Bailando con la mirada

¿Qué miramos cuando salimos al mundo? ¿Qué tipo de imágenes concentran nuestra atención?

27 DE JULIO DE 2025 · 10:00

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Foto de Vladimir Fedotov en Unsplash

“La lámpara del cuerpo es el ojo; por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz.  Pero si tu ojo está malo, todo tu cuerpo estará lleno de oscuridad. Así que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¡cuán grande será la oscuridad!” Mt. 6:22-23.

La vida no debería ser una representación en la que uno ejerce siempre y solo de primer bailarín rodeado de secundarios frente a espectadores que nos aplauden, jalean, envidian y admiran. Nos movemos en un mundo en el que se nos invita a convertirnos en divos y primadonas. Sin embargo, el mundo no es un espejo en el que mirarnos para ver tan solo reflejos de nosotros mismos en los demás. Nada de eso. Lo que sucede es que vivimos en un momento histórico en el que aprender a mirar al otro en su realidad concreta, resulta un ejercicio cada vez más difícil. ¿Qué miramos cuando salimos al mundo? ¿Qué tipo de imágenes concentran nuestra atención? La realidad circundante nos entra por los ojos. Así que, en un ejercicio de autenticidad, deberíamos preguntarnos qué miradas insuficientes, parciales e incompletas   dirigimos hoy a lo que nos rodea:

Una mirada egocéntrica. Tú eres lo más importante, tus deseos, tus necesidades y tu felicidad. Tus gustos mandan. Tú pones las reglas porque el mundo está hecho a tu medida. Tú eres el centro alrededor del que todo y todos gravitan.

Una mirada distante. El mundo entra en nuestras vidas a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Vemos guerras, catástrofes, tsunamis, terremotos y protestas. Miramos cómo caen ídolos gigantes con pies de barro. Contemplamos los infiernos y también los paraísos de nuestro mundo. Pero la realidad contemplada a través de las pantallas termina siendo un universo lejano, ajeno, distante y remoto, a años luz de nuestras experiencias personales. Todas estos dramas no tocan nuestras emociones, ni se clavan en nuestros pensamientos, ni nos mueven a la acción. Sencillamente, las vemos pasar como meros espectadores que contemplan el paisaje de la vida, para unos mágica y para otros trágica.

¿Quién es mi prójimo? En este mundo, donde la mirada se vuelve  muy a menudo hacia uno mismo, importa educar la mirada para aprender a practicar una espiritualidad de ojos abiertos y no un simulacro de piedad mojada en lágrimas de cocodrilo. ¿Cuáles serían los principales aprendizajes necesarios en el descubrimiento del otro? ¿Qué mirada necesitamos reenfocar al pensar en el prójimo?

Aprender que el otro es distinto. El otro no es solo la relación que tiene conmigo. Es mucho más. Es alguien distinto, ajeno, con su propia vida, sus conflictos concretos, su afectividad, su modo de expresarse, su educación y su historia personal. A veces, convivimos mucho tiempo con personas que son perfectas desconocidas para nosotros, y la razón no es otra que la falta de interés para asomarnos a  sus vidas. No queremos mirar más allá.

Aprender que sus limitaciones son también las mías. Todos tenemos grietas. Todos caminamos, a menudo, con pies de barro. Todos nos venimos abajo, con frecuencia y sin motivo aparente. Todos reaccionamos algunas veces como niños en vez de como adultos (“Bailar con el tiempo” J. M. Rodríguez Olaizola). Tomar conciencia de estas cosas debería ayudarnos a ser auténticos, mostrarnos vulnerables y reconocer nuestros errores con humildad, aprendiendo a contemplar los de los otros con la misma tolerancia. Sobre todo, porque este es el único modo de evitar entrar en un mundo de expectativas imposibles, las exigencias excesivas y los juicios sumarísimos que golpean y hieren la fraternidad. Afinar la mirada, a fin de cuentas.

“La lámpara del cuerpo es el ojo”, Mt. 6:22. Según Jesús, es como si los ojos fueran una especie de ventanas que permiten entrar la luz a todo el ser interior. Si la mirada es buena, ilumina todo lo que se hace. Si la mirada es maligna, en cambio, nos movemos en la oscuridad. Por supuesto, se trata de una figura del lenguaje a modo de metáfora que también encontramos en otros lugares de las Escrituras. El “ojo” equivale al “corazón”, es decir, “disponer el corazón” y “tener buen ojo” son  sinónimos; “Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu Ley… no encubras de mi tus mandamientos”. Sal. 119:18,19.

De manera similar, en este texto del Sermón del Monte, Jesús pasa de la importancia de tener nuestro corazón en el lugar correcto: “Donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”, Mt. 6:21, a la importancia de tener nuestro “ojo” sano. Todo es cuestión de visión. Si tenemos vista física, podemos ver qué hacemos y hacia dónde vamos. Así también, si tenemos visión espiritual y nuestra perspectiva está correctamente ajustada, nuestra vida estará llena de sentido y dirección para contemplar con una mirada bien dirigida al Señor, a nosotros mismos y a los demás. Soli Deo Gloria.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - En el camino - Bailando con la mirada