Don Quijote con fondo bíblico: burlas en Barcelona
Recuerda Torrente Ballester que la burla, en el orden estético, implica la noción moral de desprecio.
24 DE OCTUBRE DE 2025 · 10:07
 
                La comitiva que había dado la bienvenida a Don Quijote ejercita unas extrañas e innecesarias vueltas de caracol en derredor del hidalgo. Estas y otras escenas que más adelante se contarán recuerdan las burlas sufridas en casa de los duques. Acabado el zarandeo, Antonio Moreno toma de nuevo la palabra, habló a Don Quijote y díjole: “Vuesa merced, señor Don Quijote, se venga con nosotros; que todos somos sus servidores y grandes amigos de Roque Guinart. A lo que Don Quijote respondió: Si cortesías engendran cortesías, la vuestra, señor caballero, es hija o parienta muy cercana de la del gran Roque. Llevadme do quisiéreis; que yo no tendré otra voluntad que la vuestra, y más si la queréis ocupar en vuestro servicio”.
Antonio Moreno responde a estas palabras con otras no menos comedidas. La cortesía del caballero rico, ejemplar de los catalanes en época de Cervantes, trasciende a la esfera del elogio y es objeto de demostración práctica.
Al son de las chirimías y de los atabales, todos se encaminan a la ciudad. Antes de entrar a ella dan comienzo las burlas ciudadanas. Cada cual monta su cabalgadura. Los caballeros en hermosos corceles ricamente enjaezados. Sancho Panza en su rucio y Don Quijote a lomos de Rocinante. Dos niños –ha habido niños malos en todos los siglos- se abren paso entre el gentío. Uno levanta el rabo del rucio y otro la cola de Rocinante. “Les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas”, plantas arbusivas, con ramas espinosas en su extremo y fuertes espinas laterales.
Resultado de aquella inesperada diablura hizo que los animales corcovearan y arrojaran a Don Quijote y a Sancho Panza al suelo. “Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote y Sancho el de su rucio”.
¿De dónde sacaron aquellos niños las plantas espinosas? ¿Estaban al acecho del paso de la comitiva? ¿No pudieron impedir la injuria los acompañantes de Antonio Moreno? ¿Y por qué Cervantes tuvo que derribar de nuevo- por enésima vez- al señor Don Quijote de su cabalgadura? ¿Era necesaria tanta humillación, una y otra vez?
“Volvieron a subir Don Quijote y Sancho, y con el mismo aplauso y música llegaron a la casa de su guía, que era grande y principal, en fin, como de caballero rico”.
Si tomáramos por verdad aquella frase del literato y periodista francés León Daudet, quien no puede soportar la burla no tiene calidad suficiente, habría que concluir que Don Quijote estaba hecho de la más extraordinaria calidad que imaginarse pueda, porque del héroe caballeresco se burlaban hombres y mujeres, duques y vasallos, encumbrados y ruines. De unos y de otros arrancaba carcajadas y alardes soeces.
Don Quijote, creado para ridiculizar los libros de caballería, es constantemente ridiculizado en la novela cervantina.
Antonio Moreno, teniendo en su casa a Don Quijote, busca de inmediato la forma de divertirse y divertir a su costa. “Lo primero que hizo fue desarmar a Don Quijote, y sacarle a vista con aquel su estrecho y agamuzado vestido a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vistas de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban”.
No deja de sorprender el juicio que estas pantomimas merecen a un ilustre cervantista, Manuel de Montoliu. Afirma que “las burlas con que Don Antonio Moreno provoca a regocijo a sus amigos y conocidos a costa del Caballero y del Escudero, se mantienen dentro de la discreción y del comedimiento, sin traspasar nunca las reglas de la urbanidad y la cortesía”.
A este propósito recuerda Torrente Ballester que la burla, en el orden estético, implica la noción moral de desprecio. La burla de Antonio Moreno pretendía crear una situación cómica, ridícula, risible. ¿En qué límites de discreción se mantenía? ¿No traspasaba el señor Moreno las reglas de urbanidad y de cortesía?
Antonio Moreno perseguía en el pasaje citado una forma de burla sin rodeos, con el nominativo, el verbo y el acusativo en su lugar correspondiente, sin equívoco posible.
Y como si Antonio Moreno y sus invitados no hubieran tenido suficiente con la primera gran burla en el balcón, otra tarde “sacaron a pasear a Don Quijote, no armado, sino de risa, vestido un balandrán de paño leonado, que pudiera hacer sudar en aquél tiempo al mismo hielo…. Pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pergamino, donde le escribieron con letras grandes: este es Don Quijote de la Mancha”.
¿También esta otra burla estaba dentro de los límites de la discreción, señor mío Montoliu? ¿No traspasaba las reglas de la urbanidad y de la cortesía?
Sentimental y emotivo me parece el doloroso comentario de Unamuno: “Ya estás, mi señor Don Quijote, de hazmerreír de una ciudad y de juguete de sus muchachos. …¡Pobre Don Quijote, paseando por la ciudad con tu ecce homo a espaldas! Ya estás convertido en curiosidad ciudadana… Esto supera ya en tristeza a cuanto desde el día malaventurado en que topó con los duques le está ocurriendo”.
Admirado de que la gente a su paso le reconociera, sin advertir que llevaba clavado en la ropa el cartel infame con su nombre escrito, el bueno, el inocente de Don Quijote se vuelve hacia Antonio Moreno y le dice: “Mire vuesa merced, que hasta los muchachos de esta ciudad, sin nunca haberme visto, me conocen”.
Recordando a Unamuno, ¡pobre Don Quijote! La burla no necesita la menor inteligencia. Es hija de la pobreza de espíritu.
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Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Don Quijote con fondo bíblico: burlas en Barcelona