Andanzas y lecciones de Don Quijote (39): galeotes desagradecidos

Cervantes define el agradecimiento como el “acto por el que expresamos el sentimiento que nos mueve a estimar los beneficios recibidos y corresponder a ellos de alguna manera”.

17 DE NOVIEMBRE DE 2022 · 08:40

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Imagen de Stijn Swinnen, Unsplash.

Así comienza el capítulo 22 en esta primera parte del Quijote: “Cuenta Cide Hamete Benengelí, autor arábigo y manchego, en esta gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia que, después que entre el famoso Don Quijote de la Mancha y Sancho Panza, su escudero, pasaron aquellas razones que en el fin del capítulo 21 quedan referidas, que Don Quijote alzó los ojos y vio que por el camino que llevaba venían hasta doce hombres a pie”.

Todos estaban ensartados con cadenas de hierro por los cuellos y todos con esposas en las manos. Con ellos iban dos hombres a caballo con escopetas y otros dos a pie, portando espadas.

Poco tardó Don Quijote en pensar y decir, pues sabido es que el pensamiento precede a las palabras, “aquí encaja la ejecución de mi oficio: desfacer fuerzas y socorrer y acudir a los miserables”.

Dicho y hecho. Con corteses razones pidió a los guardianes que le informaran de la causa o causas por las que llevaban a aquellos hombres de tal manera. Uno de los guardias que iban a caballo respondió “que eran galeotes, gente de Su Majestad, que iba a galeras y que no había más que decir, ni él tenía más que saber”.

Muy confiado estaba. No sabía el guardia con quién se la estaba jugando.

Intervino el otro guardia de a caballo, quien dijo a Don Quijote: “Aunque llevamos aquí el registro y la fe de las sentencias de cada uno destos malaventurados, no es tiempo éste de detenerles a sacarles ni a leerlas; vuestra merced llegue y se lo pregunte a ellos mesmos”.

Pues era todo lo que quería el caballero andante.

El primero al que preguntó respondió que iba de aquella manera por enamorado.

El segundo no pudo responder de triste y melancólico que se encontraba. El primero lo hizo por él: “Este va por músico y cantor”.

El tercero, con mucho desenfado, dijo: “Yo voy por cinco años a las señoras gurapas por faltarme diez ducados”.

“Yo daré veinte de buena gana por libraros de esa pesadumbre”, intervino Don Quijote.

El cuarto hombre, de venerable rostro y blanca barba comenzó a llorar y no abrió la boca.

El quinto respondió por él: “Este hombre va por cuatro años tras haber sido expuesto como delincuente a la vergüenza pública”.

Así, Don Quijote fue preguntando uno a uno la causa de su condena hasta llegar a Ginés de Pasamonte, por mal nombre llamado Ginesillo de Paropillo, quien vuelve en el capítulo 25 disfrazado de Maese Pedro. El mismo que robó el burro a Sancho. Pasamonte es acusado por uno de los comisarios de ladrón; él se presenta a Don Quijote como escritor. Le dice que está escribiendo un libro sobre la historia de su vida.

Siempre en su papel de enderezar entuertos o meterse donde no le llaman, Don Quijote pide, casi ordena, al comisario que libere a los cautivos, porque le parece duro hacer esclavos “a los que Dios y naturaleza hizo libres”.

Encendido, el comisario respondió: “¡Bueno está el donaire con que ha salido a cabo de rato! ¡Los forzados del rey quieren que le dejemos, como si tuviéramos autoridad para soltarlos, o él la tuviera para mandárnoslo! Váyase vuestra merced, señor, norabuena su camino adelante, y enderécese ese bacín que trae en la cabeza, y no ande buscando tres pies al gato”.

Ardió Troya, pues robaron a Elena. Ardió también el ánimo de Don Quijote y respondió al comisario: “¡Vos sois el gato, y el rato y el bellaco!”.

Y diciendo y haciendo derribó al comisario de una lanzada, dejándole malherido en el suelo. Los demás guardias quedaron en suspenso, pues no esperaban la acción de Don Quijote. Los de a caballo desenvainaron las espadas, los de a pie sus dardos. Unos y otros arremetieron contra Don Quijote. Lo habría pasado mal el caballero si los demás guardias no acudieran a controlar a los presos, que rotas las cadenas trataban de escapar. Estos arremetieron contra los comisarios. Desarmados se fueron huyendo tanto de la escopeta que se había agenciado Pasamonte como de las pedradas de los demás galeotes, ya sueltos.

Don Quijote llamó a todos. Les ordenó que fueran al Toboso y contaran a la señora Dulcinea lo ocurrido. Pasamonte habló en nombre de los demás y dijo que era imposible, pues podrían encontrarse con gente de la Santa Hermandad que los encadenara de nuevo.

Otra vez tenemos a Don Quijote encolerizado, lo que ocurría con frecuencia, según Cervantes o Benengeli:

“Pues ¡voto a tal! –respondió–, don hijo de la puta, don Ginesillo de Peropillo, o como os llamáis, que habéis de ir vos solo, rabo entre las piernas, con todas las cadenas a cuestas”.

Pasamonte, enterado ya que Don Quijote no era muy cuerdo, hizo un guiño a sus compañeros y comenzaron a llover tantas piedras sobre el caballero andante que no le daba tiempo a cubrirse. Caído en el suelo, los galeotes buscaron para sí los trofeos de guerra. Uno le quitó la bacía, y con ella le golpeó la cabeza. Otro una ropilla que llevaba sobre las armas, otro más trató de arrebatarle las medias calzas, pero los demás lo impidieron. A Sancho le quitaron el gabán y, repartiendo entre sí los despojos de la batalla, se fueron cada uno por su parte.

Tema bíblico es el agradecimiento. Antes de pedir a los galeotes que fueran al Toboso y se presentaran ante Dulcinea, Don Quijote les dice: “De gente bien nacida es agradecer los beneficios que reciban, y uno de los pecados que más a Dios ofende es la ingratitud.

Llevaba razón Cervantes, como siempre que cita la Biblia. El libro inspirado define el agradecimiento como el “acto por el que expresamos el sentimiento que nos mueve a estimar los beneficios recibidos y corresponder a ellos de alguna manera”.

El segundo libro escrito por Samuel cuenta la traición de un tal Husai, ciudadano de Arqui. Era buen compañero y amigo del rey David. Sabiendo que el rey y su hijo Absalón estaban en guerra, acudió a él tratándolo de rey. Absalón le reprocha la traición con estas palabras: “¿Es este tu agradecimiento para con tu amigo?”.

Citando la Biblia, el novelista santanderino José María Pereda, citado en otro lugar de estas letras, dice que a veces tropezamos en nuestro camino con personas desagradecidas y es el tropiezo que más duele y que nos obliga a cerrar los ojos y seguir adelante con el deber que tenemos para con Dios.

La Biblia añade que el agradecimiento consiste en un sentimiento en el fondo del corazón, una expresión de reconocimiento y un obsequio de compensación.

Nada de esto tenían los galeotes que apedrearon a Don Quijote después de haberles librado de las cadenas que les oprimían.

El apóstol Pablo hace esta recomendación a los miembros de la Iglesia en Colosas: “Sed agradecidos” (Colosenses 3: 15).

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