo de pensar o sentir de cada uno y no del objeto en sí mismo. Lo que Campoamor reducía al color del cristal propio.

24 DE MAYO DE 2007 · 22:00

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La religión no es consecuencia de una teoría que surge en el tiempo. Es un sentimiento sublime, profundo, envuelto con deslumbrantes resplandores en esa eternidad que no tuvo principio ni tendrá fin. El filósofo alemán Ernst Bloch, quien consagró especial atención al problema de las creencias, llamó a la religión “la herencia de la humanidad”, que no cesa de suscitar críticas, preguntas, expectativas…. El novelista y profesor universitario norteamericano John Edgar Wideman ha publicado recientemente en España (“El Mundo” 16-3-2007) un largo ensayo al que ha puesto por título “La fe y la razón”. Criado en la iglesia episcopal, Wideman confiesa que ahora no cree en Dios ni en la religión, si bien admite que en la religión encuentra abundante material para sus novelas. Por las novelas le pagan, y mucho; la religión le permite escribir novelas y ganar dinero, pero a él le gustaría que la religión desapareciera del planeta. Es la grande, la profunda, la eterna contradicción de los escritores ateos. Afirman no creer en Dios pero utilizan su nombre para hacer fortuna. Wideman, que ahora tiene 65 años, dice que “es necesario imaginar el futuro de la Humanidad sin religión” porque la religión, según cree, pone en duda nuestra legitimidad, nuestro destino. Para el escritor norteamericano, la religión “es retrógada”, “irracional”, “supersticiosa”. “La imaginación debe tener libertad para concebir mundos sin religión”. Si esto fuera posible, ¿cómo serían esos mundos? El ateísmo impuesto en la Unión Soviética después de la revolución de octubre 1917 y en otros países del este de Europa tras la segunda guerra mundial, ¿produjo seres felices? La ausencia de religión ¿ha mejorado la condición íntima y social del individuo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Cómo? Si el genial escritor ruso León Tolstoi, fallecido en 1910, viviera hoy, diría a Wideman lo que escribió en su tiempo: “El hombre puede ignorar tener una religión, como puede ignorar tener un corazón, pero sin religión, como sin corazón, no puede existir”. Escrito por cuatro autores, la Editorial C.C.S., de Madrid, ha publicado una obra sobre el hecho religioso. Uno de los cuatro, Martín Pindado, bucea en el origen de la religión y escribe que “las religiones ya configuradas hunden sus raíces en unos prototipos prehistóricos que se pueden rastrear al menos hasta el paleolítico”. Como historiador y como teólogo Martín Pindado se queda corto. Antes del paleolítico, antes de la prehistoria, antes de todos los períodos comprendidos entre la aparición de los homínidos y el hombre erecto, teoría de la evolución que se derrumba ante la certidumbre del Génesis, ya existía Dios. Y Dios es un ser eminentemente religioso. El filósofo francés Claude Tresmontant, en su libro “CÓMO SE PLANTEA HOY EL PROBLEMA DE LA EXISTENCIA DE DIOS”, afirma que “despojar a Dios de su carácter religioso es despojarlo de su divinidad. La nada absoluta no puede producir ningún ser. Dios se nos aparece como algo necesario y eterno. Al aparecer Dios se inicia en la Historia la etapa del hecho religioso” En un bello párrafo en la línea del anterior, uno de los discípulos de Ortega y Gasset, Xavier Zubiri, afirma en “EL PROBLEMA FILOSÓFICO DE LA HISTORIA DE LAS RELIGIONES”: “La historia de las religiones es la palpitación real y efectiva de la divinidad. Es una presencia soterrada de la divinidad, pero una presencia dinámica, real y efectiva en el seno del espíritu humano”. El hecho religioso es tan auténtico y tan real como nuestra propia respiración, como el latido del corazón, como el correr de la sangre por nuestras venas. Somos el principio de la religión; el centro de la religión; el fin de la religión. Como en la ya famosa película “EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS”, hemos de modificar la perspectiva desde la que miramos el mundo. Porque el mundo es diferente visto desde encima de una mesa o del otro lado de las nubes. Las escuelas y creencias que durante algún tiempo combatieron la religión han caído en la caducidad. La humanidad del siglo XXI, del que el político francés André Malraux dijo que será religioso o no será, necesita contemplar el mundo desde la altura de la religión. Sin perspectiva religiosa la vida se emponzoña desde la cuna a la tumba. Eugenio Trías, catedrático de Historia de las Ideas en la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, es autor de dos buenos libros sobre el hecho religioso: “LA EDAD DEL ESPÍRITU” y “PENSAR LA RELIGIÓN”. Al igual que Malraux, Trías pronostica para el siglo XXI una era de despertar de lo religioso tras el vacío que han dejado tiempos de secularización. Trías aboga por una concepción personal de la religión. Una religión que nos posea y que a la vez tenga el suficiente encanto para ser poseída por el hombre de hoy. La religión comparece en el horizonte y nos reta para que la pensemos de verdad, afirma el filósofo barcelonés. La historia del pensamiento occidental se ha desarrollado unas veces en diálogo y otras en confrontación con la fe. Hoy no basta con afirmar que la sociedad del futuro debe ser impregnada del espíritu religioso. Es preciso, además, que el mundo de las ideas, que el campo de la reflexión sean profundamente cristianos, genuinamente cristianos, sólo cristianos, cristianos evangélicos, es decir, con base en los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento.

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