Pentecostés siempre vuelve

Pentecostés es la fuente vital del verdadero avivamiento. Sin ese acontecimiento clave, la Iglesia de Jesús se hubiera extinguido por completo en pocos días.

07 DE JUNIO DE 2025 · 23:50

Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@sosogue">S. H. Gue</a>, Unsplash CC0.,
Foto: S. H. Gue, Unsplash CC0.

Estos días en los que recordamos en la tradición judeocristiana la fiesta de Pentecostés, tan significativa para los cristianos en general y siendo también una de las tres grandes fiestas de Israel, quisiera aportar unas breves consideraciones, extrapolando el inmenso valor espiritual que este acontecimiento supuso para la naciente Iglesia de Jerusalén y, sin duda, también para la Iglesia de todos los tiempos.

La promesa del Padre, tal como Jesús les anunció a los suyos en la intimidad del aposento alto, se cumplió diez días después de su ascensión a los cielos.

Los dos primeros capítulos de los Hechos de los apóstoles nos relatan, con suficientes detalles, la intensidad de aquella carismática experiencia colectiva de los ciento veinte reunidos en aquel lugar.

Puedo imaginarme aquel inesperado seminario exprés de los discípulos con Jesús durante cuarenta días, experimentando tantas sensaciones profundas y el caudal de revelaciones con el Resucitado allí presente; y como poco después entrarían en el Selah (pausa reflexiva) que el Maestro les había anunciado: “Esperad…porque dentro de no muchos días…recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo…”. (Hechos 1: 4-5,8)

Estoy seguro de que ellos no podían llegar a imaginar la magnitud de lo que iba a suceder en aquel lugar, coincidiendo con la fiesta de Pentecostés, siendo conmovidos por el estruendo celestial y un viento recio golpeando con fuerza las ventanas del aposento alto, además de la súbita aparición sobre sus cabezas de lenguas flameantes como de fuego, “siendo todos ellos llenos del Espíritu Santo, comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen… las maravillas de Dios”.

Sobrecogidos e impulsados por tan impresionante experiencia, comenzaron a testificar públicamente acerca de Jesús, el Mesías prometido, con un valor y un poder de convicción desconocidos; con tal persuasión que miles, aquel mismo día, respondieron al llamado apostólico de la salvación.

El modelo por excelencia de todos los avivamientos habidos y por haber, no es otro que el derramamiento del Espíritu Santo en Pentecostés.

Pentecostés es la fuente vital del verdadero avivamiento. Sin ese acontecimiento clave, la Iglesia de Jesús se hubiera extinguido por completo en pocos días, de hecho, ni siquiera habría Iglesia tal y como la conocemos hoy.

La persona y la acción del Espíritu Santo son una de las cuestiones teológicas más discutidas desde principios del siglo XX hasta nuestros días.

Cierto es que los traficantes del engaño y los charlatanes de turno han enturbiado, en parte, la genuina y poderosa obra del Espíritu Santo de ayer, de hoy y de siempre, que por encima de todo es totalmente inapelable.

Hoy más que nunca necesitamos volver a las fuentes de Pentecostés para beber de este Río de Vida divina y ser empoderados, por el mismo Jesús, con ese bautismo de poder celestial para no sucumbir ante las llamaradas del infierno contra los santos y que también amenazan con destruir a esta cada vez más enloquecida humanidad.

La nueva generación de discípulos necesitará de una poderosa dotación del Espíritu para enfrentar los diabólicos y perversos desafíos que ya se están produciendo en el mundo entero contra la verdadera Iglesia de Dios.

Solamente un reencuentro con el Espíritu Santo nos devolverá la fuerza de la fe, la esperanza y el amor de Dios, irradiando los corazones de una nueva generación de hijos e hijas nacidos del Espíritu que afectarán a países, culturas y comunidades enteras antes del retorno de Cristo que, cada vez, se percibe más inminente que nunca. Esta es la nueva generación de los hijos del viento (del Espíritu)

Quienes lideramos la obra evangélica en nuestros países tenemos que atrevernos a impartir y empoderar a los nuevos discípulos sin complejos ni claudicaciones, cual Eliseo al joven rey Joás, dándoles nuestra diestra y animando su fe con la bendita unción del Espíritu para las duras batallas que enfrentaran en este final de los tiempos (2ª Reyes 13: 14-19).

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