Tocar fondo para volver a empezar
Solo cuando viajamos a lo más profundo de nuestro interior son iluminadas las oscuridades más hondas del alma.
02 DE AGOSTO DE 2025 · 21:00

“Y prendiéndole, le llevaron, y le condujeron a casa del sumo sacerdote. Y Pedro le seguía de lejos. Y habiendo ellos encendido fuego en medio del patio, se sentaron alrededor; y Pedro se sentó también entre ellos. Pero una criada, al verle sentado al fuego, se fijó en él, y dijo: También este estaba con él. Pero él lo negó, diciendo: Mujer, no lo conozco. Un poco después, viéndole otro, dijo: Tú también eres de ellos. Y Pedro dijo: Hombre, no lo soy. Como una hora después, otro afirmaba, diciendo: Verdaderamente también este estaba con él, porque es galileo. Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que dices. Y en seguida, mientras él todavía hablaba, el gallo cantó. Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedro se acordó de la palabra del Señor, que le había dicho: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente”. Lc. 22:54-62.
Jesús ha sido rechazado y cuestionado por los romanos, por los fariseos, por los saduceos y los principales sacerdotes y muy pronto va a ser acusado, juzgado y condenado a la muerte de cruz en un juicio sumarísimo sin garantías procesales. Pero a estos hechos dramáticos hay que añadir uno más: la negación de Pedro. Lo primero que muestra este suceso es, precisamente, el fracaso del apóstol que había proclamado de manera solemne que no le negaría jamás, Mt. 26:33.
En el momento que Jesús es presentado al Sumo Sacerdote, Pedro se encontraba calentándose junto a los criados. ¿Por qué? ¿Intentaba pasar desapercibido? ¿Esperaba ver el desenlace del proceso en un plano anónimo, sin levantar polvo como un mero espectador accidental? El problema es que, cuando se le identifica y se le presiona para que diga la verdad, aquel hombre que había ostentado ante los demás y ante el Señor una fidelidad insobornable, responde: “¡No conozco a ese hombre!”, Mt. 26:72. Y, cuando se le presiona, vuelve a decir gritando que nada le une al Señor porque no le conoce.
Es cierto que no le conoce. Todavía no. Pero también es verdad que este lamentable grito pone en claro que Pedro no se conoce ni siquiera a sí mismo. Nunca pensó llegar a ese punto, quizás no se reconoció en lo que estaba haciendo, pero llevado por su extrema debilidad lo llevó adelante. El apóstol nunca imaginó que se derrumbaría porque nunca pasó por su cabeza que las circunstancias serían las que de hecho fueron, ya que nada salió conforme a lo previsto por él. Todo el amor que había sentido por Jesús, de pronto es puesto en cuestión porque con su condena el Señor se había convertido en un peligro para él mismo y para su familia. Todos los sueños de futuro aparecían ahora rotos en mil pedazos. ¿Pensaba Pedro que había sido objeto de un engaño? La cuestión es que aquí toca fondo. En ese tocar fondo está la verdad, porque solo cuando viajamos a lo más profundo de nuestro interior son iluminadas las oscuridades más hondas del alma.
Lo que sacó a Pedro de su noche oscura fue, precisamente, el canto del gallo. Ese sonido anunciaba que era hora de despertar porque le hacía recordar al apóstol lo que su Maestro le había advertido. Y, entonces, fue y lloró amargamente. Lo que le hizo llorar fue el encuentro con la verdad. Las suyas fueron lágrimas por haber traicionado al Señor, pero también por haberse traicionado a sí mismo (“Biografía de la luz”. P. d’Ors). Esas lágrimas le dejaron desarmado con su ego mordiendo el polvo, porque le descubrieron realidades de sí mismo que antes desconocía.
Solo cuando muere el ego, nos abrimos al verdadero yo. Por eso, cuando lloramos con el sentir de Pedro rindiéndonos ante nuestra propia vulnerabilidad descubrimos que todo cambia cuando nos sentimos y nos sabemos falibles. Y es, precisamente, a partir de ese momento que nos encontramos preparados para nacer a una nueva fuente de conocimiento de nosotros mismos y, sobre todo, del Dios de toda misericordia que siempre nos perdona, acoge, restaura y resitúa de nuevo en el camino para volver a empezar. Soli Deo Gloria.
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